Se ha desatado una encendida polémica, como consecuencia de los recientes casos depederastia perpetrados en el seno de la Iglesia, y que ponen en evidencia la credibilidad de la Institución, por su reiterativo ocultamiento durante años.
Dada la pretendida vinculación que antaño asociaba la pederastia con la homosexualidad, parece oportuno definir las abismales diferencias entre un comportamiento pederasta y otro homosexual.
La pederastia, utiliza el engaño y la coacción para cometer un abuso sexual de menores y discapacitados, mientras que la homosexualidad, es una relación amorosa y afectiva consentida entre personas adultas del mismo género.
Los más radicales laicistas se regocijan de haber encontrado un filón, para arremeter de forma despiadada y lacerante ante los medios de comunicación, por estas conductas depravadas, estigmatizando indiscriminadamente por igual a sacerdotes de escasa fortaleza espiritual que se han enlodado en ese fango impuro y perverso, como a sacerdotes ejemplares y misioneros que luchan en circunstancias penosas para atender y auxiliar a tanta gentes desvalidas.
Son abundantes, las opiniones de sociólogos e intelectuales que culpan al Celibato, como causa principal de los casos de pederastia surgidos en los centros y seminarios católicos.
Aducen que la continencia, esa castidad impuesta, les obliga a cometer actos de esa naturaleza, con los alumnos con quienes conviven intensamente.
Este argumento no tiene consistencia, ya que esa transgresión moral y penal, puede darse en cualquier tipo de institución social o centros de internamientos (Militar, Universidades) y que estas perversiones las cometen personas de diferente condición social, tanto solteros como casados.
La abstinencia y la castidad, son virtudes que ponen a prueba las potencias del Alma, fortaleciendo tanto la templanza, como la integridad moral del individuo, que no tiene necesariamente el por qué sucumbir a los mandatos de las tentaciones carnales.
Además de los sacerdotes que profesan voluntariamente el ejercicio de la vida enclaustrada y solitaria, existen otros colectivos como aventureros, alpinistas investigadores, científicos que persiguen metas de proezas épicas y que llevan una vida supeditada al aislamiento y al desprendimiento de relaciones de parejas.
Jesucristo depositó la propagación de su doctrina de amor y reconciliación a doce hombres en su mayoría casados, gentes normales y sencillas con familias e hijos que difundieron los principios y mensajes de Cristo por todo el orbe, pagando con su martirio la propagación de la doctrina cristiana.
La práctica del Celibato voluntario comenzó tras la celebración del Concilio de Nicea por el emperador Constantino, siendo normal la existencia de obispos y clérigos casados y con familia. El celibato como dogma de imposición a todos los sacerdotes, se adoptó en el nefasto Concilio de Trento en el siglo XVI junto con la implantación de la Santa Inquisición.
Todo ello, formaba parte de un conjunta de normas al que denominaron Lacontrarreforma, con la pretensión de conjurar la corriente protestante de Lutero, en un desesperado enroca-miento de las Jerarquías eclesiásticas para proteger los derechos adquiridos secularmente y prevenirse de los aires de libertad del Renacimiento.
Somos conscientes del pugilato que mantiene el Papa Francesco en los últimos sínodos, con el ala conservadora de la Iglesia, manteniendo un intenso pulso, haciéndoles ver que el poder que prohíbe, que impone, que amenaza , que excluye y castiga, en suma “El Poder represivo” hay que desterrarlo del seno de la Iglesia, aceptando a las personas de orientación homosexual, al mismo tiempo de votar a favor de los divorciados, casados en segundas nupcias, para que puedan recibir la comunión.
Apoyemos y animemos al Papa Francesco, a que no desfallezca y mantenga enhiesta su postura para que abra definitivamente las puertas y ventanas de una Iglesia renovada, siguiendo la estela del Papa Juan XXIII, soltando los lastres de anacronismos como el celibato y la intransigencia a conductas homosexuales.
Está más que demostrado el elogiable ejemplo de sacerdotes casados luteranos que ejercen con dignidad sus funciones eclesiásticas, orientando y ayudando a los miembros de sus parroquias. Incluso podríamos afirmar que la sensibilidad femenina, proporciona el equilibrio emocional y afectivo que lo complementa.
Sucede con frecuencia y de forma natural la interrelación de sacerdotes con mujeres de su parroquia, para tratar eventos culturales, evangélicos e incluso temas varios que afectan a la vida social. En ocasiones, estos encuentros, despiertan no necesariamente un atractivo, un enamoramiento carnal, una pasión arrebatada entre el sacerdote y la feligresa; pero si la necesidad de compartir una vida en común, la de apartarse de la aridez de la soledad. Esta nueva vida afectiva le va aportar una estabilidad mental y fisiológica, que le va a permitir desarrollar su labor evangélica con mayor conocimiento de causa y tolerancia.
Cercenar esas tendencias tan propias del ser humano, por imperativos de la ortodoxia y la rigidez dogmática de los postulados de la Iglesia, rompe con los anhelos de una Iglesia cercana a lo humano, con consecuencias negativas para la Comunidad cristiana:
El alejamiento y renuncia de muchos sacerdotes al ejercicio de su vocación religiosa, o peor aún, la de mantenerla en secreto, por el temor de que si afrontan con valentía el paso de unirse a una mujer que le proporcione paz y sosiego, se van a encontrar con todas las puertas cerradas en la Sociedad, marcándoles de por vida. Aquellos que no atraviesan el umbral, van a llevar con desencanto y desanimo su fe, con una permanente frustración , que a la postre desembocará en un deficiente magisterio.
Los más decididos y audaces que se arriesgan a dar el paso hacia delante, se van a encontrar con dificultades de todo tipo, sociales, religiosas. Algunos logran sobrevivir a duras penas en el campo de la enseñanza privada.
Por el contrario, si la Iglesia deja a la voluntad de los sacerdotes consagrarse a la tarea religiosa encastillado dentro de una castidad elegida, o la de ejercerla con la compañía de una mujer, no menoscaba en absoluto su proyecto de espiritualidad. El nudo gordiano de la cuestión es el buen ejercicio de su magisterio y desarrollarlo con alegría y entrega en beneficio de todos:
La iglesia tendría más adeptos, los seglares sustanciarían su futuro con otras perspectivas, y en definitiva fomentaría en los jóvenes sentimientos de mayor cercanía de mayor aproximación a lo humano y a la normalidad de la vida, que se traduciría sin lugar a duda en el aumento de vocaciones sacerdotales.
Somos conscientes que el Papa Francesco, no va a cambiar la Institución de la noche a la mañana, porque aunque sea un ser revestido con toda la solemnidad que le aporta su sabiduría y gran espiritualidad, existen capas jerárquicas de la Iglesia, ancladas todavía en la rigidez de sus dogmas. No obstante, albergamos la ESPERANZA (El único bien que no se escapó de la Caja de Pandora) de que no ceje en su lucha por la transformación de la Iglesia, volviendo a los tiempos del Cristo aclamado por las multitudes de Galilea.
LA ESPERANZA
¿Qué es la Esperanza?
¿Es ese lirismo que nos evoca
el verso azul y verde atornasolado,
que deleita nuestro Espíritu,
como el Ruiseñor que anuncia el Alba?
¿O, no será igualmente?
¿El suspiro de un nuevo amor,
la coronación de una imaginada ilusión,
que como pétalos de luz cenital,
nos alumbra en lontananza?
A ese anhelo que nunca se extingue,
que disipa nuestras incertidumbres,
y que mantiene viva la llama de nuestros sueños,
siempre le llamaremos la ESPERANZA.
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