Pasamos por un momento de disputa entre mentiras políticas, sociales y económicas apoyadas por las mentiras de los medios, el ‘falso Noticias’ grupo e individual. Cada uno se encuentra en el derecho de opinar sobre todo, además de apropiarse de un discurso y hasta atribuirlo a otro.
Y todas estas informaciones mentirosas y desencadenadas se llaman democracia. Nada parece confiable. Nada es seguro y cierto . ¿Quién orquestra ese arsenal de producciones de mentiras y en favor de quién?
Un nuevo tipo de impotencia nos cuenta en este inmenso flujo de mensajes, informaciones, ideas que llegan y salen de nosotros. Queremos saber ‘la verdad’. Pero, ¿verdad en medio de una babel de mentiras, de imprecisiones, de invenciones?
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Entonces cabe una pregunta: ¿qué es la mentira? Etimológicamente, la palabra proviene de la mentira América mentire que se refiere a la palabra hombre, que significa ‘mente’, la inteligencia, la intención. Indica un acto de alguien que tiene ‘mente’, inteligencia e intención y modifica las informaciones para obtener algún provecho o deshacerse de alguna situación incómoda. Por eso, sólo los seres humanos son capaces de mentir.
Hay una variedad inmensa de mentiras y de mentirosos así como de razones para mentir. No es mi objetivo hacer un análisis de casos y ni reflexionar sobre los métodos de detectar mentiras.
El hecho es que las muchas mentiras enmascaran situaciones, emociones, hábitos, acciones que no queremos hacer públicas por muchas razones. Y las razones no esconden sólo actos de corrupción, robo de dinero público, latrocinio y otras molestias de nuestra especie.
Ellas ocultan igualmente la falta de derechos, el miedo a los totalitarismos, el miedo a la punición injusta, el miedo a una mayor violencia y las mil amenazas que los sistemas de poder.
«Usted tuvo un aborto espontáneo ? No, perdí al niño porque una vaca estaba detrás de mí y caí en la orilla. «¿Eres alcohólico?» No, sólo bebo de vez en cuando, puede preguntar a mi hermano. Es que estoy desempleado. «¿Estabas escondiendo a ese hombre de la policía?» No señor, ni vi cuando entró en mi casa. «¿Estás robando una lata de leche?» No, sólo estaba mirando el precio para ver si daba para comprar para mi hija.
Si vamos a otro extremo, podemos ver otras mentiras de un contenido diferente. «¿Usted desvió los fondos liberados para la construcción del hospital público? No, sólo necesité usarlas para un plan de emergencia. «¿De dónde recibió esa maleta de dólares?» Nunca la vi, algún adversario debe haber entrado en mi apartamento.
Cada mentira o acto que llamamos genéricamente de mentira, porque provienen de nuestra mente, esconde y revela algo de la realidad y refleja una situación diferente en una inmensa escala de razones justificando las mentiras.
En esa línea diversificada, podemos decir que la negación de la realidad o la capacidad de mentir es también nuestra capacidad de modificar los hechos para protegernos y defender la precariedad de nuestras vidas.
Cambiamos la realidad o su interpretación por miedo a las sanciones que pueden derivarse de nuestros actos deliberados contra las leyes de un país o de cualquier institución o de costumbres establecidas. Cambiamos la realidad para defendernos de otra realidad que nos amenaza por sus posibles atrocidades.
Es justamente aquí que necesitamos distinguir las diferentes situaciones, la grandeza o la pequeñez de nuestras mentiras y sus consecuencias en la vida personal, social y política. El deber de decir la verdad acompaña los derechos debidos a los individuos. De esa forma no se puede afirmar la verdad cuando la vida personal y de otros está amenazada. La mentira como defensa de la vida se impone.
Por lo tanto, una cosa es la mentira de los políticos, dictadores , generales, empresarios, dueños del poder público en sus diferentes esferas y formas. Otra cosa es la mentira por falta de derechos que nos son debidos por el Estado o por las instituciones sociales y económicas. Y otra cosa todavía son las situaciones mentirosas de nuestra imaginación, buscando los pequeños ingresos, ocultando miedos, angustias, inseguridades emocionales o deseos de posesión abundantes en nuestro cotidiano.
Así, decir que ‘todos somos mentirosos’ es como decir que ‘todos tenemos hambre’ o que ‘todos somos mortales’. La generalización de los conceptos no nos ayuda a actuar en relación a la desproporción e injusticia que ocurren en las muchas relaciones sociales y políticas.
Las justificaciones universalistas no nos llevan a nada sino al aumento de los conflictos y de la falsedad entre nosotros porque justificamos y naturalizamos la instauración de la mentira y la violencia en nuestras relaciones.
La mentira de los hombres públicos no puede ser justificada sólo por nuestra finitud humana o por la condición pecadora de la humanidad. La mentira como robo de los bienes públicos, como apropiación indebida de la tierra, de los manantiales de agua, de la falta de derechos reales de la población debe ser sujeta a un análisis riguroso por los poseedores de los bienes públicos, es decir, por nosotros las ciudadanas y los ciudadanos.
El principio de ese tipo de mentira hecha por los poderosos está en una visión de la vida que les libera el acto de mentir porque se juzgan dueños del mundo, dueños de privilegios y de mejor calidad en humanidad.
Esta propiedad indebida es una transgresión de derechos en la medida en que la división entre los que tienen posesiones y los que no tienen es naturalizada, es decir, confirmada a partir de una diferencia social jerárquica considerada natural.
Justamente la cultura en sus diferentes expresiones nos civiliza y nos impone relaciones a partir de derechos y no de naturalezas. Esta «ideología» esencialista describe el mundo como siendo así y teniendo que ser así. Unos tienen y otros no. Unos pueden y otros no. Unos valen y otros no.
En esa lógica, cuyo fundamento es cuestionable por los defensores de las teorías sobre los derechos humanos, hay una creencia de que es el más fuerte que sobrevive y esta es la ley inscrita en nuestra naturaleza.
Por eso, ellos, los poderosos y sus dependientes, se consideran los mejores, y los demás son los culpables del mundo no ser lo que quieren que sea. De esta postura surgen todas las invenciones y mentiras sobre el ‘pueblo elegido’, la mejor raza, la sangre azul, la importancia mayor de los empresarios, de los banqueros y economistas del capitalismo, todos ellos príncipes de ese sistema de iniquidades y benesses jerarquizados.
Todas esas invenciones de mentes megalomaníacas no encuentran un fundamento racional igualitario, pero se basan en el odio a los diferentes, odio a aquellos que me entorpecen, a aquellos que no son mi imagen y semejanza.
Fundamento racional es aquel que existe en la condición humana, aquel que nos hace iguales en derechos y deberes desde el punto de vista del mantenimiento de la vida. Todas y todos tenemos derecho a la comida, la bebida, la vivienda, la vestimenta, el cuidado con nuestra salud, a ser educados y así sucesivamente.
El «todos» tiene que ser todos / as y no un pequeño porcentaje del todo que se juzga superior y, por lo tanto, más sujetos de derechos que los demás. Estas afirmaciones sobre el privilegio natural de algunos son por sí mismas mentirosas pues esconden el fundamento sin fundamento de su grandeza. Por lo tanto, la mentira de ese fundamento.
Creen que por su «perfección» social casi innata pueden tener una ilimitada libertad para dominar las pequeñas libertades, las pequeñas propiedades, los pequeños pueblos, las pequeñas aldeas, los pequeños quilombos, las mujeres, las aguas y los bosques.
Su grandeza transforma su mentira en verdad para ellos, en creencia de que son elegidos tal vez por su dios para hacer obra de humanidad desarrollando la tierra para ellos y sometiéndola a su razón.
El otro lado, el lado de los descamisados, de los que tienen que luchar por los derechos más elementales, éstos también mienten. Mente a ti cuando creen en las mentiras de los grandes. Y más, no están exentos del poder de la seducción del dinero y de lo que la sociedad de consumo puede ofrecer, no están exentos de las mentiras emocionales, de los celos y de la violencia.
Un pobre puede mentir a otro pobre y engañarlo, un agricultor puede vender una mala semilla a su compañero diciendo que es buena y así sucesivamente. Sin embargo, entre los pobres, los desposeídos de derechos, hay quienes luchan por su dignidad. Y en esa lucha, la mentira que muchas veces afirman es en beneficio de derechos, de sus vidas y no del robo de otros.
No sé si lo llamaría de mentira o de artificio de supervivencia. En esa línea, se abre otro tipo de problema que los filósofos y antropólogos llaman necesidad de reconocimiento. Cada uno de nosotros necesita el reconocimiento de los demás, o sea, necesita que los demás reconozcan la dignidad de su vida, su valor como ser humano sujeto y no objeto de uso y de comercio ajeno.
El hecho es que estamos con una pobreza de reconocimiento de nuestros derechos y, por lo tanto, del valor individual. En un país donde el 70% de la población no tiene reconocimiento real, no tiene acceso eficaz a las leyes y derechos, se puede decir sin vacilación que las leyes son formalidades mentirosas cuando afirman su universalidad.
Del tener al poder y del poder al valer, de la ley al derecho, sólo una élite se apuesta de los bienes que democráticamente son afirmados de todos, pero realmente son de pocos.
De hecho, las cosas cambian más rápido que los individuos. Nuevas tecnologías se instalan, pero no conseguimos ajustar a ellas nuestras emociones y nuestros valores en vista de la respetuosa convivencia común.
En los momentos de mayor crisis como lo que atravesamos, somos desafiados a pensar de nuevo sobre las cosas que forman parte de nuestra vida. La mentira es una de ellas ya partir de ella se impone otra reflexión, una reflexión sobre la verdad. ¿No sería ella en gran parte el revés de la mentira?
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