George R. Porta, 19-diciembre-2016
El artículo que va a continuación, publicado por una reconocida vaticanista del National Catholic Reporter — un periódico independiente de la jerarquía católica norteamericana, de tendencia liberal fundado en Kansas City (MO) en 1963— es particularmente claro en definir el mayor peligro que esta decisión de Francisco (prohibir el acceso al seminario y la posterior ordenación de hombres homosexuales) posiblemente representa: El progresivo reforzamiento del machismo clerical que ya ha causado tanto daño a la vida de la Iglesia y no dolo la católica.
Limitar el acceso al seminario y la ordenación a hombres heterosexuales célibes o casados, solo puede conducir a cerrar todas las puertas del ministerio sacerdotal, no solo a sacerdotes homosexuales capaces de vivir en celibato y de relacionarse adecuada y eficientemente en sus relaciones con hombres y mujeres al mismo nivel de efectividad que sus colegas heterosexuales que los hay, sino a las mujeres que tienen una tradición tan larga de servicio a la Iglesia y de seguimiento de Jesús, desde antes de su asesinato y después los mismos orígenes del cristianismo.
Ojalá que este artículo provoque una vigorosa discusión de estos temas y, no menos importante, de la proporcionalidad entre esta medida y la posibilidad real de resolver la creciente carencia de sacerdotes católicos y el fortalecimiento de la familia cristiana.
Por Jamie L. Manson[1]
Pocas semanas después de la conclusión del Año de la Misericordia, la vida de los seminaristas y sacerdotes homosexuales dio en la Iglesia católica un vuelco hacia lo despiadado.
La semana pasada fue ampliamente divulgada la aprobación por el Papa Francisco de un documento llamado “El Don de la Vocación Sacerdotal”, por el cual prohíbe el acceso de homosexuales a los seminarios y a la ordenación o, al menos, a la mayoría de los hombres gay.
El documento establece lo siguiente:
“.. .la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al seminario o a las órdenes sagradas a aquellos que practican la homosexualidad, presentan profundas tendencias homosexuales o apoyan la llamada ‘cultura gay’“.
Aunque el Vaticano deja a la libertad de la imaginación qué quiere significar exactamente con la frase “la llamada cultura gay”, los lineamientos contenidos en el documento sugieren que a los seminaristas homosexuales que se comporten como los heterosexuales, oculten su sexualidad, repriman sus deseos sexuales y se opongan a cualquier campaña en favor de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, se les pudiera conceder una pequeña oportunidad de acceso a la vida clerical.
Dichos lineamientos añaden que “dichas personas [homosexuales] en realidad, se encuentran en una situación que gravemente impide su posibilidad de relacionarse correctamente con hombres y mujeres”, y, por lo tanto, “no se debe de ninguna manera pasar por alto las consecuencias negativas que pueden derivarse de la ordenación de personas con profundas tendencias homosexuales”.
Si la Iglesia tiene “profundo respeto” por estos hombres, lo demuestra de una forma equivocada.
Menos publicidad recibió la misma semana pasada la homilía que el Papa Francisco pronunció en la Casa Santa Marta el 9 de diciembre, al día siguiente de la publicación del documento “El Don de la Vocación Sacerdotal”.
Aunque Francisco intentó utilizar su mensaje para criticar a los “sacerdotes mundanos y rígidos”, la mención de una anécdota homofóbica y misoginista en su homilía pareció enfatizar la prohibición de ordenar hombres homosexuales promulgada el día anterior.
Según Radio Vaticano, el Papa dijo:
“Sobre la rigidez y la mundanalidad, hace algún tiempo que un anciano monseñor de la curia vino a verme –alguien que trabaja, un hombre normal, un hombre bueno, enamorado de Jesús– y me dijo que se había ido a comprar un par de camisas en Euroclero [la tienda de ropa clerical] y vio a un joven, que debería tener no más de 25 años, quizás un joven sacerdote o a punto de ser ordenado, posando ante el espejo, con una capa, grande y amplia, de terciopelo, con una cadena de plata. Que el joven había tomado un Saturno [un sombrero clerical ancho de borde ribeteado], se lo había calado y había vuelto a mirarse en el espejo. Un joven rígido y mundano. ¡Y aquel sacerdote –un monseñor prudente– fue capaz de superar la pena y, con una pincelada de sano humor, añadió: “¡y aún dicen que la Iglesia no permite mujeres sacerdotes!’”.
Francisco describe al anciano monseñor como un “hombre normal, un hombre bueno” tal vez como contrapunto al vanidoso joven anormal, que posaba ante el espejo.
El anciano monseñor está “enamorado de Jesús”, aparentemente el único hombre, del que un sacerdote se puede enamorar.
El monseñor estaba tan apenado por este presumido joven clérigo, dice Francisco, que la única manera de aliviar su dolor fue hacer una broma. Lamentablemente, esta “buena dosis de humor” se materializó en una despectiva frase dirigida a ridiculizar las dos amenazas más graves para el sacerdocio católico: las mujeres y los hombres gais.
Si el papa Francisco hubiera estado simplemente comentando la forma en que el joven presuntuoso se miraba en el espejo para demostrar el poder corruptor del clericalismo, su lección valdría la pena. Pero mediante la repetición de un chiste que constituye una burla de la sexualidad del hombre y menosprecia la lucha por la igualdad de la mujer en la Iglesia, el Papa revela un preocupante resentimiento en contra de las mujeres y los hombres homosexuales que buscan servir a la Iglesia en el ministerio ordenado.
La frase del anciano monseñor es tan homofóbica cuanto misoginista y caracteriza el comportamiento femenino como vano y afectado. Lo peor de todo es que sugiere que la mejor manera de humillar a un hombre es equipararlo a una mujer.
¡Qué irónico resulta que el Papa Francisco utilice dicha humillante historia para demandar humildad y que juzgue tan críticamente cuando denuncia la rigidez! ¡Cuán extraño es que juzgue severamente a un presumido joven sacerdote, a la vez que promueve la visión elitista y excluyente del sacerdocio!
Aunque algunos podrían argumentar que la broma de Francisco fue sólo otro de sus dichos improvisados, muchas señales indican que una campaña más calculada puede estar siendo puesta en marcha.
Es interesante notar que, en esta misma homilía, Francisco dijo que podemos saber “qué tipo de sacerdote es un hombre por la actitud [que tuviera] hacia los niños”.
“Si sabía cómo acariciar a un niño, sonreír a un niño, jugar con un niño… esto significa que sabía abajarse, acercarse a las cosas pequeñas”, dijo Francisco.
¿Sugiere su homilía que los hombres heterosexuales y padres serían los mejores sacerdotes?
El Papa nunca ha sido tímido al elogiar la santidad de la familia heterosexual. Ha llamado a la familia “la obra maestra de la sociedad” y con frecuencia nos recuerda que Jesús “comienza sus milagros con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer”.
En las últimas seis semanas, Francisco ha expresado su visión del sacerdocio en términos muy francamente claros. El 1 de noviembre, confirmó la decisión irrevocable de prohibir la ordenación de mujeres y ahora ha reafirmado la prohibición de aceptar en el seminario y ordenar a los seminaristas homosexuales que no se autorrepriman y disimulen.
Todas estas pistas llevan a preguntarse si Francisco está preparando a los fieles para un nuevo modelo del sacerdocio en el que hombres jóvenes, casados, puedan ser candidatos para la ordenación.
Muchos interpretan la exclusión de los seminaristas homosexuales como una traición a aquella legendaria respuesta suya “¿Quién soy yo para juzgar?”. Pero tal vez Francisco está trabajando hacia una meta mucho más importante, y su desesperada necesidad de llenar el vacío de sacerdotes está tomando prioridad sobre cualquier deseo que tenga de ser bondadoso con los homosexuales.
Tal vez el movimiento de echar afuera a los seminaristas homosexuales es parte de un esfuerzo concertado para hacer la vida del seminario más masculina para una nueva camada de aspirantes heterosexuales.
Francisco ha dado claros indicios de estar receptivo a una conversación acerca de sacerdotes casados.
El pasado agosto, el vaticanista Austen Ivereigh escribió que “el próximo Sínodo probablemente enfocará la ordenación de hombres casados”.
Ivereigh citó ejemplos en África del sur y Honduras en donde equipos de hombres casados con familia, fueron elegidos por sus comunidades para servir a tiempo parcial mientras mantenían sus trabajos profesionales.
“Francisco ha dado muchas señales de su voluntad de abrir la cuestión de ordenar hombres casados, incluso alentando a las iglesias locales a presentar propuestas”, escribió Ivereigh.
Algunos teólogos sostienen que el cambio a un sacerdocio casado es relativamente simple. A diferencia de lo que ocurre con la prohibición de la ordenación de las mujeres y de las uniones del mismo sexo, que son tenidas por “doctrina”, la cuestión del celibato es considerada una “disciplina”, y, por tanto, más fácil de cambiar.
La iglesia institucional tiene mucho que ganar instituyendo un sacerdocio casado. Obviamente, podría eludir la inminente crisis de escasez de sacerdotes.
También pudiera servirle como herramienta para la evangelización y promoción de la familia, ya que un sacerdote y su esposa serían modelos del rol complementario del género frecuentemente elogiado por el Papa Francisco. El marido sería tanto el padre de la parroquia cuanto de la familia, y su esposa representaría la parte maternal y servicial.
Ello podría traer de vuelta al redil a todas aquellas familias heterosexuales que se preocupan menos por la justicia con las mujeres y con las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales y más por poder relacionarse con un sacerdote que sea esposo y padre.
El cambio ciertamente inspiraría a ricos donantes que financian causas que se oponen a las uniones del mismo sexo. Podrían ver a los sacerdotes casados como faros que iluminan los valores familiares y el “matrimonio tradicional”.
Muchos católicos se quejan a menudo de que los jóvenes seminaristas célibes sean muy conservadores. Pero debe advertírseles que hay un montón de hombres jóvenes, católicos, heterosexuales, conservadores con esposas igualmente conservadoras que están dispuestos a asumir el sacerdocio. Y con alegría se comprometerían a defender las enseñanzas de la Iglesia sobre la mujer, la complementariedad de los géneros, los asuntos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales e incluso la contracepción.
Si el Papa comenzara a ordenar hombres casados, la mayoría de la gente inmediatamente lo celebraría como un gran artífice de cambio. Pero cuando miramos a la reafirmación de Francisco de la prohibición de seminaristas homosexuales y de mujeres sacerdotes, hay que preguntarse si tal cambio verdaderamente traería no solo progreso genuino, sino también justicia a nuestra Iglesia.
Un sacerdocio casado constituiría un enorme paso adelante para los hombres heterosexuales, pero también representaría dar muchos pasos hacia atrás para las mujeres y los hombres homosexuales que se sienten llamados al ministerio ordenado en la Iglesia.
Aquellos que presionan por un sacerdocio casado deben enfrentarse a la realidad de que están, consciente o inconscientemente, abogando por la dominación y el privilegio de los hombres heterosexuales en la Iglesia. Lo que puede parecer un avance incremental en nuestra Iglesia podría, en última instancia, crear un sacerdocio aún más exclusivista.
Traducción de George R.Porta para ATRIO
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[1] Jamie L. Manson es editora de libros de NCR, recibió su título de Maestría en Teología de la Yale Divinity School, donde estudió teología católica y la ética sexual. Su dirección de correo electrónico es jmanson@ncronline.org .
http://www.atrio.org/2016/12/el-papa-francisco-favor-de-los-curas-casados/
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