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Susana Mejía González
Comunicaciones
Cel: 300 649 5150 – (1) 2455386
Un espacio para recrear lo sagrado y lo profano con ojos de mujer. Somos un grupo ecuménico en búsqueda de la justicia e igualdad.Respetamos la opinión, de los autores aunque no necesariamente estemos de acuerdo.
29 Jun 2011 Deja un comentario
en Feminismo
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Susana Mejía González
Comunicaciones
29 Jun 2011 Deja un comentario
en Feminismo, Mujeres y Genero
Periodismohumano.com
Un informe de la ONU desvela la explotación de un millar de mujeres: pobreza, patriarcado y violencia las llevan a ejercer la prostitución
La mayoría son vendidas por sus familiares, los primeros abusadores. Casi la mitad estaban ya casadas a los 14 años y el 60% fue violada en su primera vez
La falta de legislación en los Territorios lleva a una total impunidad de los proxenetas y las mafias
Dicen los evangelios que Jesús sanó a María, la pecadora, de siete demonios que la atormentaban. Fue allá por Magdala, una villa al pie del lago Tiberíades, hace más de 2.000 años. A una hora larga del pueblo de la Magdalena (que ahora dicen los mapas que se llama Migdal y es suelo de Israel) reside hoy Randa, 38 años, dos hijos, palestina, musulmana, prostituta.
En ella aún viven sus siete demonios: pobreza, analfabetismo, violencia doméstica, abusos sexuales, trata de personas, repudio familiar, enfermedades venéreas… Por poner siete. Lo que narra da a entender que son unos cuantos más los diablos que la rondan. Su caso es uno de los que han servido de base para UN Women (la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres), cuyos expertos han redactado el primer informe sobre prostitución y sida en los Territorios Palestinos y Jerusalén Este, con unos 250 testimonios de trabajadoras del sexo, proxenetas, clientes y personal sanitario. Es la radiografía de un desastre doble: el de la explotación femenina, oculta bajo patriarcados, dominación y hambre, y el de la enfermedad, desconocida, silenciada, obviada por opresores que sitúan su placer por encima de la seguridad y la dignidad de la mujer…
Continuación…
http://periodismohumano.com/destacado/las-nuevas-magdalenas-de-palestina.html
Publicado en: http://www.palabrademujer.wordpress.com
29 Jun 2011 1 comentario
en Feminismo, Mujeres y Genero
TERRA
La ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, fue elegida este martes nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional por el Consejo de Administración de la institución, anunció un comunicado oficial.
Lagarde, de 55 años, es la primera mujer que asume las riendas del Fondo y substituye en el cargo a su compatriota Dominique Strauss-Kahn, quien renunció durante la investigación que se le sigue por acoso sexual y que se encuentra pendiente de juicio en Estados Unidos.
Lagarde fue elegida por unanimidad frente a su rival, el gobernador del Banco central mexicano, Agustín Carstens, por los 24 miembros del Consejo, precisó el comunicado.
“Me siento honrada y feliz de que el Consejo me haya elegido”, reaccionó la aún ministra francesa en su cuenta de mensajería instantánea twitter.
Lagarde fue designada el mismo día en que el parlamento griego debate una serie de medidas económicas que son observadas por Europa como determinantes para el futuro de la crisis que afecta a ese país mediterráneo.
Fuente:
http://noticias.terra.com/noticias/christine_lagarde_es_la_nueva_directora_del_fmi/act2902980
29 Jun 2011 Deja un comentario
en Celibato, Iglesia Catolica Romana
por Prins, Arturo – Irrazábal, Gustavo –
La conexión íntima entre el celibato y el ministerio sacerdotal se cristalizó en la conciencia de la Iglesia desde muy temprano. Hoy es lo primero que salta a la vista para la cultura, la opinión pública y la investigación científica.
A comienzos de año el diario alemán Süddeutsche Zeitung se hizo eco de un documento –hasta entonces inédito– publicado por la revista Pipeline, órgano de difusión del Círculo de Acción de Ratisbona (AKR), grupo de católicos críticos. Se trata del Memorando para la Discusión sobre el Celibato (1970), que nueve teólogos –Joseph Ratzinger entre ellos– dirigieron a los obispos alemanes, solicitándoles que propiciaran ante Pablo VI una revisión de la ley de celibato, que éste había confirmado en su encíclicaSacerdotalis caelibatus (1967). Ratzinger –hoy papa Benedicto XVI– tenía entonces 42 años y era profesor de teología. Entre los firmantes figuran Karl Rahner, Karl Lehmann (luego cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana) y Walter Kasper (hoy cardenal de la Curia romana). Los teólogos lamentan la ausencia de un “verdadero debate” sobre la cuestión que consideran necesario.
En nuestra web publicamos la traducción de la versión original alemana del Memorando junto a la encíclica de Pablo VI (www.revistacriterio.com.ar). A continuación transcribimos los conceptos principales de ambos documentos y los de Juan Pablo II y Benedicto XVI, en sendas exhortaciones postsinodales; la primera sobre la formación de los sacerdotes (1992) y la otra sobre la Eucaristía (2007) donde la cuestión del celibato se aborda tangencialmente: ambas ratifican la Sacerdotalis caelibatus. Destacamos también una reflexión del teólogo alemán Gisbert Greshake, autorizado especialista en lo referido al ministerio sacerdotal. Gustavo Irrazábal escribe la habitual reflexión final. Los lectores que deseen expresar sus opiniones pueden hacerlo en esta sección. En números siguientes, esta sección continuará con el tema.
Arturo Prins
Pablo VI / 1967 De la encíclica Sacerdotalis caelibatus (sobre el Celibato sacerdotal)
Haga click acá para leer la versión completa
La ley vigente del sagrado celibato debe también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia (…)
La vocación sacerdotal, aunque divina en su inspiración, no viene a ser definitiva y operante sin la prueba y la aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y por consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuáles sus requisitos, para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma. (…) Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre (…)
La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia “como señal y estímulo de caridad”; señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. (…)
La consagración a Cristo, en virtud de un título nuevo y excelso cual es el celibato, permite además al sacerdote, como es evidente también en el campo práctico, la mayor eficiencia y la mejor actitud psicológica y afectiva para el ejercicio continuo de la caridad perfecta, que le permitirá, de manera más amplia y concreta, darse todo para utilidad de todos (2Cor 12, 15) (…)
No se puede asentir fácilmente la idea de que con la abolición del celibato eclesiástico, crecerán por el mero hecho y de modo considerable, las vocaciones sagradas: la experiencia contemporánea de la Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten el matrimonio a sus ministros, parece testificar lo contrario. La causa de la disminución de las vocaciones sacerdotales hay que buscarla en otra parte, principalmente, por ejemplo, en la pérdida o en la atenuación del sentido de Dios y de lo sagrado en los individuos y en las familias, de la estima de la Iglesia como institución salvadora mediante la fe y los sacramentos; por lo cual, el problema hay que estudiarlo en su verdadera raíz. (…)
No es justo repetir todavía, después de lo que la ciencia ha demostrado ya, que el celibato es contra la naturaleza, por contrariar exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización sería necesaria para completar y madurar la personalidad humana: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1, 26-27), no es solamente carne, ni el instinto sexual lo es en él todo; el hombre es también, y sobre todo, inteligencia, voluntad, libertad; gracias a estas facultades es y debe tenerse como superior al universo; ellas le hacen dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos. (…)
El deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formarse una familia son, ciertamente, superados en el celibato; pero no se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para la maduración integral de la persona humana. En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, bebida en su más puro manantial (1Jn 4,8-16), ejercitada a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta (1Jn 3,16-18), ensancha hasta el infinito el horizonte del sacerdote (…)
Joseph Ratzinger y otros teólogos / 1970
Los abajo firmantes, de la confianza de los obispos alemanes, elegidos en calidad de teólogos por la Conferencia Episcopal Alemana para tratar sobre cuestiones de la fe y la moral, se sienten obligados a presentar a los obispos alemanes las siguientes consideraciones. Nuestras reflexiones incluyen la necesidad de una revisión urgente y una mirada diferenciada de la ley del celibato de la Iglesia latina para Alemania y la Iglesiauniversal (debido a que ambos puntos de vista no pueden separarse completamente unos de otros). Si se quiere llamar a este nuevo examen “debate” o no es un problema secundario, terminológico. Sobre la cuestión de cómo se podría hacer esta revisión, se dirá algo más adelante. (Ver especialmente V).
I
La urgente necesidad de esta revisión no prejuzga en absoluto sobre la decisión de lo quedeba surgir como resultado o de lo que concretamente resulte. Esta petición no es un reclamo de opositores al celibato sacerdotal. Los abajo firmantes tampoco han acordado hasta ahora una visión común de lo que ellos creen en particular sobre la cuestión de fondo. Pero todos están convencidos de que es apropiado y necesario que este examen se lleve a cabo en un alto y en el más alto nivel de la iglesia. Sólo para tal fin se redactaron las siguientes palabras, y no tocan ya el contenido específico de tal “discusión” en sí misma. Los firmantes pedimos a los Obispos alemanes no malinterpretar las consideraciones aquí presentadas como una lucha contra el celibato en sí.
Estamos convencidos de que el celibato libremente escogido como lo propone Mateo 19 no sólo representa una manera de existencia cristiana con sentido, esencial en todo momento para la iglesia como signo indispensable de su carácter escatológico, sino quetambién existen buenas razones teológicas para la relación entre la libre elección del celibato y el sacerdocio, ya que este ministerio requiere una amplia y definitiva entrega del ministro al servicio de Cristo y su Iglesia. En este sentido, ratificamos lo que recientemente se afirmó sobre el celibato en la “Carta de los obispos alemanes sobre el ministerio sacerdotal” (véase el apartado 45, 4to. párrafo; apartado 53, 2do. párrafo). Del mismo modo, también estamos convencidos de que, sin perjuicio del resultado de la discusión, el sacerdocio célibe permanecerá siendo una forma esencial del sacerdocio en la Iglesia latina. Además resulta claro que, en nuestra Iglesia, el sacerdocio célibe debe permanecer –a diferencia de la práctica protestante- como forma auténtica y real del el clero secular, ya que, también en la conciencia pública social y psicológica, la vida soltera sin lugar a duda es asumida como un deber ante la Iglesia. Sin duda alguna los sacerdotes ya ordenados por supuesto no pueden ser liberados sencillamente y en forma general de sus promesas en la ordenación por una legislación nueva, posiblemente modificada, resulte ésta como resulte. En principio, una vez que el celibato es libremente escogido, obliga, y no se puede transformar en un compromiso revocable. A partir de estas razones, un verdadero debate de la ley del celibato no debe incrementar la confusión en nuestros seminarios sacerdotales hasta lo insostenible o provocar mayoritariamente una suspensión de todas las decisiones en los jóvenes. Nuestra solicitud, por tanto, no debe identificarse sólo con el tipo de discusión o con la “solución” dada en Holanda a esta pregunta, aún cuando no deben ser ignoradas la necesidad común y la urgencia del problema para la Iglesia universal.
Por lo tanto, el planteo de la revisión aquí mentada cuestiona, si la forma en la que se diola existencia sacerdotal hasta la actualidad en la Iglesia latina pueda ser la única forma de vida y deba seguir siéndolo. Son conocidas las objeciones presentadas a menudo en contra de dicha revisión; en realidad concretamente sólo podría darse una forma de vida sacerdotal; en el caso de aprobarse otras formas de vida, habría de esperarse la desaparición del sacerdote célibe. Somos conscientes de estas razones. Pero quien de antemano considera como superfluo este esclarecimiento, parece tener poca fe en el poder de este consejo del evangélico y en la gracia de Dios, de la que luego en otro lugar afirma que está operando – no la mera “ley” – sino este don de Cristo. (Esto no está claro)
II
Ciertamente, esta revisión puede llevarse a cabo. – Es que no es teológicamente correcto que en las nuevas situaciones históricas y sociales algo no se pueda revisar y, en ese sentido, no se pueda “discutir” lo que es una ley humana en la Iglesia (mandato del celibato) por una parte y, por otra, lo que existe como una realidad aceptada en otro ámbito de la Iglesia (véanse las Iglesias de Oriente). Afirmar lo contrario no encuentra sustento en ningún argumento teológico serio. Si se dijera, que el principal pastor de la Iglesia prohíbe este “debate” y que para exigirlo posee por lo menos razones psicológicas muy buenas y por tanto de peso (debido a que un debate adicional está minando la voluntad real al celibato en la iglesia), deberá responderse al menos lo siguiente:
a) En la posición, que la doctrina eclesiástica del Concilio Vaticano II asigna a los obispos, éstos no pueden ser liberados por dicha declaración papal (siempre y cuando haya acontecido) de su propia responsabilidad de reconsiderar por sí mismos y específicamente en modo novedoso esta pregunta; el Papa tampoco puede aliviarlos de estaresponsabilidad. Ellos no son funcionarios papales o simplemente ejecutores de su voluntad, sino como un cuerpo (junto al sucesor de Pedro), verdadero soporte del máximo poder de toma de decisiones en la Iglesia. En tanto claustro, por lo menos son interlocutores dignos de ser escuchados por el Papa (aún cuando éste pueda hacer uso de su poder primacial!) y aunque un consejo de esta índole sea tomado con reticencia (ver a Pablo y Pedro: Ga. 2). Pero para cumplir con esta tarea, los obispos deben revisar tal pregunta entre ellos de modo colegial y por su propia iniciativa. Si hasta un simple subordinado tiene el derecho y la obligación de cuestionarse, si no debe y puede presentar sus preocupaciones y advertencias en cuestiones importantes a su superior,aun sin serle requerido, ¿cuánto más es válido este principio también para los obispos de la Iglesia Católica frente al Papa? Y justamente esto requiere de una reconsideración especial de la cuestión.
Hubiese sido mucho mejor, si los ministros responsables de la Iglesia hubieran considerado ya hace unos años seriamente y con detalle la situación creada. Entonces, las reflexiones necesarias probablemente hubiesen transcurrido en una atmósfera más apropiada para el asunto y no cargadas de tanta emotividad. Esto no altera el hecho de que la mentada revisión se ha vuelto más urgente hoy día.
b) Es sabido que ya está en marcha una discusión, y es un hecho duro y crudo a tener en cuenta, que esta disputa continúa. Si no avanza en el nivel más alto, lo hace, ciertamente, en los niveles inferiores (por no hablar de los medios de comunicación). Sin embargo, si continúa sólo aquí, se espera que cobre formas que colocarán a los obispos ante situaciones muy difíciles, sencillamente intolerables, como por ej. las encuestas públicas, que perjudican en extremo su autoridad ; desobediencia manifestadacolectivamente; renuncias masivas de sacerdotes a su vida sacerdotal, etc. Tampoco es cierto – como lo demuestra el ejemplo de Roboam en el Antiguo Testamento – que cualquier dureza en el mantenimiento de una posición garantice la victoria, y cada “ceder” conduzca a la derrota (ver l Reyes 11 – 12). Los que deciden adherir a la legislación vigente del celibato, deberían haber defendido en el transcurso de los últimos añosargumentos prácticamente convincentes con un espíritu de coraje y compromiso, es decir utilizando una táctica “ofensiva”. En su lugar, en gran medida se han escudado detrás de la “ley”, y fueron los regentes, los espirituales y otros los que quedaron peleando en el frente concreto. Ahora sale a la luz esta situación y empuja sin descanso a encontrar una respuesta valedera.
III
Estas consideraciones deben tenerse en cuenta al abordar una revisión. – No es cierto que todo resulta claro y seguro en esta cuestión y que deba mantenerse lo establecido exclusivamente en base a la confianza en Dios y al valor. Honestamente hay que reconocer que la encíclica “Sacerdotalis Coelibatus”, del 24 de junio de 1967 no dice nada acerca de muchos temas, en los cuales debería haberse explayado, y que en algunosaspectos incluso queda por detrás de la teología del Concilio Vaticano II (por no hablar de la forma de discurso elegida para desplegar la cuestión). En cualquier caso, resultó sermuy ineficiente y ha provocado en los sacerdotes jóvenes más bien la impresión de que se está defendiendo algo, que luego caerá , tal como ha ocurrido en varias combates de retirada de la Iglesia oficial (véanse, por ejemplo, tan sólo las diferentes fases de la reforma litúrgica ). Es necesario repensar muchos temas con mayor precisión en cuanto a las cuestiones psicológicas, sociológicas, jurídicas, espirituales, morales y teológicas, y en vista de los problemas frecuentemente pasados por alto surgidos de la concreta forma devida del sacerdocio célibe de hoy (inclusive las cuestiones referidas a formas todavía hoy día indignas para disponer la dispensa al celibato).
Tampoco es cierto, que la totalidad del problema de la insuficiencia de sacerdotes no guarde relación con estas consideraciones. Por supuesto, la escasez de sacerdotes no es causada únicamente por el requisito del celibato, sino posee además múltiples y más profundas causas. Pero sería erróneo concluir que las dos cuestiones no tienen nada que ver entre ambas. Si, sin modificación de la ley del celibato no es posible ganar un aumento suficientemente importante de sacerdotes – y esta pregunta es también para nuestro país aún una amenaza abierta – entonces la Iglesia sencillamente tiene el deber de realizaralguna modificación. La convicción, de que Dios obtendría siempre en cualquier caso suficientes sacerdotes célibes por su gracia, es una esperanza buena y piadosa, peroteológicamente imposible de demostrar, y no puede permanecer en estas consideraciones como punto de vista único y decisivo. Especialmente los jóvenes sacerdotes que aún tienen un largo trayecto de su vida sacerdotal por delante y una exigencia cada vez mayor en su servicio a la Iglesia, se preguntan, en vistas de la escasez cada vez más aguda de sacerdotes, de qué manera resolverán estos problemas de la vida de la iglesia yde su propio destino en los próximos años, cuando ellos mismos deban asumir mayor responsabilidad. Para ellos, la mirada idealizada hacia atrás no alcanza, aún cuando ellosmismos mantengan su modo de vida previamente elegido.
De cualquier modo, es imperioso hacer una advertencia sobre el argumento, según el cualel número real de católicos en el futuro será en poco tiempo lo suficientemente pequeño,que un número menor de clero célibe alcanzará. Si tal vez tenemos que prever pordiversas razones un desarrollo en esta dirección, esto no deberá ser la causa que devenga en un derrotismo o en una ideología del “pequeño resto”. La Iglesia debe tenerfuerzas misioneras para la ofensiva, siempre donde exista una posibilidad. La legislaciónanterior acerca del celibato desde luego no puede entenderse como una referencia absoluta para las reflexiones, según la cual deban orientarse con exclusividad todas las demás consideraciones eclesiásticas y pastorales. Si pese a los “graves reparos” el Papa mismo aparentemente no rechaza la idea de la consagración de hombres mayores casados («viri probati”) a priori y absolutamente como indiscutible (de hecho, en algunos casos ya se está haciendo), entonces implícitamente se acepta la nueva revisión de la legislación vigente del celibato y su práctica. A su vez debemos admitir – por lo que percibimos en nuestros estudiantes de teología – que a menudo tenemos la impresión, de que nuestra actual reglamentación en gran medida conduce no sólo a una disminución en el número de candidatos para el sacerdocio, sino también a un empobrecimiento del talento, y por tanto a una reducción en las exigencias y la eficacia de los sacerdotes aún disponibles; sin perjuicio de un número muy reducido de teólogos muy talentosos, que a menudo se acercan a nosotros con el propósito de una segunda formación. Los que aseguran a su obispo no tener ninguna dificultad con respecto a la aceptación del celibato, no han demostrado por esto de modo concluyente que son aptos para la consagración.
Todavía queda abierta la pregunta, hasta qué punto estas explicaciones puedenplantearse sin despertar reservas internas y ser tomadas con seriedad por los obispos. Casi en todas partes experiencias recientes documentan nuestra duda. Por su parte, los resultados de los votos a favor o en contra del celibato obtenidos o esperables entre los alumnos dan lugar a muy serios reparos. La situación real es muy alarmante en la mayoría de las casas de estudio y seminarios.
IV
Cuando se trata de un asunto, que no es dogmático en sentido estricto, el legislador eclesiástico también tiene la obligación de considerar debidamente el impacto de su legislación (incluyendo la adhesión a esta misma). En primer lugar, deben enfocarse los efectos que por una parte son previsibles y por otra parte son los más dañinos (en comparación con sus buenas intenciones). Esto vale incluso, si los efectos “en sí” no se producirían y en cierto modo representasen una reacción indeseada de aquellos, que están afectados por esta “ley”. Además, un legislador de la Iglesia no puede limitarse a decir: nuestra “ley “ y nuestras intenciones son en sí mismas buenas por su contenido,son formalmente legítimas y sólo pueden tener buenos resultados, siempre que esta “ley” sea acatada (como debería ser). Cada legislador a su vez debe reflexionar sobre las consecuencias reales de sus disposiciones. Esta consideración sencilla, a primera vista aparentemente abstracta, pero de ninguna manera secundaria, no parece efectuarse siempre suficientemente. Ya hemos fijado la vista en esta cuestión de modo objetivo en cuanto al cumplimiento del mandato de la Iglesia y del ministerio (prioridad del servicio de salvación pastoral, escasez de sacerdotes, los requisitos cualitativos del sacerdote, etc.)
Este problema, empero, también debe pensarse en cuanto a la viabilidad de la vida de celibato de los sacerdotes jóvenes de hoy (véase, por ejemplo, la cuestión de la atención en el hogar – “ama de casa”; el creciente aislamiento y la pérdida de verdadero “reconocimiento” de numerosos sacerdotes en medio de muchas comunidades; la falta de nitidez de la imagen sacerdotal; la indecisión y la inestabilidad psicológica de cuantiosos jóvenes para llevar adelante hoy día en la sociedad sexualmente sobre-estimulada una “saludable” vida de celibato, etc.) La situación totalmente modificada por todo esto no es por sí misma un argumento concluyente contra la ley del celibato, pero requiere sin embargo una revisión muy seria de la cuestión desde numerosos puntos de vista.
V
1. El nuevo examen sobre la cuestión del celibato debería ser realizado por los obispos alemanes entre sí, en primer lugar. Por supuesto, deberían ser invitados a participarexpertos de todos los ámbitos que puedan aportar un esclarecimiento real a esta cuestión. Tampoco hay razones para excluir otros representantes imparciales, no manipulados y genuinos de los sacerdotes y sobre todo del clero más joven. En caso contrario, el episcopado sólo daría la impresión de no creer realmente en la fuerza interior de la recomendación evangélica del celibato “por el bien del Reino Divino”, sinoúnicamente en el poder de la autoridad formal. Tal inventario positivo y análisis del problema debe llevarse a cabo, a su vez, porque el asunto del celibato debe ser expuesto comprensiblemente y con sentido, mismo dentro de los condicionamientos de la opinión pública y de la sociedad actuales – en tanto esto sea posible – conociendo los límites muy claros de este esfuerzo. Constituirá un “estorbo”, permanente pero no eximirá de ser presentado con los mejores argumentos, si se realiza una revisión seria y se puede arribar a resultados positivos (ver también más arriba la sección l). Por más que sepamos, que el celibato es ante todo un fruto de experiencia espiritual, como representantes de la ciencia teológica, tenemos que llamar la atención sobre la función positiva, esclarecedora e indispensable de una revisión.
2. Además, estamos convencidos de que los obispos alemanes deben propiciar ante Pablo VI una revisión seria de la ley de celibato y sugerir aclaraciones y medidas pertinentes. Los obispos tienen el derecho a esto y, en la situación actual, creemos también una real obligación. Un verdadero “debate”, que ya debiera haberse producido en lugar de la charla pública, tampoco sería un precedente para una respuesta negativa a la cuestión. Dicha revisión no debería realizarse bajo la premisa, que la Iglesia y el Papa se encuentren sólo ante el dilema de “abolir” el celibato o mantener la legislación y práctica vigentes sintodos los matices. El dilema así planteado no existe. Creemos que esta cuestión de Roma sólo puede resolverse en cooperación verdaderamente sincera y colegial con el episcopado del mundo. Cualquier proceder según los últimos pasos pone en extremo peligro la autoridad efectiva del ministerio eclesiástico (del Papa y los obispos). Pedimos a los obispos alemanes una pronta intervención en Roma, en vistas de la evolución reciente de este asunto. La experiencia hecha con “Humanae Vitae” y también en nuestra presente cuestión (sobre todo en los últimos 10 días) demuestra lo que ocurre y como las dificultades van en aumento casi trágico, si falta la cooperación. Esta opinión no cuestiona ni limita la primacía papal. Es sólo la aplicación de la afirmación implícita, que también el Papa debe utilizar en sus decisiones las “apta media” para encontrar la decisión adecuada. En la situación actual, esta cooperación con el episcopado mundial es, al tratar estas cuestiones, prácticamente parte de estas “apta et – hodie necessaria – media”, yno un simple “simulacro de disputa”.
Tal vez nuestra opinión sea rotulada con el veredicto de la ambigüedad o incluso de la contradicción, y sea pasada por alto. Pero las reales dificultades descansan en la situación objetiva muchas veces confusa, resultado de diversos factores. Hemos querido enfrentarnos a esta situación, sin ignorar la fuerza y la exigencia del Evangelio. No debemos hacer prescripciones a los obispos alemanes. Pero tenemos el derecho y el deber de decir en esta grave situación a los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana, basándonos en nuestro ministerio como teólogos y en nuestra misión como consultores con todo respecto a la dignidad y gran responsabilidad de su cargo, que deben tomar una nueva iniciativa en el asunto del celibato y no pueden considerarse dispensados sólo debido a la práctica actual de la Iglesia y a las declaraciones del Papa.
9 de febrero de 1970
suscribe Ludwig Berg, Mainz
suscribe Alfons Deissler, Freiburg
suscribe Richard Egenter, München
suscribe Walter Kasper, Münster
suscribe Karl Lehmann, Mainz
suscribe Karl Rahner, Münster-München
suscribe Joseph Ratzinger, Regensburg
suscribe Rudolf Schnackenburg, Würzburg
suscribe Otto Semmelroth, Frankfurt
(Al final publicamos la versión en alemán)
Juan Pablo II / 1992
De la exhortación apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis (sobre la formación de los sacerdotes)
Los Padres sinodales han expresado con claridad y fuerza su pensamiento con una Proposición importante, que merece ser transcripta íntegra y literalmente: “Quedando en pie la disciplina de las Iglesias Orientales, el Sínodo, convencido de que la castidad perfecta en el celibato sacerdotal es un carisma, recuerda a los presbíteros que ella constituye un don inestimable de Dios a la Iglesia y representa un valor profético para el mundo actual. Este Sínodo afirma nuevamente y con fuerza cuanto la Iglesia Latina y algunos ritos orientales determinan, a saber, que el sacerdocio se confiera solamente a aquellos hombres que han recibido de Dios el don de la vocación a la castidad célibe (sin menoscabo de la tradición de algunas Iglesias orientales y de los casos particulares del clero casado proveniente de las conversiones al catolicismo, para los que se hace excepción en la encíclica de Pablo VI sobre el celibato sacerdotal). El Sínodo no quiere dejar ninguna duda en la mente de nadie sobre la firme voluntad de la Iglesia de mantener la ley que exige el celibato libremente escogido y perpetuo para los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino. El Sínodo solicita que el celibato sea presentado y explicado en su plena riqueza bíblica, teológica y espiritual, como precioso don dado por Dios a su Iglesia y como signo del Reino que no es de este mundo, signo también del amor de Dios a este mundo, y del amor indiviso del sacerdote a Dios y al Pueblo de Dios, de modo que el celibato sea visto como enriquecimiento positivo del sacerdocio”.
Es particularmente importante que el sacerdote comprenda la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato. En cuanto ley, ella expresa la voluntad de la Iglesia, antes aún que la voluntad que el sujeto manifiesta con su disponibilidad. Pero esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor.
Benedicto XVI / 2007
De la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (sobre la Eucaristía)
Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales, es necesario reafirmar el
sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una riqueza inestimable y confirmado por la praxis oriental de elegir como obispos sólo entre los que viven el celibato, y que tiene en gran estima la opción por el celibato que hacen numerosos presbíteros.
En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo por el Reino de Dios. El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad, es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. No basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa. Junto con la tradición eclesial, el Concilio Vaticano II y los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la belleza e importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma.
Gisbert Greshake
Teólogo alemán, profesor emérito en teología dogmática y ecuménica (Universidad de Friburgo).
El celibato no es sólo un “signo escatológico”, sino que además es un constante “aguijón en la carne” (…) Precisamente la vida célibe representa una exigencia existencial elevada y es una norma según la cual un joven puede medir –y por cierto a lo largo de toda una vida– la seriedad de su compromiso y la intensidad con la que está dispuesto a poner su vida al servicio de Cristo.
Finalmente, aunque no sea lo de menor importancia, el celibato deja libre al sacerdote para ponerse de manera íntegra al servicio de la “causa de Cristo”. Aunque el celibato sólo pertenece al “derecho eclesiástico”, sin embargo está profundamente enraizado en la Sagrada Escritura, en la historia de la Iglesia y en la esencia del servicio ministerial. (…)
Cuando la Iglesia católica de Occidente presupone esta unidad como condición para impartir las sagradas órdenes, entonces expresa con claridad insuperable que sólo quiere tener como ministros a “carismáticos”, es decir, a personas que hayan recibido los dones especiales de gracia del Espíritu santo y aspiren a recibir más dones. Demuestra con esta praxis que, para ella, se trata de la unidad – atestiguada ya en la Escritura– entre ministerio sacerdotal y existencia sacerdotal. (…) La vinculación institucional entre el carisma y el celibato, por un lado, y la vocación al ministerio, por otro, no tiene por qué significar una limitación de la libertad, sino que puede muy bien significar –en sentido perfectamente bíblico– una invitación a “aspirar” a ese carisma.
El vínculo jurídico-institucional entre el ministerio sacerdotal y el celibato no debe suprimirse sin sustituir por algo lo que el celibato expresa y logra concretamente: la unidad entre la misión ministerial y la existencia del sacerdote. Por consiguiente, si alguien, basándose en buenas razones, está convencido de que en el futuro debe existir también la figura del sacerdote casado, tendrá que desarrollar un modelo en el que pueda quedar realizada esa unidad, de manera diferente pero análoga.
De su libro Ser sacerdote hoy Sígueme, Salamanca 2003, pp.381-90
Reflexión final
Celibato sacerdotal: el ideal y la realidad
La conexión íntima entre el celibato y el ministerio sacerdotal se cristalizó en la conciencia de la Iglesia desde muy temprano, cuando la visión de la sexualidad no permitía apreciar la real complejidad de semejante ideal.
Hoy, esta complejidad del celibato sacerdotal es lo primero que salta a la vista para la cultura, la opinión pública y la investigación científica. No se trata, sin embargo, de enfoques contradictorios: el primero se refiere ante todo al valor del celibato en sí mismo; el segundo se centra en su realización práctica; dos cuestiones que se relacionan, pero no se identifican entre sí.
En efecto, las estadísticas más serias, al mismo tiempo que señalan algunos datos preocupantes sobre vivencias fallidas del celibato, constatan la existencia de un porcentaje no despreciable de ministros célibes que logran vivir en este estado con relativo éxito, manifestado en la alegría de vivir, en la madurez, la creatividad y la fecundidad pastoral, lo que impide cuestionar la disciplina actual de modo indiscriminado.
Sin embargo, los numerosos fracasos constituyen un serio desafío, ante todo en lo referente a la selección y formación de los candidatos al sacerdocio, y al acompañamiento de los ya ordenados, más allá de los progresos verificados en las últimas décadas. Los criterios de selección se ven relajados muchas veces por una confianza excesiva en la obra de la gracia (que de ordinario perfecciona la naturaleza pero no lasuple). En la formación, prevalece un discurso idealizado y voluntarista, poco apto para incidir eficazmente en la afectividad y en la conducta. Finalmente, a los ministros ya ordenados no se les brinda suficiente acompañamiento institucional, a la vez que se los inserta en estructuras que suelen favorecer el individualismo y el aislamiento. A mi juicio, mientras no se encaren adecuadamente estas cuestiones, un eventual cambio de la disciplina eclesiástica se parecerá más a una escapatoria que a una solución.
Fuente: RevistaCriterio.com
29 Jun 2011 Deja un comentario
Por Julián Cubillos*
OPINIÓN-REVISTA SEMANA.COM-24 DE JUNIO
Tal y como lo afirmó Francisco Santos en su momento, “(…) la Ley de Justicia y Paz será un proceso ejemplar para el mundo”: por ineficaz, por su rotundo fracaso como modelo de justicia transicional.
El lunes pasado, en el teatro México de la Universidad Central, se estrenó en Colombia el documental «Impunity», de Juan Lozano y Hollman Morris. Muchos de los asistentes tuvimos que esperar durante más de tres horas a una segunda proyección, pues el teatro se quedó pequeño para una asistencia de casi dos mil personas. Aunque también porque el bogotano promedio no concibe la idea de ubicarse en una fila de acuerdo a la hora en la que llega, lo que llevó a que decenas de personas que estaban delante terminaran reproduciéndose en sobremanera.
Esto hace parte de nuestra cultura del atajo, del avivato y del violento, aun en lo que consideramos ‘buenas maneras’. Es un defecto que nos caracteriza y que no cabría mencionar aquí de no ser porque engendra una de las causas fundamentales del problema que, justamente, aborda este documental: esa maldad extrema a la que podemos llegar, y la impunidad de las consecuencias de esa maldad. Si la cultura del atajo es parte de quienes tenemos una mediana educación, cuál podría ser la de quienes, en contraste, cuentan con más que motivos y la necesidad suficientes para empuñar un arma. Hay niveles de violencia, es cierto, pero la tolerancia de los primeros suele ser la puerta de entrada a aquellos en los cuales ya no hay marcha atrás.
Con todo, sí que valió la pena esperar, hacer la fila. Porque sin ser la ‘gran cosa’ –sin revelar hechos que no supiéramos ya, sin presentarlos de una manera sensacionalista–, el trabajo periodístico de Lozano y Morris es, sencillamente, digno de elogiar. Se trata de un documental que tiene la virtud de conmover, de suscitar indignación y de invitar a la reflexión crítica acerca de un crimen de lesa humanidad que amenaza con quedar impune: esa masacre sistemática de más de ciento cincuenta mil personas, ejecutada –con la ayuda del Estado, del narcotráfico y de empresas privadas– por la organización terrorista y paramilitar AUC.
Ese es el tema. En cuanto a la forma, la virtud es mayor. El documental nos muestra este crimen desde la perspectiva de quienes, sin lugar a dudas, han llevado la peor parte: las víctimas. Son ellas quienes narran los aterradores asesinatos y desapariciones de sus familiares, la ilusión que tuvieron de saber la verdad (el cómo, el dónde) en los procesos de justicia y reparación, y la forma en que esa ilusión se desvaneció cuando el gobierno de Uribe decidió extraditar a quienes más podían confesar esa verdad, los jefes paramilitares. El documental muestra, así, que nunca hubo una confrontación directa entre víctima y victimario, ese cara a cara sin el cual –como bien señala Jacques Derrida– no puede darse ningún proceso de perdón genuino. Lo que se montó, en contraste, fue un teatro a favor de la imagen política del proceso mismo (del gobierno), un teatro que propició la impunidad de los crímenes y acrecentó, así, el resentimiento.
Algunas víctimas no se explican cómo pudo el gobierno de Uribe preocuparse más por el delito del narcotráfico que por los crímenes de lesa humanidad que cometieron los paramilitares. Pero muchas sí, y es esta la tesis fundamental del documental: los paramilitares desmovilizados estaban testificando más de la cuenta, no solo se estaban remitiendo a develar la forma cruenta y el lugar en que cometieron los crímenes, sino que también estaban señalando a los militares, políticos y empresarios que los habían ayudado. Justo ahí fueron extraditados.
Es de esperar que los implicados guarden silencio frente a las denuncias de este gran trabajo periodístico. O, como ya es costumbre, que se dediquen a atacarlas de manera ad hominem, acusando a Morris de guerrillero. Es de esperar que, en el mejor de los casos, digan que el documental peca de unilateral al denunciar la violencia paramilitar y dejar a un lado la guerrillera. A este respecto, no sobra mencionar las palabras con las que comienza el documental: «En esta selva no hay Estado. Aquí, hay guerra. Desde siempre. Guerra civil, un conflicto armado interno, amenaza terrorista, lucha ideológica. Los extremos: izquierda, derecha. Los mismos métodos: competencia de crueldad». De ahí que si el documental se centra en los paramilitares como ejemplo principal de la impunidad que señala, lo haga porque fueron ellos quienes, supuestamente, se desmovilizaron, y no la guerrilla. Los crímenes de este último bando, que nadie niega, serían pues un tema para otro documental; su ausencia aquí no opaca la verdad de los hechos denunciados.
Contamos pues con un valioso documento cuya perspectiva no puede ignorar quien realmente quiera comprender la verdad del proceso de desmovilización de las AUC, esto es, el fracaso de la Ley de Justicia y Paz del gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Porque es cierto, sí, como lo afirmó Francisco Santos en su momento, que “(…) la Ley de Justicia y Paz será un proceso ejemplar para el mundo”. Lo será, con toda seguridad, por ineficaz, por su rotundo fracaso como modelo de justicia transicional.
Seguir negando este fracaso, seguir defendiendo que las mal llamadas bandas emergentes (BACRIM) no son el reducto del paramilitarismo es, pues, otro síntoma de nuestra cultura del atajo. De esa que también nos lleva a hacernos los de vista gorda y, en consecuencia, a convertirnos en cómplices de esta impunidad. Es esta la preocupación fundamental que más se percibe en los realizadores: que su trabajo propenda por una reflexión crítica de parte de la sociedad colombiana, que seamos conscientes de que el Estado colombiano sigue en deuda en cuanto a justicia, verdad, garantías de no repetición y reparación de las víctimas de los paramilitares. Lo que, más que legal, es un verdadero problema moral, uno en el que todos estamos involucrados.
Gran trabajo, «Impunity», que esperamos se pueda difundir de forma masiva en todo el territorio colombiano; toda vez que así lo permitan nuestras salas de cine y canales de televisión.
—–Adjunto en línea a continuación—–
29 Jun 2011 2 comentarios
en Humanizar, Iglesia Catolica Romana
Traducido por Rosa Ciancio, Caracas, noviembre de 1993
GP/24-01-1994; 17-10-2003
Contenido:
I. Introducción, por Marcelo Augusto
II. Entrevista a Ivone Gebara. El aborto no es pecado (Publicada por la revista Veja; Río de Janeiro, 06-10-1993; pp. 7 a 10)
III. La legalización del aborto vista desde el caleidoscopio social. Ivone Gebara, Camaragibe, 18 de octubre de 1993
I. Recibimos una carta de Ivone, fechada el 23-10-1993 en la cual nos habla de las múltiples y diversas reacciones ante la publicación de una entrevista a ella, que publicó la revista Veja en su edición del 06-10-1993, con el título El aborto no es pecado. Entre esas reacciones la mayoría fueron de aprobación y apoyo a Ivone, mientras que la alta jerarquía de la iglesia católica romana le exigió que se retractara públicamente y la amenazó, si ella no lo hacía, con su castigo. Ivone redactó, entonces, una nota en la cual confirma sus ideas.
También Ivone nos hizo llegar un Cuaderno publicado por el SIDOC, Serviço de Informaçao e Documentaçao, del CENAP, Centro Nordestino de Animaçao Popular, de Recife, Brasil. Publicamos el texto completo (en traducción que hizo Rosa Ciancio) del Cuaderno del SIDOC (el cual consta de un editorial, la entrevista de Veja y la nota de Ivone).
Este Cuaderno lleva por título: Por qué legalizar el aborto. Editorial: La otra mitad de la luna.
Actualmente y sin sombra de duda, la Teología Feminista ha renovado la producción teológica y la espiritualidad de cristianos y cristianas.
Entre nosotros como también en el exterior, Ivone Gebara es una de las representantes más autorizadas de la otra mitad de la luna. Mitad que trata de hablar de Dios con sabor y aroma de mujer. Ivone, con su hacer teología en forma de poesía, es una de las teólogas más provocadoras de nuestros días. Ella es estimulante.
Vivimos en una sociedad pluralista que está entretejida de opiniones diferentes, por eso es enriquecedora. Las iglesias cristianas, una vez insertas en la sociedad, no son inmunes a esta característica de la época.
En estos últimos días, Ivone en entrevista a una revista, dijo cual era su reflexión y su posición respecto al aborto. Apareció en el momento en que esta cuestión será discutida en el Congreso Nacional y en el que el Patriarca de la Iglesia Romana publica una carta (El Esplendor de la Verdad) que, entre otros asuntos, habla también del aborto.
A fin de contribuir a la discusión en torno al tema, el CENAP está publicando este cuaderno con la citada entrevista. Después de ésta, Ivone escribió un artículo donde aclara mejor su pensamiento, teniendo en cuenta los límites de una entrevista y las posibles distorsiones.
Esperamos que la lectura de estos textos sea fructífera. Un gran abrazo,
Marcelo Augusto
II. Texto de la entrevista publicada por la revista Veja; 06-10-1993; pp. 7-10
Título: Entrevista a Ivone Gebara. El aborto no es pecado
Por Kaike Nanne y Mónica Bergamo
La monja católica afirma que la prohibición del aborto es una hipocresía de la iglesia que sólo perjudica a las mujeres pobres.
La Hermana Ivone Gebara tiene 48 años, nació en Sao Paulo, es monja desde hace 25 años y reside en Recife desde 1973. Pertenece a la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora que se dedica a la educación de menores carenciadas. En esta convivencia con los pobres ella se ha formado una convicción insólita en la iglesia : está en favor de la legalización del aborto y, por primera vez, defiende públicamente su convicción.
«La madre tiene, sí, algún derecho sobre la vida que carga en su útero. Si ella no tiene las condiciones psicológicas para enfrentar el embarazo tiene el derecho de interrumpirlo», dice. Contrariamente a algunas feministas, la Hermana afirma que el aborto no puede tener limitaciones legales. Debe ser válido en todos los casos y no sólo en situaciones especiales como la violación. «El aborto no es pecado, el Evangelio no trata de este asunto.», afirma.
Ivone mantiene frecuentes contactos con grupos feministas en Brasil y en el exterior, especialmente con las Católicas por el Derecho a Decidir, fundado en 1973, en EE.UU., e instalado en Brasil recientemente.
Ivone que estudió Filosofía en la Pontificia Universidad Católica, de Sao Paulo y Teología en Bélgica, está acostumbrada a adoptar posiciones polémicas dentro de la iglesia. En 1989, el Vaticano clausuró el Seminario de Recife, fundado por el arzobispo Helder Cámara, en el que ella era profesora. La Santa Sede consideró que el Seminario, inspirado en la Teología de la Liberación, era muy izquierdista. Desde entonces Ivone emplea su tiempo escribiendo libros y viajando para dictar talleres. Reside, por opción de vida, en Camaragibe, en la periferia de Recife. Es autora de seis libros sobre Teología Feminista, publicados por Vozes y Paulinas. Hace un mes visitó Suecia para hablar acerca de la mujer y la reforma agraria. La semana después de ser entrevistada por nosotros, viajó a Venezuela y a Bolivia. En enero 1994, Ivone irá a New York, por seis meses, para dar cursos de Teología.
Pregunta: Esta semana el papa divulga la nueva encíclica en la cual debe enfatizar la oposición de la iglesia al control de la natalidad y al aborto ¿Qué piensa usted?
Ivone Gebara: No es ninguna novedad. Es una posición tradicional del Vaticano, ya consagrada en otras encíclicas. Es la posición de quien no tiene ningún diálogo con el mundo contemporáneo, en especial con el mundo de los pobres.
P: ¿Por qué?
IG: La moral católica no alcanza a las mujeres ricas. Ellas abortan y tienen los medios económicos que garantizan una intervención quirúrgica en condiciones humanas. Por lo tanto la ley que defiende la iglesia perjudica a las mujeres pobres. El aborto debe ser descriminalizado y legalizado, más aún: debe estar a cargo del Estado. Hoy el aborto es la quinta causa de mortalidad femenina en Brasil; las que mueren son hermanas necesitadas. Frente al hecho de que el aborto es inevitable mejor es hacerlo en condiciones de dignidad.
P: ¿Como monja católica no debería considerar al aborto como pecado?
IG: El aborto no es pecado. El Evangelio no trata de esto. El Evangelio es un conjunto de historias que generan misericordia y ayuda en la construcción del ser humano. La dogmática del aborto ha sido fabricada a lo largo de los siglos. ¿Quién escribió que no se puede controlar el nacimiento de los hijos? Han sido curas, hombres célibes, encerrados en su mundo en el que viven confortablemente con sus manías. No tienen mujer ni suegra y no se preocupan de un hijo enfermo; algunos de ellos hasta son ricos y poseen propiedades. Así, es fácil condenar al aborto.
P: La ley permite el aborto en caso de violación ¿en qué casos
encuentra usted legítimo el aborto?
IG: En todos los casos en que la mujer, sea ella rica o pobre, no tenga las condiciones psicológicas para asumir el bebé. La iglesia se atiene al principio de que sólo Dios puede quitar la vida. Yo también acepto eso. Sin embargo, ahora, encuentro que la madre, sí tiene algún derecho sobre la vida que carga en su útero. El feto no puede sobrevivir sin ella y, en esa ósmosis primordial, es lícito considerar que no tiene voluntad propia. Si la madre no tiene las condiciones psicológicas para enfrentar el embarazo tiene el derecho de interrumpirlo.
P: ¿Cuál ha sido el motivo de su cambio de opinión y defender el aborto?
IG: Mi convivencia con las mujeres pobres de Camaragibe me llevó a reflexionar más sobre este asunto. Las mujeres son extremadamente pobres, son vendedoras de alimentos y lavanderas. No tienen información para desarrollar saludablemente su vida sexual. No saben cómo evitar los hijos y aún sabiéndolo no tendrían posibilidades económicas dado que no disponen de asistencia. Esta situación me llevó a una posición pragmática de defensa del aborto. Sin embargo, hasta ahora sólo había conversado acerca de mi posición en encuentros cerrados con teólogas y feministas. Mi discurso es, todavía, un tanteo; estoy tratando de superar dogmas. Si yo fuera cura la iglesia quizá me expulsaría. Como monja tengo más libertad. Aún así, siento que después de esta entrevista voy a quedar desprotegida. Sé que mi posición es una transgresión del pensamiento de la iglesia, pero resolví hablar porque creo que voy a ayudar a la gente.
P: ¿Usted ya aconsejó a alguna mujer de abortar?
IG: No. Pero estuve cerca. Hace algunas semanas, en Camaragibe, me visitó una mujer psíquicamente enferma y madre de tres niños desnutridos. Me contó que tuvo una aventura con un desempleado y quedó embarazada. Estaba desesperada. Conversamos mucho y quedó de regresar. Yo tuve la seguridad de que, en una segunda entrevista, yo estaría obligada a decirle: Aborta. Antes de que yo se lo dijera, ella decidió abortar. Vino a pedirme que la acompañara a un médico y la acompañé.
P: ¿Usted se sintió bien?
IG: Es necesario entender una cosa. En otra oportunidad conocí a una mujer que abortó. Quedé impresionada al ver el feto. Es un bebito y es como si estuviéramos sacando la oportunidad de florecimiento de aquella vida. El aborto es violento, muy violento. Siempre es una opción traumática y nunca un camino de alegría. La mujer sólo aborta si está obligada por las circunstancias. Sin embargo es una violencia que existe y, como tal, debe ser legislada. Conocí en mi barrio a una niña de catorce años embarazada de su padre. En ese contexto no significa absolutamente nada decir que se esté salvando la vida al evitar el aborto. ¿Qué vida será salvada? ¿La de un niño que será desnutrido y abandonado? ¿La de una madre cuyos dramas serán agravados? El Brasil aborta continuamente a sus ciudadanos, si no en el primer mes, a lo largo de su vida.
P: ¿Las mujeres de Camaragibe no se sorprenden al ver a una monja que defiende el aborto?
IG: Nunca defendí abiertamente el aborto. Por otra parte, ellas no conocen el discurso de la iglesia acerca del aborto. El mundo de los pobres tiene una ética propia, la ética de la sobrevivencia. Hace pocos días una empleada doméstica tocó a mi puerta y me dijo que se iba a suicidar. Ella tuvo ocho hijos, uno murió, tres viven con su primer compañero, tres viven con ella y uno vive en la calle. Es una mujer que vive en la miseria. Vive en una choza de barro y de su trabajo como doméstica por día. Quedó embarazada después de una relación pasajera. Fue a hablar con el padre quien le dijo que no quería a ese hijo. Casi siempre es así: los varones abortan a los hijos con palabras. Visitó a su patrona quien se negó a darle dinero para el aborto. La señora no quiso involucrarse pero le garantizó que si tuviera problemas clínicos, después, ella la llevaría al médico. Esta es la moral de la clase media.
P: ¿Es posible que la iglesia cambie su posición acerca del aborto?
IG: Nada permite preverlo, no debe acontecer muy pronto. No será en este siglo. Pienso que esta cuestión no debería ser considerada un dogma de iglesia. Es una cuestión que atañe a la sociedad civil. La legalización del aborto es necesaria y no puede ser impedida por credos religiosos.
P: ¿Vale el dicho que dice que si el papa pudiera tener hijos, la iglesia ya hubiera autorizado el aborto?
IG: Este es un chiste que la gente adora hacerle al papa. Es pura fantasía. La cuestión no es tan sencilla.
P: ¿Su posición acerca del aborto está aislada en la iglesia?
IG: La mayoría del clero está contra el aborto y reduce el asunto a una cuestión estrictamente privada. Los conservadores hablan más, y siempre con el discurso del respeto absoluto a la vida. Pero sí hay curas y monjas a favor. Es un segmento más avanzado que sólo se manifiesta en privado y vive un conflicto entre lo que cree y lo que la institución piensa. Son varones y mujeres desgarrados a causa de sus convicciones.
P: ¿En el confesionario recomiendan el aborto?
IG: Por lo que sé, prefieren el silencio. Defienden la legalización en círculos muy estrechos, nunca a nivel oficial.
P: ¿Cómo juzga usted la moral de los curas que condenan el aborto y mantienen relaciones sexuales?
IG: Siempre existió la transgresión al interior de la institución religiosa. Conozco mucho de esto, dado que las mismas monjas acaban por comentarlo. La iglesia católica desarrolló una moral muy estricta que lleva a eso. A veces, la transgresión es importante. Es una señal de que es necesario revisar las normas establecidas.
P: La Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil ya propuso el fin del celibato. ¿Usted piensa que los curas del año 2000 podrán casarse ?
IG: Eso llegará, pero como el aborto, no en este siglo. Hasta que tengamos esta Curia Romana, con su teología predominante, no habrá medio de terminar con el celibato. Llegará el día en el cual el Vaticano si quiere seguir con el clero tendrá que ordenar a mujeres y a varones casados. El celibato es una norma legal que no hace parte de la esencia del sacerdocio.
P: ¿Usted piensa que sería una monja más feliz si pudiera casarse y tener hijos?
IG: Mis vecinas de Camaragibe encuentran ridícula mi forma de vida. Para ellas es incomprensible no tener un marido y no ser madre. En su simplicidad ellas preguntan cuándo va a aparecer mi marido y dicen que yo debería tener hijos para que me cuiden cuando sea vieja. Voy a acabar mi vida solita. A veces dicen que quisieran estar en mi lugar para no tener preocupaciones y vivir en paz. Cada una lleva un límite en su escogencia. La vida que llevo tiene un peso como cualquier otra.
P: ¿Cómo lidia usted con la falta de cariño físico y de sexo?
IG: Tuve deseos sexuales y ellos continúan, pero soy coherente con mi escogencia. El sexo hace falta, como hacen falta varias cosas en cualquier vida humana. No es porque el sexo está liberado que las personas realizan todas sus potencialidades. Antes de ser monja estudié filosofía en la PUC de Sao Paulo y allá tuve mis enamorados. Pero el deseo de ayudar a la gente a ser libre ha sido más fuerte y aposté a otro tipo de vida. La experiencia religiosa no es sólo de renuncia, usted encuentra placer en otra forma. No es posible vivir sin afecto, sin amistades, sin ver por los pobres. Es posible vivir sin sexo.
P: ¿Defiende usted la ordenación de mujeres?
IG: Yo no me sentiría nada cómoda con las actividades de una parroquia. Prefiero quedarme libre para enseñar, participar en debates, escribir. Hay muchas mujeres valientes que quisieran ser ordenadas y tienen condiciones para eso. Pero no bastará quedarse con pantalón o falda si el pensamiento dogmático se mantiene. Es más importante una reflexión teológica para cambiar algunas cosmovisiones de la iglesia que están obsoletas.
P: ¿Cuáles?
IG: La tradición cristiana se constituye sobre todo a partir del siglo III de nuestra era, época marcada por el dualismo griego. La iglesia representaba al hombre como pecador en oposición a un Dios bueno, el cuerpo en oposición al espíritu; explicaba al mundo de forma dual: cielo-infierno; bien-mal. Esta especie de antropología dualista ha hecho que la iglesia considerara al varón mejor que a la mujer. Automáticamente el sacerdocio es dado a los varones, pero las mujeres tienen que conquistarlo. Es un comportamiento discriminatorio fruto de una concepción equivocada tanto del ser humano como de Dios.
P: ¿Que sería la Teología Feminista?
IG: La teología tradicional acentúa la imagen masculina de Dios. La Teología Feminista quiere mostrar que la raíz de la experiencia cristiana es igualitaria y que las estructuras de poder de la iglesia pueden ser cambiadas. Dios no es ni masculino ni femenino. Lo divino está arraigado en el ser humano y viceversa. La Teología Feminista discute el paternalismo, la idea de esperar que Dios haga el acontecer. Es una expresión de la Teología de la Liberación. Nosotros estamos sacudiendo las ideas.
P: ¿Qué cambios provocó la Teología Feminista en la iglesia?
IG: Antiguamente la palabra hombre aparecía en los documentos de la iglesia con referencia a toda la humanidad. Hoy se leen expresiones como hermanos y hermanas ó Dios, que es padre y madre. Las mujeres no enseñaban teología y hoy hay muchas profesoras.
P: ¿Los protestantes están más adelantados que los católicos?
IG: Sí. Hay pastoras ordenadas y el espacio para la mujer es, cada vez, más amplio. Ellas conquistaron eso hace más de veinte años. El catolicismo se quedó atrás.
P: ¿Por qué?
IG: Las iglesias que se consideran originarias y más cercanas a Jesús, tienen dificultades para absorber el cambio debido al peso de la tradición. Es el caso de la Iglesia Ortodoxa Oriental y la Iglesia Católica Romana. Mientras que la Protestante comenzó en el siglo XVI con la Reforma, es una iglesia de modernidad, de contestación del catolicismo.
P: ¿Las posiciones tradicionales de la iglesia alejan a los teólogos del sacerdocio?
IG: Sí. Muchos teólogos seglares no aceptan la ordenación para disponer de un espacio de militancia y un pensamiento menos controlado.
P: ¿Por qué el catolicismo está perdiendo influencia en Brasil?
IG: Ya ni podemos decir que la mayoría de la población brasileña es católica. La mayoría es Pentescostal, de la Asamblea de Dios, de los Testigos de Jehová y de otras. No me atrevo a hablar del interior del país, que conozco muy poco, pero, en las grandes ciudades, el catolicismo ha dejado de ser la religión predominante. Esto se debe, en parte, al hecho de que el pentecostalismo tiene unos contenidos que responden a los anhelos de la población cada vez más necesitada y promete soluciones en esta vida. Este fenómeno está relacionado con la pobreza así como la crisis de las Comunidades Eclesiales de Base, CEB, lo está con la quiebra del proyecto político brasileño.
P: ¿Por qué las CEB están en crisis?
IG: Tenemos que situarlas en la coyuntura nacional. El Brasil atraviesa una crisis política, económica, social y de esperanza, que afecta a todos los movimientos sociales. Ninguno de ellos atraviesa esa crisis sin heridas. Los teóricos del movimiento popular tenían una gran expectativa en relación con las CEB, creían que sería el fermento de transformación de abajo hacia arriba, dentro de la iglesia. ¿Y qué pasó? La palabra socialismo, tan empleada en las luchas populares, cayó en desuso. Se acentuó un discurso utópico sin condiciones de ser realizado. A pesar de todas las posibilidades el pueblo votó por Collor. No creo ya en las CEB como único camino de liberación.
P: ¿Cuál es el camino?
IG: Existen grupos de mujeres y de ecologistas que dan contribuciones importantes luchando para disminuir el hambre y la miseria. Con o sin la iglesia estas personas van a construir las alternativas de futuro.
P: ¿Y la iglesia católica?
IG: Estamos en crisis; el catolicismo puede superarla como superó otras a través de los siglos. Un primer paso sería revisar las posiciones inflexibles que alejan a la iglesia de la vida y de los problemas reales de sus miembros.
(Fin de la entrevista de Veja)
III. La legalización del aborto vista desde el caleidoscopio social. Ivone Gebara, Camaragibe, 18 de octubre de 1993
La revista Veja me hizo una entrevista que publicó en su edición del 6 de octubre de 1993, con el título EL ABORTO NO ES PECADO. A pesar de haber concedido, libremente, esa entrevista quiero distinguir aquello que ha sido comprensión y redacción propia de los periodistas y mi posición personal. La entrevista fue desarrollada, informalmente, en tres momentos diferentes, incluso por una llamada telefónica internacional, dado que me encontraba fuera del país. Fue hecha por dos profesionales del periodismo, uno del Nordeste y uno del Sureste del país. Esta entrevista fue después re-organizada por él-ella y publicada antes de la fecha prevista, sin que yo tuviera oportunidad de revisar el texto. Por lo tanto, como cualquier entrevista en estas condiciones, ésta, también, tiene sus límites y distorsiones inevitables. A pesar de ello, la entrevista tuvo éxito y suscitó acaloradas discusiones, alguna solidarias y otras solicitando una rectificación pública de mi pensamiento.
Por ello, quiero, en este momento, reafirmar mis posiciones, no para que sean aceptadas sino, sólo, para ser discutidas en los límites de nuestra frágil democracia y libertad de pensamiento.
Desde hace muchos años la cuestión de la legalización del aborto ha sufrido un proceso de mutación impresionante, no sólo en la sociedad en general sino, también, en la iglesia. Tal como los espejos y el movimiento de las piedritas de colores del caleidoscopio social y religioso, así, también, se mueven los argumentos y las posiciones alrededor de esta difícil cuestión que suscita una diversidad inmensa de argumentos filosóficos, religiosos, psicológicos, políticos y jurídicos, no siempre con la participación directa de las mujeres.
Hoy día estoy en favor de la descriminalización (1) y de la legalización del aborto como una forma de disminución de la violencia contra la vida. Soy, también, consciente de los límites inherentes a esta posición, de las dificultades legales y otras, particularmente consecuencia del estado actual de casi quiebra de nuestras instituciones públicas.
La vida en un barrio marginal, el contacto con el sufrimiento de centenares de mujeres, sobre todo pobres, viviendo torturadas frente a sus problemas personales y de sobrevivencia, me da el respaldo suficiente para algunas afirmaciones que, en consecuencia, asumo. Trato la cuestión más bien a partir de las mujeres empobrecidas porque ellas son las mayores víctimas de esta situación trágica.
Independientemente de su legalización o su no legalización, independientemente de los principios de defensa de la vida, independientemente de los principios que rigen las religiones, el aborto ha sido practicado. Por lo tanto es un hecho clandestino, pero público y notorio. Según cifras difundidas por diversas instituciones de salud de Brasil, se calcula anualmente en millones los abortos clandestinos con un 10% de mortalidad materna. Tales espantosas cifras son indicativas de una problemática que necesita ser regulada. Es, pues, en primer lugar, deber del Estado garantizar un orden y legislar, constantemente, para que la vida de sus ciudadanos y ciudadanas sea respetaba. La legalización no significa la afirmación de bondad, de inocencia y menos aun de defensa incondicional y hasta superficial del aborto como hecho, sino apenas la posibilidad de humanizar y adecentar una práctica que es común. La legalización es, apenas, un aspecto coyunturalmente importante de un proceso más amplio de lucha contra una sociedad organizada sobre el aborto social de sus hijos y de sus hijas. Una sociedad que no tiene condiciones objetivas para dar empleo, salud, vivienda y escuelas, es una sociedad abortiva. Una sociedad que obliga a las mujeres a escoger entre permanecer en el trabajo o interrumpir un embarazo, es una sociedad abortiva. Una sociedad que continúa a permitir que se hagan test de gravidez (pruebas de embarazo) antes de admitir a la mujer a un empleo, es abortiva. Una sociedad que silencia la responsabilidad de los varones y sólo culpabiliza a las mujeres, irrespeta sus cuerpos y su historia, es una sociedad excluyente, machista y abortiva.
La descriminalización y legalización del aborto podrían, en esta lógica, hasta ser consideradas como un comportamiento en la línea de continuidad de la violencia institucional, una especie de respuesta violenta a una situación violenta. Podríamos hasta pensar en eso si los millones de abortos y muertes de mujeres no existieran de hecho. Como estos son hechos incontestables, legislarlos de manera lo más respetuosa posible, llega a ser una forma de disminuir la violencia contra las mujeres y la propia sociedad en su conjunto.
En esta línea de pensamiento concentrar la defensa del inocente sólo en el feto, como afirman algunas personas, es una forma de encubrir la matanza indiscriminada de poblaciones enteras, igualmente inocentes aunque en forma diferente, ya sean víctimas de guerra o de procesos económicos, políticos, militares o culturales vigentes en nuestra sociedad. Es también, más de una vez, una manera de no denunciar la muerte de miles de mujeres víctimas inocentes de un sistema que aliena sus cuerpos y las castiga sin piedad, culpabilizándoles e impidiéndoles de tomar una decisión adecuada a sus condiciones reales. La concentración de la culpa del aborto en la mujer y la criminalización de este hecho, es una forma de encubrir nuestra responsabilidad colectiva y nuestro miedo de asumirla públicamente.
En esta perspectiva, para mí como cristiana, defender la descriminalización y reglamentación del aborto, no significa negar las enseñanzas tradicionales del Evangelio de Jesús y de la iglesia, sino acogerlas frente a la paradoja de nuestra historia humana como una forma actual de disminución de la violencia contra la vida.
No siempre los principios cristianos u otros, resisten frente a los imperativos de la vida concreta, imperativos que nos hacen más maleables, más misericordiosos(as), más comprensivos(as) y convencidos(as) de que la ley es para nosotros los humanos y no nosotros los humanos para la ley; que la ley debe ayudar nuestra debilidad, especialmente cuando nuestra libertad es aplastada por estructuras injustas que mal permiten la realización de actos libres y plenamente humanos.
Hoy día es necesaria, y urgente, la discusión abierta y plural, en busca de un consenso a partir del bien común, la búsqueda ética en defensa de todas las vidas humanas. Y, en este diálogo plural, es responsabilidad del Estado, en su inalienable autonomía, llegar a un consenso en vista de un orden justo que garantice, por medio de las leyes, la vida de sus ciudadanos y ciudadanas, y ponga límites a una situación caótica provocada por la práctica del aborto clandestino.
Mi posición frente a la descriminalización y la legalización del aborto como ciudadana cristiana y miembra de una comunidad religiosa es una forma de denunciar el mal, la violencia institucionalizada, el abuso y la hipocresía que nos envuelven, es una apuesta por la vida, es pues en defensa de la vida.
—
(1) Las palabras descriminalizado o descriminalización, que significan quitarle su condición de crimen a algo, no existen en los diccionarios de la lengua española, por lo tanto, son neologismos. También son neologismos, en portugués, las palabras descriminalizado, descriminalizaçao o similares, usadas por Ivone, y por medios de comunicación de masas cuando, por ejemplo, hablan de legalizar la droga.
Remitido: Atención de Gladys Parentelli
29 Jun 2011 1 comentario
en Ecofeminismo
Ivone Gebara
Traducido por Rosa Ciancio, 25-07-1995
Revisado por Gladys Parentelli, Diciembre de 1995
Este ensayo es una adaptación de la traducción al español, hecha por Rosa Ciancio, del libro Trindade. Palavra sobre coisas velhas e novas. Uma perspectiva ecofeminista. Sâo Paulo; Paulinas, 1994
Nota: En el original siempre se encuentra el doble género, por ejemplo: misma(o)s. Lo que, en general, en honor a la linguista Viki Ferrara fue evitado, se puso la palabra solo en femenino, o sea se excluye al género masculino, lo contrario de la costumbre patriarcal.
«Un ser humano es una parte del todo que llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Él se concibe a sí mismo, a sus ideas y sentimientos como algo separado de todo el resto. Es como si fuera una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esta ilusión es un tipo de prisión que restringe nuestros deseos personales y reserva nuestro afecto para unas pocas personas cercanas a nosotros. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión de manera de abarcar a todas las criaturas vivas y a toda la naturaleza en su belleza.»
Albert Einstein (citado por Peter Russel, «O despertar da terra. O cérebro global», p. 172, Ed. Cultrix, Sâo Paulo, 1991)
Introducción
Cuando oímos la palabra Trinidad, inmediatamente la asociamos con un misterio insondable que hace parte de nuestra fe pero al cual tenemos un difícil acceso. Nos han explicado que nuestro Dios es Trinidad superando toda soledad y aislamiento y que la Trinidad se refiere a la comunión divina entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, una comunión muy bonita y perfecta que tenemos que imitar en nuestras relaciones. Hoy día esta imitación parece ser cada día más difícil e incomprensible visto que esta comunión parece tener lugar tan lejos de nosotros, tan distante de nuestra carne, de nuestras preocupaciones y límites y, sobre todo, se trata de una comunión entre personas espirituales, perfectas, en fin, una comunión divina.
Por ello, para muchas personas, el tema de la Trinidad no tiene interés alguno. Hace parte de aquellas reliquias de las cuales hemos oído hablar que, sin embargo, poco se articulan con la vida de cada día. Quizá, todavía, sirva a las personas religiosas que tienen garantizadas sus necesidades básicas y que pueden darse el lujo de pensar en esas cosas. El mundo de estas personas puede comportar esta búsqueda de perfección y, también, discursos que hablan de misterios insondables y de cosas del otro mundo.
Pensar en la Trinidad sería algo superfluo, que no amerita una reflexión frente a los clamores de tantas personas amenazadas por el hambre, por el sufrimiento, por el desempleo, por la guerra, por la falta de sentido de la vida. La Trinidad nada tiene que ver con el abandono de los niños, con la falta de tierra, con la opresión de las mujeres, con la exclusión de los indígenas y de los negros, con el exterminio de niños y jóvenes.
En cierto sentido, las personas que expresan su falta de interés en reflexionar acerca de la Trinidad tienen razón, sobre todo al encontrarnos con discursos tradicionales herméticos y tan alejados de nuestra cotidianidad, discursos que ni ayudan a sobrevivir ni, tampoco, a tejer una espiritualidad que sustente y anime nuestra existencia. En efecto, son discursos nacidos en otras épocas y que, sin duda, reflejan las preguntas y respuestas adecuadas a otras épocas y situaciones.
A pesar de las dificultades en relación a la comprensión tradicional de la Trinidad, encontramos, también, mucha gente que se contenta con las cosas antiguas de la religión que les han sido trasmitidas y, hasta, temen formular preguntas críticas a su propia fe para evitarse el trabajo de desordenar y volver a ordenar su casa interior. Estas personas adhieren a una tradición y la tratan como un absoluto, sin reflexionar acerca de los cambios históricos y los cambios que son necesarios a la expresión propia de nuestra fe. A menudo identifican lo esencial de la fe cristiana con las expresiones culturales y religiosas que nos fueron trasmitidas.
Sé que estas personas tendrán mucha dificultad para aceptar una reflexión diferente. Por esto no escribo prioritariamente para ellas, sino para personas sedientas de una nueva comprensión del mundo, de la historia, de la humanidad y, en ella, de los valores cristianos. Escribo para las personas que viven un cierto malestar hacia las cosas de la religión patriarcal tradicional y buscan una nueva espiritualidad más adecuada a la situación actual de la humanidad, más cercana a las preguntas que se formulan y a las situaciones concretas del mundo en que vivimos.
Mi tarea no es fácil, sin embargo, es un desafío y, al mismo tiempo, es muy agradable. Trataré de utilizar un estilo coloquial directo como si estuviera conversando ustedes. Trataré de adivinar las preguntas que ustedes me plantearían si estuvieran cerca mío y de ayudarlas a abrir brechas dentro de sí mismas para que podamos pensar sin miedos, sin censura interior con relación a sí mismos. No tengamos miedo… es algo que, con frecuencia, encontramos en el Evangelio de Jesús. Hay un miedo real que se expresa de diversas formas y en diferentes aspectos de nuestra vida. Entre estos miedos existe el de atreverse a pensar, de plantear preguntas, de dudar de ciertas respuestas, de sospechar acerca de lo que nos enseñaron y que es propuesto como la verdad. Muchas veces las instituciones religiosas nos crearon ese miedo y aprisionaron nuestra capacidad de pensar críticamente las cosas de nuestra fe.
Quiero invitarlas a atreverse a pensar, en especial en este momento decisivo de nuestra historia, tan repleto de preguntas difíciles, momento de crisis de las instituciones y cuando, lo que parece absurdo, está en juego la misma posibilidad de que la Vida sobreviva. Por esto, la perspectiva que asumo es una perspectiva ecofeminista. Me gustaría, en términos prácticos y resumidos, mostrar la necesidad de recuperar, para nuestra reflexión, unas dimensiones más globales de vida, dimensiones que tienen relación con lo que la Tierra y el Cosmos nos dicen de ellos mismos, y dimensiones que las mujeres expresan, vehementemente, en lo que concierne la propia dignidad de su ser y de la humanidad como un todo. El ecofeminismo no será desarrollado como una teoría acerca de la ecología feminista sino que aparecerá en todo mi texto, como una especie de línea previa a partir de la cual se construye la reflexión. En las conclusiones ustedes podrán constatar si esto fue así.
Capítulo 1:
¿A qué experiencia humana corresponde el discurso acerca de la Trinidad?
1.1. La maravilla que es el ser humano
Antes de hablar de la Trinidad me gustaría hablarles un poco acerca de la maravilla que es el ser humano. El ser humano es el fruto de un largo proceso de evolución de la propia vida. La vida evolucionó durante miles de años antes de crear esa especie a la que pertenecemos y que llamamos humana. La vida sigue siendo creada en nosotras se desarrolla, se desdobla, se revela en diferentes grupos culturales, en diferentes sistemas económicos, políticos, sociales y culturales. La vida hace surgir al ser humano desde el interior de la propia evolución creadora de la Tierra y el Cosmos.
Por su parte, el ser humano continúa en sí mismo, y en sus obras, la propia expresión creadora de la Vida. Nos recreamos en la misma evolución creadora de la vida. A este nivel tenemos, también, que incluir nuestra capacidad reflexiva, de amar, nuestra capacidad ética y todas las otras capacidades que nos caracterizan.
Por ello, no podemos tener temor de afirmar que todo lo que producimos como conocimiento, como arte, como relaciones, aún lo destructivo o alienante, es una tentativa nuestra de comprendernos, de transformarnos y de adecuarnos, de la mejor manera posible, a las interrogantes que la misma vida nos lanza. En último análisis, estas preguntas son las mismas situaciones en las que nos encontramos a lo largo de nuestra historia personal y colectiva.
Nuestro aprendizaje vital, articulado con el conjunto de la naturaleza, ha permitido que gradualmente respondamos, por ejemplo, al reto que un río nos lanza como separación entre un lugar y otro. Y fuimos capaces de construir puentes. Aprendimos a observar atentamente nuestra existencia humana, la vida de los insectos, de los animales y las plantas y, en todo ello, descubrimos caminos para vivir y desarrollar nuestra creatividad y para adecuarnos a los retos en cada situación.
Nuestro aprendizaje vital nos hace descubrir las causas sociales de la pobreza económica de nuestros pueblos, nos hace elaborar hipótesis explicativas e interpretaciones de la historia, así como organizar acciones concretas.
Nuestro aprendizaje vital nos hace cultivar en nosotras la admiración ante el orden de todo lo que existe y nos hace hablar de divinidades ordenadoras o creadoras, así como de espíritus protectores. Nos hace percibir también el enigma del mal, de la injusticia, del odio, de la impunidad humana y nos hace hablar de demonios e infierno. Y este proceso, bien conocido por nosotras continúa a desdoblarse en diversas formas, según las culturas, los contextos y las épocas.
La vida que está en nosotras es, a su vez, recreada continuamente a partir de nosotras mismas. La cultura humana en sus múltiples expresiones artísticas o literarias, es testigo de nuestra impresionante creatividad. Ésta también se da en los reinos vegetal y animal bajo formas diferentes, a pesar de que nos enseñaron que esos reinos serían pocos creativos.
Pensamos así porque siempre nos referimos a la creatividad humana y, a partir de ella, juzgamos todo lo que existe. Sería bueno que la gente se detuviera a pensar en la creatividad que posee una semilla de naranja, en la memoria inscripta en esa semilla, en su capacidad de desarrollarse, si las condiciones son propicias, en su capacidad de adaptarse a diferentes tipos de suelo y a situaciones diferentes, de transformarse en árbol, de dar flores, frutos y semillas. Su creatividad no posee las mismas características de la humana, ni tampoco su complejidad, pero no deja de participar de la maravillosa y continua creatividad del Universo.
No es mi objetivo reflexionar acerca de la energía vital presente en las plantas, animales y en todo el Universo. Sin embargo, es importante recordar que todos esos seres son habitados por la misma energía vital que se desdobla en distintas y originales formas.
Ahora bien, en esta perspectiva me gustaría explicarles qué es el ser humano, quien no sólo creó formas para adecuarse mejor a las condiciones del medio ambiente, sino que, además, creó sus propias creencias, sus mitos acerca del universo y de lo humano, sus liturgias, sus celebraciones y sus organizaciones. Lo que trato de decir, concretamente, es que el ser humano no inventó en un día la existencia de un ser superior o la divinidad de la Tierra o del Sol. Estas afirmaciones nacidas de los diferentes pueblos, son fruto de una gradual evolución en que, poco a poco, los seres humanos fueron organizando, de manera reflexiva el sentido de su vida, fueron respondiendo, de manera provisoria, a las preguntas acerca de su origen, fueron organizando, también, el sentido de sus miedos, dándoles orientaciones y explicaciones, fueron buscando la causalidad de todas las cosas, ensayando hipótesis, confirmando unas y rechazando las otras.
La semilla plantada en la tierra sufre múltiples procesos de transformación, de mutación de vida y de muerte, hasta aparecer en la superficie. Y, cuando la gente descubre que la semilla se ha vuelto una plantita, no piensa en todo el arduo proceso vivido en las entrañas de la tierra, en las entrañas mismas de la semilla, y en todas las múltiples interacciones de todas las fuerzas de la naturaleza. Lo mismo sucede con el ser humano. La cosas que producimos, aún las más preciosas y sublimes, como nuestras creencias religiosas, salieron de un largo proceso de maduración, en el cual, siempre estaban presentes las respuestas a nuestras necesidades del momento. Nuestra extraordinaria creatividad fue capaz de producir significados que pudieron ayudarnos a vivir una u otra situación. Y estos significados no son realidades estáticas, sino que hacen parte del dinamismo de la vida y, por ello, también, necesariamente cambian, se transforman para responder a los llamados de la vida y adecuarse a las nuevas situaciones que enfrentamos.
Lo importante para dar el paso siguiente en nuestra reflexión, es tener claro que los significados humanos de los asuntos humanos nacen de nosotras mismas, igual que los significados humanos de todo el universo. Somos nosotras mismas, que construimos nuestras interpretaciones, nuestra ciencia, nuestra sabiduría y conocimientos. Nosotras mismas hoy afirmamos algo y, mañana, rectificamos nuestra anterior afirmación.
Nosotras mismas expresamos una imagen de Dios guerrero-vengador o una imagen de Dios tierno y compasivo. Somos nosotras, a través de nuestras antepasadas y tradiciones, quienes expresamos la Trinidad como tres personas distintas en un solo Dios y podemos expresarlo de otro modo según las nuevas percepciones que tengamos.
Somos seres que necesitamos sentido, somos como habitantes de un continente llamado sentido, sólo que este continente está formado sustancialmente por construcciones, por interpretaciones nacidas de nosotros mismos. Como dijo, en algún lugar, mi amigo el poeta Rubem Alves la gente teje las redes en las cuales se enreda.
Esta es la maravilla humana, maravilla que debe ser re-situada y valorada en el conjunto del Universo del cual somos parte. Por ello, tenemos que, poco a poco, tratar de superar la tendencia, tan presente en nosotros, de que solo aquello que viene de un Ser superior que está encima de nosotros, puede ser bueno, o hasta que todo lo que existe o sucede nos viene de un Ser superior todopoderoso. Esta tendencia nos viene de una visión jerarquizada y teocentrica (Dios Padre-Creador) de comprender el mundo, propia del mundo antiguo y medieval que subsiste, hasta hoy día, en las diferentes interpretaciones cristianas de la Historia y de la Teología.
La concepción jerarquizada del mundo, concepción que llamamos patriarcal, porque toma al patriarca o la figura masculina como principio organizativo y controlador de la sociedad, necesita poco a poco, ser superada para comprender lo humano y todas las otras variadas expresiones de la Vida.
Este esfuerzo ha sido bandera de lucha de muchas mujeres participantes en el movimiento feminista, en el movimiento ecológico, en los movimientos de indígenas, así como de muchos científicos de las más diversas especialidades de todo el mundo.
1.2. La maravilla humana y la Trinidad
En la perspectiva que ya hemos expuesto acerca de la Trinidad, hablando de las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cada vez más, esto me resulta una abstracción, es decir un discurso en el cual la gente da vueltas alrededor de una idea puramente imaginaria, que no nos lleva muy lejos. Limitar la Trinidad sólo a la expresión cristiana es olvidar los miles de años anteriores de historia humana.
Casi siempre, nuestra tentación consiste en repetir, con algunas variantes, lo que ha sido dicho o aprendido, como si ese discurso acerca de Dios que, sin duda, fue útil durante siglos, no pueda cambiar hoy día frente a los nuevos desafíos que la historia nos lanza. La experiencia humana respecto a Dios no comenzó con la elaboración teológica acerca del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ella es mucho más amplia y esta amplitud debe penetrar muy intensamente las fibras de nuestro ser.
Nosotras atamos, a lo largo de nuestra historia, el símbolo de la Trinidad al mundo cristiano y lo identificamos con el único Dios verdadero tanto en el contenido como en la expresión.
Es bueno recordar que otros credos religiosos utilizan símbolos trinitarios, por ejemplo, los antiguos celtas que reconocen tanto el aspecto masculino como el femenino de Dios. La imagen femenina de Dios es una Trinidad simbolizada por tres mujeres que representan, cada una, aspectos esenciales de toda vida humana. (1)
Trinidad, o Padre, Hijo y Espíritu Santo, son como códigos cerrados que necesitan ser abiertos y traducidos nuevamente. Son símbolos que se refieren a experiencias de vida que fueron, sin embargo, olvidadas como símbolos, y dogmatizadas dentro de una teoría más o menos hermética, cerrada y eminentemente masculina. Al hablar de códigos cerrados quiero decir que ellos no nos remiten directamente al mundo de nuestra experiencia inmediata sino que exigen, de nuestra parte, un esfuerzo de interpretación y comprensión. Es como cuando alguien utiliza una palabra cuyo significado desconocemos porque no está presente en nuestra experiencia cotidiana. Entonces, necesitamos descubrir lo que ella significa, a qué se refiere, de qué experiencia habla. De esa forma abrimos el código, penetramos en su sentido y captamos lo que nos quiere decir. Abrimos el código tal como abrimos un sobre bien cerrado y conseguimos, al fin, leer el mensaje que guarda.
En palabras de la teóloga estadounidense Sandra Schneiders (2), nuestra imaginación religiosa necesita una verdadera terapia porque redujo la Trinidad a un hombre viejo, a un hombre joven y a un pájaro. Dentro de esa ironía androcéntrica, Schneiders quiere recuperar una experiencia más amplia de Dios, en la cual las metáforas que utilizamos sean vistas como expresiones limitadas y contextualizadas de lo que vivenciamos. El símbolo o la metáfora intentan expresar lo que vivimos, lo que experimentamos sólo por aproximación. Lo vivido es siempre mayor que lo dicho o que la imagen que de ello tenemos.
Si las palabras Padre, Hijo y Espíritu Santo son símbolos necesitan ser decodificados, necesitan una comprensión siempre cambiante para que aparezca su extraordinaria riqueza. Es necesario captar cuál es la experiencia fundamental que subyace, que sustenta la afirmación cristiana de que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es más, es necesario preguntarnos si esta expresión es la más adecuada, la más cercana a lo que vivimos y a lo que experimentamos como divino.
Puede suceder, como ya sucedió en la historia humana, que sean necesarios unos cambios y que, probablemente, se elaboren nuevos enfoques de la realidad misteriosa que nos constituye. Este enfoque crítico no significa la negación de nuestro pasado cristiano el cual, a pesar de los límites inherentes a toda existencia humana, y a la vida en general, trató de crear relaciones de justicia, de amor y de misericordia entre las personas y los pueblos. Según una profunda intuición de Rosemary R. Ruether (3) el problema parece centrarse en las raíces culturales de la sociedad occidental, en particular en las culturas que se construyeron alrededor de una figura monoteísta masculina de Dios y de su relación de Creador del Cosmos y de todo lo que existe. Esta imagen, según Ruether, reforzó simbólicamente las relaciones de dominación del hombre con relación a las mujeres, a los esclavos, a los animales y a la tierra.
Según los sociólogos (4) con el número tres nace la vida social y con ella la posibilidad de la sociología, la ciencia de los fenómenos sociales. El número tres es un indicador de la pluralidad, símbolo de la riqueza inagotable y de la múltiple universalidad que caracteriza la vida. El número tres es una convención que indica que somos muchos, que la vida es múltiple e impresionantemente diversificada. Y es en la exuberancia de la multiplicidad que podemos captar lo que llamamos creatividad. Si todo fuera igual, estático, fijo, no podríamos hablar de creatividad, de cambio, de evolución.
Cuando hablamos de experiencia estamos refiriéndonos a un terreno más conocido, más al alcance de nuestra observación cotidiana.
Podemos experimentar esa diversidad en nuestra vida. No existe ninguna flor igual a otra, ningún animal igual a otro, ningún ser humano igual a otro, ni tampoco un comportamiento igual a otro. Somos semejantes, sin duda, pero cada persona conserva su marca propia, su originalidad, su disposición única de ser y de sentir al mundo.
Esta percepción de la multiplicidad de las cosas es tan antigua como el ser humano y ha sido bien analizada por los filósofos griegos, los llamados pre-socráticos del siglo VI antes de Cristo. Ellos estaban impresionados frente a la diversidad y el dinamismo de todas las cosas y buscaban medios para entender esta realidad que parecía caracterizar a todos los seres. Por ejemplo, Heráclito de Efeso, impresionado por el flujo incesante de todas las cosas y del propio sujeto que conoce, había afirmado que descendemos o no descendemos en un mismo río, nosotros mismos somos y no somos (Fragmento 49) (5)
Mi pregunta acerca de la Trinidad se refiere, en primer lugar, a la experiencia humana. Me pregunto: ¿Qué fe o qué experiencia humana concreta me lleva a hablar de la Trinidad? En otros términos, ¿a qué tipo de experiencia corresponde la Trinidad?
Podríamos decir, en el caso de nuestra experiencia religiosa que, muchas veces, o no tenemos palabras adecuadas para expresarlas o, sencillamente, las vivimos utilizando las expresiones tradicionales aprendidas que nos da miedo abandonar.
Identificamos esas expresiones con nuestra propia fe, sin comprender que el lenguaje de la fe exige también una adecuación al lenguaje actual y, sobre todo, a nuestras vivencias actuales. Utilizamos un lenguaje de cierta forma abstracto, que nada tiene que ver con las cosas de todos los días, como si la experiencia religiosa tuviera que expresarse siempre con un lenguaje hermético como el que utilizan los científicos.
Pienso que el gran desafío que se nos presenta hoy, sobre todo a nosotras mujeres, es de comprender existencialmente lo que afirmamos o, en otras palabras, el desafío de expresarnos en forma simple, accesible y nuestra, acerca de aquellas experiencias que son realmente significativas en nuestra vida. No podemos seguir teniendo miedo de hablar a partir de nosotras, de nuestra racionalidad y de nuestra experiencia. Es en ella, que se expresa nuestra fe, es en ella que aparecen nuestros amores, nuestros compromisos, nuestra solidaridad. La fe podría sintetizarse en los valores fundamentales que mantienen la vida, valores sobre los cuales apostamos, valores que, en la experiencia de Jesús y de su movimiento socio-religioso se traducen en comportamientos de solidaridad con los pobres, de defensa de la vida frente a las múltiples amenazas, de denuncia de la opresión, de compartir, de perdón, de misericordia, de alabanza. Son comportamientos que podrían ser llamados experiencia de resurrección, experiencia de restitución de la vida en todos los sentidos que esta expresión puede tener.
Leonardo Boff, en su libro La Trinidad, la sociedad y la liberación, publicado en 1986 (6) ensaya un camino teológico que parte de la comunidad humana para hablar de la Trinidad. Conserva la teología clásica de la Trinidad, en lo esencial, e introduce nuevos elementos como la dimensión femenina en la propia realidad trinitaria.
Mi objetivo es, más bien, de orden práctico, pastoral y, sobre todo ecofeminista. Con ustedes, quiero interrogarme acerca de lo que experimentamos hoy y qué nos lleva a hablar de la Trinidad.
Sabemos que, aunque en el medio popular, haya alguna expresión religiosa relativa a la Trinidad, no se puede decir que en la religiosidad popular haya una comprensión y devoción especial hacia ella. Se hace continuamente la señal de la cruz, señal trinitaria, pero no hay una reflexión propiamente trinitaria. Es como una especie de costumbre compulsiva que lleva a la gente a hacer la señal de la cruz como signo de protección en ciertas situaciones particulares, como por ejemplo, al pasar frente a una iglesia, al acercarnos a un difunto o cuando nos sentimos en peligro, etc.
Me gustaría que nos basemos en nuestra propia experiencia y, a partir de ella, nos interroguemos acerca de lo que significa existencialmente para mí la relación con la Trinidad o acerca de lo que es mi experiencia trinitaria. Y si esa experiencia es hecha tanto por intelectuales y religiosos cuanto por las empobrecidas, aunque la explicitaran de modo diferente.
Entrar en la sociedad significa salir de la vida intrauterina de ósmosis con la madre, en una especie de dualidad unificada, y, consecuentemente, enfrentar un mundo diferente, lleno de diferencias, en el cual cada una de nosotras es una entre tantas. Nuestra primera experiencia histórica es, pues, de multiplicidad, de conflicto con las diferencias, de búsqueda de adaptación con las personas que son irreductibles a mi propio yo. Y esta experiencia está profundamente marcada por el sufrimiento, por el dolor de la diferencia, por la competencia, por la lucha por la sobrevivencia, por el deseo de tener lo que los otros tienen, por la máscara que se va construyendo en las relaciones humanas y que levanta barreras de todo tipo. Ésa es nuestra experiencia. Y es, precisamente a partir de ella, que el ser humano piensa en Dios como Diferente, lo imagina como Superior a esa relatividad que nos constituye. Es porque experimentamos el pluralismo en el dolor, en la división interior, en el miedo, en el sufrimiento y en las precarias alegrías, que buscamos a un Dios Uno que supere esa precariedad que nos caracteriza, que unifique en su propio Ser toda esa diversidad que nos constituye. Imaginamos que ese Uno no está sujeto a nuestros dolorosos límites.
Es por el hecho de percibirnos, que Dios es Dios para nosotras, o a partir de nosotras, que en la experiencia cristiana, como en otras experiencias religiosas, se habla de Trinidad o de las triades divinas. La Trinidad es una expresión de la historia, de la trágica y desafiante historia humana, pero es una Trinidad unificada como si en esa unidad expresáramos el deseo de armonía y comunicación con todo lo que existe. Comunión a la cual aspiramos en medio de las lágrimas y las experiencias de dolor y sufrimiento, como si esa Trinidad Santa de la cual hablamos fuera la expresión de un mundo plural transformado, armónico, en el cual se supere todo sufrimiento o dolor, en el cual se superen separaciones y divisiones, en el cual toda lágrima sea enjugada y finalmente Dios, es decir, el Uno, el Amor será todo en todas.
La Trinidad comporta la multiplicidad y el deseo de unidad, en un mismo y único movimiento, como si fuesen momentos de una misma respiración. La Trinidad es el nombre que damos a nosotras mismas, nombre que es síntesis de la percepción de nuestra propia existencia. Trinidad es un lenguaje que construimos para tratar de expresar esa conciencia de ser multitud y al mismo tiempo unidad. Es la palabra que indica nuestro común origen, nuestra común materia, nuestra común respiración universal dentro de nuestra inmensa diversidad que hace de cada una de nosotras, una obra original y única, un camino dentro del gran camino de la vida. Trinidad es sólo una palabra sobre nosotras mismas, sobre lo que conocemos, sobre lo que experimentamos en nuestra carne, en nuestra historia.
La tela de la experiencia trinitaria y del lenguaje que trata de explicarla nace en nuestras entrañas, como la tela de una araña… Pero a diferencia de la araña, hemos sido habituadas por la sociedad patriarcal a creer que la tela no viene de nosotras sino que existe por sí misma, apenas fuera de nosotras, y que fue ella misma que nos reveló su íntima constitución. Decir lo contrario, sería decir que nos asemejamos a arañas que tejen sus telas y descansan en ellas, parece blasfemia, traición, disminución del misterio de Dios, porque eso acarrearía una especie de autonomía por la cual podrían culpabilizarnos, o pero aún, por la cual nosotras mismas nos sentiríamos culpables. Decir que somos con todo el universo, en opinión de muchas personas sería caer en el panteísmo, tan negativamente pintado, y maldito, en nuestras tradiciones religiosas. No somos Dios, dicen con vehemencia, y el mundo no es Dios. No perciben que existimos en ese gran Misterio Divino explicitado o manifestado en múltiples facetas y que, lo que conocemos, es sólo lo que experimentamos e intentamos interpretar buscando el significado.
Algunas personas todavía admiten hablar de la Trinidad a partir de la experiencia de Jesús que clamaba Abba Padre, que decía que él y el Padre eran uno y que prometió enviarnos al Espíritu Santo. Sin embargo, podríamos preguntar: ¿A qué experiencia de Jesús correspondía ese lenguaje? ¿Qué experimentaba él para decir lo que dijo? ¿Qué experimentaban sus discípulos, o los redactores de los evangelios, para expresar por escrito lo que dijeron? Es difícil saberlo… de esas experiencias sólo tenemos múltiples y variadas hipótesis e interpretaciones. Por ello, necesitamos acoger esta insegura realidad en relación a las experiencias hechas por Jesús y en relación a nuestros discursos acerca de ella. Lo que, seguramente, más conocemos de Jesús fueron sus actitudes de misericordia, su compasión frente a los sufrimientos humanos, las vías que propuso para que seamos hermanas. Por lo tanto, se trata de una experiencia humana concreta y no de hipótesis dogmáticas acerca de sus creencias metafísicas, que servirán para alimentar herejías o largas querellas teológicas.
En ese sentido, no basta escudarnos en la experiencia de Jesús para hablar de la Trinidad. Es necesario que nos escudemos sobre nuestra propia experiencia, sobre nuestra historia personal y colectiva, sobre los valores de los que no desistimos, sobre nuestra ternura y compasión.
Capítulo 2: El lenguaje religioso y su cristalización en las instituciones religiosas
2.1. Trinidad y lenguaje.
En la primera parte de nuestra reflexión señalé el hecho que la Trinidad es, también, un lenguaje o una forma de expresar nuestra experiencia interna y externa de multiplicidad y unidad que nos caracterizan.
Decir que la Trinidad es, también, un lenguaje significa que a través de ella expresamos nuestra experiencia plural de la Trascendencia a partir de nuestras diferentes culturas y expresiones. La Trinidad es algo presente en diferentes credos religiosos, expresado en formas culturales distintas pero abarcando ese mismo contenido de multiplicidad y unidad.
A partir de nuestra formación religiosa no siempre fuimos iniciadas al respeto del pluralismo y a la percepción de las semejanzas en las diferentes experiencias.
Sucede que el mundo de la religión, en sus instancias organizativas, es un mundo que busca la estabilidad, que trata de fortalecerse con la adhesión de sus adeptos y que trata de imponerse utilizando un poder denominado espiritual. Le teme al movimiento, a la verdadera relatividad de las cosas, a su fragilidad, a su limitación, al cambio inherente a los procesos vitales.
El mundo de la religión patriarcal volvió el lenguaje simbólico (que expresa lo que hay de más profundo en el ser humano) nada más que un lenguaje simbólico, musical, poético, aproximativo, de sueños, de deseos profundos, pero lo cristalizó y pasó a creer y trasmitir la creencia de que lo que es dicho existe tal cual.
De este modo, el poder religioso pasa a condenar o a elegir quienes son fieles o infieles a las entidades y-o discursos por el lenguaje. Culpabiliza, angustia y atormenta a las que comienzan a decidirse por la vida, por su apasionante riqueza y mutación, por la impresionante relación entre todas las cosas.
En el mundo de la religión patriarcal olvidamos la riqueza de los símbolos y adherimos a conceptos bien definidos.
Somos esclavas del lenguaje, en especial del lenguaje religioso consagrado, como siendo aquel al cual todas debemos adherir para ser fieles a la voluntad de Dios. Considero que cada vez que actuamos de manera sumisa, nos alejamos del dinámico sentido de la Trinidad. Caemos en una especie de monismo cerrado, de dominación de un Absoluto, que desconoce la condición de la Tierra, de la historia y de la incansable libertad humana. Desgraciadamente, a lo largo de la historia cristiana, nuestra fe en la Trinidad ha sido apenas una fe en tres entidades fijas, tres personas que a pesar de comunicarse conservan su propia independencia abstracta y su inmenso poder sobre nosotras.
La Trinidad fue enseñada como un Absoluto, lo Totalmente Diferente de nosotras, lo Superior, lo Independiente. Tal enseñanza es, sin lugar a dudas, fruto de una concepción dualista del mundo y del ser humano, muy presente en la teología cristiana tradicional, especialmente en la catequesis.
Actualmente, para recuperar el dinamismo de la Trinidad tendremos que recuperar el dinamismo propio de nuestra existencia, aun con el riesgo de no lograr, ya, formular nuestros discursos en forma clara y precisa.
El gran desafío es aceptar la inseguridad del discurso acerca de la realidad y acoger la seguridad que nos viene del hoy, de la vida cotidiana, de nuestra propia experiencia, de nuestras interrogantes y de aquella frase sabia del mundo judío que afirma que a cada día le basta su labor.
Muchas veces, nuestra angustia se origina en el hecho de olvidarnos del hoy y tratar de resolver los asuntos de mañana, de angustiarnos más por el miedo de pensarnos diferentes que por los desafíos del presente. Para sentirnos seguras y vencer el miedo a nosotras mismas buscamos una forma de ajustarnos a las doctrinas antiguas aún si no nos sentimos bien ni con su forma, ni con su contenido. Preferimos la estabilidad de las creencias tradicionales pensando que ellas pueden continuar como siempre fueron, a pesar de que el mundo se debate en conflictos, en cambios diarios, o en desafíos a los cuales mal podemos responder.
Por lo tanto, la Trinidad no significa tres personas distintas viviendo en un cielo que no sabemos localizar. No son tres personas como nosotras somos personas distintas unas de otras. Padre, Hijo y Espíritu Santo no son sustancia divina por oposición a la sustancia humana, sino Relaciones, es decir relaciones experimentadas por las personas humanas y expresadas de forma tal vez antropomórfica, pero metafórica y no metafísica. Podemos decir, en términos sencillos, que el amor es una relación, pero no captamos la persona del amor o algo que se llama amor. Si decimos que el amor es ser, estaríamos al nivel de la metafísica, del discurso filosófico acerca de los seres en sí mismos y tendríamos, entonces, que dejar de hablar metafóricamente, simbólicamente, del amor.
Si, por casualidad, decimos a una persona: tú eres un amor, ello significa que la relación con ella es tierna, bondadosa, que sus acciones evidencian solidaridad, servicio, disponibilidad, etc.
Por ello, necesitamos reafirmar que la Trinidad es una expresión del Misterio múltiple y uno, que nos envuelve, nos constituye y del cual participamos sin cesar. Tenemos que superar el mecanicismo idealista a través del cual nos acostumbramos a hablar de la Trinidad como si ésta fuera una especie de ser o máquina que funciona independiente de nosotras. Tenemos que entrar en una nueva comprensión de nuestra realidad personal y, a partir de ella, percibiremos cómo personalizamos todas nuestras relaciones, todos nuestros contactos, todos nuestros discursos, incluso con las cosas y con los animales. Nosotros somos personas que volvemos el mundo personal.
Nosotros somos personas que volvemos a Dios persona, en cierta forma, a nuestra imagen y semejanza. Hablar así no es herejía ni una falta de respeto a la Transcendencia, sino una forma de aproximarnos más al propio misterio de la vida, al extraordinario misterio humano, de reconocer su poder en nosotros, su fuerza creativa capaz de transformarnos y transformar todas las cosas. Hablar así no es una gran novedad, como algunos podrían pensar, sino volver a la antigua forma de las místicas, de aquellas que se negaban a hablar de Dios como algo, como un ser en sí, como persona, sino que callaban confundidos ante el misterio que nos constituye y envuelve todo lo que existe.
2.2. Trinidad: Padre, Hijo, Espíritu Santo.
Como hemos dicho la Trinidad es símbolo, metáfora, es decir una imagen que sugiere alguna otra cosa, más de lo que el lenguaje literal es capaz de proporcionar. La metáfora remite a algo que denominaríamos trascendente, es decir, que está más allá de aquello que se dice. Así, por ejemplo, cuando digo Padre, Hijo y Espíritu Santo no me refiero a tres personas distintas viviendo en una esfera celestial, sino que ello hace parte de un lenguaje metafórico, como antes expliqué. A partir del lenguaje simbólico y de sus imágenes, y considerando los límites de toda imagen, quiero indicar que la fuente de vida está en todas nosotras, que ella es nuestro origen y habitación común (Padre-Madre), que, por lo tanto, somos hijas de esa misma fuente y es a través de esa misma fuente relacional, energética, que todos nos relacionamos con todo lo que existe (Espíritu) que somos capaces de ser solidarias, misericordiosas, tiernas, apasionadas, deslumbradas, justas, ante la maravilla que nos constituye.
Los siglos de catequesis cristiana a pesar de los beneficios innegables que proporcionaron, fueron cristalizándose, endureciéndose, hasta esclerotizando las experiencias religiosas y su correspondiente lenguaje simbólico. Cristalizar algo es volverlo duro, difícil de remover, protegido de los cambios y hasta distante de nuestra experiencia actual. Ahora bien, fue este proceso de cristalización, fenómeno humano común, que alcanzó la experiencia trinitaria y la redujo a una sistematización de conceptos, limitada a la relación entre las tres personas divinas. Como, de cierta forma, la cristalización impide los cambios y hasta se protege de ellos, es capaz de provocar miedos en las creyentes, miedo de cuestionar el significado y el origen de tal o cual enseñanza. A pesar de nuestros miedos es preciso avanzar, acompañar la intensidad del movimiento de la vida en nosotras e intentar, siempre, un regreso a las primeras experiencias, anteriores a los discursos dogmatizados.
Capítulo 3: La reconstrucción de los significados trinitarios y la celebración de la vida
3.1. La reconstrucción de los significados
La palabra reconstrucción indica que una posesión, una relación humana, una ciudad, una sociedad, necesitan rehacer, recrear su propio cuerpo, renovar su actividad relacional. Ello porque sucedió algo que debilitó la construcción, los lazos de amistad, la relación. Es, en este sentido, que les propongo intentar la reconstrucción de los significados trinitarios, reconstrucción exigida por la actual realidad histórica que vivimos.
Tenemos, siempre, que tener presente que nuestro cuerpo, nuestras costumbres y tradiciones se construyen y se modifican según nuestras necesidades. No siempre logramos alcanzar, con la rapidez deseada, los cambios que consideramos necesarios, y no siempre lo que consideramos importante encuentra eco en los grupos con los que estamos en contacto. Esto hace parte del pluralismo en el cual vivimos en nuestros diferentes contextos y opciones de vida.
Les propongo cinco puntos para esta reconstrucción:
A. Trinidad en el Cosmos
B. Trinidad en la Tierra
C. Trinidad en las relaciones entre pueblos y culturas
D. Trinidad en las relaciones humanas
E. Trinidad en cada persona
Indudablemente, este esquema sugiere que todo es Trinidad, es decir, todo es esa relación íntima vital entre la multiplicidad y la unidad que nos caracteriza y constituye. Tal perspectiva nos abre para ir más allá de la experiencia cristiana que, de cierta forma, teorizó acerca de la Trinidad Divina a partir de la Biblia, de las filosofías antiguas, de las herejías, de las luchas religiosas, de los sistemas de poder establecidos y de la experiencia humana. No quiero limitarme sólo a la formulación y sistematización trinitaria cristiana entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino incluirla en un horizonte antropológico más amplio, a partir del cual podremos comprender cuánto, los diferentes grupos humanos, tienen en común con el conjunto de la Tierra y del Universo. Pienso que este es un paso fundamental en el mundo de hoy.
Estoy convencida de la importancia de nuestra experiencia colectiva y personal para recuperar nuestras creencias más profundas, los valores que no queremos abandonar, valores que sostienen el sentido de nuestra existencia y son el fundamento del diálogo entre diversos pueblos y culturas. Estoy convencida también que, al tocar el nivel de la experiencia profunda de cada ser humano, a pesar de las obvias diferencias, las personas pisan un misterioso terreno común que nos invita a asumir comportamientos de comunión, igualdad y reciprocidad.
Este Universo es un único y variado despliegue energético de materia, mente, inteligencia y vida.(7) La afirmación es de Brian Swimme, astrofísico estadounidense que mucho ha trabajado para describir de forma empírica la historia del Universo. Él intenta mostrar que la humanidad, en este final de milenio, alcanzó la capacidad de contar la historia del propio Universo. Esta conquista es un paso fundamental para comprender nuestra propia historia común, e intentar una nueva relación con la Tierra, con el Cosmos y entre los diversos pueblos.
En este punto, sólo quiero llamar la atención acerca de la estructura única y multiforme del Universo, que en términos simbólicos, o metafóricos, llamaríamos estructura trinitaria. Estructura trinitaria significa esta realidad que forma todo el Cosmos, toda la organización de la Vida, es decir una realidad marcada al mismo tiempo por la multiplicidad y por la unidad, marcada por la diferencia y por la articulación y la interdependencia entre todas las cosas.
Estrellas, galaxias, planetas, satélites, atmósfera, mares, ríos, vientos, lluvias, nieve, montañas, volcanes, son expresiones de la creatividad múltiple del Universo, profundamente articulada e interdependiente entre sí. Diversidad y unidad que existe y se inter penetra en un mismo y único movimiento de continua creatividad.
Esta estructura trinitaria cósmica, de cierta manera, es independiente del ser humano, pero el ser humano es el único capaz de nombrarla, de captarla, de extasiarse delante de ella y de comprenderse parte integrante de ella. Además, el ser humano es el único viviente capaz de nombrar su cuerpo como cuerpo cósmico, dada su conciencia de extrema y extraordinaria dependencia del Cosmos.
B. Trinidad en la Tierra
Plantas, animales, bosques, montañas, ríos, mares, formando las más variadas combinaciones bajo todos los ángulos, atrayéndose, apareándose, combinándose, destruyéndose, recreándose en especies y en colores de todo tipo. Creciendo, alimentándose de la vida de unos y otros… transformándose, adaptándose, muriendo-resucitando de otras maneras dentro del complejo vital al cual pertenecemos. Impresionante mutación de la Tierra que a veces nos amedrenta y a veces nos extasía, que a veces nos causa escalofríos y, a veces, gritos de júbilo. Girando en torno al sol o en torno de sí misma va creando los días, las estaciones y las más variadas formas de vida.
¡Trinidad de la Tierra! Tierra trinitaria en un movimiento de creación continua, que supone procesos de creación y destrucción como expresiones del mismo proceso vital. Basta pensar en las diferentes eras geológicas, en el nacimiento de los continentes, en la transformación del mar en desiertos, en el florecer de los bosques, en el surgimiento de las distintas formas de vida vegetal y animal, para captar esa inmensa fuerza creativa en la que estamos inmersas y de la que somos parte.
Así, como en el punto anterior pudimos comprender, la estructura trinitaria del Cosmos, ahora, también podemos comprender, a través de una observación puramente empírica, la estructura trinitaria del planeta Tierra y nombrarnos como terrícolas, es decir seres terrestres.
C. Trinidad entre pueblos y culturas
Blancos, negros, amarillos, indígenas, mestizos de hablar diverso, de diversas costumbres y tamaños, de sexos diferentes, constituyen la sorprendente, y diversa, sinfonía humana en la que, nuevamente, la variedad y la unidad son expresiones que constituyen el mismo proceso vital que nos sostiene.
Si asumimos esa diversidad dentro de la misma estructura trinitaria y si tomamos en serio esa constitución básica de todos los seres, no se justifican ni la superioridad ni la inferioridad. Entonces lo que existe es una ciudadanía cósmica. Somos, sencillamente, cósmicos, terrícolas, seres del Cosmos y de la Tierra, que nos necesitamos unos a otros y sólo existimos en base a una existencia común y en base a una interdependencia en nuestras diferencias.
Estoy convencida que si tratamos de desarrollar esta idea de ciudadanía cósmica y terrícola, podremos vencer con más eficacia las formas de racismo, xenofobia, marginalización, violencia, machismo, tan presentes en nuestra cultura. Hay una nueva conciencia de ciudadanía que necesita nacer y crecer en nosotras, sin negar la ciudadanía nacional que hace parte, todavía, de nuestra historia.
Todavía no ha terminado la época de las ciudadanías nacionales, entendida como la afirmación de una nacionalidad específica, pero ya anuncia, en forma sorprendente, los límites de su percepción de lo humano basado en el sistema de protección y destrucción de unos y otros, armados a partir de la afirmación absoluta de los diferentes nacionalismos.
La pluralidad que nos constituye como grupo humano es Trinidad, es decir, la expresión simbólica de esa realidad múltiple y una, que es la realidad constitutiva de nuestro tejido vital. Y esa pluralidad es fundamental para que la propia vida humana pueda seguir su curso, para que las diferentes razas y culturas puedan desarrollarse, ayudarse mutuamente y entrar en comunión.
D. Trinidad en las relaciones humanas
Las relaciones humanas están marcadas por el yo, el tú y el ella. Esto me lleva a afirmar que, incluso, en la experiencia de la soledad, mi soledad es multitud interior y algarabía y música de tonos variados. En este sentido, hasta la soledad se torna una metáfora de la Trinidad. Entender esta soledad múltiple que nos constituye, es entender mejor los procesos biológicos, psicológicos y religiosos que hacen parte de nuestra vida.
La soledad es un sentimiento con varios significados y ellos tienen consecuencias negativas o positivas sobre nuestro psiquismo. Parece que, en realidad, nuestra soledad es, también, una cierta comunión con el aire, el sol, con la Tierra y con la multitud de personas que atraviesan o atravesarán nuestra existencia. Esta comunión, no siempre presente en nuestros procesos concientes es condición, incluso, para hablar de soledad. Nuestra soledad es, pues, en este sentido, soledad trinitaria, soledad más allá de nuestra individualidad, soledad personal habitada por la multiplicidad. La multiplicidad es, pues, condición imprescindible para la propia afirmación de la soledad personal.
Nuestra sociedad individualista insiste en afirmar la independencia casi total del yo, insiste en cultivar en nosotras la ilusión de nuestra omnipotencia individual y, en ella, fundamenta todos los sistemas de competencia económica y exclusión social. Hoy día, muchas personas comienzan a comprender los límites de esta forma de percepción.
También está el misterio trinitario en la relación íntima entre el yo y el tú. Somos yo-tú y el misterio, es decir, el misterio de nuestra presencia en el mundo, en el Universo y en nosotras mismas. Somos el misterio de nuestra historia, de nuestras tradiciones, de nuestras propias preguntas. Somos yo, tú y el misterio, por lo tanto Trinidad, en la densidad y atracción de una relación profunda que sobrepasa nuestro momento de intimidad, nuestro deseo de conocimiento recíproco, de ternura y de comunión. Por ello, el conocimiento recíproco exige no sólo tiempo, paciencia y diálogo, sino que es una inversión continua y profundamente retadora. Se nos desafía a entrar en un proceso de mutua revelación, de aceptar desnudarnos, de mostrar, cada vez más, algo de nuestra realidad y saber que ese mostrarnos está contaminado de conocido y desconocido para nosotras mismas y, por ende, para las demás.
Afirmar a la Trinidad como símbolo de nuestra existencia, al mismo tiempo múltiple y una, es permitir que los diversos grupos humanos, las diversas experiencias místicas, puedan encontrarse y abrirse unas a otras, escucharse recíprocamente, conocer la impresionante semejanza de nuestras experiencias más profundas, aunque esas experiencias sean expresadas en lenguajes diversos, en contextos culturales diferentes y por diferentes personas. Éste es uno de los antiguos desafíos que la humanidad tendrá que enfrentar en el próximo milenio. Indudablemente, del acoger este desafío de un modo diferente, dependerá el nuevo camino que ensayaremos con varones y mujeres de todas las razas y naciones de la Tierra.
Podemos comprender que mi realidad personal es absolutamente interdependiente de las demás y del conjunto de la Tierra y del Cosmos. Yo soy yo, pero, al mismo tiempo, millares de vidas y circunstancias que, antes de mí, prepararon y tejieron mi existencia personal. Yo soy yo y mil vidas antes de mí. Yo soy yo y mis antepasadas con sus historias, sus voces y tradiciones que corren por mis venas. Yo soy yo y mi situación, más allá de mi individualidad, más allá de mi historia personal limitada a mis años de vida. Esto no significa que no pueda afirmarme como un yo, como alguien que es, hasta cierto punto, libre, autónoma, que desea, que ama, que odia, que espera. Pero esto significa que mi realidad personal, mi autonomía es siempre relativa, dependiente de… Por esta razón, nuestra propia estructura personal es trinitaria, es decir, que es, al mismo tiempo, misteriosamente diversa y una. Y lo más importante es que esta extraordinaria realidad es perceptible en la vida de todos los pueblos, está presente en todos los procesos biológicos, culturales y religiosos. Esta visión nos sitúa en otra cosmovisión y en otra antropología, a partir de las cuales nos comprendemos como seres de la Tierra y el Cosmos, participantes en la extraordinaria evolución de la vida.
El nuevo Cielo y la nueva Tierra están siempre en camino… Ocurrieron ayer, ocurren hoy, ocurrirán mañana. El Cielo no se opone a la Tierra, no se afirma como superior, no aparece como un objetivo final de nuestros esfuerzos, el lugar donde, finalmente, entraremos en la paz de la armonía divina.
Tal perspectiva nos abre hacia una valorización de la vida actual, para el combate por los derechos que tienen los seres vivos de ver ampliar en sí mismos, y en los otros, las posibilidades que les son debidas.
La vida después de ésta, como acostumbramos decir, se sitúa en el propio misterioso y sagrado viaje de la vida después de nosotras. Acerca de esto podemos decir muy poco. Sólo podemos afirmar algo que nuestro ser conoce, es decir, que de la disolución de una forma de vida surgen millares de otras, que una vida alimenta una serie de otras y que, finalmente, vivimos de ese proceso de disolución y recomposición de la Vida.
Algunas de ustedes, quizá, se sorprenderán que yo no hable del Cielo, de los brazos del Padre que nos esperan a la puerta del Paraíso, del encuentro feliz con todos quienes amamos o quienes nos gustaría haber conocido. Estos son nuestros sueños de ahora, de la infancia o de adultos, de nuestra catequesis, sueños que nos consuelan o, tal vez, nos tranquilizan. Pero, el misterio de la vida, en su sagrado y largo viaje, no le permite a nadie ser propietario de sus originales caminos, de sus transformaciones, de su recorrido. Podemos soñar, como en un juego de haz de cuenta, pero cómo será, simplemente, será.
Es necesario confiar, acoger este hecho como un don de estar hoy aquí, participando de la intensidad de este misterio mayor. Por ello la novedad que hoy intuimos, necesita encarnarse en nosotros, poco a poco.
3.2. La celebración de la Vida
A. La celebración y el bien
Celebrar es algo fundamental en la vida humana. Celebramos de diversas formas lo que amamos, lo que esperamos o lo que hemos vivido. Celebramos los momentos importantes de la vida de nuestro pueblo, nuestras tradiciones nacionales y religiosas.
Y, es tratando de comprender la Trinidad como experiencia nuestra, como experiencia de la Tierra y el Cosmos, que seremos capaces de celebrar las cosas de la Vida de otro modo. Ese otro modo significa que somos celebradas al celebrar la vida en la Trinidad. Significa también que, a pesar de nuestros límites, experimentamos una pertenencia más amplia a los procesos vitales.
Hay todo un aprendizaje creativo que necesitamos hacer unas con otras, para expresar en nuestras celebraciones las cosas esenciales a nuestra vida. Necesitamos salir del dualismo propio de nuestras liturgias en las que parecemos, más bien, espectadoras que actrices de un momento simbólico común en el cual festejamos y celebramos a nosotras mismas y a las personas y acontecimientos que nos son caros.
En nuestras celebraciones, muchas veces, parecemos evocar unas energías ocultas, como si todas las energías disponibles no estuviesen también en nosotras. Olvidamos que somos personas cósmicas, es decir que el Cosmos con todos sus elementos está en nosotras y nosotras en él; somos humanas terrícolas, es decir que la Tierra con todos su fuerza está en nosotras y nosotras en ella. Además, nuestras antepasadas también están, de cierta manera, en nuestras venas, en nuestra carne, en las formas más diversas, conocidas o desconocidas, concientes o menos concientes. Y soy yo y la humanidad, la Tierra y el Cosmos.
El momento de celebración debería ser un momento de fiesta que rehaga nuestras energías, que nos abra a la bondad que nos habita y a las energías que nos hacen ser más solidaria y comunitariamente responsables por la vida de la humanidad y de toda la Tierra.
Necesitamos crear símbolos comunes a todos los pueblos, que expresen lo que es común a todos, lo que es parte de nuestra carne humana colectiva para, así, superar las divisiones, las imposiciones y los exclusivismos que marcan la historia humana bajo la égida del patriarcado y, especialmente, del patriarcado religioso. Somos invitados, por la propia vida, a aprender a celebrar más allá de las fronteras religiosas establecidas.
B. La celebración y el mal
Al hablar de celebración pensamos, inmediatamente, en celebrar el bien, lo positivo de la Vida, sus buenos frutos. Y si nos detenemos en la celebración de un hecho marcado por el sufrimiento, por el dolor o la muerte, tratamos siempre de exorcizar su aspecto negativo y de preservar del dolor lo que se puede llamar memoria positiva. No voy a escapar de esa tradición que nos caracteriza, sino que quiero profundizarla a la luz de la reflexión que hacemos acerca de la Trinidad.
Si decimos que la Trinidad incluye todo tendremos, también, que afirmar que el mal está incluido en ella y que, de cierta forma, celebramos, también, al mal. Esto es un asunto extremadamente difícil. Sólo trataré de abrir algunas pistas de reflexión, convencida como estoy que necesitamos retomarlas en un momento u otro. Ahora, parece inevitable tratar el asunto del mal, no sólo cuando se habla de celebración y de Trinidad, sino porque estamos viviendo tiempos difíciles en los cuales lo que llamamos fuerzas del mal parecen estar llevando la delantera.
Como sabemos, en la tradición cristiana siempre el bien se opuso al mal. Incluso, lo imaginario religioso popular creó al demonio como un ser que se opone al ser infinitamente bueno de Dios, y al infierno como lugar de perdición y castigo, en oposición al cielo como lugar de salvación y premio. Mal y sufrimiento, aunque siempre presentes en la vida humana, son realidades perennemente combatidas.
Siempre tuvimos dificultad para conciliar la bondad de Dios con el sufrimiento, con la injusticia, con lo que podríamos llamar mal ético, es decir, el mal que, cometido por unos, siempre encuentra su respuesta-réplica en el mal sufrido por otros, en una espiral sin fin de venganza y sufrimiento muchas veces innecesarios. La presencia del mal fue, siempre, considerada como absurda y todos los sistemas morales tuvieron la preocupación de buscar vías, no sólo para curar el mal y el sufrimiento que produce sino para evitar que las personas lo cometan.
En nuestra tradición, Dios siempre estuve al lado del bien. Él mismo es el Bien Supremo. Por ello, en todas las situaciones más dramáticas y más incomprensibles en que el mal parece victorioso, siempre se eximió a Dios de cualquier responsabilidad directa con el hecho. La responsabilidad se atribuyó a la libertad humana, y Dios permanece, la mayoría de las veces inocente del mal, o cuando mucho, aparece como aquel que lo permite como buen pedagogo preocupado por ayudar a los humanos a salir de los caminos tortuosos de la maldad.
El viejo problema del mal es, hoy, de una actualidad singular, sobre todo, como lo he dicho, porque vemos crecer la depauperación de las personas, de los grupos, de la Tierra y pareciera que nuestra sociedad se vuelve más incapaz de encontrar salidas dignas para la convivencia y sobre-vivencia humanas. La impresión que tenemos es que nuestro mundo actual, con sus análisis, teorías y pronósticos, apela cada vez más a la violencia y a la exclusión para solucionar los problemas provocando una ola creciente de depauperación jamás vivida antes en la historia.
Parece que el método más comúnmente utilizado, es resolver las cosas por la fuerza, las armas, la violencia bruta institucionalizada, la eliminación asesina de otros, el sálvese quien pueda. Pagar mal con mal se ha vuelto casi la norma de vida de los diversos grupos sociales y hasta de los individuos. Basta ver, por ejemplo, las reacciones populares de aprobación por la pena de muerte, la eliminación de prisioneros y hasta de los niños y jóvenes transgresores. Basta ver los comportamientos intervencionistas de las grandes naciones eliminando las menores posibilidades de sobrevivencia de las naciones empobrecidas.
Y, en este contexto, las religiones con su discurso acerca de la bondad de Dios, acerca de su voluntad misericordiosa e, incluso, con los castigos del infierno, son cada vez más ineficaces para aliviar la ola de violencia que vive, y parece crecer, en nuestras entrañas.
Nuestros antiguos discursos acerca del bien y del mal ya no nos conmueven, ya no explican lo que explicaban, ya no tienen sentido frente al absurdo de la perversidad creciente. La voluntad de Dios dirigida hacia el bien, parece estar fuera de esa lucha por la sobrevivencia o por el lucro ilimitado. Dios ya no ayuda como antes. Los ricos recurren a Dios para mantener sus riquezas. Los condenados de la Tierra, los hambrientos, los desempleados, los sedientos de justicia experimentan, cada vez más, el silencio de Dios a pesar de que sigan ratificando su Justicia, como una forma de esperar contra toda esperanza.
Una visión trinitaria del Universo y del ser humano, no sitúa al mal, la destrucción, el sufrimiento, como realidades externas a nosotras, realidades que tenemos que eliminar en forma violenta o realidades que tenemos que acoger, porque son la voluntad de Dios.
No se señala al otro como mal, pero comprendemos que lo que llamamos mal, de cierta forma, está en nosotras y en nuestro cuerpo. El mal es una relación que construimos y que lleva a la destrucción no sólo del individuo sino del conjunto del tejido humano.
Una visión trinitaria del Universo, aunque nos sitúe en una misma fuente energética originaria de todo lo que existe, distingue lo que llamamos proceso de creación y destrucción, inherente a la propia evolución de la vida, del mal moral o del mal, éticamente hablando. Éste se refiere al mal humano, que es obra nuestra, que concierne la acción que, mezclada a nuestra fragilidad constitutiva, es capaz de transformarnos en asesinas de la vida, en todas sus variadas expresiones.
Cuando se trata del ser humano, siempre hablamos en términos de bien y de mal. Pero, cuando se trata del Cosmos, del Universo, es necesario hablar de fuerzas, al mismo tiempo, creadoras y destructoras. Esta realidad que constituye el Universo, esos dos polos negativo y positivo, son indisociables de todos los procesos vitales. La aparición de una región desértica significó, probablemente, la muerte de un bosque. Alimentarnos de pescado supone que muchos peces mueren… habría muchos ejemplos a citar.
Somos las humanas quienes calificamos los procesos de creación y destrucción en buenos o malos, porque, siempre, nos referimos a lo que nos parece bueno o malo para nosotras.
Siempre se habla del mal en relación a nosotras, y es dicho por nosotras, en relación a los animales o al conjunto de la naturaleza. Somos nosotras quienes decimos que la serpiente es mala porque su veneno nos puede matar.
El mal ético, el mal producido por los seres humanos, surge de la propia dinámica de la vida y de nuestra propia, frágil, dependiente e interdependiente, constitución humana. La tradición cristiana siempre afirmó que las acciones malas surgen del exceso de nuestras pasiones, de nuestro egoísmo.
Por otra parte, el mal ético, también surge de una comprensión muy limitada de nosotras mismas, de la comprensión de nuestra humanidad en relación a todos los otros seres. Desarrollamos demasiado el sentido de individualidad, de superioridad y de inferioridad, pero bien poco el sentido de colectividad, de comunión con el todo en vista de nuestra propia sobrevivencia y de nuestra felicidad común.
A la luz de la estrecha afirmación de nuestra individualidad personal, racial, religiosa y hasta de clase, terminamos creando sistemas de protección de unos contra los otros, basados en el lucro y en la superioridad de los que se consideran los más fuertes o los más perfectos. A partir de ellos, no evaluamos la provisorio de nuestra existencia personal, sino que transformamos al individuo, en el caso del individuo más poderoso, más rico, el aparentemente mejor dotado, en un absoluto, en una divinidad a ser protegida contra las fluctuaciones y agresiones de la historia.
En esta perspectiva, la idea que desarrollamos de un Dios encima de la historia que preside la historia, nos hace desarrollar la imagen de una divinidad justa en algún lugar fuera de nuestro lugar, divinidad poderosa, muchas veces a imagen de los poderosos de este mundo. Ese Dios, también individuo o persona individual, es siempre justo, fuerte y bueno, en oposición a nuestra debilidad y maldad. Es el Dios de la Teodicea, de la justicia, difícil de conciliar con la trágica realidad de la historia humana. Es un Dios, cuya bondad en sí misma, tenemos siempre que afirmar o salvar, como si salvando la bondad de un Ser Superior, tuviéramos garantizada la superación de nuestra trágica maldad.
Esta divinidad siempre buena, nos lleva a hacernos preguntas sin fin frente a las diversas situaciones sin salida en que nos encontramos.
Hoy día, los pobres continúan de rodillas delante de esa divinidad (Dios) pidiendo misericordia, clemencia y ayuda, para satisfacer sus necesidades básicas y para mantener su dosis cotidiana de esperanza. Se comportan delante de ella casi como lo hacen delante de los dones del poder de este mundo, esperando de él comprensión para tener la posibilidad hasta de ganar su pan. Los pobres son esclavos de muchos dones y, analógicamente, hasta de un don supremo.
Salir de esta concepción muy patriarcal, jerárquica, materialista, individualista, dependiente y grosera de Dios y de Trinidad, parece un paso fundamental en el presente y en vista del futuro. Esto es sobre todo, un camino espiritual, una inversión personal y colectiva que nos sitúa en un horizonte más amplio y más libre. Camino espiritual significa, aquí, un camino que modifica interiormente nuestras convicciones, camino exigente que va más allá del cumplimiento de un programa político partidista o de la obediencia a un código de leyes canónicas. Camino espiritual, porque es un camino del espíritu que sopla donde quiere y nadie puede detenerlo.
Somos invitadas a retomar nuestras raíces de comunión con la Tierra, con todos los pueblos, con todos los seres vivos, para captar la trascendencia, no como una realidad aislada en sí misma, superior a todo lo que existe, sino la trascendencia en nosotros, con nosotros, en la Tierra, en el Cosmos, en todo. Trascendencia aquí y ahora, en medio de los semejantes o diferentes, en medio de las plantas y animales, de los ríos y los mares. Trascendencia como una invitación para ir más allá de los límites de nuestro egoísmo y para sentirnos convocadas a un comportamiento ético colectivo de salvación de la vida. Trascendencia como cántico, como sinfonía continuamente ejecutada por la infinita creatividad de la vida.
Entonces ¿qué sería el mal en esta perspectiva, al mismo tiempo, tradicional y diferente?
Lo que llamamos mal es la falta de equilibrio que nos rodea, la milenaria sed individualista de poder, la milenaria hambre de comer cada vez más, e impedir que otros coman.
El mal es esta especie de retención de la vida por sí misma, de apropiación de los bienes por las personas o los grupos que se auto-otorgaron la posesión de la tierra y de las personas que consideran inferiores.
El mal es esta disfunción creciente, tanto en la vida personal como en la social, que me lleva al cultivo narcisista de mi individualidad, de mis intereses empresariales, eclesiales, políticos.
El mal es este exceso o esa abundancia retenida o contenida, de comida, de tierra, de poder, de saber, de placer, en manos de los que se presentan como los verdaderos dioses de la tierra, dueños del capital apoyados por sus cómplices directos o indirectos.
El mal es esta idolatría del individuo, de raza pura, de pueblo mesiánico, del Imperio que domina al penetrar en todo y hasta en las fibras más íntimas del pueblo, y lo lleva a creer en su inferioridad.
El mal es la afirmación de un sexo sobre el otro, que domina todas las estructuras personales, sociales, políticas y económicas.
El mal es la proclamación e imposición de mi dios como eterno y único capaz de salvar a toda la humanidad.
El mal es la afirmación de que algunos conocen la voluntad de ese dios y pueden enseñarla como dogma irrefutable y que otras tienen que recibir y aceptar humildemente su propia ignorancia.
Es el mal que nos deja confusos y nos plantea diferentes preguntas, muchas veces, sin respuesta. El mal cósmico o el proceso de creación y destrucción inherente al Universo sólo nos intimida en la medida que suframos sus consecuencias.
Este mal de doble aspecto hace parte de la Trinidad que somos, de la humanidad y divinidad que somos. Este mal es, además, la negatividad, o si deseamos emplear otro lenguaje, es el vacío presente en todo el Universo, en toda la Tierra y en todos los seres humanos. Vacío que permite oposiciones, conflictos, tensiones, destrucciones y que supone, también, una posibilidad creativa extraordinaria, un despliegue de nuestra sensibilidad, una humillación de nuestras entrañas, más allá de nosotras mismas.
Lo que parece negativo es una energía capaz de desarrollar en nosotras el amor al prójimo, la capacidad de levantar a los caídos en los caminos, de acoger a los niños abandonados, de reforestar la selva destruida, de limpiar un río contaminado, de alimentar a los animales en tiempos de sequía. De la misma basura que acumulamos puede nacer una flor, de los huesos resecos vuelve la vida, del horror de la guerra nace la compasión. Esa misma energía, de polo negativo y positivo, nos constituye y constituye todo el Universo. Continuamente, esta misma energía crea y recrea la Tierra y la existencia humana.
La historia humana es testigo de que los grandes gestos de misericordia y ternura nacieron de situaciones dramáticas de amenaza a la vida. Cuando el dolor del prójimo se vuelve insoportable se transforma en mi dolor y provoca gestos de amor. Buda, Jesús, Mahoma, los mil Franciscos, Claras y Teresas, las Severinas y los Antonios de siempre, transformaron el dolor en fuente de compasión, en misericordia, en nuevas posibilidades de vida.
Esta nueva visión presente en nuestra reflexión acerca de la Trinidad nos ayuda a salir de un cierto antropocentrismo, dualista y excluyente, que caracterizó nuestra tradición occidental y cristiana, dualismo que no sólo opuso Dios y humanidad, sino, también, espíritu y materia, varón y mujer, buenos y malos, y continúa produciendo mil y una oposiciones a lo largo de nuestra historia.
Por esto, podemos decir que celebramos el mal, no para mantenerlo, sino para exorcizarlo, para comprender que, a partir de él aprendemos algo más acerca de nuestra existencia, de la vida de la Tierra y de todos los seres vivientes. Celebrar al mal no es alegrarnos porque lo cometemos, sino que es una forma de apropiarnos de lo que, también, somos de reconocer comunitariamente quienes somos y tentar el camino de la vida en abundancia.
La máxima atribuida a Jesús de Nazaret: amar al prójimo como a sí mismo, debe ser retomada y comprendida como un camino de regreso al equilibrio trinitario. Si nos excedemos en el amor hacia nosotras mismas caeremos en una especie de narcisismo ilimitado, de destrucción, casi implacable, de los demás. Seguiremos construyendo imperios, nazismos, fascismos, racismos, clasismos, machismos, y todo tipo de excesos que terminarán volviéndose contra nosotras mismas y, especialmente, contra los más pobres. El equilibrio entre el yo y el tú, el yo y el nosotros, el yo y los otros, nosotros y la Tierra, es un camino para volver a permitir el florecimiento del ser humano, de las plantas, de los animales, en fin, de todas las energías creadoras de la Tierra.
Indudablemente, esta nueva visión no parece resolver nuestros problemas inmediatos, no nos da soluciones prontas y completas. Ella es, todavía, el vestido nuevo que no cae bien a nuestro cuerpo, la ropa que, apenas, comienza a ser cosida. Entretanto, ella nos invita con insistencia, a comprender al Universo, a la Tierra y a los diversos grupos humanos, como mi cuerpo. Cuerpo en evolución, en éxtasis creador, en trabajo destructor y regenerador, cuerpo de muerte y de resurrección. Todo es nuestro cuerpo, cuerpo trinitario, tensión y comunión continuas de multiplicidad y unidad, en la extasiante y misteriosa aventura de la Vida.
Conclusión
Esta conclusión es sólo una invitación para que ustedes hagan preguntas a lo leído y traten, individualmente o en grupo, de encontrar respuestas aunque sean provisorias. No teman hacer preguntas, incluso manchar el texto y que lo leído cambie. Las personas crecen cuando preguntan y si no hay un ¿por qué? ya no crecerán, ni por dentro ni por fuera.
Mi conclusión quiere ser un desafío y un pedido de que piensen, no sólo en la Trinidad que somos y de la que hacemos parte, sino también en la responsabilidad de ser lo que somos.
También, mi conclusión quiere ser la expresión de una convicción llena de esperanza. En este final de milenio, estamos comenzando a construir, colectivamente, una nueva espiritualidad, unidos a los pueblos de diferentes rincones de la Tierra. Hasta parece un nuevo Pentecostés, pero un Pentecostés, construido pacientemente, universal, hasta imperceptible, un Pentecostés interno y externo, que haga estallar nuestras fronteras religiosas, y comience, no sólo a modificar nuestra comprensión del mundo y de nosotras mismas, sino a modificar nuestras acciones. Todo esto es espiritualidad, es decir energía que organiza nuestra vida, que indica un sentido, que despierta, en nosotras, deseos, los más bonitos, para ayudar a otras personas a descubrir la perla preciosa escondida en su propio cuerpo y en la Tierra. Ya sabemos que cuando encontramos nuestra perla, personal y colectiva, vendemos todo para podernos quedarnos con ella. La perla es la expresión simbólica de nuestra nueva espiritualidad creciendo en nuestro propio cuerpo, alimentada por las energías humanas de la Tierra, del Cosmos, es decir, la energía trinitaria indisolublemente una y múltiple y presente en todo lo que existe.
Al hablar de la energía trinitaria pienso en un trozo de un bellísimo texto de Joseph Campbell (8) sobre el aum, om, el sonido del misterio de la palabra, que quiero compartir con ustedes.
“Om, es una palabra que representa a nuestros oídos el sonido de la energía del Universo de la cual todas las cosas son manifestación. El sonido comienza en la parte posterior de la boca, oooo, después la mmmm lo cierra. Cuando se pronuncia adecuadamente, todos los sonidos vocálicos se encuentran incluidos en om. Las consonantes son consideradas, aquí, como interrupciones del sonido vocálico esencial. Todas las palabras son, pues, fragmentos de om, así como las imágenes son fragmentos de la Forma de las formas. Om es un sonido simbólico que nos pone en contacto con el ser, reverberante, que es el Universo. Si oyeras alguno de los registros de los monjes tibetanos cantando aum, sabrías exactamente lo que la palabra significa. Es el om de estar en el mundo. Estar en contacto con él, captar su sentido, es la experiencia culminante de todo».
La Trinidad como nuestra primera realidad creadora, realidad fundamental, que penetra todo lo que hacemos y lo que somos. Trinidad de cosas, de historias, viejas y nuevas, que evolucionan y se disponen en múltiples formas creadoras.
Pienso que, también, fue oportunidad de comprender que la perspectiva ecofeminista, articulación íntima entre una línea de pensamiento feminista y otra ecológica, nos abre, no sólo a una posibilidad real de igualdad, entre varones y mujeres, de culturas diversas, sino a una relación diferente entre nosotras, con la Tierra y con todo el Cosmos. Esta nueva relación, aun embrionaria, quiere superar las discusiones puramente especulativas que no nos llevan a un verdadero cambio. Estamos cansadas de la ineficacia de los discursos religiosos o científicos, de sus poderes fundados en el Todopoderoso Uno y Trino, distante y separado de nosotras. Estamos cansadas, para utilizar las palabras de Arnaldo Jabor (9), de ver el mundo cada vez más dividido entre los que lamentan el infierno y los que viven en él. Se trata del infierno de nuestra sociedad que mata indígenas, niños, pueblos, pero, también, es capaz de producir personas que se presentan como la conciencia de los males de nuestra sociedad y que hablan en nombre de Dios, sin pensar en la blasfemia que hacen, ni en la complicidad de sus creencias.
Espero que renueves, cada día, con ternura, responsabilidad, valor y con mucho ardor, su esperanza de luchar por la vida que nos habita en forma extraordinaria, en una multiplicidad de todas las cosas.
Notas, biliografía
(1)Lentz, Robert: The Celtic Trinity, in Creation Spirituality, jan-fev. 1991, Oakland, CA, EEUU
(2)Schneiders, Sandra: God is more than two men and a bird, interview with sister Sandra Schneiders, U. S. Catholics Claretian Publications, Chicago, may 1990, EEUU
(3)Ruether, Rosemary R.: Gaia and God, An ecofeminist Theology of Earth Healing, Harper San Francisco, New York, 1992
(4)Maffiesoli, Michel: Le Temps des Tribus, Ed. Meridiens Klincksieck, Paris, 1988
(5)Mondolfo, Rodolfo: El pensamiento antiguo, Desde los orígenes hasta Platón, Ed. Losada, Buenos Aires, 4ª ed., 1959, ver p. 47
(6)Boff, Leonardo: A Trindade, a Sociedade e a Libertaçao, Ed. Vozes, Petrópolis, 1986
(7)Swimme, Brian: A Terra é un dragâo verde, Ed. Cultrix, Sâo Paulo, 1984, ver p.22)
(8)Campbell, Joseph: O poder do mito, Palas Athena, Sâo Paulo, 1990, ver p. 241)
(9)Jabor, Arnaldo: Todos temos inveja da paz dos ianomâmis, en Jornal do Commercio, Recife, 25-08-1993.
Remitido: atención de Gladys Parentelli.
29 Jun 2011 Deja un comentario
en Cristianismo, Humanizar, Iglesias-Religiones, LTGBI
Escrito por JUAN SÁNCHEZ NUÑEZMartes, 28 de Junio de 2011
Llevo mucho tiempo pensando en escribir este artículo, pero ha sido el extraordinario testimonio de una madre cristiana evangélica la que me ha terminado de convencer[1]. Su sufrimiento y, sobre todo, su esfuerzo por comprender y aceptar a su hijo, son extraordinarios, y nos muestran de lo que es capaz el amor.
Una madre de tres hijos, a los que ha educado en la misma fe, en los mismos valores, con el mismo amor, y que descubre asombrada el sufrimiento que durante años ha padecido uno de ellos por reconocerse y aceptarse homosexual. Exclama esa madre angustiada: evidentemente mi hijo no ha elegido ser homosexual, nadie elige el sufrimiento, nadie elige ser rechazado, despreciado, acusado de pecador, denigrado por ser un pervertido; nadie elige esta marginación y esta humillación.
Y tiene razón esta hermana nuestra. Nadie elige vivir siendo constantemente denigrado y despreciado; pero es más, querida hermana, y creo que esto es fundamental: nadie elige su condición sexual, ni el homosexual ni el heterosexual. Y esta afirmación es la que me gustaría desarrollar en este artículo, porque creo es clave para definirse en un sentido o en otro. Creo que el rechazo de esta afirmación es el que está haciendo que muchas iglesias sean miradas por gran parte de nuestra sociedad como atrasadas y sectarias, y consideradas como grupos de personas que ignoran los avances fundamentales de la ciencia.
Sí, y por ello he titulado así mi artículo, porque creo que lo que nos divide tan profundamente a las iglesias evangélicas en España en cuanto a la evaluación de la homosexualidad, no es lo que dice la Biblia, sino lo que dice la ciencia. Y en el fondo, nuestra postura a favor o en contra se define más por nuestro conocimiento científico que por nuestro conocimiento bíblico. De ahí que estemos, como indico en el título, ante un nuevo “caso Galileo”.
Hoy en día nadie piensa que la tierra sea el centro del universo, y que el sol, los planetas y el resto de las estrellas giren a su alrededor. Quien afirma esto, simplemente es considerado un ignorante o un chalado. Y sin embargo, llegar hasta aquí ha costado muchísimo sufrimiento. Galileo fue condenado, no sólo por la inquisición de la iglesia católico-romana, sino también por las iglesias de la reforma, pues nadie estaba dispuesto a aceptar que la Biblia pudiera equivocarse, era la ciencia la que estaba en el error.
Ese conflicto nos ayudó a interpretar mejor la Biblia y a no ver en la ciencia a un enemigo de nuestra fe. Hoy en día nadie duda de que la tierra gira alrededor del sol; y nadie hace una lectura literal de los textos bíblicos que afirman lo contrario; se tiene en cuenta el género literario de los mismos y la naturaleza del lenguaje teológico, y se distingue muy bien el tipo de verdad que nos comunican, que es una verdad de salvación y no una verdad científica: no es cierto que el sol se detuviera[2] para que Israel venciera a sus enemigos (en todo caso se tendría que haber detenido el movimiento de rotación de la tierra sobre su eje, cosa que ignoraba el autor del texto); pero sí es cierto que Dios ha salvado a Israel y ha estado a su lado de manera extraordinaria en todas las circunstancias adversas de su historia.
Los Testigos de Jehová tienen otro “caso Galileo” con las transfusiones de sangre. Algunos hacen una lectura literal de los textos bíblicos referentes a la importancia de la sangre para la vida humana, en clara contradicción con lo que dice la ciencia actual: que la vida humana no está en ningún fluido corporal, sino en todo el cuerpo humano; una vida humana que es más que materia, es también y fundamentalmente espíritu. Y es que cuando se escribieron esos textos bíblicos, no se sabía que la sangre circulaba por el cuerpo, no se supo hasta muchos siglos después, y mucho menos se imaginaban los autores que podrían realizase transfusiones de sangre. Cuando salta a la sociedad una noticia en la que esa creencia ha puesto en riesgo alguna vida humana, genera un rechazo frontal y absoluto, y los testigos de Jehová son vistos como personas retrógradas, ignorantes y sectarias, con una visión de la vida totalmente desfasada y peligrosa.
Creo que con la homosexualidad estamos ante otro “caso Galileo”. Y me explico. Hoy en día la ciencia médica, biológica, psiquiátrica, etc, nos dice que la homosexualidad es una condición sexual y no una opción sexual. Y esta distinción es fundamental. La homosexualidad no es una orientación sexual elegida por una persona, sino recibida por la misma, exactamente igual que la heterosexualidad. Hoy la ciencia nos dice que en la orientación sexual de una persona han intervenido factores genéticos, ambientales, sociales, educativos, etc. y que cuando esta orientación ha madurado, debe ser plenamente aceptada, sin ninguna reserva, para que sea posible un desarrollo equilibrado de la personalidad.
Esta visión de la homosexualidad es la que está detrás de las Leyes que distintos Estados han aprobado reconociendo igualdad de derechos a los homosexuales y permitiéndoles incluso el matrimonio. Leyes que ponen fin a una discriminación y a una persecución y desprecio que los homosexuales han soportado durante siglos. Hoy en día el homosexual es visto en nuestra sociedad como una persona, no como alguien que padece una enfermedad o ha hecho una opción sexual pervertida. Pensar así sólo es posible si ignoramos todo lo que la ciencia actual nos ha ayudado a entender de la homosexualidad.
La homosexualidad empieza a ser estudiada por la ciencia médica a finales del siglo XIX, y claro está, es vista como una patología, como una enfermedad, como una opción del individuo en contra de su naturaleza. (Permitidme abrir un paréntesis. Hoy en día la ciencia nos dice que la homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad, y que no sólo se da entre humanos, sino entre una gran diversidad de animales: delfines, ciervos, chimpancés, elefantes, aves, insectos, etc.).
Pues bien, la ciencia empezó estudiando la homosexualidad como una enfermedad, y han sido necesarios muchos estudios a favor y en contra, mucho debate científico, con amplia participación de todos los agentes sociales, de las iglesias, de distintas organizaciones de todo tipo, etc. para que cambiara radicalmente el modo de evaluar la homosexualidad. La primera asociación científica que eliminó a la homosexualidad de la lista de enfermedades, fue la prestigiosa Asociación de Psiquiatría Americana (APA), en 1974, y en su seno comenzó una “guerra” el sector minoritario para que volviera a incluirse en la lista de trastornos, patologías o enfermedades. No lo consiguió, al contrario, en 1986 fue ratificada esa decisión aprobada en 1974 por la mayoría de sus miembros.
A partir de los últimos años del siglo XX hemos asistido a declaraciones similares de diversas organizaciones científicas. La Organización Mundial de la Salud eliminó en 1990 a la homosexualidad de su lista de Enfermedades y otros Problemas de Salud; la Asociación Médica Norteamericana, la Asociación de Psicología Norteamericana, etc. han actuado de la misma manera. Pero no sólo los profesionales de la ciencia, sino que las leyes y los gobiernos de los países de nuestro entorno social y cultural, corroboran esta visión de la homosexualidad y adoptan las mismas medidas que la Organización Mundial de la Salud. Así lo hizo el Reino Unido en 1994, o la Sociedad China de Psiquiatría en 2001, etc.
En nuestra sociedad la homosexualidad es vista como una condición sexual, no como una opción sexual; y por lo tanto el homosexual tiene los mismos derechos y deberes que el heterosexual a la hora de vivir su sexualidad de una manera plena y enriquecedora. La condición sexual del homosexual no puede ser objeto de discriminación ni de menosprecio de ningún tipo, pues sería como discriminar o despreciar a alguien por el color de su piel o por su etnia. Creo que nuestra sociedad está horrorizada con la discriminación y la persecución que han sufrido los negros, los judíos, etc. por su condición étnica; al igual que todavía, en muchas sociedades, son menospreciados y marginados los homosexuales por su condición sexual.
Y ahora viene “la gran pregunta” de nuestras iglesias: ¿Y qué dice la Biblia?.
Y la respuesta es clara y rotunda: nada, absolutamente nada; la Biblia no dice nada de la homosexualidad, pues cuando se escribió desconocía que existiera. La Biblia no dice nada de la condición homosexual, como tampoco dice nada de la circulación de la sangre, ni dice que el sol gire alrededor de la tierra, a no ser en un lenguaje coloquial y no científico.
La Biblia no habla de la homosexualidad, la Biblia habla sólo de actos homosexuales, y además actos homosexuales vistos como manifestación y expresión de una actitud profunda del corazón, actos homosexuales que son fruto de la codicia y la lascivia del ser humano, no manifestación del amor y de la ternura entre dos personas. Cuando fueron escritos esos textos, ni siquiera podían imaginar sus autores que los actos homosexuales fueran, al igual que los heterosexuales, manifestación del amor y del compromiso entre dos personas.
Esto se ve claramente cuando los leemos en su contexto histórico; podemos comprobar entonces que en ellos se habla de los actos homosexuales, o bien como actos que transgreden las leyes de pureza del pueblo (cf. Lv. 15,16-20 y Lv. 20,18 antes de leer Lv. 20,13, en donde se dicta pena de muerte, tanto al que tiene relaciones sexuales con mujer que tenga el periodo, como al que lo hace con otro hombre; la razón en el primer texto que cito, en el que se nos habla de la impureza del semen y de la sangre); o bien como actos realizados en un contexto de egoísmo y autosuficiencia humana, de búsqueda de placeres extremos y de experiencias orgiásticas, de situaciones en las que los seres humanos desean transgredir todos los límites e ir más allá de lo conocido en una carrera desenfrenada tras el placer y la autosatisfacción.
Y este contexto bíblico hay que tenerlo muy presente a la hora de leer esos textos, pues resulta una gran injusticia utilizarlos para condenar los actos homosexuales de una pareja homosexual que se ama y se respeta; esa utilización sería equivalente a la de aquel que utilizara la condena bíblica de la promiscuidad y la prostitución para condenar los actos sexuales de una pareja heterosexual. Y no debe ser así, la Biblia tiene en gran estima los actos sexuales de aquellos que se aman y se respetan.
Me gustaría exponer brevemente lo que he dicho anteriormente, analizando el que considero más conocido, y el que de manera más amplia nos habla de los actos homosexuales en la sociedad greco-romana del siglo I, el texto de la carta de Pablo a los Romanos, en su capítulo 1.
Es claro el contexto en el que Pablo habla de estos actos: son manifestación de la arrogancia de los seres humanos, que en su rechazo del Creador han caído en la idolatría de sí mismos y en la adoración de sus propias obras, de sus cuerpos…, y “Dios los ha dejado a merced de sus bajos instintos, de modo que ellos se degradan a sí mismos. Este es el fruto de haber preferido la mentira a la verdad de Dios, de haber adorado a la criatura en vez de al Creador” (vs.24-25).
Los destinatarios de la carta sabían muy bien de qué hablaba Pablo. Tanto en Corinto, desde donde escribe Pablo, como en Roma, habían adquirido mucha fama los cultos de Mitra, Afrodita, Cibeles, etc. Contaban con muchos santuarios y un gran número de fieles que participaban en ritos orgiásticos con los sacerdotes y sacerdotisas de los mismos. En los actos de culto de estos santuarios era habitual mantener relaciones sexuales con los prostitutos sagrados y participar en actos tanto heterosexuales como homosexuales; es más, incluso era habitual que las sacerdotisas utilizaran elementos “fálicos” para penetrar a otras mujeres. Es este contexto el que tiene en mente Pablo cuando describe los actos homosexuales de sus contemporáneos.
Son manifestación de la idolatría, de un corazón entenebrecido que no ha reconocido a su Creador y “profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”(vs.22-23). Sí, los templos de estas divinidades estaban llenos de imágenes de dioses, diosas, gatos, chacales, cocodrilos, serpientes, Isis, Osiris, Anubis, etc.
Pablo está haciendo referencia a algo muy conocido en su medio ambiente, la polémica judía contra la idolatría y sus consecuencias. Algo que describe de manera muy similar el libro de Sabiduría en sus capítulos 13 y 14, libro que no está en las biblias protestantes pero si en las católicas, escrito unos siglos antes que la carta de Palo y cuyo uso era habitual en aquella época.
Pues bien, es la idolatría la que genera todo tipo de perversiones humanas, dirá Pablo:
“Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío”(vs.26-27).
Y no puedo dejar de mencionar algo que pone claramente de manifiesto las ideas preconcebidas con las que leemos los textos bíblicos. Estoy convencido que muchos de nosotros, cuando leemos la primera parte del texto que he citado anteriormente, pensamos que Pablo se está refiriendo al lesbianismo. Si leemos que “sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza”, inmediatamente pensamos que está condenando actos homosexuales entre mujeres. Pues bien, parece que no es así. Al menos durante los primeros cuatro siglos del cristianismo, los que comentan este pasaje no lo interpretan así. Todos los comentarios que tenemos de este texto, de Clemente, de Orígenes, de Agustín, etc, dicen que Pablo no está hablando de lesbianismo, sino de mujeres que tienen relaciones anales con personas del sexo opuesto.
Es imprescindible para interpretar los textos bíblicos tener en cuenta la sociedad en la que están escritos, sus costumbres sexuales, sus ritos sagrados. Era habitual en la sociedad greco-romana que muchos hombres tuvieran relaciones sexuales con varones jóvenes y esbeltos que estaban al servicio de la casa, y descuidaran a sus esposas; algo tan incomprensible para nuestra sociedad como esos actos de prostitución sagrada de los que hemos hablado. Es imprescindible tener en cuenta todo esto para no hacer un uso injusto de los mismos y condenar a inocentes.
Hermanos, la Biblia no dice nada de la condición homosexual, pero sí tiene mucho que decir a las personas homosexuales, lo mismo que a las heterosexuales: que vivan plenamente su sexualidad, pues es un don divino al servicio de la comunicación humana en el amor, el compromiso y el cuidado mutuo.
Cuando en nuestra sociedad los homosexuales ocupan puestos de responsabilidad en la Administración de Justicia, en el Gobierno, en los ayuntamientos, etc. Cuando destacados artistas, actores, cantantes, etc. viven su condición homosexual con toda naturalidad y sin ninguna discriminación. Cuando nuestros gobiernos aprueban leyes para que incluso en el ejército sea reconocida la condición homosexual… Cuando todo esto sucede en nuestra sociedad, no podemos nosotros en las iglesias seguir hablando de opción homosexual y de perversiónhomosexual, en contra de lo que afirma la ciencia, y reconoce la mayoría de nuestra sociedad.
Y es que si nuestra sociedad actúa así, si nuestros políticos aprueban estas leyes, no es porque sean unos inmorales que no tienen en cuenta lo que es bueno y justo; sino porque han aceptado lo que la ciencia dice acerca de la homosexualidad y buscan superar la discriminación y la marginación que han sufrido durante siglos nuestros hermanos homosexuales.
Creo que también nosotros en las iglesias debemos aceptar lo que dice la ciencia sobre la homosexualidad; y más cuando, como hemos visto, la Biblia no dice absolutamente nada de ello. Bueno sí, nos anima a respetar y amar a todo aquel que es despreciado y marginado. Pero, por favor hermanos, no incluyamos a los homosexuales en el conjunto de los “pecadores” que debemos amar, NO; tal y como creo haber expuesto en este artículo, el homosexual es un ser humano que ha recibido de Dios su condición sexual y está llamado a aceptarla y vivirla en el amor, con sus riesgos y sus grandezas, exactamente igual que el heterosexual.
¿Cuánto tiempo le llevará a la iglesia reconocer lo que la ciencia nos dice acerca de la homosexualidad? ¿Cuántos “Galileos” tendrán que arder en las hogueras de nuestras inquisiciones? ¿Cuánto dolor nos llevará aceptar que la Biblia no puede ser utilizada como un arma arrojadiza, como un Código Penal? Espero que no sea tanto como para que nuestra sociedad termine por considerarnos una secta, y no sea capaz de escuchar de nosotros el mensaje de vida plena que sólo la fe de Jesucristo hace posible.
Juan Sánchez Nuñez
29 Jun 2011 Deja un comentario
en CDD, Iglesia Catolica Romana
Cuando Benedicto XVI viaja y congrega multitudes para que lo celebren, nunca cuestiona el hecho de que haya que quitarle el pan a los pobres para disponer de los medios que permitan celebrarlo con la pompa que es digna de un Emperador Romano en nuestros tiempos.
Blog: CATOLICAS Y DISENSO
Entrada: NO A LA VISITA DEL PAPA FINANCIADA CON EL DINERO DE TODOS
Enlace: http://cddespana.blogspot.com/2011/06/no-la-visita-del-papa-financiada-con-el.htm
REMITIDO AL E-MAIL
29 Jun 2011 Deja un comentario
en Sin categoría Etiquetas:José Antonio Pagola (teólogo)
La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia.
El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida.
Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo. Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una Iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos ni a plantear.
Mientras tanto no podemos permanecer pasivos. Para que un día se produzca una renovación litúrgica de la Cena del Señor es necesario crear un nuevo clima en las comunidades cristianas. Hemos de sentir de manera mucho más viva la necesidad de recordar a Jesús y hacer de su memoria el principio de una transformación profunda de nuestra experiencia religiosa.
La última Cena es el gesto privilegiado en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, recapitula lo que ha sido su vida y lo que va a ser su crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el extremo.
Por eso es tan importante una celebración viva de la eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús en medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió al término de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino.
Hemos de escuchar con mas hondura el mandato de Jesús: «Haced esto en memoria mía». En medio de dificultades, obstáculos y resistencias, hemos de luchar contra el olvido. Necesitamos hacer memoria de Jesús con más verdad y autenticidad.
Necesitamos reavivar y renovar la celebración de la eucaristía.
[Enviado por Eclesalia Informativo].
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