24.05.14 | 23:12.
Los cristianos no podemos rechazar nunca a Israel, porque es nuestro principio, el punto de partida de la fe cristiana. Jesús fue un yahvista radical, un hombre coherente, en la línea de la fe y de la esperanza de sus antepasados judíos.
Pero, al mismo tiempo, muchos nos sentimos muy confusos ante la forma que ha tomado en los últimos decenios la política de Israel. No es un “pecado ajeno”, no es culpa de otros. Esa actitud de Israel forma parte de nuestra propia identidad cristiana, es un valor y un riesgo de nuestra misma fe mesiánica.
En esa línea, con ocasión del viaje del Papa Francisco y de su presencia entre los varios grupos sociales y religiosos de Israel/Palestina y de su entorno quiero ofrecer unas reflexiones, en la línea de otras que he venido presentando en este blog.
Mis lectores y amigos saben lo que pienso. Aquí lo expongo de nuevo, de un modo unitario. Mañana ofreceré mi visión de la postura musulmana. Buen domingo a todos.
1 Pueblo particular, religión universal
El judaísmo es, al mismo tiempo, un pueblo particular (con su historia separada de la historia de los pueblos del entorno) y una religión universal, abierta a la globalización salvadora, es decir, a la unión pacífica de los pueblos dispersos y enfrentados.
Una vez que ha descubierto la transcendencia de Dios y ha entrevisto el valor de su acción en la historia, Israel no ha tenido posibilidad de retornar al mito de la naturaleza o de refugiarse en una interioridad segura, sino que ha debido asumir su tarea de abrir un duro y gozoso camino que lleva la reconciliación universal. Ésta ha sido su identidad: Como pueblo elegido (particular), guiado por el Dios del mundo y de la historia, Israel se ha sentido llamado a realizar una tarea universal de reconciliación.
En el camino de la historia, incapaz de retornar a la seguridad de un mundo concebido como eterno retorno, amenazado por los imperios del entorno y sintiendo siempre la dificultad de vincular sus ideales de realización mesiánica universal con la fría evidencia de los hechos, Israel ha mantenido dos certezas: su llamada particular (como pueblo elegido que tiene que cumplir una tarea propia) y su vocación universal (ser fermento de pacificación entre todos los pueblos). De esa forma se vinculan, en línea histórica, la elección concreta (Israel es un pueblo especial, elegido por Dios) y la tarea universal (abrir en el mundo un camino de salvación para todos los pueblos). Así lo han mostrado las diversas “confesiones de fe”, que destacan por un lado la elección particular de Israel y que, por otro, le abren hacia todos los pueblos.
La primera se estructura como narración histórica, que cuenta o describe la actuación de Dios a favor de su pueblo, en una línea de salvación abierta universal: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado de Egipto» (Ex 20, 2; Dt 5, 6; cf. Núm 24, 8; I Re 12, 28; Jer 2, 6; Dt 8, 14, etc.). Las palabras de fondo de este credo (Yahvé ha librado a Israel, sacándole de Egipto) constituyen el principio de identidad del pueblo israelita, pero en un camino abierto hacia el conjunto de los pueblo, tal como lo muestra el principio de su Biblia (Gen 1-11, con el comienzo de Gen 12, 1-3) . (1)
‒ Los judíos se sienten un pueblo particular, y en esa línea se atreven a decir que Dios mismo les ha escogido y separado: “Yo (Yahvé) seré vuestro Dios; y vosotros (israelitas) seréis mi pueblo” (cf. Dt 26, 16 19). Esta concentración sagrada ha definido y sigue definiendo su historia hasta el día de hoy. En ese trasfondo se vuelve transparente y cobra contenido la confesión pactual, cuyo recuerdo se conserva en Jos 24, 17 18 y Re 1, 18, 39, como ratifica el Shema (Escucha…), que ha determinado la espiritualidad del judaísmo: «Escucha, Israel, Yahvé, nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón… (Dt 6, 4 5) . (2)
‒ Al servicio de la humanidad. Pues bien, ese pueblo de Israel, cuyos componentes escuchan la voz de Dios y le responden cumpliendo su palabra (amándole), aparece se abre y despliega, desde su singularidad, como portador de una promesa universal de salvación (cf. Is 2, 2-4). De esa manera se han vinculado, de forma paradójica y poderosa, los dos momentos fundamentales del proyecto de globalización judía, un momento particular y otro universal.
Por una parte, Israel ha sido y sigue siendo uno de los pueblos más “particulares” y separados del mundo. Así decidió serlo no sólo ende su historia antigua (reflejada en la Biblia), sino especialmente a partir del renacimiento rabínico (siglo I-III d.C.), que ha marcado de un modo intenso la historia posterior del mundo occidental. Pero, al mismo tiempo, el judaísmo ha querido y quiere ser fermento de esperanza o globalización salvadora para todos los pueblos, siendo portador de una promesa de universalidad aún no cumplida (los hombres no pueden unirse por ahora, en forma igualitaria, gratuita y salvadora), pero han de hacerlo pronto, cuando Dios así lo decida . (3)
2. Judaísmo actual, gran paradoja.
A partir de las guerras romanas (67-70 y 132-135 d.C.), los judíos se han dispersado, extendiéndose a lo largo de la Edad Media y Moderna como nación “religiosa”, sin Estado propio, bajo el poder de reinos y de imperios. Como pueblo exilado y peregrino en medio de otros pueblos, como grupo de identidad religioso/nacional han pervivido a lo largo de los siglos, tanto en el sur (España, Francia, Italia) como en norte de Europa (Alemania, Polonia, Rusia), con el norte de África y Oriente Medio. Desde 1946, parte de la comunidad judía se ha restablecido políticamente en Palestina, formando el estado de Israel. Ellos siguen teniendo estos rasgos:
‒ Los judíos reinterpretan la herencia de Abrahán y Moisés en plano nacional. Ciertamente, saben que, según la tradición, el viejo patriarca tuvo otros hijos y quizá muchos árabes sean hijos suyos (en sentido biológico) y todos los musulmanes y cristianos se pueden llamar descendientes de Abrahán en sentido espiritual. Pero sólo ellos, los judíos, hijos de Israel/Jacob y de los “doce patriarcas”, siendo la nación elegida de Dios, quieren presentarse como portadores legítimos de la tradición abrahámica en el mundo. En ese aspecto, ellos se sienten ante todo un pueblo distinto y quieren serlo hasta el final de los tiempos.
‒ Los judíos reinterpretan el monoteísmo en línea transcendente y nacional, en paradoja que otros pueblos y religiones han entendido con dificultad. Por un lado, los judíos sostienen la diferencia de Dios a quien conciben como radicalmente distinto, de manera que todo intento de fijarle en algo (en idea, o símbolo) les parece idolatría., y así, como testigos de la diferencia de Dios se han mantenido siempre, criticando a los demás de un larvado o claro paganismo. Pero luego (al mismo tiempo) ellos sostienen que ese Dios transcendente se unido con ellos de una forma duradera y especial, suscitando así el recelo de otros pueblos.
‒ Los judíos han aplicado la Ley de una forma nacional, al menos en el tiempo presente, hasta que se revele Dios de una forma definitiva. Sin duda, ellos piensan que su Ley es también transcendente, existía en Dios desde el principio, como signo de su sabiduría y providencia. Pero esa Ley eterna, expresada de algún modo en su Escritura y Tradición se encarna de alguna forma en ellos, que así tienen una capacidad teológica especial: una penetración religiosa peculiar que les capacita para descubrir en su propia vida el misterio de Dios. Portadores y testigos de Dios en su propia carne, en su camino de pueblo histórico, eso son los judíos.
‒ Ellos cultivan un mesianismo nacional. Los cristianos han personalizado la esperanza en Jesús, a quien consideran Hijo de Dios, en gesto de apertura a todos los hombres de la tierra. Pues bien, los judíos han nacionalizado la esperanza, si es que se puede emplear este lenguaje: los más secularizados esperan de algún modo reconciliación final de la humanidad; los más religiosos hablan de una venida o manifestación salvadora de Dios. Pero todos, de un modo u otro, destacan la mediación judía: ellos mismos, como pueblo distinto y elegido, son los transmisores de la esperanza, los garantes de la reconciliación final entre los hombres.
‒ Desde aquí debe entenderse su misión testimonial. Estrictamente hablando, ellos no pretenden convertir a los demás pueblos en el tiempo de la historia; pero ellos deben mantener su identidad para ofrecer de esa manera un ejemplo de vida y una semilla de futuro
para todos los pueblos. Esa tarea mesiánica les ha permitido vivir separados y unidos, como un pueblo particular, pero de cultura universal, con intereses religiosos pero también económicos, que han suscitado el recelo de muchos . (4)
Pues bien, estos judíos que han vivido diecinueve siglos sin tierra ni estado propio (del 70 al 1948 d.C.), siendo muchas veces perseguidos, especialmente en la shoa nazi (del 1939 al 1945), han conseguido crear (¿recrear?) su propio Estado particular en Palestina. En esta perspectiva, algunos que suelen llamarse sionistas creen que es preciso defender el estado de Israel, para que actúe como signo de esperanza y reconciliación humana en todo el mundo (especialmente en el oriente medio). Evidentemente, Palestina es para ellos un signo religioso, una tierra que el mismo Dios les ha ofrecido, de manera que ellos imponerse y defenderla por las armas, en un contexto de máxima violencia, creando así una nación de puros, separados y distintos . (5)
Así se expresa la gran paradoja israelita. Los judíos han sido por siglos un pueblo paria, en el sentido que Max Weber daba a ese término, al menos dentro de occidente. Pues bien, su su misma condición de grupo minoritario y sometido les había impulsado a desarrollar una inmensa labor económica y cultural, como germen de una deseada universalidad futura; en esa línea, ellos han alimentado muchos ideales de revolución social de globalización en los siglos XIX y XX. Pero a través del moderno Estado de Israel ellos corren el riesgo de alimentar un durísimo particularismo.
3. Monoteísmo y diferencia . (6)
Los israelitas han sido y siguen siendo, de algún modo, descubridores y testigos privilegiados de un monoteísmo universal (abierto a unidad pacífica de todos los pueblos), que ellos han formulado y mantenido de un modo contra fáctico: precisamente allí donde se había derrumbado su seguridad política y donde habían perdido su esperanza histórica (tras la derrota y exilio: tras el 586 a. C.), en contra de las apariencias adversas, ellos han descubierto y confesado que hay un sólo Dios, que dirige la historia de los hombres y que les ofrece precisamente a ellos (derrotados, exilados) la promesa de una reconciliación futura de la humanidad. No han encontrado a Dios en un camino de triunfo, ni como poder imperial, sino al contrario, en el centro de su impotencia, allí donde han perdido toda esperanza de vida en línea de sistema. Ellos, derrotados y exilados (en Egipto o Babilonia), saben que hay un Dios que es garante y portador de una promesa de vida universal.
Esa Presencia de Dios constituye para los derrotados de Israel una memoria e impulso de liberación que les permite mantenerse sobre (y contra) el sistema político-económico triunfante, que parece imponerse de manera inexorable sobre el mundo. Por encima de una estructura de poder opresor (globalización imperial), que los textos judíos presentan desde Dan 7 como «mundo de bestias», los derrotados de Israel se descubren llamados por Dios, elegidos entre las naciones, para cultivar y transmitir una experiencia superior de comunión en libertad entre todos los pueblos. Dios se les presenta así como principio superior de concordia universal . (7).
‒ Prueba de humanidad y germen de comunión universal. Los judíos han podido aparecer como piedra de tropiezo donde se mide la capacidad de acogida y comunicación, de diferencia y comunión de las naciones (estados) dominantes y de los grupos menores, de distintos o excluidos. De esa forma han sido y siguen siendo un test de humanidad, un banco de prueba donde otros, especialmente los cristianos, han podido medir su tolerancia o falta de tolerancia y su manera de entender o no entender su monoteísmo. Allí donde los cristianos, a veces en nombre de la misma iglesia (e incluso de Jesús), han perseguido a los judíos, ellos han mostrado que no creen en el Dios del evangelio. Éste ha sido uno de los contextos fundamentales en el que se ha planteado en Europa (y en el mundo) el tema de la tolerancia y de la intolerancia . (8)
‒ Riesgo de violencia, el Estado de Israel. Pues bien, a pesar de esa racionalidad y habiendo sido mártires del mayor nacionalismo violento de este siglo (shoa), los judíos se han convertido al final del siglo XX y comienzos del XXI en fuente de dura injusticia: han formado un Estado impositivo expulsando a cientos de miles de palestinos y lo mantienen de un modo violento, por la fuerza de las armas. De esa manera, el pueblo de la utopía mesiánica (que se presenta a sí mismo como germen de reconciliación final del conjunto de la humanidad) se ha convertido en amenaza concreta de guerra sobre el mundo. Oponiéndose a la propia dinámica de su historia, después de haber sufrido una atroz persecución (del 1939 al 1945), algunos judíos han optado por fundar y defender con violencia su estado militar en Palestina (1947), empleando y ampliando unas normas de talión: violencia contra violencia, persecución contra persecución. Sin duda, como un pueblo más, ellos han tenido y quizá tienen el “derecho” histórico de acudir a la violencia para crear su estado y defenderse. Pero al comportarse de esa forma ya no pueden ya apelar al Dios de su tradición de tolerancia creadora y de esperanza de reconciliación mesiánica de los hombres . (9).
Los judíos creyentes, que mantuvieron su fe tras exilio y persecución, fueron por siglos (y lo siguen siendo) testigos de Dios porque aceptan el martirio y esperan, en amor
y no en resentimiento, la resurrección o culminación mesiánica, que Dios mismo les ofrece como gracia. Por eso custodian el testimonio de sus mártires y aguardan la justicia, que se elevará sobre la opresión e injusticia de los asesinos, no por venganza, sino por fe en la gloria y la verdad de Dios (1). En ese contexto ha de entenderse la aportación y el problema (la paradoja) del judaísmo en la causa de la globalización religiosa y política de la humanidad, en este comienzo del siglo XXI . (11)
Notas
(1) En esa misma línea se sitúa la confesión del Éxodo: «Mi padre era un arameo errante; bajó a Egipto y residió allí con unos pocos de su grupo… Allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron y nos humillaron… Pero gritamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz…, nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra» (Dt 26, 50 10; cf. Jos 24, 2s; Sal 136, etc.). Los judíos se sienten así privilegiados, pero no para cerrarse en sí mismo, sino para iniciar una historia de bendición (pacificación) entre todos los pueblos de la tierra, como sabe Gen 12-1-3. De esa forma se vinculan los dos “momentos” de la historia israelita, su particularismo radical y su radical universalismo.
(2) Este credo tiene dos partes. La primera es receptiva y se encuentra iniciada por el «Escucha»: esto es Israel, pueblo que escucha y acoge la revelación del único Dios; lógicamente, en esta primera parte, el orante se introduce en el conjunto del pueblo israelita, de manera que se habla aquí de «nuestro» Dios. La segunda es de tipo activo y está definida por el «amarás»; como se podrá advertir, pasamos del plural (Israel como pueblo) al singular, de manera que cada creyente debe ha de estar comprometido en amor con su Dios.
(3) Entendido así, el judaísmo ha ofrecido un testimonio esencial en la historia: De un modo u otro, todos los proyectos y caminos de globalización de occidente están vinculados con el judaísmo. Por eso, en nuestro contexto, resulta imposible hablar de globalización sin tener en cuenta la experiencia israelita, tal como se ha configurado a partir de la gran “dispersión”, tras las dos guerras judías (67-70 y 132-134).
(4)Así se ha mantenido el judaísmo por siglos, sin tierra propia y sin estado, sin ejército ni templo, como testimonio de una tradición específica y distinta, pero abierta a la esperanza de la reconciliación o globalización mesiánica. Los judíos son universales siendo particulares: creen que no ha llegado aún el tiempo de la unión mesiánica de todos los hombres. Por eso se mantienen distintos y separados, por opción personal o vocación, cultivando sus «leyes propias», sin mezclarse con otros pueblos, como promotores y testigos de una reconciliación universal cuyo tiempo no ha llegado, pues no ha llegado aún el Mesías que puede hacerla posible.
Los judíos han perdido sus instituciones «naturales» (tierra y templo, estado y sacerdocio), para convertirse en un pueblo de elección (de gente que decide ser judía), un pueblo testimonial, formado por sinagogas o comunidades libres de hombres y mujeres ocupados en el cultivo de sus antiguas tradiciones. A lo largo de casi veintes siglos, han sido y siguen siendo algo único en la historia (al menos de occidente), un «milagro», y así pueden presentarse como precedente para nuevas formas de vinculación por libertad, mostrando que no necesitan estado, ni tierra, ni ejército para mantener la identidad.
(5) Otros judíos aceptan y defienden el estado de Israel sólo por sentimiento nacional,sin verdadera creencia religiosa: no hay para ellos Dios (una mayoría de los judíos de Palestina no creen en la existencia personal de Dios), pero hay una tierra sagrada y hay unas tradiciones que merece la pena defender. Ciertamente, los judíos no han creado una misión estricta (en sentido religioso), pero conservan y destacan la obligación nacional de resistir en medio de todos los peligros y contra todos los que quieran aniquilar el estado de Israel o el judaísmo en cualquier lugar del mundo.
(6) He desarrollado el tema general en Globalización y Monoteísmo. Moisés, Jesús, Mahoma, Verbo Divino, Estella, 2002 y en Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996. Cf. K. Armstrong, Una historia de Dios. 4000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el Islam, Paidós, Barcelona 2001.
(7) En esta línea podemos añadir que los judíos han sido y son testigos (=Presencia), del Dios que es Presencia («Soy el que Soy», es decir, el que estoy presente: Ex 3, 14) desde el sufrimiento de la historia. Eso les ha hechos capaces de trazar su distancia frente a todos los poderes y dioses del entorno. Esos dioses avalaban o justificaban un poder particular de tipo cósmico o biológico, ideológico o político; eran limitados o servían para justificar un sistema, una ideología.
De un modo sorprendente, desde una experiencia de derrota, amenazados por la destrucción, los israelitas han podido descubrir la Presencia (= Shekina) de un Dios siempre mayor, que les ofrece promesa de Vida (y que es garantía de existencia para todos los amenazados de la historia). Dios se muestra así principio de tolerancia radical (pues acoge a los excluidos de la historia), frente a la intolerancia de los poderes políticos triunfantes de este mundo, que protegen a los vencedores.
(8) No han sido siempre un pueblo “fácil” para las naciones en cuyo interior han morado. El hecho de conservarse distintos, de mantener su propia identidad cultural y religiosa, ha chocado con el deseo de homogeneización de otros pueblos, de manera que pueden “entenderse” (nunca justificarse desde el evangelio) algunas persecuciones y expulsiones, como saben algunos judíos clarividentes, como J. Katz, Exclusiveness and Tolerance. Jewish-Gentile Relations in Medieval and Modern Times, New York 1961; H. Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Taurus, Madrid 1974. Sea como fuere, los judíos han ofrecido un inmenso testimonio de Presencia y comunión entre los pueblos. Con su forma de ser, ellos han sido y son adelantados de una humanidad plural, abierta a una comunión no dominadora. Por su parte, al perseguirles, los cristianos han mostrado que no creen en el Dios del evangelio que ellos proclamaban.
(9) Los sionistas han apelado a la ayuda
de un sistema imperialista violento (USA).Por el lugar donde han planteado su conflicto y por la forma en que lo han desarrollado, ellos forman unos de los nudos más fuertes e insolubles de contradicción religiosa y política, económica y militar de nuestro tiempo
(10) Desde una perspectiva cristiana, A. González (Teología de la praxis evangélica, Sal Terrae, Santander 1999) ha destacado esta experiencia y novedad de una revelación de Dios que desborda y supera por gracia el nivel de juicio en que se mueve la justicia de la historia humana. Un testimonio teológico duro y ejemplar sobre el «Holocausto» lo ofrece W. L. Fackenheim, La presencia de Dios en la historia, Sígueme, Salamanca 2002. Sería bueno que los judíos sionistas disolvieran voluntariamente este tipo de Estado de Israel, de tipo confesional (nacionalista), para iniciar con musulmanes y otros creyentes (o no creyentes), un camino de respeto y diálogo en Palestina.
Los judíos sionistas deberían renunciar a su nacionalismo sacral, para hacerse portadores de una esperanza profética de la paz, como fueron por siglos muchos de sus antepasados. Si un día lo hicieran, si pusieran su potencial utópico/mesiánico al servicio de la reconciliación (con musulmanes y cristianos que también deberían cambiar mucho) cambiarían la faz de nuestra historia. Para ser plenamente judíos (esto es, mesiánicos), ellos deberían renunciar a su intransigencia nacional, empezando a vivir con y para los otros hombres. Los judíos son un pueblo germen, al servicio de la humanidad (del futuro
mesiánico). Para eso deben superar su actitud de resistencia (enfrentamiento, pura separación), para comenzar un mesianismo activo, convirtiéndose ya (desde ahora) en fuente de humanidad reconciliada. Pero es evidente que esto implica también grandes cambios para cristianos y los musulmanes.
(11) En contra de todos los intentos de persecución (anti-judaísmo) hay que afirmar el derecho de Israel a mantenerse como pueblo y a tener su propio Estado, en medio de los pueblos y estados de la tierra. Pero, al mismo tiempo, desde una perspectiva histórica, por fidelidad a su pasado de pueblo mesiánico, sería hermoso que los judíos (al menos los sionistas) abandonaran voluntariamente la pretensión de crear un estado confesionalmente israelita en Palestina (y en otros lugares del mundo) realizando de esa forma un signo claro de esperanza mesiánica. De todas formas, humanamente hablando, esa solución es poco realista, pues siguiendo ese principio deberían rehacerse muchas fronteras de la geografía política mundial de los últimos decenios (y siglos. Lo que se pide a Israel debería pedirse a todos los estados y naciones: Que fueran capaces de abandonar (superar) sus pretensiones nacionalistas y a su violencia, para fundar una comunidad pacífica mundial.
http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2014/05/25/una-inmensa-paradoja-un-gran-dolor-religion-iglesia-pikaza-israel-francisco.shtml
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Debe estar conectado para enviar un comentario.