El camino hacia la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
(Rafael Luciani, miembro del Equipo Teológico Pastoral del CELAM).- En los años sesenta la gente tenía grandes expectativas de cambio dada la necesidad de superar la desigualdad. El 24 de junio de 1965, monseñor Manuel Larraín publica su Carta Pastoral «Desarrollo: éxito o fracaso en América Latina», en la que por vez primera se habla del subdesarrollo como un mal a ser combatido.
«El subdesarrollo mata anualmente a millones de seres humanos», escribe. Y subraya que «el desarrollo es un humanismo que debe responder a la triple hambre: física, cultural y espiritual» con el fin de «promover al hombre y a todos los hombres». Para el prelado, el fenómeno era la consecuencia de «círculos viciosos de miseria, fruto de las estructuras vigentes».
Inspirado en esta visión, Pablo VI publica su encíclica Populorum Progressioen 1967 en la que define al auténtico desarrollo como «el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas» (PP 20), describiéndolo así:
«(Condiciones) más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza (cf. Mt 5,3), la cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin y especialmente: la fe» (PP 20).
Frente al escándalo del subdesarrollo, Pablo VI apunta que la Iglesia estaba llamada a promover el desarrollo «de todos los hombres y de todo el hombre» (PP 14), pero acompañando «especialmente (a) aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una más amplia participación en los frutos de la civilización» (PP 1).
Del desarrollo a la liberación
En aquellos años también se hablaba de liberación. Primero, en un encuentro realizado en la Facultad Franciscana de Petrópolis (Brasil, 1964) en el que participaron Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo y Lucio Gera. Luego, formalmente, en la conferencia dictada por Gutiérrez, «Hacia una teología de la liberación», en Bogotá, en 1971, en la que propone el paso de la teoría del desarrollo a la teología de la liberación, lo que implicaba analizar las causas mismas del subdesarrollo y no solo sus consecuencias. El teólogo partía del análisis de la «dependencia económica, social, política y cultural de unos pueblos en relación a otros», y más allá de promover el cambio de las estructuras, buscaba «la creación continua de una nueva manera de ser hombre, una revolución cultural».
El discurso de la Iglesia latinoamericana comenzaba así a desenmascarar las causas de la pobreza y las discernía cristianamente, como consta en el Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo (1967):
«Dios no quiere que haya ricos que aprovechen los bienes de este mundo explotando a los pobres. No, Dios no quiere que haya pobres siempre miserables. La religión no es el opio del pueblo. La religión es una fuerza que eleva a los humildes y rebaja a los orgullosos, que da pan a los hambrientos y hambre a los hartos».
En este contexto tiene lugar Medellín que discierne: por dónde pasa Dios hoy, en favor de quién y en contra de qué. Se asumió el principio de parcialidad que reconoce que Cristo aparece de un modo especial a través de «sus relaciones con los pobres y la pobreza» (Pobreza 7). Medellín hace una recepción situada de Gaudium et Spes y Populorum Progressio al conectar la pastoral con esfuerzos sociales que favorecen el «paso de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas» (Introducción 6).

En el camino preparatorio a Medellín destacan dos reuniones. En la primera, celebrada en La Capilla (Colombia, mayo, 1967), se concibió la temática general: La Iglesia de América Latina frente al Concilio Vaticano II. Un análisis de la realidad de la región, así como una reflexión teológica y una propuesta pastoral fueron presentados. En la segunda cita, realizada en Lima (Perú, noviembre, 1967) se adoptó el método ver-juzgar-actuar y se precisó el tema: La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio.
Es preciso mencionar tres textos originados en encuentros intermedios. El primero, fruto de la X Asamblea Ordinaria del CELAM reunida en Mar del Plata (Argentina, 11 – 16 de octubre, 1966), tiene por título: Presencia activa de la Iglesia en el desarrollo y en la integración de América Latina. Allí se observa un giro en la teología pastoral latinoamericana que queda vinculada con los procesos de desarrollo de la región. Esta visión respondía a los lineamientos de una teología de la salvación histórica inspirada en el Concilio y en la dirección del humanismo cristiano planteado por Pablo VI. Por eso se optó por un método de trabajo que tomara en cuenta el conocimiento de la realidad sociopolítica, económica y religiosa; su discernimiento teológico y un enfoque social de la pastoral.
El segundo escrito surge del I Seminario Sacerdotal, promovido por el Departamento Social del CELAM, que se efectuó en Santiago de Chile (Chile, octubre-noviembre, 1967), y se denominó Comunicado de 38 sacerdotes de América Latina sobre la Encíclica Populorum Progressio. El documento reafirma el compromiso de la Iglesia con la promoción humana y reconoce a los pobres como sujetos de su propia historia; también denuncia la situación de dependencia que impide el desarrollo justo y se pronuncia sobre la existencia de un mal estructural que subordina la dignidad humana a la economía.
En el Encuentro de Presidentes de las Comisiones Episcopales de Acción Social, que se efectúa en Itapoã (Brasil, 12 – 19 de mayo, 1968) nace el tercer texto con el título Acción y pastoral social de la Iglesia en América Latina. Se trata del escrito más importante pues profundiza en la soteriología histórica como eje de la identidad y misión de la eclesiología latinoamericana. Recuerda que la salvación no acontece fuera de la historia, y mucho menos sin relación con las condiciones concretas en las que se encuentran las personas. La salvación es un proceso de humanización que comienza aquí y ahora:
«…para la mayoría de los cristianos en América Latina, el desarrollo y el cambio de estructuras no tienen relación alguna con la fe y con los sacramentos: la ignorancia, la inercia, la injusticia no figuran en la lista de pecados que se acusan en la confesión (…). El hombre no se salva mediante actos al margen de su existencia: sino por el sentido que imprime en su historia personal y colectiva. Se salva humanizando a la comunidad en la que está inserto, según el modelo de humanidad que descubre en Cristo, el nuevo hombre».
El Documento Básico Preliminar y el Documento de Trabajo
Todos estos eventos conducen a la primera reunión formal preparatoria de Medellín, realizada el 19 de enero de 1968 en Bogotá, en la que se discutieron tres ponencias: «Promoción humana» (Renato Poblete), «La vida de la Iglesia como institución en América Latina» (Raimundo Caramurú) y «Las tareas evangelizadoras de la Iglesia en América Latina» (Gustavo Gutiérrez) que fungieron como base para la redacción del Documento Básico Preliminar, que será coordinado por monseñor Antonio Quarracino.
El DBP comenzaba recordando el mensaje de Pablo VI al CELAM, del 29 de septiembre de 1966, en el que el Papa pidió promover «reformas estructurales y cambios profundos en la sociedad», asumiendo la promoción humana como vía para generar estos cambios, pues, indicó:
«el desarrollo social implica, por una parte, un mejoramiento de los niveles de vida, la eliminación de la pobreza extrema y la ampliación de los servicios sociales; y, por otra parte, un cambio de estructuras sociales menos rígidas y dotadas con más medios de movilización social» (DBP 5-6). Esta acción expresa «la salvación que Jesucristo trae a este mundo» (DBP 20).
Este documento recrea el espíritu de renovación del Concilio y asume una forma de proceder colegiada (DBP 2-3). De toda esa reflexión emanará, en junio de 1968, el Documento de Trabajo, instrumento capital para las labores que ocuparon a la Conferencia de Medellín. El DT confirma el tema general: «Presencia de la Iglesia en la transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II», así como las cinco ponencias que lo desarrollarán: signos de los tiempos, interpretación cristiana de la realidad, promoción humana, evangelización y estructuras eclesiales (DT 24). Monseñor Dom Avelar Brandão Vilela, presidente del CELAM, indicó las fuentes que servirían de soporte a los acuerdos: el Evangelio, el Vaticano II y el Magisterio Pontificio.

Medellín no se limita a describir la realidad, sino que desenmascara «la miseria y la ignorancia de los desheredados, la inercia y resistencia al cambio por parte de los privilegiados; la escasa participación de las grandes masas en las decisiones del bien común, la violencia de los que desesperan de una solución pacífica» (DT 18). Su lenguaje comprometió a la misión de la Iglesia en la superación del subdesarrollo:
«…la Iglesia ha de asumir un compromiso en el proceso de la promoción integral de los hombres y pueblos latinoamericanos. Ha de solidarizarse especialmente con los pobres y los marginados en un auténtico amor cristiano. Esto exige de la Iglesia una defensa de la justicia que denuncie las injusticias y señale la necesidad de reformar las estructuras» (DT 24-25).
El obispo Samuel Ruiz concluye su relación «La evangelización en América Latina», recordando lo que estaba en juego en esta recepción conciliar: «Debe cambiar nuestra concepción y actitud de una Iglesia que se coloca fuera del mundo, frente y contra el mundo. La Iglesia es el Pueblo de Dios comprometido en la historia; la Iglesia está en el mundo» (Ponencias 167). Una eclesiología de este talante, unida a una soteriología histórica y contextual, permitieron entender que el cristiano apuesta siempre por una salvación que tiene su misión en este mundo,
«una salvación integral que abarca la totalidad del hombre (alma y cuerpo, individuo y sociedad, tiempo y eternidad), la totalidad del mundo y sus cosas; que exige la liberación total del hombre de la servidumbre del pecado (ignorancia, opresión, miseria, hambre y muerte). El Reino de Dios ya está presente entre nosotros y marcha, íntimamente compenetrado con el progreso humano; hacia la plenitud consumada de la escatología» (Ponencias 10-11).
Referencias
CELAM. América Latina: Ação e Pastoral Sociais. Conclusões de Itapoã. Petrópolis 1968. CELAM. «Documento Básico Preliminar para la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano». Revista Medellín 76 (1993). CELAM. II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Documento de Trabajo. Bogotá 1968. CELAM. La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio. Ponencias. Bogotá 1968.

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