Comencemos por hacer una pregunta que
se oye con frecuencia: ¿Qué queda hoy de la teología de la liberación? No se
trató de una veleidad, ¿de una moda más que ya se desvaneció?
No lo creemos. Por el contrario, queremos
afirmar que queda todo, es decir, que la teología por su naturaleza debe ser
liberadora. Algo diferente es que todavía requiera un mayor desarrollo, que
haya que evitar escollos en los cuales se ha caído, que el Magisterio
eclesiástico debe acoger y desarrollar su intuición fundamental: la liberación
personal y social de los pueblos, que la Iglesia, comunidad de hermanos, debe
ser pobre y misericordiosa o que no representa la Iglesia de Jesús.
Es cierto que queda mucho trabajo por
hacer pero siempre de la mano de esa gran intuición nacida del Evangelio: que
los pobres son los preferidos de Dios.
Es bueno recordar que si muchos
piensan que la teología de la liberación ya murió, es porque ha tenido que
pasar todo tipo de pruebas. Ha debido sufrir un desconocimiento generalizado,
presentaciones inadecuadas, la tergiversación de no pocos, el castigo y la
descalificación de las autoridades eclesiásticas: Pablo VI… Juan Pablo II…
Benedicto XVI…La Congregación para la doctrina de la fe, en fin, la involución
de la Iglesia en el nombramiento de la Jerarquía, en la formación de los
seminarios; la desautorización, censura y aun condena de brillantes
intelectuales a la vez que abnegados pastores comprometidos en las luchas
populares. Todo ello ha llevado a la institucionalidad eclesiástica a cerrar
filas en una visión extremadamente conservadora que todavía hoy estamos
padeciendo. Consecuencia de todo ello, esa larga hibernación que ha tenido que
sufrir la teología de la liberación.
Después de estas breves pinceladas,
queremos detenernos en dos puntos que explican y fundamentan el valor perene de
la teología de la liberación.
En el primero queremos llamar la
atención sobre algunos elementos que explican la validez de la teología de la
liberación. En el segundo navegaremos mar adentro hasta encontrar el ancla
inamovible que fundamenta la teología de la liberación: Jesucristo, el Mesías,
el liberador.
1 – VALIDEZ DE LA TEOLOGÍA DE LA
LIBERACIÓN.
Algunas reflexiones generales nos
permiten comprender la validez de la teología de la liberación.
- Conocimiento y epistemología.
Mientras los teólogos europeos y en
general la teología tradicional explican y desarrollan conceptos teológicos de
sentido, es decir, se preocupan por un interés eminentemente doctrinal sin que
analicen su operatividad social, ni su significación transformadora de la
realidad, la teología de la liberación, a partir de una actividad pastoral
comprometida en el seguimiento de Jesús, dirige su interés y sus esfuerzos a la
transformación de la realidad.
Para Ignacio Ellacuría, por ejemplo,
la estructura formal de la inteligencia no es solamente de comprensión del ser
o captación de sentido, sino la de aprehender la realidad y la de enfrentarse
con ella. Este enfrentarse con la realidad, según dice Ellacuría, tiene una
triple dimensión: el hacerse cargo de la realidad, el cargar con la realidad y el
encargarse de la realidad. Aunque pueda parecer un simple juego de palabras, la
verdad es que en la formulación de Ellacuría hay más meollo del que parece.
Creo yo que el primer paso: el hacerse cargo de la realidad, puede recubrir lo
que tradicionalmente ha sido el concepto de conocimiento, a saber, una
operación intelectual de interpretación o captación de sentido a nivel
conceptual. Los dos pasos ulteriores: el cargar con la realidad que vendría a
indicar el fundamental carácter ético de la inteligencia y el encargarse de la
realidad, que indicaría el carácter práxico y comprometido de la misma, son
aspectos que hasta ahora, es decir, hasta la revolución epistemológica
propiciada por el marxismo, no habían sido tenidos en cuenta.
He aquí, pues, un punto en donde la
teología de la liberación, precisamente por partir de estos presupuestos
últimos, va mucho más lejos que la teología clásica, fundamentada sobre el concepto
escolástico de conocimiento, que no es otro que la “adaecuatio rei et
intellectus” (adecuación de la mente al objeto). No solamente va más lejos sino que su
“concreticidad” práctica del materialismo histórico permite develar lo que
La teología tradicional hasta ahora ha
pasado por alto, a saber, su compromiso con un estado de cosas que sólo ha
tenido que conocer, ha tenido que leer, interpretar pero no propiamente transformar.
El que esto último se hiciera sería algo de supererogación, tarea que estaría
más allá del clásico conocimiento teológico.
- Utilización de las ciencias sociales.
En un ambiente de cristiandad como el
de la Edad Media, donde lo temporal, aún el poder político estaba orientado y
aun subordinado al poder religioso, donde la teología, precisamente por ser
“scientia Dei” (la ciencia sobre Dios) era considerada como la reina de las
ciencias, era lógico que la teología, en asocio de la filosofía “ancilla
theologiae” (servidora de la teología) creyera bastarse a sí misma. Es así como
a partir de este “status” de la teología, ésta era considerada como una ciencia
de realidades y proposiciones dadas, extrínsecas a la historia misma del
hombre. Lo que hasta ayer, la Edad Media, podía parecer válido, hoy es
inaceptable.
De ahora en adelante, según el
propósito de la teología de la liberación, no se tratará principalmente de
interpretar el mundo, de darle sentido y coherencia al lenguaje sobre Dios, cuanto
de transformar el mundo, de posibilitar la implantación histórica del Reino de
los cielos. En otras palabras, al ocuparse la teología de la liberación también
de la realidad concreta y material y no de sus conceptos hay que referirse
forzosamente a las ciencias sociales ya que éstas son las mediaciones
imprescindibles para poder llegar a ella.
Las ciencias, pues, se constituyen en
la posibilidad real de una elaboración teológica, al mismo tiempo que el test
de su validez.
En último término, si además de la
utilización de las ciencias sociales para analizar, comprender, proponer,
ejecutar actividades a fin de cambiar la realidad, y esto se posibilita
mediante las ciencias sociales, contamos con la sensibilidad propia y
esperanzadora que pone a nuestra disposición el Evangelio en orden a leer en
profundidad los “signos de los tiempos”, nos encontramos especialmente
dispuestos para trabajar eficazmente por el Reino de los cielos.
- Metodología de la teología de la liberación.
La metodología es quizá la característica
más específica y que mejor diferencia la
teología de la liberación de la teología tradicional. Mientras en la teología
tradicional se ha seguido el método escolástico, eminentemente racional:
formulación de una tesis, exposición de adversarios, pruebas bíblicas, razones
teológicas y finalmente, anotaciones o consecuencias (“scholion”); la teología
de la liberación estará orientada a transformar una realidad de opresión y de
muerte, siempre a la luz del Evangelio, pues se trata de una praxis iluminada
por la fe.
El método de trabajo de la teología
de la liberación ha sido descrito de diferentes maneras pero siempre teniendo
en cuenta lo que podríamos llamar tres momentos de ejecución: ver – juzgar –
actuar. Otros como por ejemplo L. Boff, haciendo referencia a la Gaudium et
Spes y en general a los documentos de Medellín 1968, prefieren formular dicha
metodología como: análisis de la realidad – reflexión teológica – pistas de
acción pastoral.
Por mi parte, teniendo presente la
validez de estas dos formulaciones, yo describiría la metodología como un
proceso teológico en el que la reflexión y la praxis están estrechamente
implicadas: la reflexión nacerá a partir de la práctica y a su vez ésta estará
orientada y alimentada por una acuiciosa reflexión evangélica. Así las cosas,
la teología dejara de ser una ciencia específicamente conceptual y teórica para
convertirse en algo mucho más amplio y totalizante: será el caminar
práctico-teórico emprendido para responder a la acción del Señor y madurar en
la fe.
Es así como la teología es consciente
de que lo primero es comenzar a caminar, a hacer camino, a “teologar” en el
sentido evangélico de “hacer la verdad” para luego reflexionar sobre el camino
que se ha recorrido. En otras palabras, primero se da un “teologar” es decir,
un ejercicio completo en sus dos tiempos complementarios y dialécticos, a
saber, práctica-teoría y teoría-práctica para luego volver sobre dicho
“teologar” y así poder sistematizar la metodología con miras a prestar alguna
ayuda a otros que transiten un camino semejante. La reflexión teológica, es
decir la teología de la liberación termina siendo un momento segundo
complementario a la praxis
1.4 – Relación teología – política
En el ejercicio mismo de su
reflexión, la teología tradicional se ha creído colocada fuera de la división
de clases y extraña a toda lucha entre ellas. Siempre ha proclamado que la
Iglesia y su acción pastoral están por encima de tales divisiones; más aún, no
ha cesado de repetir que ella es ajena a toda ideología: que sólo el Evangelio
es su norma de vida. En su práctica histórica las cosas no siempre han sido
así.
También se suele aducir para defender
la apoliticidad de la teología el carácter específico del Evangelio: tanto éste
como la vida misma de Jesús, – se afirma – tienen un sentido estrictamente
religioso.
Quienes argumentan en esta forma son
simplemente ciegos o no quieren ver la dimensión política que impregna y
determina la vida de Jesús. Si hay algo claro en el Evangelio es esa oposición
permanente, dolosa, refinada, a muerte que está presente desde la persecución
del Rey Herodes hasta la muerte en cruz decretada por el Gobernador romano
Poncio Pilatos. Y a lo largo de toda su vida Jesús está del lado de los pobres
y de los que no alcanzan Justicia.
El teólogo de la liberación que no
puede ser otro que alguien que se encuentra comprometido en medio de la lucha
social que se libra, ya ha hecho una opción clara y definitiva: poner sus
capacidades intelectuales y entregar sus esfuerzos a favor del pueblo. Su
opción es por el pobre y el oprimido y en esta lucha que es real en nuestras sociedades, no puede haber
claudicaciones.
Ante esta situación, el teólogo de la
liberación ha comprendido que su compromiso evangélico, para que sea evangélico,
tiene una nueva dimensión: tiene que ser político. Si la raíz de la miseria del pueblo está en un sistema
político, el capitalismo, al menos este tipo de capitalismo, sólo mediante una
opción política diferente podrá hacer efectiva su decisión de trabajar por la
liberación del pobre. El habrá comprendido que, en América Latina, la fe tiene
una dimensión política.
2 – FUNDAMENTO DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN.
El hecho Jesucristo, Hijo de Dios, es
un misterio que sólo por la fe lo podemos conocer y aceptar. Este misterio, sin embargo, desde el punto
de vista espacio- temporal y humano cuenta con elementos y precisiones
históricas que son imposibles de negar.
Ya se intentó negarlas cuando en el siglo primero de la era cristiana surgió el
Docetismo, herejía que pretendía desconocer que Jesucristo hubiera sido
verdadero hombre. Hoy en día es
universalmente aceptada la existencia histórica de Jesús de Nazareth. Más aún,
a través de los primeros escritos del cristianismo: Evangelios, Hechos de los
Apóstoles, Cartas Apostólicas, etc. Podemos conocer con detalles concretos, aun
teniendo en cuenta los diferentes géneros literarios de dichos escritos, los
valores expresados, las motivaciones profundas, las intenciones últimas del
paso de Jesús por este mundo. Es decir, en último término, se trata de un hecho
histórico, universalmente confesado, que
ha partido la historia de la humanidad en dos: antes y después de Cristo.
Si para los cristianos Jesucristo es
el camino, la verdad y la vida, si El es el
maestro, si sólo El conoce al Padre (Dios) y ratifica sus enseñanzas con
su propia vida y muerte, bien podemos aceptar su seguimiento como un hecho razonable
y digno de atención.
Ahora bien, aunque todos los hechos y
situaciones de la vida de Jesús de Nazareth son salvíficos hay una expresión
que traduce y sintetiza la esencia de su mensaje-realidad: QUE EL REINO DE DIOS
YA ESTA PRESENTE.
Abramos el Evangelio de Lucas y
reflexiones brevemente sobre los diferentes episodios que nos describe el
evangelista antes de entregarnos esta BUENA NOTICIA que es el objetivo último
de su mensaje y el motor generador de la familia humana.
La primera alusión que hace Lucas
sobre el Jesús adolescente, en el capítulo segundo versículo 41ss., es una
escena en la cual Jesús está rodeado por los Maestros de la Ley. Ante las
palabras de su madre que lo había estado buscando afanosamente “Hijo, ¿por qué
te has portado así? Tu padre y yo te buscábamos muy preocupados…” su respuesta va al corazón de su misión: afirma
que está ocupado trabajando en las cosas de su Padre.
En un segundo episodio, cap. 3, el
autor sagrado nos presenta a Juan Bautista preparando la llegada del Mesías,
larga y ansiosamente esperado: “Juan empezó a predicar su bautismo… diciéndoles
que cambiaran su manera de vivir para que se les perdonaran sus pecados”. La
muchedumbre lo acosa con preguntas: “la gente le preguntaba: Qué debemos hacer…
también los cobradores de impuestos…
también algunos soldados…” y, en resumen, aunque con otras palabras y más
ampliamente, él les contestó: vivan honestamente y compartan lo que tienen.
Ante la pregunta que se hacía la gente si Juan
no sería el Cristo largamente esperado? El Bautista se empequeñece para
dar paso a alguien más poderoso… “del cual no soy digno de soltar los cordones
de sus zapatos”. Mientras Juan bautiza con agua El, Jesús, bautizará con fuego
y el Espíritu Santo!
A Pesar de la grandeza del profeta,
de su acogida por la muchedumbre, es él mismo quien confiesa la inmensa
superioridad de Jesús, el Mesías esperado.
Inmediatamente después, cap. 3 vers. 21 ss., Lucas nos presenta un tercer
episodio, el bautismo de Jesús. En este caso el propósito de Lucas no es otro
que mostrarnos a Jesús como el Hijo de Dios, como el elegido y el amado del
Padre. Ahora cuando va a dar comienzo a su obra de trabajo por el Reino, Lucas
lo exalta como el hijo escogido, el amado, que tiene toda la autoridad de su
Padre, Dios.
Lo presenta orando, en profunda unión
con su Padre, mientras el Espíritu Santo desciende sobre El :”mientras estaba
orando, se abrieron los cielos; el Espíritu Santo bajo sobre él y se manifestó
exteriormente con una aparición como de paloma. Y del cielo llegó una voz: Tu
eres mi hijo, el amado; tu eres mi elegido”. El Padre mismo, Dios, da
testimonio incondicional sobre su propio
Hijo, Jesús.
Pero llega también un cuarto
episodio, que podríamos calificar como la respuesta de Jesús a esa unción
recibida de parte de su Padre. Jesús se retira al desierto para mediante la
oración y el ayuno, profundizar la identificación con su Padre.
Las tentaciones que aparecen en el
Evangelio, Lucas 4, no expresan otra cosa que el rechazo de todo aquello que
pueda separarnos de Dios. Jesús se retira al desierto, se entrega a la oración
y a la penitencia como preparación inmediata a la promulgación de la misión que
su Padre le ha encomendado.
Cual es esa
Misión?
“Vino (Jesús) a Nazareth donde se
había criado y, según su costumbre,
Entró en la sinagoga el día sábado, y
se levantó para hacer la lectura.
Le entregaron el libro del Profeta
Isaías, y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres
La Buena Nueva
A proclamar la liberación a los
cautivos
Y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del
Señor.
Enrollando el volumen lo devolvió al
ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.
Comenzó, pues, a decirles: “Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido
hoy.” Lc.4, 16-21
Esos cuatro episodios primeros que
hemos recordado son como la obertura solemne a esa gran ópera que es la
proclamación inaugural que hace Jesús de su Misión sobre la tierra que no es
otra que el establecimiento del Reino de los Cielos.
Este no es un texto más del
Evangelio. Es la puerta de entrada a la vida pública de Jesús. Se sirve de un
texto del más grande de los profetas de Israel, Isaías, para definir el
objetivo de su paso por este mundo:
colaborar en el establecimiento del Reino de los cielos. Y El mismo define en
qué consiste el establecimiento del Reino de los Cielos:
anunciar la Buena Noticia a
los pobres…
proclamar la liberación a los cautivos…
dar
la libertad a los oprimidos…
y
proclamar un año de gracia del Señor
Y esto que proclamó Jesús en palabras
de Isaías fue lo que El realizó a lo largo de su ministerio público. Veámoslo
en una breve síntesis
La enfermedad es una situación que
mantiene al ser humano en condición de incapacidad para realizar todo aquello
que en condiciones normales podría y estaría llamado a realizar. Está
disminuido, está preso de esa anormalidad.
Es el caso de los ciegos, de los cojos, del paralítico, de la mujer
encorvada o de la que tiene flujo de sangre… personas que ansían ser liberados
de esa condición que los tiene prisioneros.
Otros muchos, dadas sus obras y el parecer de los demás,
son presos social cultural y espiritualmente. Es el caso de los pecadores,
publicanos, personajes como Zaqueo, la
Magdalena, la mujer adúltera a quienes Jesús liberó de su pecado, “tampoco yo
te condeno”.
Caso especial es el de los
endemoniados, el de Cafarnaún, el de Gerasa, el epiléptico… casos que nos
sitúan en el corazón mismo de la misión de Jesús: la lucha radical contra las
fuerzas del mal hacia la plena liberación-realización del hombre que no es otro
que el Reino de Dios. “ Pero si yo expulso los demonios es que ha llegado el
Reino de Dios a vosotros” .
Ese múltiple y variado proceso de
liberación llega al máximo en este mundo espacio temporal cuando Jesús rescata
de la muerte al hijo de la viuda de Naím Lc. 7, 11 o a la hija de Jairo Lc. 8,49 o a su entrañable amigo Lázaro Jo. 11. Es el poder de su misericordia infinita y de
su capacidad humana de conmoverse ante
las necesidades de los demás que lo llevan a liberarlos del poder de la muerte
y a sus parientes y amigos del dolor que están padeciendo.
En conclusión, la vida y obra de
Jesucristo se puede sintetizar en la fecundidad siempre renovada de un proceso de
liberación.
Su doctrina, la que El nos entregó
para nuestra plena realización, va surgiendo
desde la humildad hacia la grandeza, desde la honestidad y la verdad
hacia la perseverancia y el heroísmo, desde la humanidad hacia la divinidad.
Su actuación a lo largo de toda su
vida fue un ininterrumpido proceso de liberación de todo aquello que nos impide
ser cada vez más humanos. Por algo nos dice Pedro “ vosotros sabéis… cómo Dios a Jesús de Nazareth le ungió con el
Espíritu Santo y con poder y cómo El pasó
haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él. Hech. 10, 37-38
Liberación es pues el concepto que
mejor sintetiza la vida de Jesús. Cuando los enviados de Juan Bautista le preguntan
“¿Eres tú el que ha de venir (el Mesías) o debemos esperar a otro? Jesús no
responde con palabras sino con obras “Vayan a contarle a Juan lo que han visto
y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son purificados, los
sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia la Buena Nueva a los pobres; ¡Y
dichoso aquel que no se escandalice de mi!” Lc. 7, 21ss.
Liberación será aquella acción o aquella realidad que desate, que destruya todo aquello que impida caminar hacia el estado perfecto de la realización humana: hombres y mujeres plenamente humanos. Es decir, el Reino de los cielos será la realización de la humanidad: el estado de perfección en que todo ser es y se comporta como plenamente humano. La humanidad en estado actuante de imagen y semejanza de su Padre Dios.
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