El sacerdote asesino – Por Luciana Sabina


El sacerdote asesino - Por Luciana Sabina
Por Luciana Sabina – Historiadora

Hace unos días se conoció la noticia del motivo principal por el cual los sacerdotes dejan sus hábitos. El cardenal Beniamino Stella, prefecto de la Congregación del Clero del Vaticano afirmó: “Un cálculo aproximado de las solicitudes de dispensa muestra que alrededor del 80% de ellas implican la presencia de prole, aunque a menudo concebida tras el abandono del mismo ministerio”. La problemática es tal que en Irlanda una fundación llamada Coping International, se encarga de la defensa de los derechos de los hijos de sacerdotes católicos de todo el mundo.  

Desde la Iglesia los nuevos aires impuestos por el Papa Francisco incluyen avanzar en el asunto. Se está trabajando para acelerar la desvinculación de estos clérigos lo antes posible, una vez que hayan pedido la dispensa, para que puedan hacerse cargo inmediatamente  de su o sus descendientes.  

La decisión valiente y responsable de estos clérigos, nos remite inmediatamente a un caso histórico donde la resolución al conflicto de intereses fue otra.        

En agosto de 1888 un sacerdote ocupó las planas de la prensa por asesinar a su esposa e hija. El homicida era un español de 44 años llamado Pedro Castro Rodríguez, que llegado a Buenos Aires, en la década de 1870, dejó los hábitos para contraer matrimonio con Rufina Padín y Chiclano.  

En 1877, tras cuatro años de matrimonio, la pobreza acercó a Castro nuevamente a la Iglesia Católica. Sus ruegos y lágrimas convencieron al Arzobispo quien “con una ligereza injustificable”, señalan los periódicos de entonces, lo aceptó nuevamente en las filas eclesiásticas.  

Pero no abandonó a Rufina. Fue trasladado a Azul donde siguieron haciendo vida marital, al punto de que el 24 de julio de 1878 llegó al mundo Petrona María Castro. Hija de ambos que llevaría el apellido de su padre. La situación se volvió difícil de disimular, por lo que Castro las envió a la Capital. Cada tanto viajaba a visitarlas y les enviaba dinero mensualmente.      

En 1880 Castro fue ascendido por el Arzobispo y se convirtió en el cura párroco de Olavarría. Ocho años más tarde su esposa e hija llegaron al pueblo. Esa misma noche, 5 de junio de 1888, las envenenó pero los alaridos de Rufina pusieron su plan en jaque. Terminó el crimen a martillazos.  

Ante semejante espectáculo, la pequeña Petrona comenzó a gritar. Su padre la obligó a ingerir el resto del veneno. La sostuvo fuerte, abrazándola contra su pecho hasta que murió. Al día siguiente, para sepultarlas falsificó documentos y consiguió un ataúd grande diciendo que se trataba de una mujer muy obesa. “Espantoso debía ser ver a aquel monstruo arreglando a sus víctimas en el cajón! -leemos en El Mosquito, que cubrió la noticia en sus páginas- El miserable tuvo que sentarse sobre la tapa para hacer fuerza y poder hacer penetrar los tornillos! Una vela alumbraba la horrorosa escena!!!”

Sus crímenes no quedaron impunes debido a que el Sacristán lo delató a las autoridades, pues había visto llegar a ambas mujeres. Castro terminó sus días  en la cárcel de Sierra Chica. 

https://losandes.com.ar/article/view?slug=el-sacerdote-asesino-por-luciana-sabina

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