Miss Tanguita: Catalina Ruiz-Navarro


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Resulta que cada año desde hace 25, en el municipio de Barbosa, Santander, niñas entre seis y diez años desfilan en tanga, maquilladas, contoneándose y tirando besos a una audiencia de adultos que ingieren licor.

Miss Tanguita, según la alcaldesa Maryury Rocío Galeano Jiménez, es una tradición de Festi-Río, y nadie en el municipio, ni los padres de familia, ni las empresas privadas que pautan, ni la misma Alcaldía (que invita y promociona), ve nada malo en que las niñas participen en este reinado de belleza. De hecho, la alcaldesa afirma que a las niñas las educan en valores (¿qué valores?) y que se les enseña que su cuerpo es un templo (¿un templo para quién?).
El problema no es que las niñas estén en tanga; podríamos ver a una niña jugando desnuda en la playa sin sexualizarla, pero el contexto del reinado hace que su aparición en vestido de baño tenga como único propósito que todos detallemos su cuerpo y, si aprobamos, le digamos “qué bonita”. El problema tampoco es que menores de edad participen en una competencia-espectáculo. Las niñas jugadoras de voleibol playero pueden decirnos una que otra cosa sobre los morbosos que van a verlas jugar en vestido de baño; pero hay una gran diferencia entre un reinado y un partido de voleibol, pues el único propósito de las reinas es pararse ahí para que las observen y las midan, mientras que las deportistas están haciendo una actividad que tiene un propósito en sí mismo, independiente de esa mirada a la que nos enfrentamos las mujeres permanentemente, que nos objetiza y nos sexualiza.
Ser sexualizada no está mal en sí; el problema es no tener control ni voto sobre esa sexualización que es impuesta sobre las mujeres en todo momento, sin siquiera preguntarnos. El mundo discute la apariencia física de la profesora, la científica, la candidata a presidenta, y los juicios sobre su belleza tienen, sin duda, un efecto en la manera en que la gente juzga su trabajo y en todos los ámbitos de su vida. En muchos contextos (demasiados) la belleza es el eje de la función social de las mujeres. Ante esta situación, una mujer adulta puede decidir participar en un reinado de belleza, y si le parece que esa es realmente su mejor opción (para muchas lo es), hay que respetarle su autonomía y su derecho a la autodeterminación. Pero las niñas, niñas de seis a diez años, muy seguramente no tienen las herramientas para entender qué significa posar como un objeto sexualizado, ni las implicaciones que esto tiene para su proyecto de vida y su autoestima, y menos en un municipio en donde ni los adultos son conscientes de estos peligros y abusos.
En un país en donde cada año, en promedio, nacen 159.656 niñas y niños con madres entre los nueve y 18 años, no hay forma de argumentar que un reinado de belleza pueda ser formativo y Miss Tanguita (junto con todos los certámenes de belleza para menores de edad) tendría que ser entutelado por violación al interés superior de las niñas, su derecho a la intimidad, a no ser explotadas, y por discriminación de género. Más aún, la prohibición antioqueña a los reinados y concursos de modelaje en los colegios tendría que ser extensiva a todo el país; ni siquiera son necesarias nuevas leyes, basta con atender el artículo 5 de la Cedaw y el 9 de Belem do Pará, convenciones internacionales para proteger los derechos de las mujeres que Colombia ha ratificado. Que las mujeres adultas participen en reinados es una cosa, pero el Estado colombiano tiene la obligación de proteger su derecho al libre desarrollo de la personalidad de las niñas en un contexto que no sea discriminador ni violento con su género, y que por el contrario les garantice opciones diversas para sus proyectos de vida. Las niñas de Colombia tienen derecho a soñar con ser más que una madre, una musa o una moza y como sociedad no podemos mandarles el mensaje de que su único rol en el mundo es el de objeto de deseo y/o máquina reproductiva. Solo una mujer con opciones puede ser dueña de su vida.
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