De brujas y don juanes: Nuria Varela


Publicado en La Marea el 1 de noviembre 2013

El miércoles estuve en la librería Antonio Machado y, cuando ya me iba, vi por casualidad un librito al lado de la caja que me llamó la atención. Tenía una bruja en la portada y llevaba por título W.I.T.C.H. Comunicados y hechizos. Como antetítulo, una frase aún más rotunda: Conspiración terrorista internacional de las mujeres del infierno. Ante tal provocación no pude dejar de leer. Se trataba de los escritos de este grupo feminista, precursoras de las Guerrilla Girls, el arte feminista y la acción directa. Por decirlo de alguna manera, la escisión feminista de los “yippies”, los amantes de la performance activista, la parodia y el boicot. Las Witch nacieron en los Estados Unidos del año 1967, el año en el que la resistencia no violenta y la nueva izquierda estaban en auge.

El “sueño americano” se había convertido en pesadilla tras el asesinato del presidente Kennedy y las protestas juveniles estaban generalizadas a raíz de la guerra del Vietnam. El sistema tenía contradicciones profundas, era sexista, racista, clasista e imperialista aunque se presentara como el mejor de los posibles. Todo esto motivó la formación de la Nueva Izquierda y el resurgir de diversos movimientos sociales radicales como el movimiento antirracista, el estudiantil, el pacifista y el feminista, claro. A todos les unía su carácter contracultural. No eran reformistas, no estaban interesados en la política de los grandes partidos, querían nuevas formas de vida. Las mujeres entraron a formar parte de este movimiento de emancipación. Pero, una vez más, aparecieron las contradicciones. Esa construcción de la nueva sociedad parecía ser obra exclusiva de los hombres. “El debate del machismo dentro de la izquierda resultaba incómodo y áspero para muchos militantes, incluso ingrato. Nadie quería realmente hablar de ello”, escriben las Witch.

Lo compré, claro. Como dice la contraportada, “es tan actual que resulta sobrecogedor”. Cuando fui a pagarlo, a la librera, una mujer muy joven y con la que nunca antes había hablado, se le iluminó la cara. “Te encantará –me dijo–. Si te interesan los yippies, ha salido uno muy bueno pero las mujeres ni aparecen, como siempre. Éste es fantástico”. Y seguimos hablando sobre su preocupación por el machismo y la falta de debate sobre el mismo en la izquierda actual. A la conversación se unieron el resto de las mujeres jóvenes que estaban en la librería y la charla abandonó el ámbito de los movimientos sociales para entrar en el de la cultura. Todas manifestaban su preocupación especialmente con las nuevas revistas culturales y cómo éstas refuerzan y alimentan el canon masculino y desde una supremacía intelectual auto-otorgada desprecian todo lo que no se ajusta a él.

Un canon que se ha construido a lo largo de los siglos gracias al uso de la violencia contra las mujeres. Primero, con la prohibición expresa de cultivar el conocimiento y la creación pagando las rebeldes su audacia con su vida (desde Hypatia la lista sería interminable), y luego con la muerte histórica, con la negación de su legado.

Efectivamente, “tan actual que resulta sobrecogedor”. Desde la publicación en esta web, la semana pasada, del artículo “El Tenorio en el corazón simbólico del 15M”, por primera vez he recibido comentarios insultantes sin más, sin argumentación, sin venir a cuento. Es la primera vez que me ocurre y ya van 25 años de oficio, como señalaban algunos comentarios intentando desprestigiarme, supongo, en medios tan combativos y tan poco proclives al feminismo como Interviú donde trabajé 13 años. Parece que, sin pretenderlo, he tocado el corazón de un cortijo en el que no hay lugar para el debate.

En el artículo de la semana pasada no se cuestionaba ni el montaje teatral del Tenorio que se representa en el Campo de Cebada, ni el trabajo de su director, ni de los actores y actrices (no sé qué hubiese ocurrido si lo hubiera hecho). Mantengo la opinión de que no es el mejor texto para representar en un espacio que pretende construirse fomentando la igualdad y la diversidad, sin ningún tipo de discriminación y que por ello debería haberse elegido un texto más adecuado para representar allí. Un debate, por cierto, que se ha suscitado entre los colectivos presentes en el Campo de Cebada y que he creído interesante hacer público. Y es precisamente sobre la tesis del artículo, sobre lo que ningún comentario hace referencia.

El colmo de las reacciones ha venido de la pluma de Ernesto Filardi con un artículo publicado en Jot Down con el título “Propuesta de libros para desterrar tras la revolución”. La argumentación está tan fuera de lugar que el propio autor lo reconoce: “Es cierto que en el artículo no se mencionan en ningún momento conceptos como prohibición o censura”. Pero Filardi es tan sabio y tan mayor que ha sabido leer entre líneas que yo, aunque no lo he dicho, lo pensaba: “(…) sino el más suave destierro; pero ya somos todos lo suficientemente mayores como para reconocer un eufemismo cuando nos lo encontramos de frente”.

Es decir, que este señor se atreve a decir que propongo censurar o quemar libros: “¿Qué queremos entonces? ¿Quemar libros en la plaza mayor del pueblo? Si es así, digámoslo bien alto. Porque si a partir de ahora el rasero para medir la literatura es el machismo del texto, nos vamos a ahorrar mucho en bibliotecas”.

Ante tal pirueta argumental, supongo que una reacción extemporánea de tal calibre solo puede esconder intereses inconfesables. Porque ya puestos, Filardi también arremete contra La Marea “un medio que apuesta por la regeneración democrática de nuestro país (…) Así que, como es posible que esta regeneración democrática y revolucionaria se consolide y logremos un futuro justo y fraternal en el que no haya lugar para las obras literarias perjudiciales, contribuyamos desde hoy mismo proponiendo una lista de lecturas peligrosas. Que haberlas haylas, por supuesto. Y si son muchas no pasa nada. Todas desterradas. El futuro que nos aguarda seguro que nos proveerá de autores y autoras que nos fascinarán lo suficiente como para no echar de menos aquellas obras que hoy en día consideramos imprescindibles”.

A continuación hace un larguísimo repaso por los clásicos señalando la misoginia que a su criterio encierran. Podría habérselo ahorrado pues bien conocemos el canon y cómo ha sido construido. Ya lo contó con claridad, en 1405, Christine de Pizan en La ciudad de las damas. Es la primera mujer escritora reconocida, dotada además de gran capacidad polémica lo que le permitió terciar en los debates literarios del momento. Asegura que su obra nació tras haberse hecho una serie de preguntas clave. Así, relata en el primer capítulo de su Ciudad, cómo ojeando un librito muy ofensivo contra las mujeres se puso a pensar: “Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra, bien en escritos y tratados. No es que sea cosa de un hombre o dos (…) sino que no hay texto que esté exento de misoginia. Al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos –y la lista sería demasiado larga–, parecen hablar con la misma voz (…) Si creemos a esos autores, la mujer sería una vasija que contiene el poso de todos los vicios y males”.

Christine de Pizan abordó temas como la violación o el acceso de las mujeres al conocimiento. Ya en su época, se la consideró como la primera mujer que se atrevió a rebatir los argumentos misóginos en defensa de los derechos de las mujeres. La ciudad de las Damas se adjudicó a Boccaccio hasta 1786, cuando otra mujer, Louise de Kéralio, recuperó para Christine de Pizan la autoría de su libro.

La historia no enterró a esta mujer excepcional pero sí lo hizo con muchas otras. De toda esa disputa, la historia apenas ha respetado los textos femeninos o aquéllos que defendían a las mujeres, pero sí ha llegado hasta nuestro días la reacción a ellos, con obras como Las mujeres sabias de Molière o La culta latiniparla de Quevedo.

Sí, el debate es muy antiguo y aún no está cerrado por mucho que se utilice la violencia verbal y la descalificación para darlo por concluido. La calidad literaria de una obra está al margen de la misoginia que encierre, faltaría más, lo que no significa que no sea importante contextualizar y replantearse el canon. Sobre todo, no estaría mal liberarse de prejuicios y respetar las opiniones ajenas pero no recuerdo dónde leí que eso requiere madurez, inteligencia y modestia.

 

 

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