Soledad Del Villar. Le responde:

El nuevo obispo auxiliar de Santiago dijo al final de la entrevista: «si me equivoco en algo, por favor corríjanme» …. así que aquí voy con algunas cosas que me llamaron la atención…
1. Ser cura significa cuidar «almas»: si creemos en un Dios que se hace carne en Jesús, creemos también que seguirlo a el es cuidar almas y cuerpos… especialmente los cuerpos de tantos marginad-s, abusad-s, vulnerables… (Mt.25) Es más, separar alma de cuerpo es un dualismo que no es bíblico, una antropología simplista…
2. Quizás a las mujeres les gusta estar en la trastienda: Una generalización muy amplia, a muchas NO nos gusta y nos encantaría tener más responsabilidad, voz y protagonismo. Lo hacemos porque es en la mayoría de los casos el único espacio que nos dejan. Pero varias de nosotras queremos un rol más allá de «ayudar al cura»…
3. Solo había hombres en la ultima cena y eso hay que respetarlo: efectivamente en los tres sinópticos se dice que se sentó a la mesa «con los Doce», en Juan dice que con sus «discípulos» (entre los que sabemos, había también discípulas). Una biblista feminista diría que esto no necesariamente significa que habían solo hombres, sería muy extraño que en una cena judía de pascua no hubiesen mujeres involucradas. Por otro lado, sabemos de otros pasajes del evangelio en que solo se contaron a los hombres (unos 5.000 en la multiplicación de los panes)… y luego se menciona que además habían mujeres y niños… lo mismo pasa cuando se habla de «los discípulos» he ahí un criterio hermenéutico clave. No asumir que porque no están nombradas no estaban. Mas bien asumir lo contrario. Ahora, incluso si históricamente fuera cierto que solo habían hombres esa noche, entre los doce había un traidor y 11 cobardes que arrancaron cuando llegó la crucifixión. No era un grupo muy de confianza parece. Solo las mujeres lo acompañaron, y luego fueron las mujeres las primeras en saber de la resurrección. Si vamos a hacer una division sexual del trabajo eclesial basado en el relato de la pasión… entonces los hombres solo podrían sentarse a comer en la mesa, y las mujeres serían las únicas capacitadas para anunciar la buena nueva de la resurrección, deberían monopolizar la palabra… Pero hasta donde yo sé nunca las mujeres han usado su protagonismo en una escena bíblica para reclamar para si el monopolio del poder o de la palabra en una comunidad… entonces, porque los hombres sí lo hacen?
4. No pongamos al hombre contra la mujer, no peleemos por el protagonismo y el poder: de acuerdo, la división por la división, el conflicto por el conflicto no aportan mucho. Pero entorno al rol de la mujer en la Iglesia, la pelea no es por quien es el «más grande» (lógica masculina que aparece repetidamente en los evangelios y es condenada por Jesús) sino simplemente por igualdad en responsabilidades y roles. No nos interesa reemplazarlos. Nos interesa compartir el poder y las responsabilidades, tener voz, dejar la trastienda. Porque cuando ustedes tienen o adquieren poder son héroes con vocación «al servicio» de la comunidad? Y cuando las mujeres piden lo mismo somos trepadoras, ambiciosas y generamos división?
5. Y sobre el arroz recalentado: creo que queda bastante arroz añejo en los refrigeradores del clero… y ojalá que se lo sigan comiendo por un buen rato. Me encantaría cocinarle algún día un arroz fresquito y sentarnos a comer juntos, como iguales, en la misma mesa. Pero mientras aquello no sea posible, quédese con su arroz recalentado.
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