El Vigía
Como suele suceder en hechos de esta naturaleza, se declaró un toque de queda. Un dèjá vú de lo ocurrido en agosto pasado en el poblado de Ferguson, Missouri, cuando un jurado decidió no presentar cargos contra un agente blanco que asesinó a balazos a Michael Brown, un joven negro que se encontraba desarmado en la vía pública. El polémico fallo desencadenó un caos de grandes proporciones.
A decir de las autoridades, los actos violentos de Baltimore poco o nada tenían que ver con la protesta. Sin embargo, lo que no se puede seguir ignorando es el contexto. La coyuntura ha sido aprovechada para descargar la indignación y frustración de jóvenes afroamericanos, que ven un futuro sombrío en una ciudad en la que son minimizados y discriminados por la Policía, tal y como ocurre en otras regiones del país.
No muy lejos de ahí, en Washington D.C., en pleno corazón democrático de EUA, las marchas que piden justicia para todos por los constantes abusos de policías blancos sobre la comunidad negra se hacen sentir con cierta frecuencia en los alrededores de la Casa Blanca. La señal está más que clara: el racismo está flor de piel en una nación manchada históricamente por la segregación.
Obama, el presidente de un país que se enriqueció de la esclavitud, siempre ha recogido el guante, pero sus acciones para controlar el desorden han sido, cuando menos, escasas y mudas frente a un tema tan sensible.
El inquilino de la Casa Blanca se vio obligado otra vez a referirse a un tema que le incomoda. Envió sus condolencias a los familiares del joven muerto, calificó de criminales a los violentos de Baltimore, cuestionó a los medios de comunicación por sólo ofrecer una parte de la historia y reconoció que la crisis era tal, pero no nueva.
De hecho, ni para este Vigía ni para nadie, no es ninguna novedad que se multipliquen acontecimientos de este tipo bajo la vista contemplativa de un Obama cauto y dubitativo que, como mandatario, teme ser identificado con alguna comunidad y se autolimita
El caso Baltimore ha abierto otro debate –entre tantos– sobre la cuestión racial y la violencia policiaca en EUA. Obama no se hace ilusiones de que el actual Congreso vaya a invertir en las poblaciones negras empobrecidas, pero tampoco parece que como presidente tuviera intención de hacer algo.
Habría que preguntarse cuántos casos como el Ferguson o Baltimore han sido tapados por ese manto sospechoso y confuso que ha estimulado el uso de la fuerza por tratarse de “delincuentes” negros.
Las Policías estadounidenses aún no parecen entender que las comunidades para las cuales trabajan son diversas en colores y que los afroamericanos son una porción importante de ellas. Obama tampoco parece hacerse cargo de una convulsión social que lo sigue acorralando.