Xavier Pikaza
01.11.12
La Iglesia celebra hoy (2. 11. 12) la memoria de todos los difuntos tras haber celebrado ayer la de los santos. Año tras año en este blog, desde el 2006, he venido recordando el sentido de la muerte de los muertos (con su exigencia de transformación humana y su esperanza de resurrección), desde diversas perspectivas personales, sociales y religiosas. Este año quiero limitarme a comentar el texto central de la liturgia de este día, que es el evangelio de la muerte de Jesús según Marcos 15, 33-37 (retomando unas páginas de mi Comentario de Marcos, donde podrá acudir quien quiera mayores precisiones exegéticas).
Han existido y existen cien maneras distintas de evocar la muerte, desde los tiempos más antiguos.
- Los hombres han empezado a ser hombres allí donde recuerdan y veneran a sus muertos, sabiendo que la vida de cada uno es más que una simple peripecia casual.
- He estudiado y comprendido las Danzas de la Muerte de la Edad Media, las Fiestas de Difuntos en México… Fiestas de protesta contra la muerte, de aceptación del destino, y de esperanzan de vida en la gran Rueda de un Destino (al que podemos llamar Dios).
- Me ha interesado la nueva moda de Halloween (All Hallows’ Eve, ‘Víspera de Todos los Santos), con sus elementos celtas, cristianos y, sobre todo, comerciales. Eso es lo que me da más pena: Convertir el día de los Muertos en fiesta de Consumo.
De esas y otras formas de «recordar» (u olvidar) a los muertos podría hoy hablar en mi blog, pero prefiero ofrecer un austero comentario de las palabras de Jesús, que llama a Dios desde la raya de la muerte, preguntándole “por qué”. Esta es la pregunta que siguen elevando cada día miles y miles de personas, condenadas a morir de forma dura, prematura, injusta, sin sentido.
Los cristianos sabemos que todos mueren (morimos) con Jesús, el gran Difunto. Nuestras preguntas, dolores y protesta ellos están condensadas, según la fe cristiana, en Jesús, que es todos los muertos.
- Por eso preguntamos a Dios: ¿Por qué nos has abandonado?… Y Dios nos puede responder (nos responde) en la pascua: No os ha abandonado, muero con vosotros para compartir vuestra vida y recibiros en la mía. Dios recibe a Jesús en su brazos de padre-madre, como muestra el cuadro de Ribera (siguiendo una milenaria tradición cristiana), a diferencia de la primera imagen (de tipo más protestante), donde Jesús aparece como recibiendo los rayos de la ira de Dios.
- Por eso debemos preguntarnos: ¿Por qué nos abandonamos unos a los otros? ¿Por que dejamos morir, por que matamos, de un modo indirecto o directo, a millones de personas cada año, por motivos principales de dinero?
La muerte de Jesús, una voz grande
Entre las interpretaciones de la muerte de Jesús, la más significativa y poderosa es aquella que Marcos y Mateo han puesto en boca de Jesús, tras el “lamento” de los sacerdotes, con una indicación muy precisa de tiempo:
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: Eloí, Eloí, lamá sabaktaní. (Que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, está llamando a Elías.» Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios.» (Mc 15, 33-37)
Esa oscuridad tiene, sin duda, un sentido simbólico, como para indicar que, a pleno mediodía, al acercarse la muerte de Jesús, llegó un tipo de noche, condensada en su pregunta Pues bien, en ese contexto, el evangelio recoge tres interpretaciones del grito de Jesús.
(a) La más antigua parece aquella donde el texto alude a una voz final de Jesús, que parece inarticulada, sin sentido reconocible: «Y dando un gran grito (phonên megalên) expiro» (Mc 15, 37).
(b) Pero la tradición ha interpretado esa voz como una pregunta, que Jesús, justo sufriente, elevó a su Dios diciendo: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Elôi, Elôi. Lema Sabakhtani; Mc 15, 34; Sal 22, 2).
(c) Pues bien algunos de los presentes, piensan que él no está llamando a Dios para que le responda, sino a Elías para que le desclave de la cruz (Mc 15, 36) .
La tradición de la muerte de Jesús nos sitúa ante una gran voz (Mc 15, 37), que el evangelio ha interpreta con las palabras de Sal 22, 2 como invocación a Dios, pero que algunos presentes entienden como llamada a Elías. Nos hallamos ante un pasaje complejo, con una voz de fondo (15, 37), que puede interpretarse de dos formas:
(a) En la línea del evangelista, que escucha la palabra del Sal 22, con su afirmación (abandono), su pregunta (por qué) y su invocación (Dios mío).
(b) En la línea de algunos presentes, que afirman que Jesús ha llamado en realidad a Elías, cuyo nombre (Eli-yah), puede confundirse de algún modo con el de Dios (Eôi, Êlí: Mc 15, 4; Mt 27, 46).
Muchos exegetas han pensado que el grito de fondo y las interpretaciones posteriores han sido una creación de la iglesia (pues los crucificados mueren por asfixia y no pueden gritar). Otros suponen que todo es un simple signo apocalíptico del fin del mundo (así escuchamos grandes voces en Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc.; cf. también Mc 1, 11). Pues bien, con otros exegetas, estoy convencido de que el recuerdo de ese grito recoge un hecho histórico, es decir, la última gran voz de Jesús, que pudo entenderse como llamada a Elías, pero que los cristianos interpretaron como invocación dirigida a Dios.
Precisamente porque los crucificados no gritan, la tradición cristiana ha recordado ese grito y lo ha entendido, e interpretado, de un modo sorprendente, a pesar de los problemas que podía plantear: En un sentido estrictamente mesiánico, se ha podido decir que Jesús ha muerto abandonado (fracasado), sin que se cumpliera lo que había prometido (el Reino), o llamando al vengador Elías. Pero la Iglesia de Marcos, reinterpretando un motivo del Sal 22, ha descubierto que en el fondo de ese “abandono” ha venido a revelarse una más honda presencia de Dios, como veremos.
1. Un Mesías que invoca a Dios o a Elías.
La tradición cristiana supone que Jesús no pudo morir desesperado (pues en ese caso no se habría podido recordar su figura como salvadora), sino que él se mantuvo fiel a Dios hasta el final, desde su mismo fracaso mesiánico, elevando a Dios una pregunta dolorida pero creyente. Su grito nos sitúa ante la paradoja final de su historia mesiánica. (a) Un Jesús que se hubiera impuesto al fin externamente victorioso, ratificando su soberanía desde la Cruz, bajando de ella y “fulminando” a los contrarios, en la línea de cierta tradición de Elías formaría parte de la lista de los triunfadores y prepotentes del sistema, como los reyes y los sumos sacerdotes, los ricos y fuertes del mundo. (b) Pero un Jesús que al final hubiera confesado su fracaso, derrumbándose del todo ante Dios y negando su mensaje de Reino, tampoco habría podido ser reconocido como Cristo por la tradición cristiana.
Entendido en forma cristiana (como hace Mc 15, 34), el grito de Jesús en la Cruz nos sitúa ante su radicalidad mesiánica, de manera que podemos afirmar que ha triunfado “no triunfando” y que su fracaso en un plano (¿por qué me has abandonado?) significa su triunfo más alto (sigue llamando a Dios y le dice: ¡Dios mío, Dios mío!). En este contexto se puede afirmar con la tradición que Dios ha reinado (se ha revelado como Rey verdadero) muriendo en la cruz, no bajando de ella, como le pedían sus contrarios (Mc 15, 22). Estamos, según eso, ante un reino en la “cruz” (regnabit a ligno Deus), ante un amor que vence precisamente en la muerte, más allá de la victoria mesiánica externa de un judaísmo (o cristianismo) que quiere imponerse a la fuerza .
Un Jesús triunfador al modo humano/mundano (en línea de poder, bajando de la cruz o imponiéndose por ella, como temen los que piensan que llama a Elías) no reflejaría la experiencia y proyecto del Mesías de los pobres y asesinados, por quienes y a quienes él había anunciado la llegada del Reino. Su misma fidelidad a Dios le llevó a correr el riesgo de ser condenado, y le dio el “derecho” de elevar su gran pregunta (¡Dios mío, Dios mío!), en su nombre y en nombre de todos los que fracasan: ¿Por qué me has abandonado? Pero esa pregunta no implica derrumbamiento, sino entrega angustiada (y esperanzada) en manos del Dios del Reino.
En esa línea pienso que esta voz final (fônê megalê: Mc 15, 34, con la que Jesús muere, Mc 15, 37) ha de entenderse en forma de signo apocalíptico, grito del fin de los tiempos (sin fondo histórico). Pero puede ser también, y a mi juicio ha sido, un grito histórico, que adversarios de Jesús y creyentes de la Iglesia han recordado e interpretado en formas distintas. A pesar de la dificultad que el hecho implica (pues los crucificados mueren de asfixia), no es imposible que Jesús gritara, esforzándose por decir su última palabra, en la que podía escucharse el sonido de Dios (Elôi o Êli) o el de Elías (Eli-Jah, cf. Mc 15, 34. 36; Mt 27, 45-47). La tradición ha mantenido el recuerdo de ese grito, que fonéticamente puede relacionarse con Dios o con Elías. No podemos demostrar que Jesús invocara a Elías, ni que llamara a Dios, pero pudo haber hecho ambas cosas, pues las dos invocaciones y palabras (Dios y Elías) están relacionadas, de manera que Jesús podría haber llamado a Dios por (a través de) Elías .
- Pudo haber llamado a Elías, y esa invocación sería lógica al final de su trayectoria, pues él había comenzado su mensaje en Galilea asumiendo algunos rasgos del antiguo profeta (cf. cap. 5-6). Ese motivo podría situarnos ante una controversia entre seguidores y no seguidores: Unos tenderían a pensar que Jesús llamó a Dios en su muerte (¡pues a Dios ha de llamarse siempre!), otros pensarían que llamó a Elías (que debería ayudarle). Marcos recoge la interpretación de aquellos que pensaron que murió llamando a Elías, aunque sin aceptarla, pues, a su juicio, él no murió invocando al gran profeta, cuya figura le había acompañado desde el comienzo de su ministerio (al lado de Juan Bautista; cf. también Mc 9, 4), sino llamando a Dios.
- Llamó a Dios. Marcos ha interpretado su grito como invocación teológica, conforme a las palabras del Sal 22, 1 (Dios mío, Dios mío…), que él ha presentado en arameo (Elôi), mientras Mateo las pone en hebreo (Êli), acercándolas al texto de la Biblia (y al sonido de Elías). Los sacerdotes le habían acusado diciendo, de forma tajante, que Dios le había rechazado (cf. Mc 15, 29-32; Mt 27, 39-43). Jesús responde a esa acusación llamando precisamente a “su” Dios: «Dios mío, Dios mío». Así lo han entendido los cristianos, interpretando esas palabras desde una perspectiva teológica, iluminando así la muerte de Jesús desde el Salmo 22, donde el orante israelita llama a Dios y confía en él desde su abandono.
2. Elías no viene.
Jesús podía haber llamado a Elías, a fin de que llegara y le ayudara, sacándole de la cruz, para culminar su obra, como afirma la página final de la Biblia Hebrea (que acababa en Mal 3, 1. 22-24, con la promesa de la venida de Elías, vinculado a Moisés). Esa opinión responde además a la trayectoria de su Jesús, pues él se había presentado en la línea de un profeta-como-Elías, especialmente en el tiempo de su actividad en Galilea (cf. cap. 6-7).
Si Jesús identificaba su misión con la de Elías, cuya obra final habría venido a realizar, como muchos pensaban (cf. Mc 6, 15 y 8, 28), era lógico que le llamara entonces (en la cruz) y que el mismo Elías (personaje celeste) le escuchara y respondiera, cumpliendo la esperanza de aquellos que pensaban que él debía intervenir al final de los tiempos.
Ésta habría sido la última oportunidad, tras la del Huerto del Monte de los Olivos, donde Jesús había acudido para rogar a Dios y pedir que llegara (cf. cap. 30-31), pero Dios no respondió y sus discípulos le abandonaron. Pues bien, ahora que él pendía ya en la cruz, esperando el final-final (sin posible retorno), era el momento bueno, la hora decisiva: En el último confín que es la cruz, él aguardaba la llegada de Elías, representante de Dios. Por eso le llamó, en el último momento.
- ¿Debería haber venido? Humanamente hablando, resulta lógico que Jesús llamara al profeta de los milagros, testigo de Dios, en cuyo seguimiento había proclamado el Reino. Por eso, su grito se hallaría lleno de sentido. Pero, como he señalado (cap. 1, 5), Elías era también profeta de la venganza y del fuego del cielo (cf. 1 Rey 18, 38; 2 Rey 1, 10), de forma que si, en el momento final, Jesús le hubiera invocado para realizar el juicio de Dios y vengarse de sus enemigos, podría pensarse que había abandonado su evangelio de gracia mesiánica, situándose más cerca de Juan Bautista que de su propio mensaje.
- Pero no vino. Entendido en la línea anterior, si hubiera pedido la llegada de Elías vengador, el grito de Jesús habría quedado sin respuesta y se habría mostrado además como señal definitiva de fracaso: Próximo a la muerte, él habría llamado al profeta del juicio, el mensajero de la ira de Dios (cf. Mal 3, 1-5 5; Eclo 48, 10-11), esperando así que le librara o desclavara de la cruz (kathairein) en el último momento (Mc 15, 36)… En ese contexto se entendería el gesto de uno de los presentes (conocedor de las tradiciones de Israel, no un pagano), que habría mojado una esponja en vinagre, para darle de beber y alargar su agonía (tiempo de vida), de forma Elías pudiera llegar y librarle (Mc 15, 36). Pero Elías no vino, y el vinagre de la esponja no alargó la vida de Jesús, que expiró inmediatamente, con un grito .
- De todas formas, la vuelta de Elías puede seguir pendiente. El grito de llamada a Elías, en ese último momento, habría quedado externamente sin respuesta, mientras Jesús moría (Mc 15, 37). Pero es un grito que sigue elevándose al cielo, y algunos cristianos podrían seguir afirmando que Elías aún ha de venir, de una forma u otra, avalando la misión profética de Jesús, en la línea iniciado por el Bautista. Significativamente, el relato de la transfiguración (Mc 9, 2-9) había indicado que Elías se hallaba en la “gloria pascual” de Jesús, al lado de Moisés, como indicaría el final de la Biblia Hebrea, cuando vincula el recuerdo y venida de Elías con la de Moisés (cf. Mal 3, 22-24.
3. Jesús llama a Dios.
Pero Marcos y el conjunto de la iglesia han creído que Jesús no llamaba directamente a Elías, sino a Dios, en palabra doliente de Sal 22, 2: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15, 34). El testigo y interlocutor de Jesús no fue Elías, sino el Dios, que le había ungido y enviado: ¡Tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido! (Mc 1, 11). Pues bien, ese Dios parece abandonarle ahora y, por eso, Jesús le invoca y pregunta: ¿Por qué…?
Esta interpretación nos sitúa ante un problema mayor que el de Elías: No le abandona un simple profeta, sino el mismo Dios en cuyo nombre ha proclamado la llegada del Reino. Por eso, Jesús le llama, elevando su última palabra, con los condenados y sufrientes desde el borde de la muerte. Marcos (la Iglesia) no ha atenuado la muerte de Jesús, sino que ha mantenido toda de su dureza, sin ocultar lo que ella implica de abandono.
El grito de Jesús ha de tomarse como histórico, en el sentido radical de la palabra, aunque no en la línea de algunos teólogos han tejido desde aquí muy altas especulaciones trinitarias, hablando de un abandono intradivino del Hijo de Dios. Sin ir en contra de ellas, y pensando que en un plano pueden resultar iluminadoras, debo añadir que ese grito ha de entenderse en sentido histórico, como expresión de un fracaso mesiánico de Jesús, quien precisamente por haber fracasado en un plano ha podido mostrarse en la pascua como revelación plena de Dios, no a pesar de de haber muerto, sino precisamente por haber fracasado y muerto, manteniéndose fiel a Dios.
Ese fracaso de Jesús (que no ha logrado triunfar como mesías davídico) nos permite comprender la más alta revelación de Dios, por encima de los sacerdotes del templo y de los soldados de Roma. Siendo verdadero, el mensaje de Jesús no podía cumplirse en un nivel de cumplimiento antiguo (con su victoria política) . Desde aquí pueden trazarse algunas consecuencias:
- No espiritualizar el grito. Todos los esfuerzos que se han hecho por mitigar su escándalo son inútiles. Por eso, las palabras de Jesús (a pesar de ser cita de Sal 22 o, quizá mejor, por serlo) han de tomarse al pie de la letra. Al final de su vida, como Mesías (Hijo de David), aquel que ha esperado y preparado tenazmente, la llegada del Reino, Jesús debe preguntar a Dios: ¿Por qué me has abandonado? Como enviado de Dios había prometido a sus discípulos el Reino para el próximo día (la próxima copa: Mc 14, 25) y había esperado su llegada en el Monte de los Olivos (cf. cap. 30), y había dicho a los sacerdotes que verían (¿cuándo? el texto supone que pronto) al Hijo del Hombre viniendo en las nubes (cap. 32). Pues bien, ahora, al descubrir que muere, él pregunta a Dios: ¿Por qué me has abandonado?
- La muerte ha sido la última lección que Jesús ha debido aprender entre lágrimas y gritos (cf. Hbr 5, 7-9). En muchos casos, ella llega sin saberlo (sin que nosotros hayamos podido prepararnos). Pero a Jesús le llegó sabiendo lo que ella significa, pues él mismo la había “provocado” (haciendo y diciendo los cosas que hacía y decía). Le llegó mientras protestaba, llamando a Dios, como un fracasado mesiánico. Sólo al penetrar hasta la hondura final de ese fracaso, sin renegar de Dios, ni negar nada de lo que había realizado a favor de los pobres, él ha podido comprender finalmente la tarea de su vida, y comprendiendo ha muerto, en medio del gran grito.
- Jesús ha sido un mesías davídico fracasado pues, como sabe Rom 1, 2-3, él anunciaba el Reino de Dios en este mundo, y el Reino no ha llegado. Quería recrear el sentido de Jerusalén, abriendo un espacio de perdón y amor mutuo, y no lo ha conseguido, pues los representantes del templo le han juzgado y condenado. Quería instaurar un Reino sin tributos imperiales y sin armas, de manera no violenta… pero los partidarios de la violencia (de las armas y tributos imperiales) le han clavado en la cruz, tomándole como peligroso. Ha esperado hasta el fin la llegada del Reino, cumpliendo lo que ella implicaba, pero Dios no ha respondido (como había esperado), y por eso, él, Jesús, su Mesías, le ha llamado, desde la Cruz, diciéndole su última palabra: ¿Por qué me has abandonado?
- En un sentido, Dios ha abandonado a Jesús, que muere sin lograr aquello que había pretendido (instaurar el Reino en la tierra), como dice la elegía de sus adversarios pasando ante la cruz (Mc 15, 29-32 par). Éste es el abandono y escándalo al que alude Pablo, al evocar la Cruz, diciendo que no ha sido simplemente el martirio de un inocente (miles de crucificados morían, como Jesús), sino el suplicio escandaloso (¡sin sentido!) del Mesías (1 Cor 1, 18-26), una muerte contra la que el mismo Pablo había protestado, persiguiendo a quienes veían en ella la mano de Dios (cf. Gal 1, 13-24). Todo lo que Pablo, una vez “convertido” a Jesús necesita saber y sabe de la historia es este dato: Jesús era “mesías” de la estirpe de David (Rom 1, 2-3) y murió fracasado, pero su fracaso (su muerte) ha sido la revelación más alta de Dios.
- Dios “abandonó” a Jesús para que su mesianismo se cumpliera de otra forma. Por eso, en un sentido, como última palabra, Jesús tuvo que gritar diciendo “por qué me has abandonado”. No hubiera sido fiel a su mensaje si no lo hubiera hecho, si hubiera aceptado las cosas sin protesta alguna. En ese sentido pienso que ese grito es histórico, y que tiene plena validez, debiendo tomarse al pie de la letra. Jesús muere sintiéndose abandonado por Dios al que, sin embargo, llama “Dios mío, Dios mío”, confiando en él y entregándose en sus brazos. Así lo ha interpretado Lucas, poniendo en boca de Jesús las palabras del judío piadoso que dice “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31, 6), porque ya no entiende (o cree que sus lectores no entenderían) el drama mesiánico de fondo de Mc 15, 34 (y Mt 27, 46)
Anotaciones:
- La voz de Jesús contiene, según eso, una aserción (me has abandonado) y una pregunta (por qué), y se sitúa en la línea de la tradición del justo israelita, que, en el momento clave de su vida (es decir, ante la muerte), se dirige al Único que puede responderle, es decir a “mi Dios” (no a un Dios lejano, sino al “mío”, muy cercano), preguntándole el por qué de su abandono. Ésa es la afirmación y la pregunta que Marcos ha escuchado al fondo de la gran voz (phônê megalê) de 15, 37. Cf. R. E. Brown, La Muerte del Mesías II, Verbo Divino, Estella 2006, 1237-1288.
- Rom 1, 3-4 supone que Jesús fracasó como “mesías de David” (en un nivel de triunfo externo), y que precisamente ese fracaso ha sido la garantía y razón de su triunfo, y la tradición cristiana ha recordado la debilidad de Jesús en la Cruz (cf. Hbr 5, 7), retomando un motivo de la Oración del Huerto (cf. Mc 14, 36). En este contexto se cita y refuta con frecuencia la hipótesis de R. Bultmann, Das Verhältnis der urchristlichen Christusbotschaft zum historischen Jesus, en Id., Exegetica, Mohr, Tübingen 1967, 453), cuando dice que no podemos excluir la posibilidad de que Jesús se hubiera “derrumbado” humanamente en la cruz (dass er zusammengebrochen ist). Sin duda, ese derrumbamiento final es posible, y no iría en contra de su condición divina, pues la angustia en la muerte (y en especial en una muerte en cruz) pertenece a la condición humana; pero no responde recuerdo cristiano, que es unánime al afirmar que Jesús mantuvo su propuesta mesiánica en la cruz.
- En el texto hay un juego de palabras entre Elôi (Mc) o Êlí (Mt 27, 46), Dios mío, y algo así Eli-yah (mi Dios es Yahvé) o Eliya-tha (Elías ven).
- Una parte considerable de la “exégesis” gnóstica y musulmana de la vida de Jesús ha pensado, de algún modo, que Elías vino para liberar a Jesús en el último momento. Diversos apócrifos, y de un modo más velado el mismo Corán afirman que Elías (que significa: Yavhé, tú eres mi Dios) liberó a Jesús de la muerte, y le llevo a la gloria de donde volverá justiciero, al fin del tiempo. Pero ese Elías justiciero no vino, y Jesús murió como mueren los abandonados de la historia (en manos del Dios misterioso de la resurrección)
- A Jesús le mataron como si fuera un falso David (mesías fracasado), un falso Moisés, condenado por los sacerdotes, y un falso Elías, como si no hubiera podido cumplir su tarea final, en la línea de Mal 3. Vino en nombre de Dios, para instaurar su Reino y, sin embargo, le mataron. Pero él aceptó fielmente la muerte y en ella (por ella) Dios cumplió su propuesta salvadora.
Tomado de http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2012/11/01/jesus-todos-los-muertos-dios-mio-ipor-qu
Debe estar conectado para enviar un comentario.