Las mujeres ejercieron una función trascendental en el apostolado de Jesús (Lucas 8, 1-4), y posteriormente durante todo el Nuevo Testamento e Iglesia primitiva.
Según el Comentario Bíblico de san Jerónimo, Lucas presenta a Jesús quebrantando tres normas culturales judías: Jesús está con mujeres que no son sus familiares. Una mujer le sirve. Jesús enseña a una mujer en su casa (Lucas 10,38-42).
Para Pablo en el bautismo se habían borrado las distinciones de raza, sexo y clases sociales (Gálatas 3, 27-28). Con todo, aunque creía en la igualdad en Cristo entre hombre y mujer, (Gálatas 3,28), no pudo superar totalmente las ideas imperantes en aquella sociedad con respecto a la mujer. Por ello, en ese contexto, es significativo que Pablo reconociera y exaltara el ministerio que las mujeres ejercían en la Iglesia. Un ejemplo claro lo tenemos en la carta a los romanos: «Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas» (Romanos 16, 1). «Saludos a Prisca y Áquila, mis colaboradores en la obra de Cristo Jesús, (…) Saludos a María, que tanto ha trabajado por ustedes. (…) Saludos a Trifena y a Trifosa, que han trabajado por el Señor. Saludos a la querida Pérside, que ha trabajado mucho en el Señor (Romanos 16, 1-16). Y lo mismo a los filipenses: «Evodia y Síntique…que lucharon por el evangelio a mi lado, lo mismo que Clemente y demás colaboradores míos» (Filipenses 4,2-3). Se podrían mencionar otros textos, pero estos son suficientes.
Documentos primitivos como la Didascalia (215) y las Constituciones Apostólicas (350-380) definen las funciones de las diaconisas. En concreto, en el capítulo dieciséis de la Didascalia se le pide al obispo que escoja a mujeres para que sean diaconisas ya que estas pueden ejercer funciones que no podían ejercer, en aquel tiempo, los diáconos, entre ellas, en el bautismo «se requiere que las [mujeres] que desciendan al agua sean ungidas con el óleo de la unción por la diaconisa» porque «no es conveniente que las mujeres sean vistas por los hombres» pues el bautismo se realizaba estando totalmente desnudos. «Cuando la que es bautizada sale del agua, la diaconisa la recibirá, la instruirá y la adoctrinará, para que el sello infrangible del bautismo le sea impreso con pureza y santidad». «Hemos dicho que el servicio de una mujer diaconisa es muy deseable y necesario, porque también nuestro Señor y Salvador fue servido por mujeres que le servían que fueron: María Magdalena, y María, hija de Santiago, y la madre de José, y la madre de los hijos de Zebedeo» (Mateo 27, 55-56).
Los concilios fijaron las condiciones para su ordenación sacramental y se elaboraron rituales de ordenación. Sin embargo, en el año 398 en el IV sínodo de Cartago, se decidió que «una mujer aunque sea erudita y santa, no presumirá enseñar a hombres en una asamblea y no podrá bautizar».
En la Iglesia Bizantina el diaconado femenino se desarrolló durante los siglos octavo y noveno. Muchas diaconisas santas son veneradas en el calendario de la Iglesia Ortodoxa.
La decadencia y desaparición temporal del diaconado femenino ha sido atribuido a dos causas principales: al miedo a la impureza ritual debido al periodo menstrual femenino, y al descenso de bautismos de adultos. Esto hizo disminuir la necesidad de la ayuda de las diaconisas, tal como se menciona en algunos rituales sirios antiguos.
Siempre ha habido mucha oposición a las diaconisas en la zona de la Iglesia de habla latina, como: Italia, norte de África, la Galia y Bretaña. Las principales razones fueron, la influencia del derecho romano, según el cual la mujer no podía ocupar ningún puesto de autoridad, y el miedo a la impureza ritual. Durante la Edad Media, pocas personas conocían lo que el diaconado de las mujeres había significado en la Iglesia primitiva.
Pero hay más. Según el historiador Giorgio Otranto, director del Instituto de estudios clásicos y cristianos de la universidad de Bari, Italia, hay evidencia de que hasta el siglo IV, las mujeres ejercieron funciones sacerdotales. Al parecer, en las paredes de las catacumbas de Priscila en Roma, hay un fresco en el que se representa a una mujer bendiciendo el pan eucarístico. Inscripciones en tumbas halladas en Italia y Francia identifican a mujeres llamadas Leta, Flavia, María y Marta como sacerdotisas. Y en la iglesia de san Praxido en Roma hay un mosaico con cuatro obispos incluida una mujer, Teodora.
No es de extrañar que tarde o temprano, las denominaciones cristianas se plantearan la cuestión de la ordenación de la mujer al ministerio.
En el Anglicanismo tenemos el primer caso en 1862, cuando el obispo de Londres ordena a una diaconisa con la imposición de las manos. En 1885, los obispos de Alabama y Nueva York hacen lo mismo. En 1919 se publica en Inglaterra el informe de una comisión nombrada por el arzobispo de Cantorbery, Randall Thomas Davison, bajo el título El ministerio de las mujeres.
En 1944 se da un paso más cuando el obispo R.O.Hall de Hong Kong ordena a Li Tim-Oi al presbiterado en Zhaoqing, China. Cantorbery y York repudian la ordenación y ella renuncia a sus órdenes. Cuatro años más tarde la conferencia de Lambeth niega el permiso a Hong Kong para ordenar mujeres al presbiterado con base experimental, alegando que «no es el tiempo propicio» para considerar el asunto. Lambeth urge que se renueve el énfasis del papel y trabajo de las diaconisas.
En 1966 se publica en Inglaterra el informe: Las mujeres en órdenes sagradas, escrito por la comisión de estudio de los arzobispos de York y Cantorbery. Ese mismo año la Cámara de los Obispos recibe un informe titulado: El lugar adecuado de las mujeres en el ministerio de la Iglesia. La Cámara recomienda que la conferencia de Lambeth de 1968 estudie la ordenación de las mujeres al presbiterado.
En 1970 la Convención General declara que las diaconisas están dentro del diaconado. La convención cambia los cánones para permitir a las mujeres ser ordenadas diáconos bajo las mismas condiciones que los hombres. También en 1970, la diócesis de Hong Kong y Macao aprueba la ordenación de mujeres al presbiterado y reconoce la ordenación de Li Tim-Oi realizada 26 años antes. El obispo Gilbert Baker de Hong Kong, actuando con la aprobación de su sínodo, ordena dos mujeres al presbiterado: Jane Hwang Hsien-Yuen y Joyce Bennett, en 1971. La Cámara de los Obispos reunida en Nueva Orleans en 1972 aprueba, por escasa mayoría, que es «el sentir de la cámara» que las mujeres sean ordenadas, pero un año más tarde la Cámara de los Diputados reunida en la Convención General de Louisville, Kentucky, no lo aprueba.
En l973 el obispo John Gilbert Baker ordena a Pauline Shek Wing Shuet a la orden del presbiterado, constituyéndose así en la tercera mujer sacerdote en la Comunión Anglicana.
En l974 el sínodo de la iglesia en Nueva Zelanda aprueba la ordenación de las mujeres. Mientras que en Filadelfia, ese mismo año once diaconisas reciben el presbiterado en una ceremonia no autorizada. Tres semanas más tarde la Cámara de los Obispos, en Chicago, declara inválidas las ordenaciones.
Finalmente, 1976 la Convención General de Minnesota, aprueba la ordenación de mujeres al presbiterado y al episcopado con un cambio en los cánones. Ante tal decisión se produce un éxodo de sacerdotes y congregaciones, para fundar sus propias iglesias.
En 1977 reciben el presbiterado legalmente el primer grupo de mujeres en la Iglesia Episcopal y se reconocen las ordenaciones ilegales de Filadelfia.
En l980 la Iglesia Anglicana de Canadá aprueba la ordenación de mujeres al presbiterado y comienza a ordenarlas.
Y en l983 el obispo Francisco Reus-Froylán de Puerto Rico, ordena al presbiterado a Nilda Anaya, siendo así la primera mujer hispana ordenada sacerdote en la Comunión Anglicana.
En l988 la diócesis de Massachusetts, elige a Bárbara Harris como la primera mujer obispo en la Comunión Anglicana, y es consagrada en Boston el 1 de febrero de 1989. Esto provocará un nuevo éxodo de gente de la Iglesia Episcopal.