Un espacio para recrear lo sagrado y lo profano con ojos de mujer. Somos un grupo ecuménico en búsqueda de la justicia e igualdad.Respetamos la opinión, de los autores aunque no necesariamente estemos de acuerdo.
Video acerca de los tejidos andinos, creado por Mariana Tschudi, inspirado en las enseñanzas de Mario Osorio Olazábal, para la muestra de Arte Pachatopías del PUCP en el Museo Amano, Abril 2017.
Qué rico
hablar de un Dios, que nos ama, nos protege, acompaña, está cerca, no nos
falla, no nos olvida, no nos margina. Decía Sor Isabel de la Trinidad, (OCD): “He hallado mi cielo
en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi”.
Este pensamiento de Sor Isabel, me lo dio a conocer mamá.
Cuando
era niña, en la Novena de Navidad, nos escondía una imagen de Jesús Niño, y
salíamos a buscarlo, por el camino íbamos encontrando algunas pistas hasta
encontrarlo. Pues bien, en la actualidad creo todavía seguimos buscándole.
Desafortunadamente,
hemos perdido mucho tiempo siguiendo pistas falsificadas y enredadas.
No
podemos seguir buscándole tan alto, tan alto, que no los podemos alcanzar y
menos encerrado y escondido, que no nos permite ni verlo, ni tocar.
Primera
pista: Recuperemos a Aquel Dios, que se encarnó y se hizo humano, dejando su
Cielo, para estar entre nosotras/os, (Lc 1,26-38).
Segunda
pista: En ningún momento Dios ha dicho que solo los varones son la imagen de
El, ¡ver Génisis 1:26 y menos cuando alguien dijo que no teníamos alma las
mujeres! “Argumentos” infundados, que la
Iglesia, hasta la fecha, no ha corregido ni descartado. Es su argumento
principal, para negar la ordenación a las mujeres, en la Iglesia Católica,
Canon 1024.
Tercera
pista: No esperemos a que nos estén aplaudiendo o alabando y dando “like”
pretendiendo hacer protagonismo. “Es preciso que El crezca y yo disminuya” Juan
3.30
Cuarta
pista: Las devociones acostumbradas, no son ni para comprar el cielo, ni pedir
milagros, han de ser para buscar, conocer a Dios y darlo a conocer.
“Misericordia quiero y no sacrificios” Oseas 6:6-7,Mateo 9:10-13,Mateo
12:1-8 .
Quinta pista: Los discípulos de Jesús, tampoco habían entendido las pistas claves que el Maestro les dio, para conocer a nuestro Padre, por eso la respuesta que Jesús le dio a Felipe: “Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? Juan 14:8:10.
Sexta pista: No podemos seguir anunciado un
Cristo crucificado, Cristo ha resucitado, si no hubiera resucitado vana es
nuestra fe nos dice San Pablo:1 Corintios 15:14
Séptima pista: Dios no es un dios, que deja
morir a sus hijos/s de hambre, que los abandona a su suerte, que no escucha.
Dios no necesita intermedios para comunicarse y estar pendiente de nosotras/os
sus hijos/as, Cristo vino al mundo para tener vida y vida en abundancia, “Yo
soy la luz del mundo, Yo soy el pan de vida, Yo soy la resurrección, Yo soy el
camino la verdad y la vida”: Juan 10:10b.
Octava pista: Respiramos el aliento de Dios. Dios
siempre ha estado activo en la Creación, su presencia se ve y se siente, en
cada detalle de la Creación: “En el principio creó Dios los cielos y
la tierra.Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las
tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre
la faz de las aguas” Génesis 1:1-2.
Novena pista: Creo al ser humano
infundiéndole su Espíritu, su aliento de vida, la comparte sin objeciones
discriminatorias, ¿acaso quedan dudas de la inclusividad de Dios?, nombró al
ser humano administrador para cuidar de la Creación. Génesis 1:26 y sopló en su
nariz el aliento de vida, Génesis 2:7
Decima pista: No se refiere Jesús a templos,
ni sitios exclusivos de adoración, como vemos hoy, y la aclaración y mensaje se
lo está dando a una mujer…“Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene
cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre”. Juan 4:21
No son estas pistas las únicas. Espero que las hayan disfrutado tanto como yo, cada pista me abrió más y más el horizonte para llegar a Dios.
La fiesta de San Benito se celebra el 11 de julio.
Los antiguos Diálogos de Gregorio, la única fuente de material biográfico que tenemos en cualquiera de Benedict o de su hermana Escolástica, nos dicen plantas del estilo metafórica del tiempo que dan una idea de las cualidades y el carácter de los dos en lugar de simples detalles históricos . El trabajo de Gregory describe los siete milagros de Benito, y es en ellos que tomamos la medida del hombre. Cada una de estas historias tiene que ver con el cuidado de otro, no con las experiencias místicas o esotéricas visiones o éxtasis trascendentes. Benito, Gregorio nos dice, repara un plato roto de manera que no será castigado una criada para ser descuidado; revive un monje joven que había sido aplastado por una pared que cae durante el trabajo; rescata a un discípulo de ahogarse; se recupera del fondo del mar el mango del hacha de un trabajador itinerante, una herramienta valiosa, sin la cual el hombre estaría condenado al desempleo; que hace el signo más de una taza llena de veneno y rompe su poder; Totila se detiene el gótico a las puertas de la ciudad y trae paz a la región.
Claramente, es siempre la condición humana que capta su interés, siempre necesidad humana en la que Benedicto concentra su fuerza espiritual. No es la religión para mostrar que la participación Benedict. Para Benedicto la vida espiritual no es una forma de escapar de los caprichos de la vida; es una manera de vivir la vida, en su forma más brutal, en su forma más simple, hasta la médula.
Las historias son de fantasía a los oídos modernos, tal vez, pero lógicos para el corazón. Estas son las cosas de las que se hace la humanidad: la vida espiritual y comunidad humana. Como resultado, Benedict no brilla en la constelación humana de estrellas debido a que él es como un individuo. No, Benito y Escolástica se destacan en la historia no por una vida propia sino por lo que sus vidas hicieron por los siglos que los siguen.
La Regla de San Benito no requiere gran ascetismo individual. La Regla de Benito requiere que las personas viven bien juntos en una cultura que utiliza un grupo por el bien de otro, que le dio el privilegio romanos y no romanos lugar más bajo. Las comunidades monásticas de Benito y Escolástica vivieron un tipo completamente diferente de la vida. “Servir unos a otros,” la Regla de Benito dice. “Escucha,” dice la Regla. “Que cada uno tome su lugar en la comunidad de acuerdo con el momento en que entró”, dice la Regla. Los principios son claros. comunidad humana debe basarse en el servicio mutuo, el respeto, la amabilidad, y la igualdad. La dominación de un sector de la sociedad por otro, el hecho de no examinar todos los aspectos de cada pregunta, la idea de que la violencia puede ser resuelto por la violencia, del intento de usar un grupo de la sociedad para la comodidad y conveniencia de otra destruir una sociedad en su raíces.
No se sabe mucho acerca de Benito y Escolástica como individuos históricos, es cierto. Pero lo que sí sabemos es que se puso en medio de una sociedad en descomposición y se negaron a entrar en decadencia con él. Son iconos de la presente rostro de Dios.
-Desde pasión por la vida (Orbis Books), de Joan Chittister
Las declaraciones, que ha hecho el Nuncio de la Santa Sede, al despedirse de la Nunciatura de Madrid, están dando que hablar por un motivo comprensible. El representante oficial del Papa en España se ha despedido haciendo alusiones o dando su opinión sobre un problema, el enterramiento del dictador Franco, ante el que muchos españoles no son indiferentes. Al hablar de este asunto, mi intención no es pronunciarme a favor o en contra del Nuncio cesante. Lo que pretendo es indicar el problema de fondo que se oculta en todo este asunto. Un problema que mucha gente no se imagina, pero que tiene más actualidad y envergadura de lo que normalmente se suele pensar o decir en estos casos.
¿A qué me refiero? El centro y eje del cristianismo, como bien sabemos, es el Evangelio. Y en el Evangelio, todo se centra en torno al personaje capital, que es Jesús. Pues bien, si la Iglesia tiene su origen en el Evangelio y su razón de ser es hacer presente ese mismo Evangelio, resulta evidente que los representantes oficiales de la Iglesia no pueden ir por el mundo haciendo y diciendo exactamente lo contrario de lo que, según los evangelios, Jesús hizo y dijo mientras estuvo en la tierra.
Esto supuesto, si algo hay claro en los evangelios es que Jesús fue un hombre profundamente religioso, que hablaba constantemente de su relación (y de nuestra relación) con el Padre del cielo. Y se pasaba las noches enteras en oración a Dios. Pero siempre hizo esas cosas de tal forma, que la vida de Jesús transcurrió, no sólo al margen de la “religión oficial”, la religión del templo y de los sacerdotes, sino que – sobre todo y como bien sabemos – Jesús “se enfrentó directamente” al templo y sus funcionarios, a muchos de sus rituales y ceremonias y al “yugo” (Mt 11, 29) de normas que los clérigos aquéllos le imponían a la gente.
De tal forma que Jesús entendió y practicó la religión de tal manera, que aquello terminó en un conflicto mortal. Porque, como es bien sabido, fue el Sanedrín (el Consejo Supremo de la Religión) el que condenó a muerte a Jesús (Jn 11, 47-53). Y el que forzó a las autoridades civiles y militares para que ejecutaran la sentencia de la forma más cruel que había entonces.
Esto es lo que ocurrió. Pero ¿por qué se produjo aquel crimen? No fue por defender la religión, que estaba bien defendida. Ni fue por proteger a los Sacerdotes y sus ganancias. El templo y sus hombres eran la gran fuente de riqueza que tenía Jerusalén en aquel tiempo, como bien han demostrado los mejores estudiosos de esta historia (cf. J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid, Cristiandad, 1977).
Entonces, ¿por qué persiguieron y mataron a Jesús? Sencillamente porque Jesús vio, con claridad meridiana, que lo más urgente y apremiante, en este mundo, no es el sometimiento a los que tienen el poder, aunque sea el poder sagrado de la religión. Lo más importante, que no admite espera, es remediar el sufrimiento de los que no pueden seguir, hundidos como están en sus carencias y miserias. Por eso Jesús curaba a los enfermos, acogía a pecadores y extranjeros, defendía a las mujeres, se ponía de parte de niños, mendigos y gente desamparada.
Sin duda alguna, todo esto es lo que irritaba a los hombres de la religión. Sobre todo, cuando Jesús les dijo en su cara que habían hecho del templo “una cueva de bandidos”. ¿No se daban cuenta los “profesionales de lo sagrado” – los de entonces y los de ahora – que la religión o es “laica” (del pueblo, de todos por igual) o no es religión, es decir, no nos lleva a Dios, porque a donde nos lleva derechos es a la tranquilidad de la conciencia y al “señorío del disparate”, como ha dejado patente el Nuncio que se va?
Y es que, cuando un colectivo de hombres se cree que es superior a los demás, porque sabe más y puede más que los demás, ¿no se puede sospechar con fundamento que la experiencia religiosa que nos predica ese colectivo ya no es de fiar, porque nos remite a una falsa religión? Cada día veo más claro que la religión del futuro es la “religión laica”. Que no es la religión que niega a Dios. Eso es una burda contradicción. La “religión laica” es la religión que nos iguala a todos. Y a todos nos concentra en la firme convicción que se centra en este criterio: una conducta ética tan honesta y tan transparente que no tenga más explicación que la existencia de un más allá y la experiencia de un Padre que es la clave que explica lo que nunca llegaremos a explicar.
Muchas personas siguen sufriendo de muchas maneras crisis económica. No nos hemos de engañar. No podemos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. En algunas familias podrá ir creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización. Es previsible que aumenten los conflictos. Es fácil que crezca en algunos el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.
Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más olvidados.
También nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
Hemos de sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quienes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la «ilusión de inocencia» que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
Hoy he conocido la Historia más hermosa, tejida en medio del dolor, bañada en hilos de lágrimas, unas veces de tristeza y otras de sueños y esperanza, hecha realidad.
Hemos creído
que el solo hecho de pronunciar la palabra fraternidad, comunidad, no es sino
sentarnos a esperar que todo lo que ellas nos significan aparezcan como por
arte de magia. Muy fácilmente sentamos cátedra y hacemos homilías hermosas, dando
lecciones para que otras/os las practiquen, Mat 23:4.
Esta
experiencia tiene más de 20 años de estar trabajando, construyendo y haciendo
realidad la PAZ en nuestro país.
Es una
población que le ha tocado ser desplazada, compuesta por 80 familias campesinas
de diferentes veredas y poblaciones, que se han organizado, que han aprendido a
convivir unidas teniendo como principio el no participar en ningún grupo que
genere guerra o violencia, no aceptando en su Comunidad miembros que apoyen o
participen en cualquier grupo armado, llámese como se llame, -lejos de
estigmatizar como discriminación-. Esto lo viven intensamente como una objeción
de conciencia.
Laboran
unidos, sobre todo se protegen mutuamente, en aquel sentir presente a Dios en
cada ser humano: “Yo soy tu”. Se han propuesto erradicar todo aquello que
divide la Paz en la Comunidad, como las bebidas embriagantes (alcohol), alucinógenas,
es no a la participación en cultivos
de carácter ilícito.
Buscando solidaridad,
apoyo para las familias integrantes de dicha Comunidad de la No-violencia, acudieron
a las instituciones previstas oficial y legalmente por la Constitución
colombiana para protección y defensa ante la injusticia y violación de los
Derechos Humanos, donde tuvieron la “grata sorpresa” de darse cuenta del humo
de corrupción que las envuelve, viéndose en la necesidad de abstenerse de estar
involucrados en un sistema que en nada les beneficia y protege, espacios donde
se encuentran víctimas y victimarios haciendo “cola”, lo que les hace,
renunciar totalmente de esperar cualquier apoyo que viole y ofenda la dignidad
de la Comunidad a la que pertenecen.
Las revanchas
del poder y la política, no se hicieron esperar el boleteo, amenazas,
asesinatos y masacres…no es desconocida la actividad oscura y solapada que han
hecho siguen haciendo, ya que a los medios de comunicación no trascienden estas
situaciones que se viven no solo en esta Comunidad de la No-violencia, sino en
otros sitios de nuestro país.
Es más, el
hecho de que la Corte Constitucional les haya reconocido el 23 de marzo de 1997
ha sido despertar toda la crueldad, sádica, contra esta Comunidad, que ha querido,
quiere y lo es una Comunidad de Paz, así decidieron proclamarse en la
celebración de la Eucaristía, como compromiso personal y comunitario, toda la
Comunidad, ancianos, mujeres, hombres, jóvenes y niños. Todos unidos en aquella
Eucaristía, celebraron e hicieron dar a conocer el significado de celebrar el
Corpus Christi en vivo y en directo para que todo el mundo lo sepa, convocando
de nuevo aquella invitación de Cristo: “Hagan esto en memoria Mía” Lucas 22:9,
I Corintios 11:24-25.
Por ser una
Comunidad de Paz, diferente, con estrategias para la producción colectiva, en
terrenos colectivos, con una convivencia de fraternidad y apoyo, no ha faltado
la amenaza y agresividad verbal, llevada a los hechos, para decirles: “por ser así
diferentes, por no regirse por las normas del Estado, por no aceptar el
desarrollo y el progreso, deben de ser desaparecidos, exterminados”.
Es una
Comunidad de Paz, que, con hechos reales, nos está mostrando que el mensaje de
Jesús es posible vivirlo: “amanse los unos a los otros” (Juan 15:12) y lo
confirma Hechos de los Apóstoles, donde nos cuentan, acerca de un solo sentir,
unidos todos/as en las primeras comunidades cristianas: Hechos 2:32-33.
Hoy, en medio de la situación de violencia en que vive nuestro país, embrutecida por el alcohol, la droga, la falta de empleo, salud, vivienda, educación, Esta Comunidad de Paz, se levanta con su mensaje y testimonio como una luz, anunciado el Evangelio para conocer, aprender de ellos/as: “Mirad cómo se aman” Juan 17:20-26, se ayudan y protegen mutuamente, ante la violencia de los poderosos y su imperio.
Fiesta del Corpus Christi, Comunidad de Paz.
Gracias, Comunidad de Paz, San José de Apartadó, que cada vez se les conozca más, les apoyamos y protegemos.
En esta Vigilia de Pentecostés quiero reflexionar sobre el sentido el Espíritu Santo y su presencia en la Iglesia. En otras ocasiones, en este mismo blog, en las fiestas de Pentecostés, he presentado una visión más pastoral del Espíritu Santo. Este año he querido destacar el aspecto teológico del tema, desde la perspectiva de la biblia
Del mensaje de Jesús a Pentecostés
La presencia pascual de Jesús resucitado como Espíritu de Dios se expande (visibiliza) en una iglesia o comunión escatológica de perdonados (liberados) que celebran su victoria sobre la muerte. De esa forma, la nueva Iglesia o comunión de los creyentes viene a presentarse como verdadero Israel, revelación y presencia de Dios en forma humana, como irán descubriendo los cristianos:
− Los primeros cristianos (seguidores de Jesús, en Jerusalén), manteniéndose fieles a Jesús, tenían miedo de perder su identidad, pues al abrir el evangelio a los pecadores y gentiles podían destruir el tesoro de historia nacional israelita. Por eso, prefirieron esperar, como grupo de renovación escatológica, al interior del judaísmo, hasta que viniera Jesús de un modo glorioso, pues, a su juicio, no había llegado todavía el tiempo de la renovación universal por el Espíritu.
− Pero muy pronto, otros cristianos, partiendo de la misma fidelidad a Jesús,comprendieron que el Espíritu debordaba las barreras nacionales, fundando así una comunión escatológica, es decir, universal, de fieles liberados de la ley y abiertos por la fe y amor del Cristo a todas las naciones. Con ellos se iniciaba la nueva iglesia, tanto en la tradición de Pablo (cf. Ef 2, 14-22) como en la de Pedro (cf. Mt 16, 17-19) y la de Juan, desde el Dios‒Espíritu, que vincula en su verdad a judíos y samaritanos (con el mismo Pentateuco), y a todos los pueblos (cf. Jn 4, 24).
Estos nuevos cristianos comprendieron que cerrados en un tipo de leyes particulares, por muy hondas y buenas que fueran, no podían abrirse a todos los pueblos de la creación (Gen 1). Ellos descubrieron así que, precisamente por haber sido (y ser) un buen israelita, Jesús debía abrir un camino de vida y salvación para todos los pueblos, no en forma de gran torre de Babel (cf. Gen 11), sino de comunión creyente:
− Jesús había superado con su vida y mensaje una estructura nacional de ley, convocando para su reino a los judíos perdidos-pecadores-expulsados, que se hallaban fuera de la alianza oficial y, de un modo indirecto, a los gentiles. Pues bien, en esa línea, los nuevos cristianos descubren que, sin un acercamiento a los impuros y gentiles, trascendiendo un tipo de Ley nacional, pierde sentido el evangelio.
− Iglesia universal. Retomando el impulso de Jesús, tras un tiempo de “esperanza nacional judía”, los discípulos helenistas (representados ya por Hch 2, en el día de Pentecostés, antes de Hch 6‒7),convocan por la iglesia, para el Reino, a todos los hombres y mujeres. Así rompen la barrera israelita, para vincularles en una iglesia, sin más condición de entrada que la fe, sin más compromiso de vida que el amor en el Espíritu.
Desde ese fondo, el libro de los Hechos cuenta la historia de la iglesia, como evangelio del Espíritu Santo, que se abre desde Jerusalén y Antioquía, por medio de Roma a todas las naciones. En principio, los primeros cristianos pascuales (y pentecostales), no habían querido crear una nueva religión, pero profundizando en su experiencia pascual, ellos crearon de hecho un espacio y camino de comunicación universal, como descubrimiento y despliegue de Pascua de Jesús[1].
− Pascua, el Mesías crucificado. Jesús vivió y murió a favor de los excluidos, poniéndose así en manos Dios, que le recibió en su Vida (=Espíritu) de amor. Este había sido su milagro (es decir, su principio de identidad): un amor abierto en gratuidad a todos. Al principio, sus discípulos no lo comprendieron: escaparon, fracasados, y se escandalizaron ante el signo (realidad) del Cristo crucificado. Pero después volvieron a Jesús, en Dios, por el Espíritu, comprendiendo que la Pascua responde a la «lógica» de reino, como Amor universal que triunfa de la muerte.
− Pentecostés, el Espíritu. Los cristianos descubren y reciben por Cristo el amor pleno de Dios, que vincula a los hombres y mujeres, en gratuidad y comunión. La acción pascual de Jesús se expresa así en forma de Espíritu: el mismo Amor de comunión de Dios (del Padre y Jesús) se abre y ofrece a todos los hombres, como salvación y comunión universal. Jesús no ha recorrido su camino para sí, sino por todos (a partir de los excluidos). Por eso, su resurrección se expande y ofrece por pentecostés como Espíritu de vida universal.
De esa forma se condensan y vinculan los diversos rasgos del misterio cristiano, como ha mostrado (descubierto) la tradición de la Iglesia que ha estructurado el mensaje y vida de Jesús en forma trinitaria (de Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu), desde Galilea (como hace Mt 28, 16‒20) o desde Jerusalén (como hace Hch 1‒2), manteniendo, retomando y expandiendo la historia y camino de la Biblia israelita[2].
− El foco central de Pentecostés (del Espíritu en la Iglesia) sigue siendo Jesús, pretendiente mesiánico crucificado a quien el Padre ha engendrado como Hijo (en Vida pascual), haciéndole principio y germen de comunión humana (=divina). Ciertamente, muchos judíos aguardaban la Resurrección para el fin del tiempo, como sabe Marta (Jn 11, 24), pero los seguidores de Jesús han descubierto y confesado que esa resurrección se expresa y anticipa en la pascua de Jesús, de forma que los cristianos ya no dejan su esperanza para el fin, sino que viven desde ahora en la gracia y presencia de Jesús resucitado.
− En la base de Pentecostés está Dios Padre, que ha resucitado a Jesús: le ha recibido por su Espíritu, ofreciéndole su Vida y haciéndolo principio de salvación universal, en este mismo tiempo, por encima de un judaísmo nacional. Por eso, la resurrección no es una experiencia del fin, sino expresión y principio de un camino abierto a todos los hombres. Así se manifiesta Dios por la resurrección como Padre verdadero de todos los hombres, en el tiempo actual (cf. Rom 4, 24), por Jesús resucitado. Dios es Padre porque ha recibido a Jesús en su Vida (Espíritu), al resucitarle de los muertos.
− Pentecostés es el don y la apertura del Espíritu de Cristo a todas las naciones, como experiencia y tarea de amor íntimo y universal que brota de la pascua y que se abre a todos los hombres y mujeres. Ese Dios‒Espíritu no es sólo del Padre, ni tampoco de Jesús, sino el Dios Todo‒en‒Todos (cf. 1 Cor 15, 28), Dios que se expresa en la pascua de Jesús y unifica en comunión de libertad a todos los hombres y mujeres. En esa línea podemos hablar no sólo de la “encarnación” del Hijo/Logos de Dios en Cristo sino también de la comunicación (encarnación comunitaria) del Dios‒Espíritu en la Iglesia, como saben y dicen Lc 24 y Hech 1-2, con Jn 20, 19-23 y las Cartas de la Cautividad (Col-Ef)[3].
El Espíritu es Amor, testimonio de Pablo
Como he venido diciendo (cf. cap. 18 y 25), Pablo ha colocado en el principio de la confesión cristiana la muerte de Jesús como mesías (hijo) de David según la carne y su resurrección como hijo de Dios en poder, “según el Espíritu de Santidad” (Rom 1, 3‒4). Sólo a través de ese “fracaso” en un plano de carne (cf. Flp 2, 6-11), por su entrega en amor liberador hasta la muerte, él ha venido a mostrarse Hijo de Dios por el Espíritu, abriendo para todos (no sólo para los israelitas) un camino de libertad y de gracia, en clave de resurrección[4].
Si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que ha resucitado al Cristo de entre los muertos . vivificará también vuestros cuerpos mortales, . en virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8, 11).
El mismo Dios, que ha resucitado a Jesús, nos resucitará por su Espíritu, de forma que podrá surgir así en nosotros la nueva humanidad, conforme al principio de la filiación, que hemos destacado en el capítulo anterior (cf. Gal 4,1‒7). La vida en el mundo resultaba servidumbre (douleia): la Ley nos mantenía esclavizados, vivíamos divididos, varones y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres (Gal 3, 28). Para superar esa situación y liberar a los hombres, ha enviado Dios a su Hijo, dándole su Espíritu, para que los hombres puedan superar en él superar la esclavitud interior, la violencia mutua:
No habéis recibido un Espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un Espíritu de filiación, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos con Cristo… (Rom 8, 15-17)
En plano externo, los cristianos siguen viviendo en un nivel de carne: sometidos al temor de la muerte. Pero, en su nivel más hondo, ellos han recibido por Cristo al mismo Dios‒Espíritu, para ser hijos, ciudadanos de dos mundo: (a) Inmersos en la vanidad del tiempos (cf. Rom 8, 20). (b) Habitando en el Dios‒Espíritu:
‒ Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu... gemimos por dentro, aguardando ansiosamente la filiación, la redención de nuestro cuerpo…
‒ Pero… el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues no sabemos orar como debiéramos, y el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles (Rom 8, 23-27).
Entre la creación cautiva y la libertad-filiación de Dios habitamos los creyentes, animados por el Dios‒Espíritu, que Pablo ha interpretado como Presencia esperanzada de Jesús. El mismo Dios‒Espíritu que ha resucitado a Jesús, Hijo de Dios, se manifiesta como Espíritu filial, presencia del Padre en nuestra vida. De esa forma, la experiencia de pascua (Dios ha resucitado a Jesús) es principio de nuevo nacimiento y esperanza trinitaria, de forma que podemos distinguir dos hombres (a) Adán fue alma viviente, en un nivel de tierra (cf. Gen 2-3). (b) Jesús, segundo Adán, es Espíritu vivificante y pertenece al cielo por la resurrección, siendo así dador de vida (1 Cor 15, 45-47).
El primer Adán era hombre de tierra, que vuelve a la tierra en fragilidad. El segundo Adán es Cristo, Hijo de Dios resucitado, que ha vencido a la muerte y actúa como Espíritu vivificador en los creyentes. En esa línea podemos decir con 2 Cor 3, 17 que la letra de la Ley (una Biblia interpretado de modo carnal/legal), escrita en tablas de piedra, encierra al hombre en un nivel de muerte (dureza, oscuridad, mentira), mientras que el Dios‒Espíritu de Cristo, inscrito en los corazones, nos introduce en la Vida, rasgando el velo de Ley que Moisés había puesto ante su rostro: “Porque el Señor (=Jesús resucitado) es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad” (cf. 2 Cor 3, 17).
Este ha sido para Pablo el gran descubrimiento: Dios nos había hecho libres, pero hemos sido esclavizados bajo los elementos del mundo (sistema cósmico) y las leyes y normas que nacen del miedo de la muerte que es base y contenido de toda esclavitud (Gal 3; Hbr 2, 14-15; cf. bien-mal: Gen 2-3). Pero, muriendo por nosotros, Cristo nos ha liberado de esa muerte no sólo para el fin del tiempo, sino en el tiempo actual, de forma que en él superamos el miedo a la muerte y podemos vivir en libertad de amor, pues allí donde está el Espíritu del Señor está la libertad (cf. 2 Cor 3), y eso no sólo para el tiempo futuro, sino para el mismo tiempo actual[5].
Nueva creación, mensaje de Juan
Como he puesto de relieve en cap. 22, el evangelio de Juan es una catequesis del Espíritu, que culmina en la experiencia del Paráclito. Desde ese fondo se puede evocar el texto clave de Jn 2, 5, donde Jesús dice a Nicodemo: “En verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3, 5). Nicodemo, maestro judío, tiene interés por Jesús, pero se ve con él de noche (Jn 3, 1), por miedo a los judíos (es decir, a un grupo de poder establecido). Pues bien, en este contexto, Jesús le responde apelando al Dios‒Espíritu, que se expresa en forma de “nacimiento superior”, del agua y del Espíritu (cf. cap. 24)[6].
En el contexto anterior se sitúa un pasaje donde, en vez del maestro judío en la noche (Nicodemo) aparece a pleno día la mujer samaritana, junto al pozo de Jacob, donde Jesús le pide agua, para ofrecerle después un agua superior de vida (cf. Jn 4, 4‒10). Este pasaje, lleno de resonancias bíblicas, recoge la historia de los samaritanos, que siguen “bebiendo del pozo de Jacob” (comparten el mismo Pentateuco de los judíos) pero, según la tradición de los judíos, ellos se han prostituido con varios maridos (pueblos o dioses) paganos. En este contexto, cuando la mujer le pregunta dónde se debe adorar a Dios, Jesús responde:
Créeme, mujer: viene la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Pero llega la hora y es esta en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; estos son los adoradores que Dios busca: Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben adorarle en Espíritu y Verdad (Jn 4, 21-24)
Judíos y samaritanos estaban divididos por sacralidades de montes y templos sagrados, por etnias y grupos sociales (siendo israelitas, con un mismo Pentateuco). Pues bien, ahora todos pueden y deben unirse en el mismo Dios Espíritu y Verdad de Jesucristo. Eso lo sabían los judíos helenistas (Filón alejandrino, el libro de la Sabiduría), pero no habían podido concretarlo en forma de comunión personal y religiosa. En contra de eso, por encima de las sacralidades particulares, Jesús ofrece a esta mujer (y a los samaritanos), junto al pozo de Jacob, lo que él ha ofrecido en Jerusalén a Nicodemo: el nuevo nacimiento en el Dios‒Espíritu y Verdad.
Desde ese fondo quiero citar otro pasaje, el más misterioso y profundo, situado en el templo de Jerusalén, donde los judíos celebraban el despliegue de la vida (agua) de Dios y la esperanza de culminación final en la fiesta de los Tabernáculos, cuando Jesús ofrece el agua (Espíritu) de vida, que brota de su seno (y del de los creyentes):
El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, en pie, gritaba: Si alguien tiene sed que venga a mí y que beba. Quien cree en mí (como dice la Escritura), de su seno brotarán ríos de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado (Jn 7, 37‒38)
La fiesta de los Tabernáculos era (y sigue siendo) para muchos judíos la más importante, porque recuerda el camino de los hebreos por el desierto y anticipa la entrada en la tierra prometida. En ese contexto sitúa Juan un discurso muy significativo de Jesús (Jn 7, 37-53) que comienza con la evocación de las aguas sagradas, que marcarán la llegada del tiempo escatológico (Jn 7, 3-38), aguas de Siloé que brotan bajo el templo, visibles y vivas todavía, en un sentido externo, como signo de la protección de Dios, que los judíos antiguos habían despreciado, buscando alianzas militares con los ríos de Egipto o Mesopotamia, en la guerra siro-Efraimita (siglo VIII a.C.; cf. Is 8, 6).
Tras la caída de Jerusalén, destruida por los babilonios, proclamó el profeta Ezequiel su más alta profecía del agua: El mismo templo se convertirá en manantial de vida hacia el oriente… El agua irá bajando desde el interior del santuario… y crecerá hasta convertirse en un gran río (Ez 47, 1ss), corriente de vida mesiánica, presencia de Dios y trasformación de la tierra desierta, bajando de Jerusalén al Mar Muerto. En esa línea sigue Zacarías, diciendo que aquel día brotará un manantial de Jerusalén; la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el occidental, lo mismo en verano que en invierno (Zac 14, 8-9; cf. Ap 22, 1-2).
En ese contexto se sitúa la palabra de Jesús (Jn 7, 37‒38), que se eleva y habla, como templo verdadero y fiesta definitiva de Dios (cf. cap. 9), poniéndose en pie y proclamando una palabra radical (“si alguien tiene sed que venga a mí y que beba; quien cree en mí, como dice la Escritura, de su seno brotarán ríos de agua viva”), que puede interpretarse de dos maneras (como es normal en otros textos de Juan):
‒ 1ª interpretación: “Si alguien tiene sed que venga a mí, y que beba el que cree en mí (=en Jesús), (pues) como dice la Escritura de su seno (de Jesús Mesías) brotarán corrientes de agua viva”. El mismo Jesús aparece así como seno o cavidad profunda de la que brotan ríos de agua viva. Esta versión, que nos pone ante la imagen del “mesías fuente” del Espíritu de Dios (del agua viva; cf. Sal 21), concibe al creyente como “sediento de Dios”, y, en nuestro caso, “de Cristo”, enviado de Dios, pues él es la fuente de Dios, manantial del Espíritu: De Jesús brota la vida‒agua de Dios.
‒ 2ª interpretación. Resulta filológicamente más probable, por el testimonio de los lectores antiguos, y por la forma de colocar la expresión “el que cree” (ho pisteuôn), que suele hallarse casi siempre al comienzo de una nueva frase. Dice así: “Si alguien tiene sed que venga a mí y que beba. Quien crea en mí, como dice la Escritura, de él (es decir, del creyente) brotarán ríos de agua viva”. Esta lectura responde mejor a la construcción del texto griego, y a la dinámica del paralelismo poético semita, que divide el texto en dos frases: (a) Cristo es la fuente de vida, manantial del Espíritu de Dios. (b) Quien crea en Cristo vendrá a convertirse también en manantial del Espíritu divino.
Ciertamente, la fuente del agua de Vida (vinculada según Is 43, 9; Ez 47, 1‒12; Zac 14, 8 y Joel 4,16 por el templo de Jerusalén) es Cristo que dice: “quien tenga sed que venga a mí y que beba”. Pero, al mismo tiempo, al recibir el agua de Jesús, los creyentes se convierten ellos mismos en manantiales de agua viva (esto es, del Espíritu Santo), conforme a la imagen de Gen 2, 9‒14, donde se evoca el manantial convertido en cuatro ríos/torrentes que riegan y dan vida al Edén de Dios.
Eso significa que, naciendo del Espíritu de Dios por Cristo (en la línea de Jn 1, 12‒13), los creyentes son también “fuente de Dios”, “como dice la Escritura”[7], en un contexto cristológico muy preciso, paralelo al de Jn 1 18: “Nadie ha visto a Dios, sólo el Hijo/Dios unigénito que estaba en el seno de Dios nos lo ha revelado”. En esa línea se añade aquí que “antes/fuera de la pascua de Jesús no hay espíritu”:
Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. pues todavía no había Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado (Jn 7, 39).
Esa interpretación ha de entenderse en la línea del radicalismo cristológico de Juan que aplica a Jesús todo el AT (ratificando de esa forma su valor), para expresar así su más hondo sentido. En esa línea, este pasaje afirma que no había Espíritu (no actuaba: oupô ên), pues Jesús no había sido aún glorificado, como supone todo el evangelio de Juan y como ratifica la escena del “costado/pulmón abierto” (pleura, cf. 19, 34‒35), del que brotó sangre y agua (es decir, su vida, su Espíritu).
Jesús resucitado es manantial del Agua/Dios/Espíritu, que se abre y corre para todos (como las del paraíso: Gen 2, 10-14; Ap 22, 1-2), pero de tal forma que se hacen (son) manantial de Espíritu y vida para todos los creyentes, convertidos en templo de Dios, de manera que del interior de ellos (habitado por Dios) brota el agua para todos, pues cada uno puede y debe decir, en este contexto, como Cristo: “Si alguien tiene sed que venga a mí y que beba”.
Aquellos que beben del agua de Jesús vienen a convertirse en manantial o manadero de Dios, pues cada creyente es Cristo, templo de Dios, y de su mismo seno (convertido en manantial de Dios) brota el Agua/Espíritu de vida. Jesús quiere, según eso, que todos los creyentes se vinculen por medio del Espíritu, que brota como río de su seno (del de todos), de forma que cada uno sea también manantial de Dios[8].
[1] Cf. G. Barth, El bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1986 M. A. Chevallier, L’ Esprit et les Messie dans Le Bas-Judaïsme et le Nouveau Testament, EHPR 49, París 1958; J. de Goitia, La fuerza del Espíritu. Pneuma-dynamis, Un. Deusto, Bilbao 1974; O. Knoch, El Espíritu de Dios y el hombre nuevo, S.Trin., Salamanca, 1977; H. Mühlen, El Espíritu Santo en la Iglesia, Sec. Trinitario, Salamanca 1998; P. Pagano, El Espíritu Santo- Epíclesis- Iglesia, Sec. Trinitario, Salamanca 1994.
[2] En la línea de Mt 28, 16‒20, al extender el evangelio desde Galilea, se podía pensar que la Biblia y el judaísmo oficial habían perdido su sentido, se habían cumplido ya, y sólo quedaba la enseñanza de Jesús. Pues bien, a diferencia de Mateo, al situar el primer Pentecostés de la Iglesia en Jerusalén (no en Galilea), Lucas quiere retomar el camino más oficial (judío), aunque lo hace desde la perspectiva de Jesús.
[3] Los cristianos saben por un lado que todo se ha cumplido (pascua de Jesús) y por otro descubren que todo está empezando, por Pentecostés, como nueva creación, en comunión (salvación) para todos los hombres. La primera creación (Gen 1) fue obra del Espíritu de Dios (que se cernía sobre las aguas del abismo), haciéndose Palabra creadora que separa y vincula (coloca en su lugar) a cada uno de los elementos. La segunda (Hech 2) es obra del Espíritu de Cristo, que se posa como lenguas de fuego sobre los creyentes, abriéndose a todos los pueblo.
[4] Bibliografia sobre el Espíritu en Pablo en cap. 19. En espacial, cf. J. D. G. Dunn, El cristianismo en sus comienzos. Comenzando desde Jerusalén II, 1. Verbo Divino, Estella 2012,579‒759; L. W. Hurtado,Señor Jesucristo. La devoción a Jesús en el cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 2008; H. Räisänen, El nacimiento de las creencias cristianas, Sígueme, Salamanca 2011; G. Theissen, La Religión de los primeros cristianos, Sígueme, Salamanca 2002.
[5] Eso significa que el Dios‒Espíritu pascual de Jesús no es sólo esperanza de futuro, sino experiencia actual de vida, en libertad y amor universal (cf. Gal 3, 1-5). Desde ese fondo, superando la Ley nacional judía, Pablo apela al Espíritu de Cristo, recibido por fe (Gal 3, 1-3) y expresado en «amor, gozo, paz» (cf. Gal 5, 22). En esa línea, identifica el Espíritu Santo con el amor mutuo, como signo de resurrección en el amor, por encima de los “carismas particulares” de los creyentes (1 Cor 12-14.
Algunos cristianos de Corinto habían preguntado a Pablo sobre los pneumatiká (dones espirituales) que se habían vuelto objeto de discordia en la comunidad. Pues bien, por encima de unos “dones” más particulares, de tipo extático, Pablo apela al amor en unidad, diciendo que los carismas individuales o grupales han de estar al servicio del «cuerpo» de la iglesia (cf. 1Cor 12, 12-26). No son valiosos en si, como separados, sino en cuanto vinculan en amor a los cristianos, entre quienes los más importantes son aquellos que parecen más pobres; por eso, la unidad del Espíritu (experiencia pascual) se expresa como servicio a los excluidos, en la misma Iglesia, entendida como cuerpo de Jesús resucitado, presencia y acción compartida del Dios Espíritu Santo (cf. 1 Cor 12, 1-11.27-31; 14, 26-33).
En esa línea, en el centro de la gran unidad sobre la Iglesia (1Cor 12-14), el mismo Pablo (o un posible recopilador posterior de su obra) identifica la presencia y acción del Espíritu con el Amor (1 Jn 4, 8) en el que todo se centra y culmina (1 Cor 13). Tanto el don de lenguas, como los milagros y profecías, lo mismo que la fidelidad creyente, son expresión del Amor, son Espíritu‒Dios, como presencia gratuita y comunión de vida, por encima de una ley impuesta desde fuera, pues el Dios‒Espíritu es el mismo Dios‒Amor en Cristo (cf. Jn 21, 15-19; Rom 12, 9‒21. 14, 8‒14).
[6] El Dios‒Espíritu es nuevo nacimiento, en interioridad y misterio: “sopla” cómo y dónde quiere, “de manera que no escuchas su voz externa, pero sabes que te impulsa”. De esa forma, Jesús dice a los judíos, a través de Nicodemo, que no tengan miedo del Espíritu, que acojan su voz, pero no de una manera puramente interna, pues su bautismo está vinculado con el agua exterior de la pertenencia común (eclesial) de los que nacen en Cristo.
[7] No es fácil concretar en qué lugar lo dice, y es muy posible que se trata de una cita‒interpreración genérica de Ez 47 o Zac 14. Pero esa cita puede referirse de un modo más extenso, a una serie de pasajes, de tipo básicamente sapiencial en los que el justo/creyente aparece como fuente de vida, desde Prov 18, 4 y Cant 4, 15 hasta Eclo 24, 30‒31, que identifica la fuente del templo con la Escritura, y, al mismo tiempo, con aquellos que la acogen y se convierten en fuente de vida de Dios para otros.
[8] Este tema, menos explorado por la teología, puede y debe vincularse con Jn 14, 12 (cf. cap. 22) donde Jesús dice a los creyentes realizarán obras aún mayores que las suyas, pues él va al Padre. El mismo Jesús resucitado ofrece a los creyentes el poder del Espíritu Santo, no sólo para realizar obras como (y aún mayores que) las suyas, sino para ser portadores/engendradores de Dios, fuente del Espíritu Santo.
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El lenguaje que utilizamos para entender una experiencia define lo que la experiencia significa para nosotros.
Un reportero una vez preguntó a dos hombres en el sitio de construcción donde se estaba construyendo una iglesia qué se ganaba la vida cada uno. El primer hombre respondió: «Soy albañil». El segundo dijo: «¡Estoy construyendo una catedral!» Cómo nombramos una experiencia determina en gran medida su significado.
Hay varios idiomas dentro de un idioma, y algunos hablan más profundamente que otros.
Hace treinta años, el educador estadounidense, Allan Bloom, escribió un libro titulado «El cierre de la mente estadounidense». Esta fue su tesis: nuestro lenguaje actual se está volviendo cada vez más empírico, unidimensional y sin profundidad. Esto, afirma, está cerrando nuestras mentes al trivializar nuestras experiencias.
Veinte años antes, en un ensayo bastante provocativo, «El triunfo de la terapéutica», Philip Rieff ya había sugerido lo mismo. Para Rieff, vivimos nuestras vidas bajo una cierta «cobertura simbólica», es decir, dentro de un lenguaje y conjunto de conceptos mediante los cuales interpretamos nuestra experiencia. Y ese seto puede ser alto o bajo. Podemos entender nuestra experiencia dentro de un lenguaje y un conjunto de conceptos que nos hacen creer que las cosas son muy significativas o que son bastante superficiales y no muy significativas en absoluto. La experiencia es rica o superficial, dependiendo del lenguaje en el que la interpretamos.
Por ejemplo: imagina a un hombre con dolor de espalda que ve a su médico. El médico le dice que está sufriendo de artritis. Esto trae algo de calma. Ahora sabe lo que le aflige. Pero no está satisfecho y ve a un psicólogo. El psicólogo le dice que sus síntomas no son solo físicos, sino que también sufre una crisis de la mediana edad. Esto le proporciona una mejor comprensión de su dolor. Pero todavía está insatisfecho y ve a un director espiritual. El director espiritual, aunque no le niega la artritis y la crisis de la mediana edad, le dice que este dolor es realmente su Getsemaní, su cruz para soportar. Observe que los tres diagnósticos hablan del mismo dolor, pero que cada uno lo coloca bajo un seto simbólico diferente.
El trabajo de personas como Carl Jung, James Hillman y Thomas Moore nos ha ayudado a entender más explícitamente cómo hay un lenguaje que toca más profundamente el alma.
Por ejemplo: vemos el lenguaje del alma, entre otros lugares, en algunos de nuestros grandes mitos y cuentos de hadas, muchos de ellos de siglos de antigüedad. Su aparente simplicidad enmascara una profundidad desarmadora. Para ofrecer solo un ejemplo, tome la historia de «Cenicienta». Lo primero que hay que notar es que el nombre, Cenicienta, no es un nombre real sino un compuesto de dos palabras: «Cinder», que significa cenizas; y «Puella», que significa niña. Este no es un simple cuento de hadas sobre una joven solitaria y abatida. Es un mito que destaca una dinámica universal, paradójica y pascual, que experimentamos en nuestras vidas, donde, antes de estar listo para usar la zapatilla de cristal, ser la belleza de la bola, casarse con el príncipe y vivir felices para siempre. Primero debe pasar algún tiempo de requisito previo sentado en las cenizas, sufriendo humillación,
Observe cómo esta historia habla a su manera de lo que en la espiritualidad cristiana llamamos «prestados», una época de penitencia, en la que nos marcamos con cenizas para entrar en un espacio ascético con el fin de prepararnos para el tipo de alegría que ( por razones que solo conocemos intuitivamente) solo se puede tener después de un tiempo de renuncia y sublimación. «Cenicienta» es una historia que ilumina una cierta luz en la profundidad de nuestras almas. Muchos de nuestros famosos mitos hacen eso.
Sin embargo, ningún mito ilumina una luz en el alma más profundamente que las escrituras. Su lenguaje y sus símbolos nombran nuestra experiencia de una manera que nos ayuda a captar la verdadera profundidad de nuestras propias experiencias.
Por lo tanto, hay dos formas de entendernos a nosotros mismos: podemos estar confundidos o podemos estar dentro del vientre de la ballena. Podemos estar indefensos ante una adicción o podemos ser poseídos por un demonio. Podemos vacilar entre la alegría y la depresión o podemos alternar entre estar con Jesús ‘en Galilea’ o con él ‘en Jerusalén’. Podemos estar paralizados como estamos ante la globalización o podemos estar de pie con Jesús en las fronteras de Samaria en una nueva conversación con una mujer pagana. Podemos estar luchando con fidelidad para cumplir con nuestros compromisos o podemos estar de pie con Josué ante Dios, recibiendo instrucciones para matar a los cananeos a fin de sostenernos en la Tierra Prometida. Podemos estar sufriendo de artritis o podemos estar sudando sangre en el jardín de Getsemaní.
Al final, podemos tener un trabajo o podemos tener una vocación; podemos perdernos o podemos pasar nuestros 40 días en el desierto; podemos estar muy frustrados o podemos estar reflexionando con María; o podemos ser esclavos por un cheque de pago o podemos estar construyendo una catedral. El significado depende mucho del lenguaje.
Deme es cura obrero y casado, es la encarnación misma del Espiritu de servicio,animador de comunidades, con sonrisa y disponibilidad total a los demás, a pesar delcamino de cruz que durante años tuvo que recorrer con su querida Carmelina. Hoy nos descubre algo de la espiritualidad que sostiene su vida de entrega. AD.
No me entretendré demasiado en explicar la imagen del Dios-teísta en que no creo. Ese Dios patriarcal, Ser Supremo que está en el cielo, que todo lo sabe, todo lo puede, todo lo controla y que premia a los buenos y castiga a los malos… Lo siento por las personas que “todavía” andan ancladas en ese teísmo que las ata a una religión del temor, es más: del miedo, de la culpa, del pecado, del deber religioso, de las creencias absolutas. Si son felices con esa creencia, adelante. Pero ojalá pudieran liberarse y superarla. Yo no las culpabilizo. Las respeto y comprendo, pero lo siento.
La misma religión cristiana ha creado imágenes de Dios inaceptables hoy día. Por eso ha producido ateísmo en muchas personas. Personas ateas de esos dioses: patriarcales, irracionales, culpabilizadores, poderosos, ricos, atemorizadores, clericales, deshumanizadores… De esos “dioses” yo también soy ateo, gracias a Dios.
El Dios en quien creo (o Diosa, da igual), o en quien quiero creer, es el Dios que creo descubrir con Jesús de Nazaret. El Dios Padre-Madre, que él llamaba “Abbá” (Papá y mamá), por llamarle de algún modo humano. De Dios creo que no cabe “definición” porque sería “delimitarlo” cuando creo que es inabarcable como Misterio que se nos escapa a la inteligencia. Creo que todo lenguaje sobre Dios es inadecuado, y sin embargo sentimos como la necesidad de intentar siquiera “balbucir” lo que significa para nosotros. Desde ese relativismo del lenguaje humano sobre Dios relativizo también todo lo que digo como inexacto e inadecuado. Pero que intenta expresar lo que pienso o siento.
La expresión bíblica que me parece más breve, clara y aproximada es la de “Dios es Amor” (1Jn 4,8). La palabra “Dios” viene a identificarse con la palabra “Amor” con la que volvemos a inmergirnos de nuevo en el Misterio de la palabra Amor. Pero al menos la palabra Amor, con toda su ambigüedad y la tergiversación que se ha hecho al banalizar lo que significa…, al menos es una referencia humana universal, más allá de lo religioso. Amor, amar y ser amado y amada es una experiencia humana universal. Todas las personas podemos entender lo que significa amar y ser amada, aunque sea en casos extremos por la “falta de amor”, por el amor que quisiéramos sentir y experimentar y a veces podemos echar en falta.
La vida misma es un misterio de amor.
Creer que “Dios es amor” es creer que el amor no es un invento nuestro, humano. “Podemos amar nosotros porque él nos amó primero” (1Jn 4,19). Esa es la primera experiencia básica, elemental, para entender el amor y comprender que “Dios es amor”: sentirse amado o amada. Esa es la experiencia básica de la fe no como creencia sino como confianza en que él (ella) nos ama. Dicho humanamente (toda expresión humana sobre Dios es metafórica): que estamos “en sus manos”. “En él nos movemos y existimos…”
La fe, antes que “creencia” es un sentimiento muy simple y profundo de “confianza”. El “sentimiento” o sensación que puede tener un bebé en brazos de su madre, antes de ser consciente o saber expresarlo. Por eso puede valer también en una creencia sincera de una fe religiosa con la formulación que sea…
Que “Dios es Amor” es para mí la fundamentación de todo amor humano: somos capaces de amar porque somos amados y amadas. “Donde hay amor ahí está Dios”. Todo amor, paternal, maternal, fraternal, sororal, amical, familiar, solidario, conyugal, comunitario, heterosexual, homosexual o queer… Incluso por equivocado que pueda parecer, si hay amor, ahí está Dios.
No sólo el “amor humano”. Creo que la creación entera, la existencia misma de todo es fruto del Amor. La explicación científica del Big-Bang como origen del universo tiene para mí una explicación teológica-metafórica de que ese punto infinitamente denso, caliente, energético… que causó la “gran explosión” que dio origen a un Universo tal vez infinito y aún en expansión… es el mismo “corazón” de Dios que de tanto amor explosionó sembrando amor en todo el universo (o universos). Todo es fruto del Amor y en todo hay amor o todo es amor. Somos “polvo de estrellas”. Somos Amor.
Como fruto del amor, todo es bello y todo es bueno. La inmensa asombrosa belleza del universo nos abre a la infinitud y transcendencia que algunas personas expresamos con la palabra Dios. Pero que otras personas niegan esa referencia “religiosa”. No importa demasiado. Pero creo que ese asombro por la belleza puede abrir el alma humana a la transcendencia del más allá de lo aparente.
Asimismo, la “bondad”, toda bondad es fruto y reflejo de quien es “bueno” (“sólo Dios es bueno”), y origen de toda bondad, también la de todo el Universo o Creación (“Y vio Dios que era bueno” (Gen 1,18).
Con el misterio de la “bondad” nos enfrentamos también al “misterio del mal”. Es un tema muy complejo y no pretendo explicarlo ni siquiera entenderlo. Pero está ahí como “misterio”. Entiendo que toda realidad es compleja y a veces la intentamos entender con dualismo como bien-mal, luz-tinieblas, blanco-negro, yin-yan… Un terremoto nos parece terrible, pero la actual belleza del planeta Tierra ha llegado a ser así después de millones de años en que la bola de fuego que fue y que guarda en sus entrañas, se enfriara, se llenara de agua, se solidificara su corteza terrestre, se separaran los continentes con terribles terremotos y tsunamis, se formaran las montañas con volcanes y movimientos sísmicos, se templara la temperatura, surgiera la vida, evolucionara con millones de especies vegetales y animales, surgiera la conciencia humana… interviniera la especie humana, para bien y para mal, en transformar el mundo…
Toda la historia humana hay quien opina que viene del azar y camina hacia el caos. Pero también podemos creer que todo es un misterio de amor, que viene del amor y camina hacia la plenitud de comunión cósmica en el amor. No hace falta llamarle Dios. Para mí no es un Dios “teísta”, como un Ser que interviene en la creación y en la historia humana. Pero de algún modo es un misterio de Amor. Y yo a eso, con todos los respetos y relativismo, lo llamo Dios.
A Dios nadie lo conoce. Pero si amamos al hermano, nos acercamos a Dios, o mejor, Dios está ya en ese amor, se llame como se llame. “Amémonos las personas unas a otras porque el amor viene de Dios y toda persona que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor” (1Jn 4, 7-8). “Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él o ella” (1Jn 4,16).
Del amor de Dios no debemos preocuparnos. Está garantizado y no nos va a fallar: “¿quién nos separará del amor de Dios?”. Del amor a Dios tampoco debemos preocuparnos mucho. Él o Ella no necesita que le amemos, ni nos va a pedir cuentas si le hemos amado o no. De lo que debemos ocuparnos es de amar a las demás personas. Pero no por obligación o por “ley de Dios”, sino porque sólo amando nos encontramos a nosotras mismas, sólo amando tiene sentido la vida. Y amando a las demás personas ya estamos amando a Dios, o Dios las está amando con nuestro amor.
A este Dios misterio de amor la tradición cristiana, recordando a Jesús, nos ha enseñado a invocarle como “Padre nuestro”. No deja de ser una metáfora humana. Hoy día algunas tendencias espirituales proponen referirse a la divinidad como “Realidad Profunda”, el “Todo·”, el “Uno”, y otras expresiones, algunas tan poéticas como “Corazón latiente del mundo”. Quieren superar la imagen teísta de un Dios “Señor”, Ser Supremo, Padre en los cielos, etc. Pueden valer. Para mí tienen la misma ambigüedad de que cualquier expresión sobre Dios es inadecuada. Con ese mismo relativismo prefiero quedarme con la imagen metafórica del Dios Padre-Madre por lo que significa de amor, de confianza, y por el ejemplo de Jesús que, aunque con la mentalidad se su tiempo y su cultura, nos enseñó a invocarle como Abba como expresión de confianza.
Una espiritualidad secular comunitaria
Esa misma actitud de confianza sustenta mi concepción de la oración y de la relación con Él-Ella. Dios no necesita nuestra oración ni de alabanza ni de petición, ni de acción de gracias, ni de petición de perdón, ni de invocación ni de ofrecimiento… Somos nosotros y nosotras quienes necesitamos expresarnos, dirigirnos a él, invocarle, bendecirle, confiarle nuestras penas, deseos e inquietudes, pedirle, darle gracias… Todo eso Él-Ella ya lo sabe. Es más, es su Espíritu quien nos anima y quien ora en nosotros. “No me buscarías si no me hubieras ya encontrado”. La oración es abrirnos a Él, a su Amor, a su gracia, a su bendición, a su Espíritu que nos anima desde dentro y que siempre se nos está dando.
Necesitamos la oración como necesitamos el silencio, como necesitamos respirar, encontrarnos con nosotros mismos para centrar y armonizar nuestra vida siempre en peligro de banalizarse o alienarse en derroteros que deshumanizan. Pero no es una espiritualidad de ensimismamiento en que nosotros mismos seamos el centro de nosotros mismos. Tampoco es una relación con un Dios teísta que está en el cielo, fuera y lejos. Es el Dios que no “está” ni “es” sino en quien estamos y somos. “En Él nos movemos, existimos y somos”, en lo más íntimo de nosotros mismos y en lo más profundo de la realidad, en la comunión con la realidad, el cosmos y la humanidad.
Superando la imagen patriarcal de Dios, sentir el rostro materno de Dios, y el Dios-Diosa de la diversidad, más allá de connotaciones sexistas, ideológicas y religiosas. Es sobre todo en lo profundamente humano donde mejor podemos experimentar su presencia y amor liberador. Más allá de la religión hay una espiritualidad humanista profundamente cristiana. La “gloria” de Dios es la liberación humana. En la humanización se realiza el proyecto de Dios. No necesita un “añadido” religioso, no hay que “bautizar” lo humano. Lo humano es sagrado. Dios está en lo profano y hay que respetar la laicidad de lo humano y mundano.
Esta espiritualidad “secular” no es solamente individual sino esencialmente comunitaria. La fe es personal pero también comunitaria. Tal vez porque también Dios es y hace comunidad. Si es Amor no puede ser individualista. No sé si es eso lo que intentaba decir la teología tradicional con esa especie de galimatías que llamaba Santísima Trinidad. No lo sé. Pero sé que Jesús vivió e intentó esa comunión y comunidad con su Abbà, con el grupo de hombres y mujeres que le seguían y con las gentes que “andaban como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Quienes le seguimos lo hacemos en comunidad. “Somos un pueblo que camina”…. Aunque su comunidad se haya institucionalizado en una religión y en una iglesia jerárquica y clerical. Pero donde dos o tres nos reunimos en su nombre sentimos su presencia viva que nos hace comunidad cristiana. Ahí vivimos, alimentamos, celebramos y proclamamos nuestra fe. Experimentamos la fraternidad y sororidad como un don y una forma del amor de Dios: “creemos”, “oramos”, “vivimos” en comunidad. El seguimiento de Jesús se hace en comunidad y se encamina al proyecto humanizador que Jesús llamaba “El Reino de Dios”. La vida de Jesús estuvo enfocada a ese Reinado y la nuestra también ha de estarlo. El objetivo último no es “la salvación de nuestra alma” sino la implementación del proyecto liberador de las bienaventuranzas para toda la humanidad, como una utopía significada en el evangelio en un gran banquete de toda la gran familia humana, al que los primeros invitados son los últimos y últimas de este mundo. Esa utopía ilumina nuestras vidas y cada paso que damos en esa dirección: “Habrá un día en que todas veremos una Tierra que ponga libertad. Pero esa hermosa mañana habrá que empujarla para que pueda ser”.
Problema: El tiempo es despiadado. Sigue adelante sin tener en cuenta nuestro propio ritmo de cambio. Planta mañana y arranca de raíz hasta el punto de que, si vivimos en una ciudad toda nuestra vida, moriremos en la misma ciudad pero nunca la reconoceremos cuando vayamos. El antiguo mercado del barrio se ha oscurecido mucho. El centro de las grandes tiendas de departamentos ahora es un mostrador de comida rápida y una serie de extrañas oficinas.
El centro histórico de la ciudad está ubicado en la parte alta de la ciudad, no en el centro de la ciudad, una verdadera ciudad de tiendas pequeñas al lado de una salida de la autopista, en donde la gente ingresa desde tres estados adyacentes para comprar en megastores, encontrar ofertas y evitar los impuestos estatales. Nadie realmente vive al lado de ninguno de ellos. Nadie pasa por todos estos lugares mientras caminan al trabajo en estos días. De hecho, casi nadie camina para trabajar en absoluto.
Los que una vez fueron los principales negocios en la ciudad se han ido. Los almacenes, con sus ventanas cerradas, ahora ocupan lo que eran plantas y talleres de maquinaria en una época anterior. Los principales productos del país que se fabricaron allí, y que impulsaron la economía local para lo que pensamos que sería para siempre, ahora se fabrican en otros lugares y generalmente fuera de los Estados Unidos.
Diez iglesias de 10 denominaciones religiosas estaban a menos de 10 cuadras una de la otra en el centro de la ciudad, pero todas están cerradas ahora, también. Las denominaciones no han muerto pero sí sus congregaciones. El centro de la ciudad se ha convertido en «la ciudad interior».
Entonces, la pregunta no formulada es clara: ¿realmente hay algo que queda en alguna parte? ¿O simplemente nos desprendemos de una era tras otra en cada vez menos tiempo que nunca en la historia? ¿Es realmente posible el cambio o es realmente un cambio hacia una pérdida no mitigada e incluso irreparable?
Bueno, todo depende de lo que quieras decir con «izquierda». Allí es donde entra el octavo paso de la humildad. El octavo paso de la humildad, dice la Regla de Benedicto, es «que hagamos solo lo que está respaldado por la regla común del monasterio» (inserte, según sea necesario, el nombre de su propia comunidad: familia , cultura, generación, país). En medio del remolino, el cambio, la desaparición de una cultura tras otra, comienza la discusión de la diferencia entre tradición y tradicionalismo. Entre seguir y colgar.
Verás, la pregunta más importante de la vida moderna es decidir qué se debe mantener si queremos seguir siendo lo que somos (cristianos) y qué debemos dejar de lado si queremos ser lo que decimos que somos.
El octavo paso de la humildad se trata de valores que nunca cambian. No se trata de las costumbres, las reglas, «la religión antigua». De lo contrario. En la Regla de Benedicto, por ejemplo, dice acerca de la oración, la dimensión más importante de la vida monástica, después de exponer 20 capítulos en su orden diario, que «si algún monástico sabe una mejor manera», deberían hacerlo.
La tradición claramente no se trata de mantener formas pasadas de ella. Se trata de aferrarnos a las raíces de un propósito común mientras podamos algunos de sus miembros muertos. Se trata de comprender por qué existimos y estar dispuestos a comenzar de nuevo, si es necesario, para mantener eso. Se trata de volver a escuchar la sabiduría ganada con tanto esfuerzo de las generaciones anteriores y hacerla realidad en nuestros tiempos.
No se trata de convertir la vida en un museo de cera de rarezas exóticas pero inútiles. Se trata de sacar fuego nuevo a la luz de las viejas brasas en un momento tenue y triste.
Es el cambio que se lleva a cabo teniendo en cuenta la tradición que cuenta. Y para eso, el sentido de la historia se convierte en una especie de guía angélica a través de un tsunami de posibilidades. Cada comunidad espiritual necesita una memoria de la comunidad para ayudarla a rastrear los valores y el propósito que impulsaron los puntos altos y bajos de su desarrollo.
No es la forma real en que hicimos las cosas en el pasado lo que cuenta. Eso es simplemente el tradicionalismo. Es por eso que hacemos lo que hacemos que es de la esencia de la tradición .
Y ahí es donde la visión de Benedicto sobre el valor espiritual del octavo paso de la humildad nos da un camino iluminado a través del cambio: es la memoria de la comunidad, su recolección de oportunidades perdidas, su recuerdo de los riesgos que cambiaron la vida que catapultó a la comunidad en una Ciclo de vida totalmente nuevo de éxito, que hace del cambio un sacramento de esperanza.
El octavo paso de la humildad nos libera del compromiso servil con las costumbres del pasado. Nos libera para movernos hacia la luz del Espíritu con esperanza y con fe. Luego, respirando la libertad que trae la tradición, el siguiente período de nuestras vidas estará aún más en sintonía con nuestro lugar en el presente que en el pasado. Nos libera para aceptar la gracia del cambio. Nos estira para ir más allá de nosotros mismos a la mente de Dios para el mundo y convertirnos en parte viva de él.
Como el padre benedictino. Godfrey Diekmann, monje y liturgista lo expresó: «La tradición no es lo que transmitimos, es la transmisión». Transmitir los valores y el propósito de la vida es lo que cuenta en lugar de aferrarse a sus formas pasadas.
La humildad inherente al octavo paso de la humildad es el llamado a heredar el mundo de los demás.
Nuestras comunidades, nuestras iglesias, nuestras instituciones, nuestras ciudades, nuestro patrimonio nacional y nuestra visión, nos liberan de tener que reinventarnos todas las ruedas de la vida. En cada grupo está la sabiduría del universo. Es simplemente una cuestión de querer aprovecharla. En cada grupo está la respuesta a sí mismo.
No vamos a un grupo a perdernos. Vamos a grupos para convertirnos en nuestro mejor yo, mientras que también permitimos que todos los demás se conviertan en su mejor yo. Venimos a encontrar la perspicacia que nos falta a nosotros mismos y nos convertimos en parte de la iluminación, la tradición, que está en el corazón del propio grupo. En otras palabras, como dijo Aristóteles, el todo es mayor que la suma de sus partes.
Desde donde estoy, nuestras comunidades son el mundo en microcosmos. Es allí donde podemos ver el valor de la tradición y la profundidad de la sabiduría comunitaria. Los grupos dinámicos sacuden las hojas secas del pasado. Podan el árbol de la tradición una y otra vez para que en cada época viva.
El símbolo benedictino de Monte Cassino, el monasterio de Benedicto, es un árbol. La inscripción en su base dice: » Succisa virescit «, recortada, vuelve a crecer. Y así, el orden, la tradición, se mueve de generación en generación, fluyendo aquí, siendo podado allí, adaptándose siempre al suelo en el que se planta. Y nosotros también como personas.
Y todo el tiempo, el mensaje es claro: no hay lugar en un grupo para la rigidez, para la adoración del pasado, para el miedo al futuro. Es exactamente aquí donde podemos convertirnos en la tradición y sembrar el futuro con la sabiduría de su pasado porque los seres vivos están destinados a crecer; no fosilizarse.
[Joan Chittister es una hermana benedictina de Erie, Pensilvania.]
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