“Las personas que han vivido de cerca el conflicto, están más dispuestas al perdón y la reconciliación que quienes no lo han vivido” Henry Robinson, desmovilizado del IRA.
Gran sentido cobraron las palabras de este irlandés curtido en la guerra, cuando conocí a Doña Ruby con su figura pequeña, frágil, de extremada delgadez, tanto que su piel parecía pegada a los huesos. Prematuramente envejecida por el sufrimiento, a sus 56 años refleja el sufrimiento causado por su hijo quien a los 11 años de edad, siendo apenas un niño, se fue a hacer la guerra en las filas de la FARC, molesto porque tuvo una pelea con sus hermanos. Cuando se hizo hombre desertó por amor, se enamoró y como en las FARC está prohibido enamorarse, decidió fugarse con la mujer que le robó el corazón.
Doña Ruby, su esposo, y sus 7 hijos viven ahora en la finca que con el esfuerzo de toda la familia, trabajan y pagan. Deben 27 millones de pesos y ya les amenazan con el embargo, sin embargo el joven Carlos, reintegrado gracias al apoyo de la Agencia Colombiana para la Reintegración, sueña con ver crecer su finca y llegar a ser el dueño de dos estaciones de gasolina en dos municipios que ya tiene definidos.
Ella dice tratando de justificar la situación familiar, de salvar el honor familiar: “De mis 7 hijos solo a él le dio por irse para allá”. Su afirmación encierra un cierto tono de reproche por ese hijo que ella casi considera la oveja negra de la familia, y si así piensa y siente ella, cómo no lo va a juzgar el resto de la sociedad, me pregunto yo.
Pero claro, doña Ruby es un mujer que a los 13 años salió de su hogar paterno para contraer matrimonio con el hombre que todavía hace parte de su familia, esa familia que ella sueña volver a tener unida, tal cual sucedía allá en el Páramo de Las Hermosas, en la finca de la cual fue expulsada junto con toda su familia por orden de las FARC, como retaliación por la deserción de su hijo.
Nadie podría atreverse a justificar el reclutamiento de niños a tan temprana edad. A los 11 años las conductas no son resultado de un proceso reflexivo respecto del alcance, responsabilidad y consecuencia de nuestros actos. Casi todo lo que hacemos a esa edad tiene como propósito llamar la atención de los adultos, conseguir sus mimos, su afecto, una respuesta positiva respecto de nuestras demandas infantiles, generalmente caprichosas. Aprovechar ese estado emocional en un niño para engrosar sus filas es reprochable desde donde se le mire, y no satisfechos con ello, castigan a quien ose abandonar sus filas, con el fusilamiento y a la familia, con la expulsión, el destierro, el desplazamiento.
Fue así como ante la deserción de Carlos, doña Ruby recibió la visita de los hombres de las FARC notificando la orden de abandonar sus tierras, sus cafetales a punto de cosecha, sus animales, su vida. No podían llevar nada consigo, solo sus miserables vidas, porque en eso se convirtieron sus vidas a partir de ese momento.
El recuerdo la revictimiza una y otra vez, solo sus lágrimas pueden expresar lo que su corazón guarda, porque a las palabras no las conoce lo suficiente para narrar con ellas su dolor.
Y aunque ella casi que responsabiliza a su hijo por lo sucedido, nosotros sí podemos entender que él fue una víctima, que la familia entera fue víctima de la guerra, víctima de las FARC, y lo que desde su elementalidad esta diminuta y frágil mujer sí sentencia, es que la paz la necesitamos todos.
Imagen cortesía de http://www.erbol.com.bo/
Cuando le pregunté sí podría perdonar a esos hombres que la expulsaron de su hogar, no lo duda un solo instante, aunque derrame nuevas lágrimas. Con ese dolor empotrado en su corazón, no duda en responder que los policías, los guerrilleros, los militares y todos los actores armados, tienen madres como ella, que no merecen sufrir lo que ella ha sufrido.
El diálogo con doña Ruby también me hizo llorar y pensar que era mi deber darle voz a esta mujer que honra las palabras de Henry Robinson, desmovilizado del IRA en Irlanda del Norte y hoy activista de la paz, quien dijo que las personas que han vivido de cerca el conflicto, están más dispuestas al perdón y la reconciliación, que aquellos que no lo han sufrido.
Yo tuve la fortuna de escuchar durante cinco días los testimonios, las historias, de quienes han visto de cerca la cara de la muerte, puedo asegurar que no es necesario ser víctima para entender que la paz es un imperativo moral de todos y de todas, que la guerra solo beneficia a unos cuantos poderosos a quienes la vida de la gente como Carlos, doña Ruby, incluso la suya que lee este texto, y la mía, poco o nada les importa.
Yo recibí el bastón de la paz de una niña que es ahora mi madrina allá en Pereira, y durante esa ceremonia aprendí que es nuestra obligación conocer, entender y ayudar a entender este conflicto para que un día podamos vivir en paz. La pregunta ahora es… puede usted también llegar a entenderlo?
http://conlaorejaroja.com/en-los-zapatos-de-la-guerra/
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