Huelga de mujeres (también en la Iglesia) Antonio Aradillas


Mujeres en la Iglesia

(Antonio Aradillas).- Para el próximo día 8 de marzo están programadas manifestaciones y concentraciones en las que sus protagonistas son las mujeres, reivindicativas de derechos y deberes elementales e inaplazables. En esta ocasión, «la cosa va en serio» y, con unas u otras fórmulas las huelgas alcanzarán insospechados índices de efectividad y extensión.

Y es que las causas por las que las mujeres se echan a la calle, instigadas tanto por sus colectivos como por motivaciones personales, son muchas, incuestionables, consistentes y firmes. Diríase que improrrogables. No es posible esperar ya más. Los plazos «prudenciales» fueron superados con largueza y, mientras que a las buenas promesas no se les descubran proyectos, programas e iniciativas ya «en actitud de sempiterna salida», no hay mujer que se fíe de contribuir a la vergonzante prolongación del estatus en el que se encuentra en relación con el hombre-varón.

En la familia, en la política, en las relaciones laborales, empresariales, y sociales, y más en las «alturas» jerárquicas superiores, así como en las leyes, proyectos y aplicaciones, las diferencias en relación con la mujer, persisten de manera ciertamente humillante, ofensiva, absurda y perjudicial para los mismos hombres, para la sociedad y, por supuesto, para ellas mismas.

No sería justo si no se reconocieran determinados, lentos y tímidos, pasos que se registran en el camino soñado de la igualdad en la relación hombre-mujer. Cambian para bien los tiempos, pero exactamente en estos territorios de la convivencia, tanto en las ideas y programas como en la realidad, es abismal -sí, abismal-, la diferencia en contra de la mujer, y a favor del hombre. Basta y sobra con tomarle el pulso a los índices, también los «oficiales», de los organismos competentes en las respectivas áreas, sin necesidad además de haber cruzado el umbral de las instituciones y comportamientos «domésticos» y municipales.

Pero, sobre todo en Occidente, el hecho rebasa cualquier ponderación e incultura, cuando se «eclesiastiza» y enmarca en las coordenadas de la relación de los humanos con Dios. El aserto de que «la Iglesia es machista» por definición, que a muchos les resulta incómodo y malsonante, es de preocupante, veraz y contradictoria actualidad. En la Iglesia católica -como institución religiosa, además de cómo Estado libre e independiente-, cultura y organización, son competencia exclusiva del hombre-varón, desde sus inicios hasta las últimas consecuencias. Y además, y para sorpresa de muchos, tal principio se le intenta aureolar con argumentos bíblicos y fundacionales, coincidentes con caracteres casi dogmáticos, de ser esta «la voluntad expresa de Dios».

Los míticos episodios bíblicos relativos a la costilla de Adán, de la que procediera Eva, signo y sacramento de su rotunda e impertérrita sumisiónde esta a aquél, el patriarcalismo como régimen ideal y preciso, familiar, cívico y social, la idea de Dios varón por antonomasia, gravedad y decoro, la de la mujer equivalente a «tentación y pecado», al igual que mandamientos, leyes, preceptos, tradiciones y normas, les han despojado a la mujer hasta de prerrogativas y condiciones propias y específicas de seres humanos, adjudicándoseles al hombre, por hombre, la «imagen de Dios» y la condición de continuador de la obra creadora.

Huelga reseñar la influencia que en la educación-formación de personas, instituciones, colectividades y pueblos ejerció y ejerce todavía la Iglesia, como para convencernos de que su influencia es, y siga siendo, tan decisiva como duradera.

¿Reacción de la Iglesia -personas e instituciones- respecto a los programas de la ya próxima huelga reivindicativa de los derechos de la mujer como los defendidos en las proclamas de los respectivos colectivos?. En vísperas ya de acontecimientos de tanta relevancia, da la impresión de que la Iglesia -hombres y mujeres, con su jerarquía a la cabeza-, «pasa» de estas reivindicaciones y hasta las condena como enemigas de la sacrosanta voluntad del Creador. Encontrar algún gesto o palabra de compresión o de apoyo jerárquico, a quejas tan justas, cristianas, humanas y evangelizadoras resulta inútil tarea. Para los hombres de la Iglesia -teólogos, moralistas, liturgistas biblistas, canonistas y pastoralistas- el «feminismo anti-cristiano» encabeza los mandamientos de la ley de Dios y los de la Iglesia, con anatematizadoras garantías de ser intérpretes fieles de la voluntad divina.

Sin descender en demasía a inspirar lugares concretos y situaciones de huelgas de mujeres cristianas, sugiero las misas, actos de reparación y de culto, atenciones «domésticas» a maridos e hijos, expresión de intimidades «amorosas», «sacramentalizadas» o no, y recuperación de la figura de la Virgen María -«tonta, acaramelada, azul-celeste y encielada-, sin conexión alguna con quien redactara y proclamara soberanamente el «Magníficat».

Una buena y cristiana tarea que se le ofrece a la mujer, por mujer, en la Iglesia, a propósito de la huelga, cuya celebración a todos y a todas se las deseo provechosa.

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