Posted: 22 Feb 2016 08:51 AM PST Había anochecido cuando Oscar Pérez-Cassar y yo, parte de un mar de gente, llegamos a la placita frente al colegio salesiano en el barrio Monimbó de Masaya. Rápidamente, aquel hombre subió al alfeizar de una ventana de la pequeña iglesia y siendo sostenido de las piernas por algunos de los asistentes pronunció un apasionado discurso. Era Fernando Cardenal, sacerdote jesuita, que horas antes había regresado a Nicaragua, como parte del Grupo de los Doce, desafiando a la dictadura somocista, tomándose el riesgo de ser capturado y asesinado por difundir un mensaje de rebelión y esperanza.
Pérez-Cassar lo conocía desde hacía tiempo, pues había sido integrante del grupo de jóvenes con quienes Fernando había fundado el Movimiento Cristiano, una expresión de militancia revolucionaria construida desde una fe religiosa que salía de los misales a tomarse las calles, como en todo el continente.
Era ya muy conocido. Hacía pocos meses, armado con dos maletines, había llegado al Congreso de los Estados Unidos con una denuncia detallada y contundente de la represión en Nicaragua, que había preparado con Eduardo Contreras. Fernando había prestado su voz para que hablaran por ella los campesinos y campesinas perseguidos, torturados y asesinados de las montañas del país.
En aquella comparecencia, como en la placita de Monimbó, como en toda su vida, Fernando puso su corazón y su energía. Nunca antes en aquel lugar se habían escuchado esas verdades en ese tono. Cuando un congresista le preguntó que calificara, del uno al diez, la represión de Pinochet en Chile y la de Somoza en Nicaragua, le respondió que no se trataba de un concurso, sino de las vidas de miles de personas y comunidades enteras.
Nacido en cuna privilegiada, conoció la pobreza en un barrio de Medellín, Colombia, donde pasaba una de las etapas de su formación sacerdotal. Los niños y niñas hambrientas, las personas sin esperanzas, la comunidad marginada atravesaron su conciencia para siempre. Salió de ahí decidido a consagrar su vida a los más pobres, a los abandonados y marginados. Y lo cumplió.
Confiando su esperanza en la juventud, siendo vicerrector, acompañó a los estudiantes de la UCA en sus demandas a la propia universidad y en la lucha por liberarlos de la cárcel. Años después, lo sorprendió el terremoto ayunando con un grupo de jóvenes en la catedral de Managua para proclamar una navidad sin niños pobres. Luego del triunfo de la revolución sandinista, anduvo con los alfabetizadores por los rincones del país y más adelante, y el resto de su vida, con maestras y maestros, abriendo camino a una educación de calidad, convencido que era una manera de construir oportunidades para que miles salieran de la pobreza.
Pero, primero, hay que sacar de la pobreza a la educación misma. Cuando lo invitaron de la Asamblea Nacional, para conmemorar la Cruzada Nacional de Alfabetización, fue, no a vanagloriarse de sus logros, sino a decir lo que la mayoría dominante no quería escuchar: que estaban dejando a la educación sin recursos, que habían miles de niños y niñas sin escuela, que otros países ya estaban dedicando más dinero, que debían asumir esa responsabilidad.
Así fue Fernando, directo, claro y decidido toda su vida para luchar por una Nicaragua mejor. Y pagó el precio que cada vez le fue requerido. Arriesgó su vida y su integridad física, desechó cargos y promociones, pues no era hombre de pasarelas. No pretendía ser un santo de altar o un prócer de papel, solo quería servir con amor y con pasión, con consecuencia absoluta, intachable.
Así vivió también su vocación sacerdotal, a prueba de grandes adversarios y de grandes adversidades. Cuando fue forzado a decidir entre la permanencia en su orden religiosa y su llamado de servicio, optó por su compromiso de Medellín, pero continuó honrando sus votos, diferenciando con absoluta claridad, lo formal de lo real. Continuó viviendo en la casa de la comunidad y después de años de acampar a las puertas de la Compañía de Jesús fue nuevamente admitido y tuvo la extraordinaria humildad de volver a recorrer el camino anterior, tratado como si fuese un recién llegado. Esa excepcionalidad lo convirtió, probablemente, en el único jesuita que lo ha sido dos veces. Él perseveró donde otros querían que se rindiera.
Cuando sintió que los ideales de libertad y justicia social, estaban siendo traicionados por la corrupción de una parte de sus líderes, tuvo la entereza de abandonar al Frente Sandinista para siempre, pero enfermó de tristeza al ver la cruel decadencia de algunos que habían sido símbolos de la revolución y a quienes debería enfrentar en lo sucesivo.
Su misión de servicio no dependía de carnet o camisetas, su intransigencia contra la corrupción, tampoco. En una ocasión, se acercó a saludarlo un pariente suyo que ostentaba un alto cargo en el sistema electoral, Fernando lo rechazó diciéndole, en claro y llano lenguaje nicaragüense, que estaba lleno de inmundicia.
Con profunda empatía, hace unas semanas hizo público su posicionamiento favorable al aborto terapéutico cuando la vida de las madres corre peligro. Dónde otros, en afán electorero, encontraron piedras para lapidar mujeres y condenarlas a muerte, Fernando tuvo compasión, es decir, se identificó con su dolor y el de sus hijos. Atento a los desafíos de los tiempos, frente al enorme riesgo que significa la eventual construcción de un canal interoceánico por Nicaragua, respondió, apasionado siempre, circulando una propuesta inspirada en la encíclica Laudato Si, para hacer una cruzada por el medio ambiente.
En un momento como el que atraviesa Nicaragua, cuando en los escaparates se exhiben todo tipo de servicios para ser vendidos o alquilados al poder político dominante, el ejemplo de la vida de Fernando es un destello para despertar de nuestro adormecimiento, para sanar corazones rotos, para irrumpir en la memoria colectiva devolviéndonos la mejor imagen de nosotros mismos, quebrando en pedazos el espejo construido por quienes son dueños del yugo que nos oprime, que da un reflejo falseado de lo que somos.
Lo mejor de nosotros es la imagen que Fernando nos devuelve: la rebeldía apasionada, decidida e íntegra que lucha cada día por una Nicaragua mejor, no el pragmatismo oportunista y serpenteante, ni el escepticismo desmoralizado y desmoralizador.
Fernando que tocó con su vida la de varias generaciones, libra ahora su batalla final, la de catalizar nuestra esperanza y ser levadura para nuestros sueños.
Es tiempo, pues, de “volver a las calles a hacer historia”.
Managua, 22 de febrero de 2016.
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«Aceptemos la invitación de Francisco ‘elaborar en nuestras iglesias un verdadero sinodal en el que se escuchan todas las voces, las de las mujeres también», el arzobispo de Gatineau escribió en la edición del 1 de febrero periódico semioficial del Vaticano L’Osservatore Romano.
Durocher fue invitado a contribuir a uno de los órganos más influyentes de la Iglesia por Lucetta Scaraffia, editor del suplemento mensual del papel que se llama «Las mujeres de la Iglesia Mundial.» Scaraffia es el feminismo cristiano que tiene casi sin ayuda redimido nombre del feminismo dentro del Vaticano.
Para el arzobispo de Canadá la invitación era una oportunidad para impulsar sus argumentos a favor de la mujer en la Iglesia un poco más profundo que su propuesta dirigida a captar titulares de ordenar mujeres diáconos lanzados a principios del Sínodo del año pasado sobre la Familia.
La propuesta de Durocher en ese momento fue más allá de la idea de las mujeres diaconisas y se refiere principalmente a la violencia contra la mujer en la familia.
Cuando los medios de comunicación para llegar a un titular en su discurso de tres minutos, Durocher quedó frustrado por la poca profundidad del debate resultante.
Esta vez Durocher escribió su propio título, «Hablando, asesoramiento y decidir – El futuro de las mujeres en la Iglesia.»
Las propuestas de Durocher este tiempo incluyen: las parejas casadas que predica en el contexto de una homilía en la misa; de toma de decisiones papeles para mujeres en el Vaticano y en las diócesis de todo el mundo; más mujeres como ponentes y organizadores de conferencias y eventos católicos; papeles de oficio para los líderes de las congregaciones religiosas de la mujer, en particular la Unión Internacional de Superiores Generales; e invitaciones a las mujeres a asistir y participar en las reuniones de las conferencias episcopales de todo el mundo.
«Vi esto como una ocasión para mirar otros aspectos que la simple cuestión de la ordenación de mujeres al diaconado», dijo a The Catholic Register .
Si las mujeres pueden ser ordenados como diáconos es una cuestión abierta debatido en serio por los canonistas, teólogos e historiadores. Durocher reconoce que «sería un gran paso dentro de la Iglesia.»
Pero en su ensayo, Durocher quería mirar «pasos más pequeños que podíamos llevar sin cambiar ninguna estructura, ninguna disciplina dentro de la Iglesia.»
Hasta el momento, sólo se Durocher está hablando de posibilidades. Si desea escuchar a una mujer o una pareja casada predican el próximo domingo, no se precipite fuera de la catedral de San José de Gatineau.
«También creo mucho en la unidad de la Iglesia», dijo el arzobispo. «No creo que sea adecuado para las personas a ser expuesto de forma direcciones de su propia elección … Tenemos que debatir estas ideas y trabajar juntos.»
Hay un montón de espacio dentro de la práctica Iglesia, la ley litúrgica y canónica para la experimentación, dijo Durocher.
«Hay una gran cantidad de espacio para la creatividad. Hay una gran cantidad de espacio para la innovación sin tener que romper hacia abajo o para ir en contra de disciplina de la Iglesia «, dijo.
De hecho, cuando se trata de mujeres que asisten a las sesiones plenarias y asesorar a las conferencias episcopales, eso es ya una realidad en Canadá.
«La Asamblea Plenaria CCCB ha sido durante muchos años invitó a las mujeres a su reunión anual,» dijo Canadiense Conferencia Católica de Obispos portavoz de René Laprise. Pero eso no es necesariamente el caso en todas las partes del mundo, dijo Durocher.
El prelado canadiense no está tratando de ganarse a las mujeres que han descartado la Iglesia como irremediablemente patriarcal – un club de hombres unidos por el miedo y la sospecha de las mujeres. Pero él quiere hablar con las mujeres que se sienten frustrados con el ritmo del cambio.
«Es importante mantener el diálogo va con cualquiera que no esté de acuerdo con lo que está pasando en la Iglesia – para poder entender realmente y para poder profundizar nuestro entendimiento», dijo. «Es en el diálogo y es en tratar de explicar de dónde venimos que entendemos mejor a nosotros mismos.»
El llamado del Papa a los obispos a hablar con denuedo y francamente, y escuchar con humildad, a principios de 2014 Sínodo extraordinario de la familia no sólo estaba dirigido a los obispos a puerta cerrada. Era una llamada para una Iglesia más alegre, evangélica y sin miedo que se revela en la conversación ordinaria, humano, dijo Durocher.
«No creo que nunca deberíamos rehuir de ese tipo de diálogo», dijo Durocher. «No creo que el propósito de esto es de alguna manera la clase de traer de vuelta a las personas que han dejado de plegado. Creo que para mí la pregunta es, nosotros como Iglesia estamos empobreciendo a nosotros mismos por no dar mayor espacio a las voces de las mujeres en los procesos de toma de decisiones de la Iglesia «.
Puede leer el ensayo de Durocher en osservatoreromano.va/en/news/ habla-asesoramiento-y-decidir.
http://www.catholicregister.org/item/21804-the-female-voice-needs-to-be-heard-durocher
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