Julia Navarro: «Me produce horror que la religión sea motivo de violencia»


  • El inmovilismo de la religión y la esquiva esperanza de cambio, con el conflicto palestino al fondo. Así de ambiciosa es “Dispara, yo ya estoy muerto”, su nueva novela.
Mujerhoy.com07 sep 2013

 
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La persecución que sufren los judíos –primero en la Rusia de los últimos zares, después en la Alemania nazi y, finalmente, en Palestina– es el telón de fondo de “Dispara, yo ya estoy muerto”, la quinta novela de Julia Navarro, una elaborada trama basada en la amistad entre dos familias, musulmana y judía, que se enfrentan por el mismo territorio. Navarro refleja el socialismo utópico de quienes huyeron de Rusia y se instalaron en tierra palestina para, sin ser campesinos, montar comunidades agrícolas: los mismos que apoyaron la revolución terminaron siendo víctimas de ella. Colaboradora habitual de Mujer hoy, Julia ha querido concedernos la primera entrevista en la que habla de su nuevo libro, el gran “best-seller” del otoño.

 

Mujer hoy. ¿Diría que ni árabes ni judíos están de acuerdo con la justificación que hace de cada bando en el conflicto palestino? 

 

Julia Navarro. Este no es un libro histórico sobre el conflicto. Trato de reflexionar sobre cómo las circunstancias nos marcan. Es un libro muy orteguiano: al final, somos lo que somos en función de dónde hemos nacido, en qué época, en qué situación socioeconómica, en qué religión y, sobre todo, de las decisiones que otros toman y que nos vemos obligados a interpretar. Ese es el sentido que he querido dar a la novela.

 

P: ¿Por qué ha elegido un escenario tan complejo como Oriente Medio? 

 

R: Era la forma de poder dibujar claramente la dificultad de la gente para romper con ese guión tan determinado con el que todos nacemos. No es una novela de tesis, insisto; no trato de analizar ni me interesa entrar en el conflicto palestino. Solo se trata de un telón de fondo.

 

P: Tan detallado y documentado, que protagoniza gran parte de la novela… 

 

R: Entiendo que pueda haber quien lo vea así. Los libros son de quien los lee y a cada uno le puede decir una cosa distinta. Yo he intentado que el lector empatice con los personajes de una y otra familia, y creo que las trato a ambas con bastante ternura. No he querido hacer un libro de buenos y malos.

 

P: Su determinismo asusta… ¿Estamos irremediablemente abocados a ser una marioneta en manos de quienes toman las decisiones? 

 

R: Sí, el libro tiene ese poso de desesperanza… Desde que nos hacemos mayores, todos luchamos por salir de las circunstancias. A veces lo podemos conseguir, pero no siempre; quizá la menor parte de las veces.

 

P: Habla de ternura… Creo que ha sido benévola al describir la situación de la mujer musulmana. No refleja las vejaciones, la desigualdad, el sometimiento al hombre… Las mujeres árabes de su libro no parecen reales: son mujeres liberadas que tratan de tú a tú a sus maridos e, incluso, los manipulan. 

 

R: Es que tampoco he querido denunciar eso. Son mujeres dentro de unas familias que viven situaciones políticas distintas. En aquellos años, no había el elemento de fanatismo que hay hoy. La situación de las mujeres fuera de Europa y de EE.UU. es desgraciada: siguen siendo ciudadanas de segunda y de tercera; en algunos lugares ni siquiera son ciudadanas. Seré feminista mientras haya una mujer en el mundo que no esté en pie de igualdad con los hombres.

 

P: ¿Por qué decidió no aprovechar la novela para denunciar todo esto que describe? 

 

R: Te repito que no quería hacer una novela de tesis. Cuento la historia de una familia por dentro. ¡Ojo! Hay muchas mujeres que en su entorno familiar pueden ser felices.

 

P: Es curioso que ellas sean tan fuertes y, sin embargo, esta sea una novela de hombres. 

 

R: Sí, ha habido un cambio respecto a otras novelas mías donde las mujeres tomaban el mando. En esta ocasión, aunque las mujeres llevan las riendas de la familia, ellos son, sin duda, los protagonistas.

 

P: Una constante en su literatura es la presencia del fanatismo y del poder que ejercen las religiones sobre el individuo. 

 

R: Es verdad, son elementos que siempre afloran porque me preocupan. Desde el principio de los tiempos, la religión forma parte de la idea humana de trascender, pero siempre me ha producido horror que haya sido motivo de separación y violencia, en vez de elemento de diálogo, unión y acercamiento. Me produce una zozobra enorme.

 

P: Aunque hay agnósticos, no es fácil vivir sin religión. El hombre necesita buscar a Dios. 

 

R: El hombre siempre ha mirado hacia arriba y ha pensado que todo esto es fruto de algo que no ha alcanzado aún a entender. Las grandes preguntas siguen sin respuesta. El problema es no darse cuenta de la evolución de la sociedad e ir adaptando a ella esa idea de trascender. Soy creyente, pero me provocan horror las barbaridades que se comenten y se han cometido en su nombre.

 

P: Reconocerá que algunas religiones se han adaptado más que otras… En el siglo XXI, algunos aún lapidan a las mujeres por adulterio, no las dejan aprender a leer y las tachan de prostitutas por llevar el pelo suelto. 

 

R: No miremos con superioridad otras religiones, porque la nuestra nos la saltamos a la torera y no cumplimos con la mayoría de sus preceptos. Si cogemos la letra pequeña de la religión católica es como para salir corriendo. No estamos para dar lecciones.

 

P: ¿No le parece perversa, antediluviana, la aplicación del Corán que hacen muchos? 

 

R: A mí me parece antediluviano que una persona divorciada no pueda comulgar. Y me lo parece también que a los homosexuales se los trate como personas enfermas. Creo que todas las religiones deberían hacerse una puesta a punto en el siglo XXI. ¡Todas!

 

P: ¿Equipara esa prohibición de comulgar con lapidar a las mujeres o abrasarles la cara? 

 

R: Es verdad que a nosotros nadie nos persigue por saltarnos las normas y que hay algunas religiones que tienen todavía unos elementos fanáticos y mucho más retrógrados que otras; pero, ¡vamos!, nadie puede dar lecciones a los demás. Es verdad que nosotros hemos evolucionado, “ma non troppo”. Lo único que sucede es que vivimos en sociedades en libertad y que no hay ningún país árabe en el que haya una democracia como la entendemos en Europa.

 

P: En ese sentido, la separación Iglesia-Estado es fundamental… 

 

R: ¡Absolutamente! Europa es hija de la revolución francesa, y eso nos ha dado esa libertad para no vernos determinados por el peso de la religión, que en muchas ocasiones ha sido ominoso. Todavía recuerdo cuando las mujeres no se quitaban el velo. La sociedad española ha sido, hasta no hace tanto, una sociedad reprimida, por eso procuro no mirar a nadie por encima del hombro. Cada país ha tenido su propia evolución y todos somos hijos de las circunstancias que se nos han dado. Y, con esto, vuelvo a la idea que quiero transmitir en este libro sobre el poder de las circunstancias.

 

P: En Occidente, la religión es, sobre todo, cosa de mujeres. Por lo que refleja su novela, en Oriente parece que son ellas las que están dispuestas a saltarse ciertas normas por defender la amistad entre las dos familias; y son ellos, tanto musulmanes como judíos, los que se muestran más intransigentes. 

 

R: Las mujeres son la argamasa en las relaciones familiares y establecen una complicidad entre ellas. En todas las sociedades, los hombres son más intransigentes mientras que nosotras estamos a pie de tierra y sabemos relativizar más que ellos. Ellos se mueven siempre en las grandes ideas, en los grandes conceptos, en las grandes palabras, y terminan siendo prisioneros de todo ello. Las mujeres tocamos más la realidad. Esto no es un tópico: somos capaces de empatizar más con el otro. Aún con una mujer de otra cultura, seguro que encuentras elementos en común que te permiten terminar estableciendo esa complicidad.

 

P: Pero existe esa leyenda que asegura que las mujeres en equipo se tiran de los pelos… 

 

R: ¡Eso sí que es un tópico absoluto! ¡Hay que ver lo que son capaces de hacer ellos con tal de llegar! ¡Se llevan por delante lo que sea! Ya hay empresas muy de vanguardia y muy competitivas que son conscientes de la enorme virtud de las mujeres trabajando. Somos capaces de sacar lo mejor de nosotras mismas y de crear un buen clima. Ese tópico se está cayendo por su propio peso. Un colectivo de trabajo donde hay mujeres es mucho más dinámico, más imaginativo, más fácil de empatizar y va más adelante.

 

P: Lo que deja de ser un tópico es que las mujeres podemos hacer más cosas a la vez… 

 

R: Absolutamente. Los hombres llevan en el ADN que son ellos los que han salido de casa para ganar el sustento y todo lo demás lo obvian. Si su hijo está enfermo, si su mujer esta preocupada, si su suegra tiene que ir al médico… Ellos van a trabajar cada mañana y se centran en su trabajo; pero nosotras vamos a trabajar y, además, nos ocupamos de que haya leche en la nevera y de felicitar a la suegra. Tienes que ser capaz de entrevistar a un ministro y estar al tanto de que haya algo en la nevera para la cena.

 

P: Pero esos hombres que dibuja han sido, a su vez, educados por mujeres. 

 

R: Somos hijas de una cultura machista que hemos repetido a lo largo de los siglos. Afortunadamente, hace aguas y ya educamos de forma diferente. Para los jóvenes es inconcebible no colaborar ni compartir.

 

P: Con cada libro que publica, ¿perdemos un poco de la periodista y ganamos escritora? 

 

R: Sigo manteniendo un pie en el periodismo, pero combinar las dos cosas es complicado. Los lectores quieren leer tus libros, no saber tu ideología. Al margen de eso, te diré que los primeros tres libros los hice intentando estar en los dos mundos y lo pagué en salud. Fue totalmente enloquecido. No me da el cuerpo para tanto. Este libro he tardado casi tres años en prepararlo y escribirlo.

 

P: De su etapa de periodista, ¿recuerda cómo lloró cuando se aprobó la Constitución? 

 

R: Fue uno de los días más bonitos de mi vida profesional y personal. Es difícil olvidarlo.

 

P: ¿Hoy lloraría por otras cosas, aunque no de emoción precisamente? 

 

R: [Risas] La política española actual no tiene nada que ver con la de aquella época… La Transición fue un momento germinal, duro y mágico a la vez, en el que se estaba construyendo algo nuevo. Hoy la situación es distinta: de una crisis general de valores.

 

P: Y también económica, inimaginable… 

 

R: Antes, la política llevaba la batuta; ahora es la economía la que domina a la política. Desde que se ha revertido la situación, las cosas van mucho peor. La política de hoy está subordinada a los intereses de los grandes grupos de presión. Al capitalismo se le está yendo la mano tanto, tanto, tanto, que la gente va a decir ¡basta, basta, basta!

 

P: ¿No es complicado gobernar cuando dependemos de países con otros intereses? 

 

R: Esta no es la Unión Europea que habíamos soñado. Hay una enorme decepción porque no era esto, no era esto, no era esto.

 

P: Ortega y Gasset, de nuevo. 

 

R: [Risas] Sí. Las circunstancias nos obligan a representar un papel que no queremos.

 

P: ¿Ha podido dormir metida en tanta tragedia? 

 

R: Este libro me ha dejado exhausta psicológicamente. Cuando lo terminé me sentía mal, me ha podido la historia, pese a que la tenía clara desde el principio.

 

P: Repite muchas veces “Morir o matar”. ¿Hay momentos en los que todos estaríamos dispuestos a matar? 

 

R: Moriría por mi hijo o por la gente que quiero. Matar no creo, aunque habría que analizar la situación concreta.

 

P: Nunca hay sexo en sus libros… ¿Por pudor? 

 

R: ¡Es que no me sale! [Sonríe]. Sé que está de moda el sexo en la literatura y siento decepcionar a los lectores si lo buscan en mis novelas. Al margen de que creo que es algo muy privado, la trama no me lo plantea porque lo que yo quiero contar es otra cosa.

 

P: Cinco novelas y, de momento, cuatro éxitos. ¿Le ha cogido el punto a los “best-sellers”? 

 

R: No, con cada libro te la juegas y no doy nada por hecho. Nunca se sabe lo que va a pasar, nadie tiene garantizadas las ventas.

 

P: ¿Ni la que llaman “Dan Brown española”? 

 

R: Eso lo dijeron con el primer libro, pero me quité inmediatamente el sambenito. Me horrorizaba. Aún así, no tenemos nada en común. No tenía ningún sentido.

 

P: Va a cumplir 60. ¿Le impresiona el cambio de decena? 

 

R: No mucho. Envejecer es parte de la vida. Lo que sí me preocupa es la presión para parecer joven a toda costa porque es lo “guay”. Ser joven es tan maravilloso como transitorio. Muchas veces, con la excusa de apoyar a la juventud, las empresas despiden a un mayor para contratar a cuatro jóvenes y, encima, explotarlos.

 

P: O retiran a mujeres mayores porque físicamente ya no están tan de buen ver… 

 

R: Esta es una de las cosas que más me irrita, aunque les está pasando también a los hombres. Parece que es obligado tener un aspecto juvenil y luchar contra la arruga. Pero no se puede pretender tener a los 60 la misma cara que a los 30.

 

P: Hay que luchar contra la arruga y los kilos para mantener un trabajo. 

 

R: Es tremendo, absolutamente horroroso. No hay que luchar contra la báscula, salvo por salud. Si uno tiene un físico rellenito, tiene que estar rellenito. Es absurdo querer meterse en una talla 36-38 a los 50 años.

 

P: ¿Se ha reído mucho en la vida? 

 

R: Sí, y por eso tengo muchas arrugas [Risas]. No pienso luchar contra ellas más allá de comprarme cremas en tarros cada vez más monos, sabiendo que no me van a devolver a los 30. Oiga mire, mis arrugas son el recuerdo de lo que he vivido, de lo que he llorado y de lo que me he reído. n

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