- “Se presentó Jesús en medio de ellos”
El fuego divino les quitó el temor para salir a anunciar a todos los pueblos el mensaje de salvación
El miedo a los judíos llevó a los apóstoles a encerrarse en una casa. Si los paganos, los escribas, los sacerdotes del templo y algunos fariseos pretendían apagar ese movimiento ya prendido e intentaban también darles muerte a ellos, mejor sería estar escondidos.
Ya estaban inquietos la mañana del domingo, porque muy temprano piadosas mujeres habían ido al sepulcro de Jesús, y volvieron diciéndoles que habían visto rodada la piedra y vacío el lugar donde habían depositado el cuerpo del Señor; y María Magdalena, con grande alegría, les afirmó haber visto al Maestro.
Pedro y Juan emprendieron carrera hacia el sepulcro. Juan llegó primero, mas le cedió a Pedro el honor de entrar primero, y vieron en el suelo la sábana en que habían envuelto el cuerpo del Señor y aparte el sudario con que habían cubierto su rostro.
De esto hablaban con alegría los once. Ya empezaban a entender el anuncio seis veces expresado, de ese Misterio divino del Mesías-Redentor, de subir a Jerusalén para ser entregado a los sumos sacerdotes, ser sentenciado a muerte y ser levantado en alto clavado en el madero hasta morir, para dar vida a los hombres y resucitar glorioso.
Así corrió todo el domingo, primer día de la semana. Así estaban en una alegre esperanza, pero…
…dejando cerradas las puertas de la casa.
Ahora los encerró el miedo, cuarenta días después; de nuevo más por obediencia, encerrados en el mismo lugar, esperando. Y su espera fue gloriosa, porque bajó sobre ellos el Espíritu Santo y los transformó al llenarlos de sabiduría y fortaleza.
Y también el fuego divino les quitó el temor para salir a anunciar a todos los pueblos el mensaje de salvación. Que todos supieran la gran noticia: Cristo resucitó y vive.
Veinte siglos después, la misma noticia. Elegido como sucesor de Pedro, el nuevo Papa tomó el nombre de Juan XXIII. Su corazón de niño no soportaba el encierro. Él y la grey cristiana, sus ovejas, estaban destinados a salir para anunciar a todos los hombres la presencia, el amor, la misericordia de Cristo.
Y se lanzó con la misma potestad de Pedro, a abrir las puertas y ventanas de la Iglesia. No era grata una Iglesia encerrada. El momento había llegado de anunciar con nuevo lenguaje la misma noticia, la misma doctrina, la misma fe para hombres de otra mentalidad, los del siglo XX con el avance de la ciencia, de las ideas políticas, de la comunicación masiva, de la multiplicidad de técnicas y de ideas políticas y sociales.
La Iglesia es sacramento universal de salvación; por lo tanto, debería abrirse en diálogo con todos los hombres. La Iglesia, pues, estaba obligada a renovarse.
Vino el Concilio Vaticano II (1962-1965). La Iglesia se miró en el espejo, se examinó y se vio con necesidad de rejuvenecerse. El mensaje del Papa fue el “aggiornamento”, que en italiano significa ponerse al día, actualizarse.
Muchos han olvidado ese regalo de Dios por medio de Juan XXIII, de su sucesor Paulo VI y de los tres mil obispos conciliares y del pueblo cristiano en oración. La Iglesia abrió sus puertas, se rejuveneció y entró en comunicación con el hombre.
“Se presentó Jesús en medio de ellos”
Ante sus asombrados ojos y alegres corazones, los apóstoles vieron vivo y glorioso el domingo, a quien vieron muerto el viernes.
Vida y muerte son dos hechos inseparables en el lenguaje humano; muerte y resurrección estarán siempre en adelante en el pensamiento del cristiano.
Cristo ha glorificado al Padre con su pasión, su muerte y su resurrección. El cordero sin mancha fue la víctima en el sacrificio vespertino en el ara de la cruz.
San Agustín escribió: “Este es el sacrificio de la tarde, la pasión del Señor, la cruz del Señor, la ofrenda de la víctima saludable, el sacrificio agradable a Dios. En la resurrección Él transformó aquel sacrificio vespertino en ofrenda matinal”.
Cumplida ya la antigua promesa, el milagro de los milagros manifestaba el poder de Dios y el plan de la redención, el pago no con oro ni con plata en rescate por todos los hombres.
Los apóstoles, cuando ya dejaran ese encierro, serían testigos ante el mundo del prodigio. “Los apóstoles atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesús (Hechos 4, 33).
Al gozo de contemplar la imagen de Cristo rescitado, siguió luego la alegría de escuchar su voz:
“La paz sea con ustedes”
El saludo de Cristo resucitado es amor para los suyos, pues la verdadera paz no es la ausencia de guerra; porque el fundamento de la paz, la que viene de Dios, es fruto de la justicia y, más aún, del amor.
El hombre ansía la paz desde lo más profundo de su ser. A veces ignora la naturaleza del bien que tan ansiosamente anhela y busca por caminos que no son de Dios.
En la Sagrada Biblia muchas veces aparece la palabra paz, mas no como una simple concordia, ni tan sólo el saludo al cruzar el dintel de una casa, sino la paz que obra la santificación.
El fundamento de la paz es sólo la justicia delante de Dios y entre los hombres, pues suprime el pecado, origen de toda división. El cristiano recita el salmo: “La justicia marchará ante su faz y en la huella de sus pasos” (S 85, 9).
San Agustín profundiza así: “La paz del cuerpo es el orden armónico de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud del ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios, es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna”.
Con el pensamiento de San Pablo: “Sólo el reconocimiento universal de Cristo por todo el universo en el último advenimiento, establecerá la paz definitiva y universal” (Gálatas 3, 28).
Es la paz que Cristo vino a traer a la tierra. Trajo el amor, y donde está el amor está la paz”.
Luego le dijo a Tomás: “Trae acá tu mano”
Tomás “el gemelo” era terco y desconfiado, pero el Señor Jesús no hace acepción de personas, a todos ama y quiere que todos lleguen al conocimiento de la verdad, a la salvación. Le concedió a Tomás el gusto no sólo de dar crédito a sus ojos y sus oídos; le concedió el gusto de acercarse y tocar con su dedo las cicatrices de las manos, y tocar con su mano la señal que la lanza dejó en su pecho.
Tomás, el áspero desconfiado, cayó desplomado tras la comprobación, y con profunda fe confesó: “Señor mío y Dios mío”. Reconoció que tocó a su Señor, a su Dios.
En este siglo XXI hay muchos discípulos y seguidores del primer Tomás, por las características del proceso de cambio en la humanidad manifiestas en el aumento progresivo de conexiones mutuas; la interdependencia, con sus ventajas mutuas; el desarrollo notable de los medios masivos de comunicación: el dominio de la imagen por la televisión; las perturbaciones procedentes de las estructuras políticas, económicas y sociales.
En este complicado mundo el hombre no reconoce lo que supera sus sentidos, sus capacidades naturales.
Así la vida se empobrece, si sólo aceptan los mensajes de los sentidos y de la televisión, y acaban en una vida de tener, gozar, producir y consumir.
Cristo está en este siglo cerca de todos y cada uno, y llama a los hombres como al terco de su colegio, como a Tomás, para que dejen de estar no sólo dudando, o incrédulos, y que –con mayor mérito– sin ver, crean y sean testigos en el mundo de hoy, de que Cristo resucitó y vive.
José R. Ramírez Mercado
http://www.informador.com.mx/suplementos/2011/289053/6/vieron-al-senor-resucitado.htm
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