Leopoldo Cervantes-Ortiz
Introducción
Hay textos en el Nuevo Testamento que realmente sólo cabe poner en la cuenta de las mujeres. La historia de la pasión del Evangelio de Marcos es una historia de hombres; todo cuanto allí ocurre está planificado y desarrollado por hombres. Sólo muy al final, ya al pie de la cruz, se menciona un grupo de mujeres, que acompañan a Jesús hasta a muerte. Mientras que todos los discípulos emprenden la huida en la hora decisiva del Monte de los Olivos para salvar la propia piel (Mr 14.50-51), sólo tres mujeres: María de Magdala, María, madre de Santiago y de José, y Salomé, se mantienen leales a Jesús. Sólo ellas con su mera presencia se enfrentan al mundo masculino de la destrucción y del “dominio”. Y son ellas quienes la mañana de Pascua serán las primeras testigos de la resurrección de Jesús. Fundamentalmente a ellas confía el ángel en el sepulcro el mensaje pascual. La palabra decisiva del cristianismo al mundo es específicamente un mensaje de mujeres. Sólo ellas son a todas luces capaces y dignas de ver la victoria de la vida sobre la muerte y de hacerla patente. 1
Una reinterpretación y reconstrucción de los inicios del cristianismo, vista desde la óptica de las mujeres, daría como resultado, sin duda alguna, algo así como la reinvención del cristianismo, una nueva Reforma pues. Del mismo modo que releer e interpretar el Evangelio desde otras minorías condenadas al silencio. La imposición de un estilo patriarcal y autoritario de fe y práctica ha marcado al cristianismo, ya entrados al siglo XXI. De ahí la necesidad de releer y reinterpretar nada menos que el seguimiento de Jesús, esto es, la realidad del discipulado en su vivencia y experimentación subversivos en los tiempos que corren, dominados por el adocenamiento y la superficialidad, adonde la falta de compromiso ideológico y político se imponen como dogmas indiscutibles. Así pues, la búsqueda de los reversos del cristianismo es una lección permanente.
Cada generación de cristianos y cristianas necesita, entonces, un acercamiento, paralelo y simultáneo, a las raíces de su fe, desde las diversas otredades que nos desafían a vivir la fe y la misión de una manera apelante y pertinente. En el aspecto de género, los hombres y las mujeres, pero mayormente los primeros, necesitamos atisbar la forma y el estilo con que es posible hacerlo desde la otredad más radical que vivimos cotidianamente: las mujeres como prójimas y extrañas, parafraseando a Roger Bastide, pues no existe una contradicción más flagrante que la de a convivencia permanente y la incomprensión inveterada de la perspectiva femenina. Y conste que a estas alturas ya estamos más allá de las simplezas como “Yo entiendo a Dios de otro modo” o fórmulas similares que no alcanzaba a asimilar los enormes retos para la humanidad entera que requiere una visión complementaria, sin superioridades de ningún tipo, de lo que representa la fe cristiana centrada verdaderamente en el testimonio neotestamentario, respetuoso, desde sus inicios canónicos, de la presencia y acción de las mujeres.
1. La genealogía femenina de Jesús: incorrección política a manos llenas
Drewermann hace un ejercicio imaginativo y comparativo sobre Raquel, “la primera madre de Israel”, a partir de la forma en que Thomas Mann y Stefan Zweig imaginaron literariamente su vida. Mientras el autor de La montaña mágica, en José y sus hermanos, explora la cadena de tragedias de Raquel, aunque todo es considerado desde la perspectiva de Jacob. Por el contrario, Zweig interpreta su historia desde una discusión con Dios, y ve en ella una “persona cuyo apasionado sentimiento le procura de continuo nuevos sufrimientos, pero cuyo calor y humanidad poseen una grandeza propia y en definitiva algo así como una exigencia jurídica, que explica y reclama la misericordia de Dios”.2 A partir de la figura de Raquel como madre primordial de Israel, Drewermann sugiere: “También el lector de la Biblia tiene que adoptar la actitud dde esa misericordia maternal, si quiere entender ese tipo de relatos históricos del Anriguo y del Nuevo Testamento como narraciones, que en medio de la madeja enmarañada de infinitas ataduras y tragedias, hablan en forma velada de la cólera y de la magnanimidad de Dios”.3
Al acercarse a Tamar, la propuesta de Drewermann es sólida: “Volver a soñar su vida, que a menudo sólo ha sido esbozada en unas pocas frases de la historia ‘sagrada’ de la Biblia, con los recursos de la visión poética viene a ser como un deber para todo el que quiere comprobar internamente los peculiares caminos de Dios con los hombres o, mejor aún, el empeño constante del hombre por conseguir la elección y justificación a los ojos de Dios”.4 Su decisión de “conseguir esposo” a toda costa fue un acto de protesta ante las condiciones de desventaja para las mujeres sin marido ni hijos. Su “inexistencia” tribal la llevó a urdir un plan que desenmascaró la hipocresía masculina. Pasando al caso de Rahab, hay que puntualizar y enlazarla con Tamar: aquélla se hizo prostituta por necesidad y desesperación, ella era prostituta.
En la historia de Rahab lo que prima es la ley humana de la sobrevivencia. Pero sobrevivir con dignidad no siempre es un objetivo alcanzado. Drewermann es particularmente incisivo al evaluar este relato: “Tenemos que agradecer a ese Salmón que fuese el primero en trasngredir y pasar por alto las leyes que Moisés había consignado en el libro anterior ([…] ¡eliminar a la población cananea en Dt 7.1-11!), al haberse casado con la cananea Rahab, al haber reconocido al hijode ella y suyo y al haberse puesto al lado de aquella ramera de una ciudad conquistada. ¡Y la bendición de Dios descansó sobre aquella unión!”.5
Rut es otra historia, casi calcada de la de Tamar, aunque en su caso lo sobresaliente es la suma de marginalidades, algo que no dejaba de aparecer en las historias anteriores: mujer, extranjera, pobre, viuda, sin hijos. En medio de la anarquía social y del primado de la violencia en todas sus formas que azotaba sobre todo a las mujeres (pues no debemos olvidar a la mujer anónima de Jueces cap. 19 ni a las benjaminitas del cap. 21), Rut obliga al pueblo de Israel a cumplir con la ley, incluso con ella, mediante métodos nada ortodoxos y moralmente cuestionables. Su solidaridad con Noemí va más allá de dogmas y patriotismos obsoletos: se basó en la identificación con otra mujer en crisis. Betsabé, a su vez, es violentada por el capricho del poderoso que la toma como si fuera un objeto, pero es reivindicada ¡nada menos que por Dios y, más tarde, por el canon bíblico! Enredada en las intrigas de la sucesión de David y condenada a la desaparición como miles de compañeras suyas, víctimas del terror masculino (conyugal, familiar, laboral, además de las guerras de siempre), Betsabé ingresa por la puerta grande a la genealogía del Mesías. Luego de la muerte del primer hijo de David, quien es el destinatario del castigo divino por su abuso del poder, Betsabé tiene a Salomón, cuyo nombre remite a la paz buscada con tantas ansias. Drewermann subraya que no deberíamos olvidar tampoco a las otras mujeres ligadas al destino de David: Mical, Abigail y Ahinoam, sujetas a las voluntad de los hombres, sin posibilidad de elección.
Sobre estas mujeres, Drewermann concluye: “La única historia de salvación que realmente existe está compuesta por destinos similares a los de Tamar, Rahab, Rut y Betsabé. Qu esto sea así es lo que en exclusiva justifica la esperanza de que tampoco las personas como nosotros estemos excluidos de la salvación de Dios. Dios no camina con nosotros hacia Utopía […] Su humanidad y la nuestra constituyen la única forma de sanar la historia humana”.6
2. Las discípulas y apóstolas de Jesús: de la invisibilidad a la misión
De modo que, entre líneas, bien podría decirse que Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, además de las no mencionadas, son madres espirituales, no sólo de las mujeres del llamado “Nuevo Testamento”, sino de todo el pueblo de Dios, pues su invisibilización implica borrar buena parte de la memoria histórica de la fe. Entre las mujeres anónimas de los evangelios están la suegra de Pedro, la mujer con flujo de sangre, la hija de Jairo, la mujer sirofenicia, la viuda pobre y la mujer que unge a Jesús en Betania, la samaritana, la mujer no apedreada, la esposa de Pilato, entre otras. Todo ello sin contar el resto de los libros. Pero en las menciones “canónicas”, el grupo no es pequeño: María, la madre de Jesús, Marta y la otra María, sus amigas, María Magdalena, apóstola y amiga, y, en los Hechos y las epístolas, Febe, Priscila, Lidia, Julia, Trifena y Trifosa, también entre muchas.7
Con todo, cuando Elisabeth Schüssler-Fiorenza realizó su reconstrucción feminista de los orígenes del cristianismo, el modelo de mujer que le sirvió como punto de partida fue quien ungió a Jesús en Mr 14.1-9, debido a la conclusión del propio texto: “Dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”. He aquí la palabra clave, memoria, porque como bien explica esta autora: “La profética acción simbólica de la mujer no forma parte de lo que la mayor parte de los cristianos han retenido del Evangelio. Incluso su nombre se ha perdido para nosotros. Allí donde se proclama el Evangelio y se celebra la Eucaristía se cuenta otra historia: la del apóstol que traicionó a Jesús. Se recuerda el nombre del traidor, pero se ha olvidado el de la discípula fiel por el mero hecho de ser una mujer”.8
Pero el análisis va más allá y Schüssler explica que en Juan la mujer es identificada con María de Betania, pero que el relato enfatiza su carácter de pecadora.
Según la tradición fue una mujer quien nombró a Jesús [como hacían los profetas con los reyes] por medio de su profética acción-símbolo. Era una historia políticamente peligrosa. […]
Marcos despolitiza así la historia de la pasión de Jesús, desplazando, primero, la responsabilidad de su muerte de los romanos a las autoridades judías y, segundo, definiendo teológicamente el mesianismo de Jesús como título de sufrimiento y muerte9
El matiz relacionado con las discípulas es bastante claro:
Mientras, según Marcos, los principales discípulos varones no comprenden este mesianismo sufriente de Jesús, lo rechazan y finalmente le abandonan; las discípulas que han seguido a Jesús de Galilea a Jerusalén se revelan de inmediato como el auténtico discipulado en el relato de la pasión. Ellas son las verdaderas seguidoras (akolouthein), comprendiendo que su ministerio no era la soberanía y la gloria sino diakonia, “servicio” (Mr 15.41).De esta manera, las mujeres aparecen como las verdaderas ministros y tstigos cristianos. La mujer anónima que señala a Jesús con una profética acción-símbolo [….] es el paradigma del verdadero discípulo. Mientras que Pedro había confesado, sin comprenderlo realmente, “Tú eres el ungido”, la mujer, ungiendo a Jesús, reconoce claramente que su mesianismo significa sufrimiento y muerte.10
De modo que aunque los autores masculinos de los textos dejaron en el anonimato a varias mujeres, el propio pasaje subraya la importancia de la acción de la mujer y así el paradigma femenino del seguimiento de Jesús es un hecho irrefutable porque, como comenta también Schüssler Fiorenza: “Mientras los autores pospaulinos intentan estabilizar la frágil situación social del discipulado de iguales insistiendo en la dominación patriarcal y en las estructuras de sumisión —y esto no sólo en relación con la casa sino también en relación con la Iglesia— los escritores del Evangelio se sitúan en el otro extremo de la ‘balanza’. Insisten en la conducta y el servicio altruistas como praxis y ethos apropiado del liderazgo cristiano”.11 Y eso es precisamente lo que hacen por su lado Marcos y Juan, pues ambos enfatizan el servicio y el amor como centro del ministerio de Jesús y exigencia principal del discipulado.
Marcos usa tres verbos para definir el discipulado femenino: le seguían en Galilea, le servían y “habían subido con él a Jerusalén” (15.41). En otras palabras, tomaron la cruz con y como él, aceptaron el riesgo de ser ejecutadas (8.34). Ellas verdaderamente abandonan todo y le siguen en el camino amargo y trágico de la cruz. Marcos presenta a las mujeres al pie de la cruz como los primeros testigos apostólicos más eminentes. Al final del evangelio, aparecen como ejemplos del discipulado sufriente y del verdadero liderazgo, no ligado al ejercicio del poder según la manera establecida. La comunidad cristiana pospascual “debe luchar para evitar el esquema de dominación y sumisión que caracteriza el entorno socio-cultural. Aquéllos que están más lejos del centro del poder religioso y político, los esclavos, los niños, los gentiles, las mujeres, se convierten en el paradigma del verdadero discípulo”.12
3. El mensaje de las mujeres a la Iglesia de todos los tiempos
Todos los evangelios mencionan a María Magdalena como la principal testigo de la resurrección: descubre la tumba vacía y es la primera en recibir una aparición del resucitado, por lo que es . doblemente apostola apostolorum (apóstola de los apóstoles). El cuarto evangelio la muestra llevando a Pedro y Juan al sepulcro y es enviada a anunciar las palabras de Jesús, aunque según Marcos no le creyeron hasta que se les apareció a otros, en una “cadena de incredulidad”. Al contrario de Mr 16.8, Juan dice que Magdalena les anuncia inequívocamente la aparición del Señor y, en contraste con Pablo, que afirma que Pedro fue quien lo vio primero. Además, ella es presentada como la discípula fiel desde tres puntos de vista: primero, porque Jesús le pregunta “¿A quién buscas?”; segundo, porque ella lo reconoce cuando él la llama por su nombre (reminiscencia del Buen Pastor del cap. 10); y tercero, porque su respuesta es la del verdadero discípulo al reconocerlo como maestro. Esto implica que María Magdalena legitima su discipulado, pero también su apostolado, esto es, “como modelo de autoridad para las comunidades joánicas”,13 en este caso, aunque por extensión puede extrapolarse al resto de los grupos cristianos. En ese sentido, Ivone Gebara ha reconocido cómo, a partir de la moda de El Código Da Vinci, la figura de Magdalena está de nuevo en el centro de la atención, aunque no debe olvidarse que el escándalo por dicha novela se aprovechó de la enorme ignorancia sobre los primeros siglos del cristianismo en el seno de las iglesias.14
A partir de esta perspectiva es que deben considerarse muy en serio las lecciones del discipulado femenino para la Iglesia de hoy. Al carácter inevitablemente plural de la Iglesia, las mujeres, con su presencia activa, estimulan y animan a las comunidades para no perder la razón de ser del seguimiento de Jesús, su validez como utopía posible y su compromiso con la construcción de una nueva humanidad. Lamentablemente, luego de 20 siglos de iglesia patriarcal, todavía parece subversivo este modo de ser comunidad cristiana.
Las mujeres desafían a la Iglesia a la inclusión, a la ternura, a renunciar a los paradigmas de poder patriarcal que poco hacen para colocar verdaderamente el amor y la justicia en el centro de todas las relaciones humanas.
Son muy aleccionadoras las palabras finales del libro citado de Elsa Tamez:
Se ha dicho que la actitud negativa frente a las mujeres obedece a la fuerte presión exterior de la cultura grecorromana, que veía en las casas-iglesia una célula subversiva. Por lo tanto, si seguían desafiando el orden patriarcal y los valores de la sociedad romana, las comunidades cristianas corrían el riesgo de desaparecer por completo. Por eso y por otras razones, había que tener un “patriarcalismo de amor”. Esta realidad, sin embargo, no justifica ningún tipo de opresión o marginación de miembro alguno de la comunidad cristiana. […
Esta resistencia de las mujeres a callase no ha parado hasta el día de hoy. Las mujeres cristianas sentimos que el espíritu de jesús y su movimiento sigue animando a sus seguidores, mujeres y hombres, dándoles fotaleza y sabiduría para que la comunidad de iguales lleve adelante el mensaje del Reino de Dios y, ala vez, la denuncia de todo aquello que oprime y excluye a las mujeres y a cualquier miembro de as comunidades.15
Después de todo, el bautismo nos unifica a todos y nos inicia en la participación en la Iglesia, con ordenación a algún ministerio o sin ella. El bautismo es una práctica cristiana igualitaria que define e identifica a la comunidad.
1 E. Drewermann, El mensaje de las mujeres. La ciencia del amor. Trad. de C. Gancho. Barcelona, Herder, 1996, p. 7. Énfasis agregado.
7 Cf. E. Tamez, Las mujeres en el movimiento de Jesús, el Cristo. Quito, CLAI, 2003. En este libro, la autora cuenta la historia asumiendo la voz de Lidia, lideresa de la iglesia apostólica.
8 E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Trad. María Tabuyo. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1989 (Iglesia y sociedad, 18), p. 15.
14 Toni Longueira, “Dan Brown revisa el papel de la mujer en la tradición cristiana. Entrevista a Ivonne Gebara”, en La Voz de Galicia, 14 de diciembre de 2006. A pregunta expresa, Gebera respondió: “Pienso que su novela aporta datos históricos pero también imaginarios. La obra reflexiona sobre el patriarcalismo imperante en la Santa Sede. El Código Da Vinci tiene el mérito de revisar el rol de la mujer en la tradición cristiana antigua”.