¿Cómo celebrar un aniversario sacerdotal?
Recordando que; ser “sacerdote” no es un título, ni una mención de honor o un privilegio reservado, para quienes reconocemos o dicen ser “sacerdote”.
Ser sacerdote es un ministerio de servicio, bien sea ejercido por hombre o mujer. Esa es la esencia del ministerio sacerdotal. Cristo, es servicio. El es el primer sacerdote, según Pablo: Hebreos 7:11-12. Él, es modelo sacerdotal, es con Él, en Él y por Él (Doxología) que estamos todos/as llamados al ministerio sacerdotal de los fieles.
Existe el ministerio sacerdotal, que podríamos llamar; el de carácter profesional sin que esto sea para confundir su carisma y su servicio. Las diferentes profesiones, llámense como se llamen, ejercen un servicio particular, según la necesidad requerida por la comunidad.
Voy a referirme de manera especial al sacerdocio femenino, aclarando, no es que sea diferente en su esencia como servicio, más sí en sus manifestaciones. Se escuchan comentarios por los pasillos y en reuniones ecuménicas; que dicho ministerio ha sido un fracaso, que no se ve progreso en las iglesias. Razón por la cual, aquellas instituciones que “ordenaban” mujeres sacerdotes, han decidido no promocionar más la ordenación de mujeres en sus espacios. ¿Interesa el crecimiento de la institución o llevar la Buena Nueva?
No es que se rechace el ministerio femenino. Se rechaza el modelo de sacerdocio femenino, que ha sido enmarcado en las normas y rasgos del patriarcado, en que se ha ido gestando a través de los años.
Muchos hechos testimoniales han dejado marcadas las huellas, de inicio del sacerdocio femenino en los primeros siglos del cristianismo: La suegra de Pedro, una vez liberada de la fiebre, se puso a servirles: Lucas 4:28-44. Está, la historia de la comunidad que se reunía en la casa de Lidia, la vendedora de púrpura: Hechos 16:12-15. Sin olvidar, el papel que desempeñaron las hijas de Felipe: Hechos 21:8-9. En cada historia de éstas, se refleja el empoderamiento al laico que Jesús, nos ha dejado por legado, y el Apóstol Pedro muy bien lo recoge en su Carta:(1ª de Pedro: 2:9).
El ser sacerdote y servir, están fuertemente ligados a que sea real y efectivo el empoderamiento al laico, a fin de que todas/os seamos responsables del Reino de Dios: «Denles ustedes de comer». (Lc. 9,12-13). Para que lo entendamos mejor: atiéndales, sírvanles. “Pues yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27). Que nos quede claro; el mensaje en el ministerio sacerdotal, es igual tanto para el hombre como la mujer. Tanto hombres como mujeres tenemos el desafío de ser tiernos/as, humanos, sencillos, y recordar: «no he venido a ser servido, sino a SERVIR» Marcos 10:45.
Que no se acepte y reconozca el sacerdocio femenino, como tal, es otro asunto, pero negarlo no se puede, tratar de ignorarlo menos. Echarla la culpa a Otro, absurdo!
El ministerio sacerdotal femenino, debe de romper el paradigma machista y patriarcal. Ése, que en algún momento, patrocinamos muchas de nosotros/as. Mientras no se libere de ese molde, se le verá como un fracaso y, no tendrá éxito, como los comentarios que hemos escuchado.
De ahí la importancia de volver a las fuentes del ministerio sacerdotal femenino, de los primeros siglos del cristianismo, que aunque siendo un servicio, no es igual al del hombre, somos diferentes. Tampoco es competencia. No es la vestimenta, ni los títulos: Pastor/a, Rvdo/a, Padre/Madre, Monseñor/a, Obispo/a, (Mateo 23:8-10) lo que hace al sacerdote, como dice el refrán popular: “no es el hábito, el que hace al monje”.
El sacerdocio femenino no nació en un altar, con incienso, flores y velones. El sacerdocio femenino nació, al calor de un hogar con varios/as vecinos/as, amigas/os. Alrededor de las experiencias, de la familia, del barrio, del pueblo. Conversando acerca de la situación que se vive; de los enfermos/as, de los desempleados, de las presiones del Estado, de los niños, de los desplazados, de las injusticias, de la violencia, del invierno, de las ansias de paz y añoranzas de los abuelos. Se celebra y se comparte la vida, todos/as tienen la palabra, reparten y comparten, lo que ahí todos/as están haciendo.
No es el templo ajeno y frio, es la Casa/Iglesia. Es tu casa, es mi casa, aquí nos conocemos, es el calor de un hogar, donde la vida, la fatiga, el ansia, la tensión, los sueños, se sienten.
En la mesa del hogar; Casa/Iglesia, todo está por hacer. Los niños/as quieren participar, llevar las ofrendas, leer y danzar. Los abuelos, “invisibles” no se pueden quedar. Ellos, quieren compartir su sabiduría y sus experiencias. La familia se hace presente con algo para ofrecer a los asistentes, hacen alguna lectura y comparten sus vivencias.
El pan, el vino, el aceite, el agua, la sal, el perfume, el chal, la bufanda de colores, las flores, las luces, la danza, el tambor, la flauta, el canto, signos y símbolos, compartidos, estáticos no se quedan, cobran vida, cada uno de ellos presenta su energía, contagiando a todos/as de la chispa divina de la Vida.
La liturgia celebrada al calor de la Casa/Iglesia, no puede ser acartonada, ni lineal, repetitiva, es un rito de compromiso vivo, cuestionador, desafiante, y revolucionario, donde el compartir se hace vida!
Es aquel pasaje de Jesús, con Zaqueo, espontaneo, creativo, original, sencillo, humano, que nos enseña a celebrar la Eucaristía:
«Zaqueo, baja pronto; porque conviene
que hoy me quede yo en tu casa.»
Lucas 19:1-10
Cuántas veces, por la lejanía, lo tarde de la hora, la falta de transporte. Quien comparte la vida, y concelebra en la Casa/Iglesia, y acompaña la Comunidad, ha dicho a alguno/a: “conviene que hoy me quede yo en tu casa…”
Las novedades, los cambios estructurales, no son los llamados a desbordar los templos, como se ha creído.
El ministerio sacerdotal femenino, se realiza “a pie”, dando confianza, amor, ternura, concelebrando con el pueblo de Dios la vida, caminando con ellas/os en sus afanes cotidianos, jugando con los niños/as, acompañándoles en el Internet, comiendo un helado, mirando sus cuadernos, visitando al enfermo/a, conociendo los cambios que han realizado y sus avances, estimulándoles, felicitándoles, aconsejándoles.
Ser sacerdote, es ser una/o de ellas/os, con ellos/as, en la casa, en el parque, en las calles, en el hospital, en la cárcel, en el trabajo, en el bus, allí donde se vive la vida!
“HAY MUCHO REINO DE DIOS FUERA DE LA IGLESIA INSTITUCIÓN”
*Presbitera Católica Romana
Diciembre 11 del 2011
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