¿Por qué no hay religiosas?: JOSE LUIS PALACIOS BLANCO


 

Las religiosas católicas, las “monjitas”, las “hermanas”, las “madres”, son un enorme ejército de voluntades que sostienen instituciones educativas, asistenciales, formativas, que benefician a millones de personas. Al igual que los sacerdotes, su promedio de edad sigue aumentando y son menos las mujeres que deciden seguir este camino de servicio.
Como católicos no podemos ocultar la realidad: los jóvenes ya casi no creen en el celibato como opción de vida y no me refiero a quienes buscan, necesitan y consultan a una Religiosa o Sacerdote, sino a las y los jóvenes que ya no van al convento o al seminario, que ya no toman esa decisión de dedicar su vida a una causa y renunciar a todo lo demás, optando por eso que conocemos como vida consagrada.
Los datos mundiales son poco alentadores para el catolicismo. El número de católicos en América Latina sigue decreciendo y el protestantismo crece más rápido que nosotros debido a numerosas “sectas” que ofrecen, como producto diseñado al cliente, una religiosidad que gana aceleradamente adeptos y que tiene novedosas estrategias. Esto se puede percibir en programas televisivos con oradores que “venden bien el pan frío” y que tienen un rating impresionante. 
Muchos son los temas que deberían estar en nuestro debate, pues el Siglo XXI plantea enormes desafíos para un catolicismo diseñado apenas para la realidad del Siglo XX. En este siglo la juventud es la que domina el mercado (quiere ver ministros jóvenes que les hablen en su idioma); las mujeres exigen derechos e igualdad (incluyendo el acceso al sacerdocio); el consumidor tiene mayores expectativas (quiere hablar, no escuchar solamente); la sociedad busca ser representada democráticamente (y participar en el gobierno de la Iglesia reservado hasta ahora para los sacerdotes) y busca equidad en oportunidades. Es un mundo en el que las organizaciones flexibles son las que sobreviven, con una enorme competencia por llevarse a clientes (en este caso, fieles), y donde lamentablemente el concepto de familia se transforma. Es ése el mundo postmoderno, donde el sacerdocio y el celibato no son entendidos ya por los jóvenes y su resultado es la ausencia de ellas y ellos en los conventos y seminarios, lugares donde se forman los religiosos.
Estrictamente, dice nuestra religión, todos somos sacerdotes, pero el catolicismo promovió la tradición de que a partir de la vida de Jesús de Nazaret quienes administraban la Iglesia deberían consagrar su vida al proyecto del Evangelio siendo célibes, es decir, abstenerse de casarse y esto comenzó a promoverse como condición indispensable para el sacerdocio. Esta tradición -que no dogma de fe- se fue manteniendo con el paso de los siglos hasta llegar a nuestros días, y son ellos, los presbíteros, quienes forman la estructura jerárquica de la Iglesia, toman las decisiones y administran a la institución católica.
La crisis de sacerdotes y religiosas es mundial. México no es la excepción y además la planta de sacerdotes sigue envejeciendo y países que tradicionalmente nos proveían de sacerdotes como Italia y España están mucho peor que nosotros: sus seminarios están vacíos. El promedio de edad de las religiosas de acuerdo a la CIRM en México ya rebasa los 65 años.
¿Es posible detener este fenómeno? Todo indica que no. No es un asunto de dinero para agrandar seminarios o becar a los estudiantes; es un asunto de una identidad, de una vocación necesaria, pero que está en crisis porque muchos jóvenes no la entienden. He trabajado muchos años en la pastoral juvenil formando a jóvenes universitarios y entiendo algo de su lenguaje. Ellos quieren líderes jóvenes, directos, ejemplares, coherentes; andan en busca de testimonios, son poco dados a los ritos y anhelan proyectos de vida, aun en medio del enorme consumismo que les rodea. Hice un sondeo entre 150 jóvenes en la ciudad de acuerdo al perfil de edades y sexo de jóvenes entre 25 y 35 años, encontrando que ninguno de ellos tiene contacto con amigos o amigas que tengan interés por la vida religiosa y que no valoran este estilo de vida; es decir, se interesan a ayudar a los demás, pero no comprenden ya la vida consagrada. 
Hay estadísticas interesantes en los Estados Unidos en el Index of Leading Catholic Indicators (Índice de los Principales Indicadores Católicos). Después de ascender a unos 27 mil en 1930 y a 58 mil en 1965, el número de sacerdotes en los Estados Unidos cayó a 43 mil en 2006 y para el año 2020 solamente habrá unos 31 mil sacerdotes. En 2002 había 75 mil monjas, con un promedio de edad de 68; para el 2020, el número de monjas disminuirá a 40 mil -y de éstas, solamente 21 mil tendrán la edad de 70 o menos. Hoy, de los 405 mil sacerdotes en el mundo, la mitad son europeos, mientras que solamente el 13% de los seminaristas del mundo son europeos; hoy África y Asia son en realidad los lugares donde está creciendo el catolicismo y se forman más seminaristas. 
Son entonces muchas las razones que explican la “falta de vocaciones”. Algunas son variables “exógenas”, es decir, son síntomas de nuestro tiempo y ajenas a la Iglesia pero que le afectan enormemente; otras son “endógenas”, es decir, que están dentro del sistema y se pueden controlar, y la principal, me parece, la necesaria apertura al cambio de parte de la jerarquía católica y, por otra, abrir la participación al laicado para preparar la ausencia de religiosas y sacerdotes.
Es cierto que la vocación -ese llamado que se tiene a cumplir una misión- es un misterio finalmente entre el creyente y la Divinidad; y que se descubre al ver un mundo necesitado de un cambio, y que los laicos también podemos cumplirla, pero la figura de la Religiosa y el Sacerdote ha sido parte de la tradición y la paulatina desaparición de la figura puede y debe detenerse, para seguir sosteniendo esas obras sociales que ellas, las “monjitas”, ofrecen a quien lo necesita.

 

 

 

http://www.am.com.mx/opinion/leon/por-que-no-hay-religiosas-1909.html

 

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