Otro papa desbordado por el flagelo de los abusos eclesiásticos. Desbordado y cómplice. El caso Barros es para Francisco, lo que el caso Maciel fue para la dupla pontifical encubridora Juan Pablo II / Benedicto XVI.
El caso Barros es la réplica chilena del flagelo mundial de abusos eclesiásticos donde la impunidad, abuso de poder y denegación de justicia para con las víctimas están, también, presentes. Pero acá, Francisco ordenó reiniciar una investigación que él mismo defendió, en especial, respecto a los resultados.
¿Qué fue lo que ocurrió para que el papa argentino ordenara retomarla?
En primer lugar, el estrepitoso fracaso que sufrió en su visita al país trasandino, donde la indiferencia y el repudio público fueron los denominadores comunes. En segundo lugar, en Chile no ocurrió lo que sí pasa en otros países latinoamericanos colonizados mental y espiritualmente por el catolicismo romano, donde la sumisión servil, devoción acrítica y adoración sentimental priman.
1. El narciso clerical herido
Las respuestas del pueblo chileno (también del argentino, cuya presencia «multitudinaria», brilló por su ausencia), calaron hondo e hirieron un componente clave del ADN clerical. Hablamos del desorden narcisista, en palabras de De Paoli.
«A partir del siglo IV el sueño megalómano y la agresividad de Constantino se instalan en la Iglesia. Convencida de tener cromosomas divinos, la élite eclesiástica sólo exige devoción. La diversidad de opiniones es percibida como deslealtad y falta de amor, verdadero delito que el narcisista no tolera» (1).
La falta de amor del pueblo fiel, causó una fuerte indigestión a las sotanas, acostumbradas al trato obsecuente del rebaño, en particular, de la lastimosa clase política, de la que reciben todos sus privilegios jurídicos, legales, económicos y políticos.
La herida se profundizó por la propia demagogia del papa argentino. Ya había tildado de «zurdos» a los católicos de Osorno que habían osado criticar el nombramiento del pederasta Barros. Exigió más pruebas. Pero, cuando le advirtieron la torpeza y el autoritarismo en el que había caído, cambió por el eufemismo evidencias. Y reabrió el procedimiento.
2. Aparentar, esa es la cuestión
«El juego del «parecer» en lugar del «ser» es parte integrante de la dinámica narcisista que impregna gran parte de la vida eclesiástica», sostiene el autor citado. Y en este marco hay que contextualizar la decisión de reabrir el procedimiento y la posterior respuesta de Bergolio a los obispos chilenos.
Todo se reduce a lo institucional, a tratar de salvar la imagen de una organización cuyo modelo monárquico-sacerdotal ha devenido anacrónico, dato que también advierte De Paoli. «La patología mencionada no es un atributo sólo de las personas. Caracteriza también a las organizaciones sociales, donde se encuentra amplificado», y la Iglesia Católica no es la excepción.
¿En qué lugar colocó la iglesia a las víctimas? ¿Por qué sus declaraciones no valieron antes y con el procedimiento nuevo sí? ¿No declararon los padecimientos en ambas oportunidades? ¿Se pensó en evitar la revictimización?
Resurge, claramente, la violencia institucional.
3. El documento del papa: culpas y lazos fraternos con los delincuentes
La lectura general del documento permite destacar el espíritu que lo inspira, es decir, el más puro clericalismo que, paradójicamente, es criticado por el propio Francisco, a punto tal que lo califica de perversión.
El libelo es una primera respuesta a la «renuncia» en bloque de todos los obispos chilenos, calificado de inédito en la historia de la iglesia. Entrecomillamos porque la renuncia no ha sido tal, mucho menos «renuncia indeclinable», sino que el funcionariado clerical puso a disposición de su jefe los cargos que ostentan. Cargos u oficios contrarios al cristianismo primitivo, por cierto.
Ese dato permite iniciar no sólo la lectura en particular, sino destacar el callejón sin salida en el que se metió el propio Bergoglio.
Prescindiendo de la fraseología bíblica empalagosa que es característica de los documentos eclesiásticos, pueden extraerse indicadores de peso, todos denunciados por las diversas redes de sobrevivientes de abusos, a lo largo del tiempo.
Para destacar, en primer lugar, están los reconocimientos, a saber:
Que tomaron diversas acciones (no las menciona), que no han servido de mucho para reparar el daño a las víctimas.
Que quisieron dar vuelta la página rápido para evadir afrontar el flagelo.
La cobardía para no afrontar las responsabilidades, omisiones y dilaciones en el tiempo para tratar el problema.
Carecer del temple, es decir, de fortaleza y valentía necesarias para asumir institucionalmente el problema.
Pensaron que podían seguir adelante sin asumir los errores.
Ninguna novedad hasta acá.
El propio sistema pergeñado por los papas Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y la mafia de sotanas (denominada Curia), es sostenido por aquellos pilares, en especial, las normas jurídicas canónicas violatorias de convenciones internacionales sobre derechos humanos.
A renglón seguido, manifiesta que escuchó a diversas personas (no las nombra, no dice si fueron víctimas, clérigos o laicos), cayó en la cuenta de la persistencia del problema y decidió crear una comisión cuyo objetivo fue elaborar un diagnóstico lo más «independiente» posible. La Comisión, evidentemente, no fue integrada por personas con pensamiento autónomo ni crítico, ajenas a la institución, sino por cuadros clericales, o laicos clericalizados.
Termina el puntapié inicial del documento con una cita bíblica (Jn 3, 30), para iniciar la reflexión fraterna con los delincuentes.
4. La institución en primer lugar, las víctimas invisibilizadas
El narcisismo institucional salta a la vista. La palabra iglesia se utiliza 20 veces; la palabra víctima, ninguna. Mucho menos, sobreviviente. Sólo se habla de «tantas personas que han sufrido». Luego, con el mismo mesianismo que Bergoglio critica, agrega simbólicamente a la biblia otra categoría de marginados: hambrientos, presos, migrantes y… abusados. Estos últimos ¡creados por su propia iglesia!
El rol que le concede al laicado frente al flagelo es el que el clero siempre le asignó: pasivo, secundario, infantil, ignorante: «… un pueblo sencillo, que confiesa su fe en Jesucristo, ama a la Virgen, se gana la vida con el trabajo, (tantas veces mal pagado), bautiza a sus hijos y entierra a sus muertos; en ese pueblo fiel que se sabe pecador pero no se cansa de pedir perdón porque cree en la misericordia del Padre, en ese pueblo fiel y silencioso reside el sistema inmunitario de la Iglesia» (2).
Dicho de otro modo: destaca a aquellos que tienen la fe del carbonero, es decir, los que no discuten, no piensan, no se quejan, no preguntan, pero tienen fe.
Continúa el papa con la mención de las «perversiones en el ser eclesial». Mesianismo, elitismo, clericalismo y narcisismo, son las que destaca. Nada nuevo.
Son los «valores» que nutren la conducta del clero, desde un cardenal o un párroco. Los mismos que son consentidos por el rebaño de bautizados y que también son cómplices – por omisión – del flagelo.
En palabras de De Paoli, aquellos que para pertenecer a la iglesia admiten ser mantenidos en la «condición de «recién nacidos», carentes de facultades mentales desarrolladas, con las mismas que han sido recibidos y mantenidos en la Iglesia desde el día del bautismo». Integran la fórmula «bautizados-gregarios-insignificantes».
Aquellas perversiones ya habían sido abordadas por Bergoglio años atrás. Las llamó «Enfermedades de la Curia Vaticana», enumerando quince de ellas (3).
5. El núcleo duro del documento: laberinto sin salida
En la última parte del documento, encara la cuestión de los abusos encubiertos por los prelados chilenos.
Brota por los poros algo que las redes de sobrevivientes vienen denunciando hace años: el flagelo continúa enquistado en la estructura, organización y funcionamiento. Las supuestas soluciones no buscan otra cosa que blindar la institución, en desmedro de los derechos de las víctimas. La Iglesia Católica continúa incumpliendo convenciones internacionales sobre derechos humanos.
El cándido pontífice recién ahora cayó en la cuenta que en Chile (y perfectamente puede hacerse extensivo a numerosas conferencias episcopales, en particular, la argentina), tiene colegas que:
Minimizan la gravedad de los hechos y sus denuncias.
Consideran a los abusos como faltas morales, de hombres débiles.
Esos pobres hombres fueron trasladados y acogidos en otras diócesis.
Se les confió cargos diocesanos o parroquiales, con contacto directo con menores.
Graves defectos en la recepción de las denuncias que, en no pocos casos, fueron calificadas de inverosímiles.
No investigación de los delitos denunciados, o nunca investigados.
Graves negligencias en la protección de niños y niñas.
Presiones ejercidas sobre los investigadores canónicos.
Destrucción de documentos por parte de los encargados de archivos eclesiásticos.
Graves problemas en la etapa de formación de sacerdotes en los seminarios.
Numerosas situaciones de abuso de poder, de autoridad, de abuso sexual.
Todos y cada uno de los problemas enumerados por el papa Francisco son hartos conocidos. No sólo las redes de sobrevivientes sino la propia O.N.U. se los advirtieron y señalaron a la Santa Sede. Ninguna novedad.
En el caso de Argentina, pueden encontrarse en todos y cada uno de los casos que la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico asesora, acompaña y contiene.
Es – pues – el sistema de encubrimiento que el papa Francisco avala con más de 50 acciones llevadas a cabo por él mismo y que se aplica a nivel mundial (4).
Párrafo aparte merece la estigmatización – nuevamente – del colectivo gay. En la nota a pie de página (25, pto. 3), dice el papa: «De hecho, constan en las actas de la «Misión especial» graves acusaciones contra algunos Obispos o Superiores que habrían confiado dichas instituciones educativas a sacerdotes sospechosos de homosexualidad activa».
La frutilla del postre es su renuencia – como primera medida – a la remoción de personas culpables de abusos. Sostuvo:
«Recibí con cierta preocupación la actitud con la que algunos de Ustedes, Obispos, han reaccionado ante los acontecimientos presentes y pasados. Una actitud orientada hacia lo que podemos denominar el «episodio de Jonás» […] creyendo que la sola remoción de personas solucionaría de por sí los problemas…» […] «Los problemas que hoy se viven dentro de la comunidad eclesial no se solucionan solamente abordando los casos concretos y reduciéndolos a remoción de personas; esto – y lo digo claramente – hay que hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más allá. Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos sucedieran y perpetuasen».
¿Se opone el papa a la expulsión de los autores de los abusos? No. Relativiza la medida. Sí. Y la condiciona a modificar la estructura – ilegal y contraria al derecho internacional – amparada y sostenida por él mismo.
Estructura que posibilita que no existan en la actualidad espacios eclesiásticos libres de abusadores sexuales y que no se adecua a las exhortaciones realizadas por el Comité de los Derechos del Niño en 2014.
6. Futuras sanciones: otra trampa del sistema
Finalmente, la cuestión de las sanciones. El antijurídico sistema canónico se proyecta, también, a ellas. En este punto, el laberinto presenta encrucijadas preparadas para confundir aún más.
Sabido es que el Código de Derecho Canónico regula una maraña de penas: medicinales, que buscan la enmienda espiritual del pecador, corregirlo y moverlo al arrepentimiento (excomunión, entredicho y suspensión); expiatorias, cuyo objetivo es reparar el daño ocasionado (prohibición de residencia, de ejercicio de actos de potestad, traslados a otros oficios y la expulsión del estado clerical).
También existen remedios y penitencias. Los primeros buscan prevenir los delitos (amonestación y reprensión); las segundas se aplican en lugar de una pena, o para aumentarla (orden de realizar alguna obra de caridad, piedad o religión).
Existen penas de aplicación automática (latae sententiae); otras que se imponen luego de un proceso (ferendae sententiae). Estas últimas son la regla.
La pregunta que cabe es ¿cuál es la pena que les aplicará a los obispos chilenos? ¿Distinguirá entre autores de los delitos y encubridores?
Se llega a un punto neurálgico del sistema de encubrimiento ya que hay dos cánones que sirven de fuentes. Ellos son:
«1341. Cuide el Ordinario de promover el procedimiento judicial o administrativo para imponer o declarar penas, sólo cuando haya visto que la corrección fraterna, la reprensión u otros medios de la solicitud pastoral no bastan para reparar el escándalo, restablecer la justicia y conseguir la enmienda del reo».
«1347. § 1. No puede imponerse válidamente una censura si antes no se ha amonestado al menos una vez al reo para que cese en su contumacia, dándole un tiempo prudencial para la enmienda.
§ 2. Se considera que ha cesado en su contumacia el reo que se haya arrepentido verdaderamente del delito, y además haya reparado conveniente los daños y el escándalo o, al menos, haya prometido seriamente hacerlo» (5).
Se leyó bien. Corrección fraterna, reprensión (regaño, reprimenda), amonestación (poner cara de malo y un tirón de orejas), es lo que primero hacen los obispos (y los papas, incluido Francisco), con los sacerdotes violadores de niños y niñas.
Además, dándole un tiempo prudencial para la enmienda. No hace falta decir que desde el primer tirón de orejas hasta la imposición de la sanción, pueden pasar días, meses, hasta años. Mientras, ¡¡a seguir violando niños, niñas y adolescentes!! Todo es garantizado por la propia institución.
Es por ello que el documento del papa Francisco que comentamos circula por la ancha avenida de la impunidad, el abuso de poder y la denegación de justicia para con las víctimas.
Si se tiene en cuenta que los obispos chilenos no renunciaron, mucho menos de modo indeclinable, sino que pusieron sus cargos a disposición del papa, quien se tomará un tiempo prudencial para sancionar, la encrucijada del laberinto se cierra aún más. La impunidad, también.
¿Qué hará con los abusadores y sus encubridores una vez aceptada la renuncia? ¿Los enviará a un monasterio a rezar, como fue el caso de Karadima, Maciel y Buela? ¿Les dará un reto como una Madre amorosa, permitiendo el contubernio con los juzgadores? ¿Les irá a palmear las espaldas, dando consejos fraternos?
Y a nivel institucional ¿Tendrá el coraje de extender esta conducta transparente a todas las conferencias episcopales? ¿Derogará el secreto pontificio? ¿Extirpará de raíz el sistema delictivo amparado por él mismo, haciendo operativas las exhortaciones urgentes efectuadas por la O.N.U. en 2014?
Finalmente, ¿presentará el último informe de avance en la aplicación de la Convención de los Derechos del Niño que venció en septiembre de 2017?
Abog. Carlos Lombardi
Asesor de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina.
Apoderado de la Rete L’Abuso, Associazione italiana vittime di preti pedofili, Italia.
Notas
(1) De Paoli, Luigi, Psicoanálisis del Cristianismo.
(2) Exclusivo: Documento reservado del Papa a obispos revela fallas que descubrió en la Iglesia chilena, en http://www.t13.cl/noticia/nacional/exclusivo-documento-reservado-del-papa-obispos-revela-fallas-descubrio-iglesia-chilena
(3) Estas son las 15 enfermedades de la Curia Vaticana, diagnosticadas por el Papa Francisco, https://www.aciprensa.com/noticias/estas-son-las-15-enfermedades-de-la-curia-vaticana-diagnosticadas-por-el-papa-francisco-64748
(4) Las acciones del papa Francisco que consolidan el sistema de encubrimiento del clero abusador, en https://www.laizquierdadiario.com/Las-acciones-del-papa-Francisco-que-consolidan-el-sistema-de-encubrimiento-del-clero-abusador
(5) Código de Derecho Canónico, en http://www.vatican.va/archive/ESL0020/__P4Y.HTM
https://www.mdzol.com/opinion/795826-bergoglio-en-el-laberinto-de-los-abusos/
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