La aventura de una conciencia libre. Lecciones que aprendí de José Mª Díez-Alegría


Juan José Tamayo, teólogo

En la Parroquia de San Crlos Borromeo tuvimos ayer un homenaje a Llanos, Diez-Alegría y Lois, en el que me pidieron hablara de Díez Alegría, y lo hice en los términos del texto que adjunto. Juan José Tamayo
Agradezco la invitación a participar en este tan merecido homenaje a José María Llanos, José María Díez-Alegría y Julio Lois, tres hombres que supieron compaginar ejemplarmente la fe en Jesús de Nazaret, la lucha por la libertad y el compromiso por la liberación de los empobrecidos.

Fue precisamente la fe en Jesús de Nazaret la que los llevó a encarnarse en el mundo de la marginación, identificarse con los marginados y trabajar por el reconocimiento de su dignidad y sus derechos. Me han pedido que hable en este acto de Díez-Alegría y lo hago encantado, evocando el impacto que su persona dejó en mí y las lecciones que de él aprendí durante tras casi cuarenta años de amistad. Colaboración y sintonía.

1. La primera lección que aprendí de él fue la esperanza o, por decirlo en el lenguaje de Pablo de Tarso, la “esperanza contra toda esperanza”. Dar razón de la esperanza es quizás la mejor síntesis de su magisterio teológico y de su itinerario humano. Hombre esperanzado por talante y por convicción, Díez-Alegría supo contagiar la esperanza en su derredor.

Esperanza inseparable de la fe, y ambas vividas en un clima adverso. No fue, empero, la suya una esperanza ingenua o infantil, fácil y bobalicona, que desembocara en una confianza ciega, sino enraizada en la historia, con la mirada puesta en el futuro, en el horizonte de la libertad, sabedora de los riesgos del camino y consciente de los fracasos, tropiezos y desviaciones de la meta. Si a sus 60 años pudo titular su obra más emblemática y difundida Yo creo en la esperanza, a sus noventa no dudó en titular un nuevo libro Yo todavía creo en la esperanza.

2. La segunda lección fue el profetismo. Desde la esperanza supo descubrir dos tipos de religión, que describe admirablemente y con gran originalidad en Yo creo en la esperanza: la ontológico-cultual y la ético-profética. La religión ontológico-cultual gira en torno al culto separado de la vida, es ajena a los quehaceres humanos y está desvinculada de la historia. En esta religión, el ser humano está al servicio del sábado y es esclavo de la ley. La religión ético-profética coloca la vida en el centro de la religión, y la ley al servicio del ser humano. La vida de Díez-Alegría, su pensamiento itinerante, su modo de estar en el mundo y su manera de entender el cristianismo constituyen un ejemplo luminoso de religión ético-profética y de crítica de la religión cultual.

3. La tercera lección fue su serena aproximación al marxismo por el camino del diálogo. El marxismo jugó un papel fundamental en la conformación del pensamiento de Díez-Alegría, al tiempo que él mismo hizo aportaciones relevantes al marxismo. En diálogo y colaboración con intelectuales y militantes marxistas, contribuyó a desdogmatizar y humanizar ambos sistemas de creencias, y ayudó a tender puentes y a buscar lugares de encuentro entre cristianismo y marxismo desde la ética humanista de ambos y la opción por los excluidos traducida en una praxis liberadora.

4. Diez-Alegría fue un creyente crítico, no crédulo. Su crítica se dirigió por igual al capitalismo, que consideraba un sistema económico opresor por naturaleza, y a la Iglesia católica “realmente existente”, que consideraba el fracaso del cristianismo jesuánico. Cuando cumplió 97 hizo estas declaraciones verdaderamente estremecedoras: “Pienso que la Iglesia católica en su conjunto ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es la que Jesús quiso, sino la que han querido a lo largo de la historia los poderosos. Estas son las ideas que ahora tengo, sordo y medio ciego esperando la muerte con mucha esperanza y con mucho humor”. Pero no hacía la crítica desde fuera y de manera malhumorada e iconoclasta, sino desde dentro y constructivamente.

5. Libertad de conciencia, ¡qué gran lección no sólo maravillosamente formulada y ejemplarmente razonada, sino también, y sobre todo, vivida, como ha demostrado en múltiples ocasiones y de manera especial con motivo de la publicación de su libro Yo creo en la esperanza y a la hora de abandonar la Compañía de Jesús, aunque solo de iure, porque de facto vivió siempre en residencias de jesuitas. Su humanismo radical le llevó a seguir siempre la voz de la conciencia.

De él aprendí que la conciencia personal está por encima de la ley eclesiástica, la fidelidad al evangelio por encima del Derecho Canónico y el seguimiento de Jesús por encima de la obediencia a los superiores. La apelación a la conciencia fue lo más revolucionario de la vida y del pensamiento de Diez-Alegría, su modo de ser, su estilo de vida, su actitud ante las instituciones, las jerarquías, los superiores, su criterio de actuación. Sin levantar la voz y con buenos modales, con elegancia y hasta cortesía.

6. Vivir en la frontera fue otra de las grandes lecciones que enseñó predicando con el ejemplo. La frontera fue el lugar donde vivió la fe cristiana Díez-Alegría, su entorno natural, su espacio eclesial, su ubicación teológica: la frontera entre fe e increencia, ortodoxia y heterodoxia, cristianismo y marxismo, amor cristiano y luchas de clases. En ella se encontró con la marginación, lugar social donde descubrió las dimensiones liberadoras del cristianismo ocultas al mundo del poder. Marginación que tiene un nombre concreto, el Pozo del Tío Raimundo, y un compañero y hermano inseparable, el padre Llanos. Ésa fue la cátedra que durante muchos años supo compaginar con la Gregoriana de Roma y, cuando fue cesado como profesor de ésta, su cátedra permanente más preciada.

7. De Díez-Alegría aprendí la lección del sentido del humor, que no es muy frecuente en el mundo de la teología. El humor como talante, como virtud, incluso como principio. Un humor que se refleja en sus textos y en los títulos de sus libros: “Rebajas teológicas de otoño”, “Teología en broma y en serio”. A los 94 años volvió a dar otra lección de teología en clave de humor e ironía en su libro Tomarse en serio a Dios, reírse de uno mismo por iniciativa de Luis Aranguren quien lo publicó en PPC. En la Residencia de Alcalá de Henares siguió haciendo teología en broma y en serio. “Como Dios sabe que soy de izquierdas –me comentó una de las últimas veces que le visité- todavía escucho un poco por el oído izquierdo y veo otro poco por el ojo izquierdo”.

8. Fue un transgresor de fronteras. Desde su excelente formación interdisciplinar -doctor en filosofía y en derecho, y licenciado en filosofía por la Facultad de Teología de Granada y especialista en ciencias sociales, cultivó las cuatro disciplinas armónicamente. No se instaló en ninguna de ellas cómodamente, sino que transitó por las cuatro en actitud de diálogo y transgredió los límites que los especialistas suelen establecer entre las diferentes disciplinas.

9. No fue una persona de pensamiento estático, sino que, desde la fidelidad a la conciencia y a la fe inquebrantable en Jesús de Nazaret, fue capaz de evolucionar: de la filosofía escolástica a la existencial, del derecho natural a los derechos humanos, de la Doctrina Social de la Iglesia al mensaje social del Evangelio, del anticomunismo al diálogo cristiano-marxista y al nacimiento del Cristianos por el Socialismo, de la obediencia a la ley eclesiástica al seguimiento de la conciencia, de la metafísica a la metáfora.

10. Diez-Alegría elevó a la categoría de virtudes, no sé si cardinales o teologales (en esto no quiero ser heterodoxo), la esperanza, el profetismo, el sentido crítico, el diálogo multilateral, la vida en la frontera, la libertad de conciencia, el sentido del humor, la transgresión de fronteras y la evolución en el pensar y en el vivir. Virtudes que me gustaría poner en práctica. ¡Ojalá lo consiga cuando sea mayor!

Parroquia de San Carlos Borromeo, Madrid, 9 de marzo de 2012

Fuente: http://www.redescristianas.net

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