Dom 05 09 10. No más reyes que van a la guerra, no más torres que construir


Domingo 23. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 14, 25-33. El evangelio de Lucas vuelve de manera monotemática al asunto de la renuncia, es decir, de la pobreza. Una asidua del blog me pregunta por la pobreza cristiana. Yo le puedo responder con el evangelio, comentándolo de nuevo, frase a frase.

El mundo está hecho de hombres y mujeres que quieren hacer torres, y de otros que quieren tirarlas abajo (las Torres Gemelas, que un día pisé, y no volveré a pisar). El mundo esté hecho de reyes y reyezuelos, de presidentes y auto-caudillos que quieren ganar guerras…

Pero Jesús no necesita torres, no tiene que ganar ninguna guerra. Nosotros tampoco. Pero queremos seguirle, y para estar con él tenemos que renunciar a todo, para poder tenerlo todo. Ya lo sé, nos sobran maletas y planes y plannings… sí, nos sobra todo. Sigamos leyendo. El texto es de una lucidez impresionante.

El texto, un breve comentario.

No necesita aclaraciones, está claro.
Principio y final se corresponden (dos renunciar).
El medio quedan los ejemplos de contraste (una torre un rey).
Al fondo de todo, una experiencia más alta: el Reino.

1. Principio. Dejar todo, todo, todo

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así solía decir Juan de la Cruz: nada, nada, nada… Nada donde protegerme, nada de uno mismo, en pura cruz. Nada de nada, para poder tenerlo luego todo, pero de otra forma: en gratuidad compartida, en libertad gozosa. Nada de nada, para poder disfrutarlo todo (padre y madre, mujer e hijos…), para disfrutar de sí mismo (¡negarse a sí mismo, para así poder gozarse!).

Éste es el camino. Vivimos sobre una tierra donde queremos gozar teniendo, poseyendo, con una familia “exclusiva”, hecha de egoísmo, con un deseo que nos cierra en nosotros mismos… Sólo una cruz que rompe ese “cierre” egoísta puede abrirnos al todo.

2. Primer contraste, la torre

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.»
Somos constructores de torres, desde el gran relato de Babel (cf. Gen 10). Cada uno hace su torres, todos juntos queremos hacer la gran torre de la cultura mundial capitalista, que se cuente y mide con dinero.

Pero ¿tenemos dinero suficiente para hacer una torre donde resguardarnos para siempre? ¿Nos podemos salvar por lo que hacemos? La vieja tierra está llena de ruinas de torres caídas. Entre ellas caminamos, sin darnos cuenta de que caerá pronto la nuestra.

Si, cayó la torre de Babel y el templo de Jerusalén. Caerá el Pentágono Imperial USA, lo mismo que Coppolone de San Pietro. Todas, todas las torres caerán. No tenemos refugio definitivo en este mundo, donde el Amigo Primero dijo que no tenía ni siquiera una madriguera, como las zorras. Al descampado estamos, así hemos de vivir, así morimos, así esperamos resucitar.

3. Segundo contraste, el rey que va a la guerra

O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Aquí no se habla de reyes lejanos, emperadores, monarcas, presidentes de grandes naciones o multinacionales, siempre en guerra. Aquí se habla de nosotros: queremos ganar a los demás, cada uno nuestra guerra y después la guerra de nuestros grupo (los blancos o colorados, los civiles o los gudaris, miles y miles de soldados de guerras distintas, compradas a oro de metal o de petróleo o de otro tipo.

Todos queremos hacer la guerra pensando que así podremos mantenernos. Había un canto de niños franceses e hispanos que decía:

Mambrú se fue a la guerra, ¡qué dolor, qué dolor, qué pena!
Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá”

((Malbrough s’en va-t-en guerre, mironton, mironton, mirontaine,
Malbrough s’en va-t-en guerre, on n’ sait quand il reviendra)).

¿No sería hermoso que la guerra fuera sólo tema de niños…? ¿No es más prudente calcular y decir que con la guerra no ganamos nada, a no ser seguir buscando tumbas pasados más de setenta años?

4. Final. Renunciar a todo

Lo mismo vosotros:
el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Ésta es la torre de Jesús, ésta su guerra: no necesita nada más que el amor de la gente, el amor y la vida de aquello que saben renunciar a todo… Sólo así, cuando no se apegan a nada, cuando no quieren nada para sí mismos pueden tenerlo todo… buscando el Reino, que es don y regalo, que es gracia…
Jesús no pone ninguna condición (saber latín, hacer teología…), no quiere gente que tenga carreras ilustres (para hacer torres, para ganar guerras…).
Quiere gente que sea capaz de renunciar a construir más torres y a ganar más guerras… Jesús quiere que aprendamos el único oficio que merece la pena: el ser personas, en respeto y amor mutuo. Buen domingo.

(Tomado del blog de Xabier Pikaza I)

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.