Susette Kok (1967) reside en Montevideo con su esposo, también holandés, desde 2002, cuando el atentado a las torres gemelas de Nueva York los decidió a buscar otra ciudad de residencia. Ya habían conocido Uruguay en 1998, y aquí tuvieron tres de sus cuatro hijos.
Después de trabajar en publicidad como fotógrafa se dedicó a diversas temáticas de corte social: desde la vida en centros psiquiátricos públicos hasta la violencia doméstica.
Cuando en 2010 realizó el libro Soy (un homenaje a la mujer uruguaya), conoció a Karina Núñez, hija y nieta de mujeres que ejercían la prostitución, quien actualmente lucha contra la explotación sexual de niños y adolescentes. Con su apoyo proyectó un estudio que incluyó entrevistas y fotos a prostitutas mayores de edad que cuentan sus historias de sometimiento durante su infancia.
«Hay que separar el tema de la prostitución, que en Uruguay es legal desde los 18 años de edad, de la explotación sexual de niños y jóvenes. Cuando empecé a trabajar en el proyecto, respecto a la prostitución yo pensaba que la mujer tiene que poder elegir lo que hace, como en cualquier profesión. Pero cuando fui avanzando, vi que esa ideología de raíces más liberales es falsa. Al acercarse de verdad a este mundo, se ve que nadie lo elige porque le gusta o porque es plata fácil. De todas las mujeres que entrevisté y después fotografié, una sola me dijo que era `plata rápida`, pero no fácil».
Los niños suelen reproducir acciones de los mayores más o menos cercanos; a la prostitución puede llegarse debido a esa razón pero también por ser coaccionados por los adultos. Y Susette Kok agrega otro motivo: «Hay quienes se sienten obligados porque no hay para comer en la casa; la persona que me acompañó en todo este proceso, Karina Núñez, me explicó que ello lo tenía que hacer por un yogur, siendo una niña de 12 años. Esto me quedó ¿no? ¡Es fuerte! Ella les decía a los clientes: es conmigo el negocio, con mis hermanas ¡no! Las estaba protegiendo. Era la que tenía que ir adelante. Y después lo hizo con sus hijas, y cortó así esa cadena. Pero no todas son tan fuertes como ella. Si la sociedad da otras opciones, no habría ninguna mujer que siga el rumbo de su madre y su abuela. Si hay más protección desde la sociedad, nadie lo eligiría para sus hijas, por lo menos ninguna de las personas que yo pude entrevistar».
-¿Le parece bien que esté legalizada la prostitución?
-Yo creo que no; es muy fuerte que lo diga así. Creía que sí, pero en un país donde hay tanta pobreza, donde hay tanta desprotección, no es una opción. Y ahora voy más allá. Estuve averiguando qué sucede en Holanda. Hay una propuesta de subir la edad (para ejercer la prostitución) de 18 a 21 años; se está cambiando, el país liberal se dio cuenta también de que hay muchísima explotación sexual. No sé exactamente las cifras pero hicieron una investigación que dio que la mayor parte de las mujeres están en la prostitución porque alguien las obligó. Yo aquí entrevisté a un exdueño de una whiskería que respondió que unos trabajan con sus manos y ellas de manera distinta: «Con un órgano», me dijo. No creo en eso; al prostituirse se trabaja con una parte muy íntima. La calidad de vida no es entonces la misma.
-En Montevideo y en todo el país la prostitución está extendida. En Holanda hay zonas demarcadas, en Amsterdam. ¿Qué piensa después de haber hecho acá tantas entrevistas?
-Sí, hay zonas turísticamente muy promocionadas. Ahora que lo pienso, ¡es un desastre! Yo estudié en medio del distrito rojo, era parte de la vida cotidiana. Acá hay una cultura del no te metas, pero en Holanda hay una cultura que hace que la gente se meta para proteger la niñez; si alguien sabe que un vecino está haciendo desastres, que explota a niñas o adolescentes, hace la denuncia, llega la policía y funciona.
-¿Cómo describiría el sistema de control y de protección a los niños y jóvenes en Uruguay?
-Es lento y me viene un enojo brutal. No puedo ser políticamente correcta, porque no hay respuesta. Encontré joyas de personas en este camino, que están luchando, pero no es la institución, es la persona. ¿Y cómo trabajan, sin una casa para dar contención a las víctimas, para que puedan hacer otra cosa y volver más fuertes a la sociedad? Las leyes están, denunciamos casos y sé que siguen ahí; volvimos a lugares en los que las conductas de abuso se mantienen; cambiaron los consumidores pero las víctimas son las mismas. Tiene que haber espacios y equipos multidisplinarios. ¿Quién cuestiona a los que consumen; quién está ahí con una niña de 14 años en la rambla? ¿Quién anota la matrícula? ¿Quién lo denuncia?
El sexo chatarra en zonas limítrofes
Susette Kok fue a lugares como Paysandú, Salto o Rivera, y a pequeños pueblos, «en donde todo lo que pasa es muy obvio, más difícil de tapar que en Montevideo. El ángulo que quería darle al proyecto era mostrar sitios por donde alguien pasó y nunca pensó en lo que ahí sucedía. Cuando yo los muestro, quien los ve se vuelve en parte responsable. Es un tema pesado, que por suerte cada vez sale más a la luz, y a la vez es más difícil de controlar».
Entre lo más impactante, Kok recuerda su llegada a Tranqueras. «Me indicaban los sitios: allá, allá, allá. Hay un terreno con chatarra de autos; atrás una whiskería y al lado el motel. Algo muy simbólico: lo usamos y lo desechamos. También en Paso de los Toros llegamos a un viejo prostíbulo en donde ahora hay un depósito de basura, pero sigue siendo un lugar de encuentro. ¿Dónde está el respeto a sí mismo de la persona que consume? No hablemos ya del respeto al otro. ¡Es un asco!».
El resultado del trabajo de Kok puede verse en la fotogalería del Parque Rodó
Peluches cargados con penas de la vida
Susette Kok no oculta su conmoción frente a todas las historias de vida que capturó, no ya con su cámara sino en las entrevistas personales.
«Me impresionó cómo las mujeres que viven esto pueden estar de pie, pueden estar luchando día a día, varias de ellas por sus hijos o nietos. Fue un proceso de ida y vuelta, cada persona pudo elegir en dónde hacíamos las fotos. La mayor parte eligió la intimidad de sus casas. En cuanto al dolor, bueno, está en la infancia de cada una, la infancia perdida».
-Yo nunca podía saltar la cuerda- le confesó una de las mujeres.
Otra le contó que unos peluches siguen siendo para ella los tesoros más grandes que posee, junto a sus pequeños nietos.
-Esos peluches tienen todas las lágrimas de mi vida adentro- le dijo.
«Ella fue mandada primero a España y después a Italia. Pasó una vida muy dolorosa; ahora está acá para poder contarlo pero hay muchas que no, y que nunca volverán», sostuvo Kok.
Fuente: http://www.elpais.com.uy
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