Publicado el 11 de julio de 2018 | Por Jessie Muñoz rscj | Desde el corazón
Hoy en día, mujeres y hombres están despertando de una especie de somnolencia social. Hay manifestaciones de todo tipo y cada movimiento exige derechos, oportunidades e igualdades en todos los ámbitos tanto sociales, políticos, económicos y religiosos. Cada vez más, se conglomeran diferentes personas para hacerse visibles y con derecho a opinión.
La Iglesia católica, no está exenta de este sentir. Nosotros, los fieles, cada vez estamos tomando mayor conciencia de nuestro rol y la comprensión que hay de las funciones dentro de la Iglesia, especialmente ahora, que en nuestro país hay un “destape” de horrendas prácticas por parte de los sacerdotes que han vivido enfermamente su vocación que, “supuestamente”(esto lo digo con mucha responsabilidad), ha sido conferida por Dios.
Estamos viviendo una realidad fragmentada por el abuso de poder por parte de los clérigos. No han sido cuidadosos con el don que se les ha conferido, por tanto, se hace cada vez más urgente la pregunta por el sacerdocio femenino: ¿por qué no?
Para adentrarse en el tema se requiere de una gran fortaleza (desde mi ser mujer) para no salir defraudada o desesperanzada porque lo que uno se encuentra, es un rotundo “no” porque la historia y la Tradición de la Iglesia afirma que este sacramento está reservado solo para el varón.
En el documento Ordinatio Sacerdotalis, declara que una mujer no puede ser ordenada al sacerdocio porque así lo ha dicho la Tradición de la Iglesia a través de los siglos: “Cristo, escogiendo sólo varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia»[1]. Por consiguiente “la Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación”[2]. Es una sentencia bastante tajante, que se contrapone con lo que el documento también reconoce acerca de las mujeres, quienes “son verdaderas discípulas y testigos de Cristo en la familia y en la profesión civil”[3].
Recordamos: ¿qué es lo propio del sacerdocio ministerial?. Es esta configuración con Cristo (varón) por tanto, quién represente este sacramento como condición necesaria debe ser hombre porque así, con el poder sagrado del que se le confiere, configura y dirige al pueblo sacerdotal en el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo[4]. Lo propio del sacerdocio entonces, es esta unión plena con Jesucristo y como Jesús fue hombre no lo podría representar una mujer.
En la historia de la humanidad y específicamente en la Iglesia, ha habido millares de mujeres que han tenido que vivir su vocación limitada. No solo la vocación sacerdotal, sino que por el hecho de nacer mujer, se ha visto, nos hemos visto, restringidas en muchas funciones que los hombres han delimitado. No es desconocida la relación preferencial que Jesús tuvo con las mujeres, transgrediendo toda postura social de aquel entonces y fueron ellas las que permanecieron fieles hasta el último momento. También sabemos que la historia ha sido relatada por hombres y que el valor de la mujer ha sido nulo por muchos siglos. Por tanto, ¿cabe sospechar que hemos comprendido erróneamente el mensaje divino? Ha habido muchos errores y desafortunadas sentencias en la comprensión tanto del placer, cuerpo y alma por separado, del hombre por sobre la mujer y que ésta debe vivir sometida bajo la autoridad masculina. Entonces, ¿por qué no pensar que toda esta tradición que la Iglesia defiende acérrimamente no esté del todo correcta?
Las mujeres han sido portadoras y trasmisoras de la vida como lo ha dicho el papa Juan Pablo II. Cuidan la vida, son de relaciones cercanas, en las familias son quienes más transmiten la fe a quienes están bajo su cuidado, entonces ¿por qué no?. Es doloroso y penoso que el fundamento para no serlo, sea porque Jesús elige a doce hombres y que para representar a Cristo hay que ser hombre. ¡Se basa en tan pobre fundamento teológico!. Especialmente, si el Catecismo de la Iglesia Católica sostiene que el sacerdocio es un llamado de Dios, entonces, Dios ¿discrimina?
Tristemente constato que esta decisión negativa respecto del sacerdocio femenino, haya sido tan tajantemente cerrada como lo explica Juan Pablo II en la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis. Me parece que no hay ningún fundamento teológico que sostenga esta declaración. Mujeres y hombres tenemos las mismas facultades racionales y espirituales para vivir este sacramento, que es un llamado particular de Dios (no desde el concepto de jerarquía). Más aún, creo que es una posición egoísta y cerrada, de parte de los hombres, que se adjudiquen esta hermosa vocación de servicio solo para ellos y que no pueda ser compartida con nosotras, las mujeres. ¿Por qué los hombres tienen y deben interpretar mi vocación dentro de la Iglesia por mi ser mujer? Especialmente cuando este sentir no es solo mío, sino de tantos y tantas que piensan al igual que yo, que sería una Iglesia cercana y también signo de inclusión, reconocer que el sacramento del orden, don de Dios que es gratuito e inmerecido, también es para las mujeres. No hay que tener miedo a los cambios. No hay que tener miedo a confrontar el Magisterio. Algún día, quisiera decir con gozo que los sacramentos son siete para todos y no seis para las mujeres y siete para los hombres.
Bibliografía
Explicación de imagen
[1] Cf. Carta Apostólica: Ordinatio Sacerdotalis N°1
[2] CIC 1577
[3] Cf. Carta Apostólica: Ordinatio Sacerdotalis N°3
[4] LG 10
http://www.rscj.cl/reflexiones/desde-el-corazon/el-sacerdocio-femenino-por-que-no/
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