13 MAYO, 2019830COMPARTE:

Por Sol Tejeda Rodríguez *
Osorno, 13 de may 2019.
Atravesamos una crisis eclesial del tamaño de un buque, bueno, un buque es muy poco para todo lo que estamos viviendo.
Desde la experiencia palpada en Osorno desde el 10 de enero del 2015 hasta hoy, fueron muchas veces las que repetimos con profundo dolor: “No nos escuchan… ¿Una Iglesia que Escucha, Anuncia y Sirve?… ¿Por qué no nos quieren escuchar?… ¿Qué tenemos que hacer para que nos escuchen?”.
Algunos jerarcas de la iglesia hablaban de diálogo, que al final eran imposiciones, guías, orientaciones, consejos, como cada quien quiera llamarle, pero desde una mirada vertical, de arriba hacia abajo, desde un padre a su hijo o una madre a su hija, “patrones de fundo” metaforizó una amiga. Lo que sigue, es ya historia conocida…
En una de las asambleas diocesanas en Osorno (post Barros), nos agruparon en la diversidad más amplia posible que puedan imaginarse y la idea principal era reflexionar en conjunto, buscando acciones en concreto de cómo reestablecer confianzas, cómo preparar la tierra comunitaria con la famosa reconciliación y por sobretodo, cómo volver a mirarnos a la cara reconociéndonos hermanos y hermanas… después de poco más de 3 años con un obispo que muchos no aceptamos y otros si, los famosos negros y blancos del 21M-2015.
En el grupo al que me integré, casi todos y todas habíamos hablado, expresando nuestro pensar y sentir, confrontándonos también, por qué no decirlo.
Sin embargo, había una hermana de San Juan de la Costa de la zona Williche, que permaneció silente, observando y escuchando atentamente lo que cada persona decía, con ojos que reflejaban curiosidad y comprensión. Sin duda, esta mujer era mapuche, lo decía claramente las facciones de su rostro, su paciencia, su respeto y escucha que expresaba sentada tranquilamente desde su silla.
La verdad es que yo estaba un poco incómoda que poco la tomaran en cuenta, y que pasara un tanto inadvertida; mi mente y corazón me decían que esta hermana también tenía una palabra que decir.
Por otro lado, no quería que se sintiera obligada a hablar por una norma subjetiva personal. Fue entonces que, una vez más alcé mi voz para enunciar más o menos lo que sigue: “Pido permiso con mucho respeto si es que hay alguna hermana o hermano mapuche presente, para decir que…, si hay algo que he aprendido en medio del pueblomapuche, ha sido la escucha atenta y el compartir la vida de manera sincera en torno al fogón y un rico mate, la conversa y diálogo que sale desde lo más profundo del corazón, con palabras que hacen memoria sabia para traspasar la historia, enseñanzas y sabiduría”.
Lo anterior fue una provocación para esta hermana. Una vez que dejé de hablar, ella sacó su voz fuerte y clara, y dijo: “Sí, hace unos días atrás, nos reunimos en nuestra comunidad para hacer una ceremonia y recordar a los hermanos de la matanza de Forrahue, que fue un hecho muy triste para nuestra comunidad. Lo que nos ha ayudado a seguir adelante fue esto de conversar, escuchar a los demás tomando mate…”
Esas palabras no solo quedaron retumbando en mi mente, sino que también me cuestionaron nuevamente sobre la escucha atenta. Pareciera que sentarse a tomar mate, al lado del fuego, o alrededor de la mesa, fuera una pérdida de tiempo, contracultural en nuestra era tecnologizada.
El mate puede durar largas horas, incluso noches o días enteros según donde se comparta, se va renovando la yerba, se llena la tetera o el termo con agua caliente y va pasando el mate de mano en mano… Lo curioso es que con este acto de tomar mate, es mucho más que ingerir una bebida, pues, también es escucharse, es profundizar, es reflexionar, es pensar, es compartir lo que cada uno tiene para decir, es intercambio de opinión…
No es solo el “copuchenteo” que graciosa y erradamente decimos al tomar mate, sino que implica mostrarse transparentemente lo que somos y tenemos con quienes compartimos este brebaje. Hasta saber decir “gracias”. Al decir “gracias”, manifestamos al cebador/a que no queremos más mate, por tanto, puede que también se acabe la conversa.
Ojalá pudiéramos aprender más de nuestros/as lamngen (hermanos/as) mapuche, saber escuchar atentamente, con respeto, paciencia y hablar con voz fuerte cuando se nos toma en cuenta, cuando nos visibilizan y nos provocan.
“Hablar correctamente significa partir el corazón y abrirlo a los demás, garantizar al otro el acceso a nuestro propio corazón, hablar de modo que crezca la relación y nazca confianza… Al hablar, la coraza que envuelve nuestro corazón se parte. Estalla dentro de nosotros. Hacemos partícipe al otro de nuestras emociones, de nuestra voz, de nuestro estado de ánimo. Estamos de acuerdo cuando la palabra concuerda con el corazón y cuando concedemos voz a nuestros sentimientos” (Grün, 2011:75).
¿Sabrán tomar mate los obispos de la Conferencia Episcopal de Chile? ¿O ¿son más de café espresso o ristretto en Echaurren 4 o algún local pituco de la capital?
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* La autora es mujer mestiza williche. Rupanquina. Hija de Enrique y Fresia, ambos campesinos. De profesión Profesora de Educación General Básica. Tesista Magíster Acompañamiento Psicoespiritual UAH.