Los hombres sí lloran


Sociedad: 

Por: ANDRÉS ARIAS | 4:50 p.m. | 01 de Junio del 2011

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La actitud fuerte e imbatible parece ser cosa del pasado.

Cada vez son más los que defienden la idea de que dejar asomar el lado tierno y débil de los hombres resulta liberador y saludable. A continuación, un viaje a la sensibilidad del género masculino.

Más de un enemigo se echó encima el escritor Arturo Pérez-Reverte tras la renuncia del ministro de Relaciones Exteriores español Miguel Ángel Moratinos en octubre del año pasado. Al dimitir, Moratinos no pudo contener la tristeza y llorando se despidió de todo el país. Pues bien, unas horas después, a través de su cuenta en Twitter, Pérez-Reverte, autor de best-sellers como La reina del sur (ahora convertida en serie de televisión), El húsar, La carta esférica y la saga del Capitán Alatriste, escribió: «Por cierto, que no se me olvide. Vi llorar a Moratinos. Ni para irse tuvo huevos».

Y España explotó. En todos los medios de comunicación se debatía sobre el comentario del escritor, quien después, también a través de Twitter ―y confirmando la impresión ante el escándalo que se le había venido encima― añadió: «No esperaba este éxito. 2.000 seguidores nuevos en 24 horas, gracias al extinto ministro».

Sí, pudo haberlo tomado con todo el humor del mundo, pero los comentaristas le dieron duro. Se le acusó de ser un machista infiltrado en la Real Academia Española (de la que hace parte), de estar en contra de la igualdad de género, de tener una conducta misógina, de fomentar la violencia, de… De todo lo posible.

¿Habría sucedido lo mismo treinta o cuarenta años atrás? No. El pueblo español (o el de cualquier lugar del mundo) hubiera estado más bien del lado de Pérez-Reverte y se habría sentido ofendido con aquel político llorón, al que de plano calificaría de débil y blandengue. Y sobre todo de poco hombre. Después de todo, Pérez-Reverte no hacía más que dar una nueva versión de aquella leyenda según la cual Boabdil, el último rey de Granada, tras rendirse a los Reyes Católicos y salir rumbo al exilio, dejó escapar una lágrimas mientras contemplaba las murallas de su ciudad. Entonces su madre le habría dicho: «Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre».

¿Qué pasó, entonces? Javier Omar Ruiz es uno de los fundadores del colectivo Hombres y Masculinidades, una ONG que desde hace quince años busca ofrecer posibilidades de transformación a lo que culturalmente se considera que significa hacer parte del género masculino: esa carga obligatoria que dice que los hombres no lloran, no cocinan, no sienten miedo, no pueden ser tiernos, y ‘tienen’ que ser fuertes, corajudos, superiores a las mujeres y no estar en la casa sino en la calle, demostrando ímpetu en el espacio social. Ruiz dice: «Podríamos decir que estamos viviendo un proceso de liberación masculina en tanto que los hombres se comienzan a preguntar sobre otras posibilidades de ser y empiezan a validar el plural de la masculinidad. Venimos de un modelo hegemónico absoluto y estamos reivindicando las masculinidades: hay una variedad de posibilidades de ser hombre, no una sola. Llegamos a eso cuando muchos individuos empezaron a reconocer en sus vidas personales y familiares que ese modelo de hombre era una carga para ellos, algo que no los dejaba expresarse libremente, que los hacía infelices».

Los orígenes de este cambio se remontan a la liberación femenina. Sobre todo a la que se conoce como la segunda sucesión de este movimiento (años 80), que fue acaso menos apasionada, más reflexiva que la de los 60, y que tuvo en cuenta que si la mujer debía zafarse de una idea preconcebida de lo que era lo femenino (únicamente ser mamá, ama de casa, obediente y tierna), el hombre también debía hacer lo propio ante lo masculino (ser el único en el hogar que sale a trabajar, el que habla fuerte y no entra a la cocina, ni se mete en la crianza de los hijos).

John Wilson Osorio, jefe del departamento de Humanidades de la Universidad CES, y quien lleva años investigando sobre el tema, explica: «Hasta cierto punto se puede decir que los movimientos feministas llevaron a la palestra el tema y originaron también los movimientos de liberación masculina. Y es que el origen del concepto tiene que ver con las segundas generaciones de feministas. Ellas descubrieron que no se trataba de pelear con los varones. Que en el reparto de funciones y tareas, dentro del sistema sexo-género, también a ellos les corresponde un alto grado de dolor, sacrificio y sufrimiento. Que los roles y pautas culturales impuestos sobre lo masculino conllevan un peso agobiante. Las exigencias que por tradición han de cumplir los varones se llevan a cabo, pero en medio de fatiga, desgaste, agotamiento, deterioro, estrés y quebrantos físicos y emocionales».

Hace unos años, Osorio hizo un listado de asuntos que históricamente han estado prohibidos para los hombres (o que al menos no son bien vistos en ellos). Aquí van algunos: no deben llorar; no deben decir ‘no sé’ o ‘no soy capaz’; no deben dejar de estar a cargo; no deben dejar de dar protección y seguridad en todas las ocasiones; tienen que ser útiles; no deben ser débiles y cobardes; no deben ser tiernos; tienen que ser proveedores totales; no deben admitir que tienen miedo; viven con el síndrome de ser héroes; no deben hacer trabajo doméstico… ¡El peso es inmenso!

Si durante siglos las mujeres tuvieron que aguantar una fuerte opresión, a los hombres les tocó lo suyo: no es fácil jugar siempre el juego del macho que se las sabe todas. Es debido al cansancio ante semejante carga ―y de carambola, gracias a la liberación femenina― que se empezó a hablar de conceptos como flexibilización masculina, nueva masculinidad y, cómo no, liberación masculina. En últimas, todas son nociones que apuntan a lo mismo: a que los hombres expresen lo que sienten y hagan lo que desean, verdaderamente movidos por la voluntad y no por un libreto establecido para su género. O mejor, que dejen ver todos sus lados, incluso aquellos que  la tradición podría equivocadamente considerar reservados para las mujeres.

Y, aunque lentos, los cambios se están dando. Por ejemplo, el mexicano Pedro Cruz Camarena, doctor en comportamiento humano, anota: «Lo que antes era aceptado como varonil y, más aún, lo que antes era calificado como poco masculino, ahora está cambiando y esto ha ido originando respuestas  diferentes. El proceso de redefinición conductual es lo que yo defino como la nueva masculinidad».

Pero si alguien puede hablar de cambios es Javier Omar Ruiz. Con su colectivo Hombres y Masculinidades viaja por todos los departamentos de Colombia haciendo sesiones de grupo con hombres que muchas veces tienen ideas arraigadas según las cuales a las mujeres se les puede pegar, o no se les puede ayudar en las labores domésticas, o, si ellas trabajan, no pueden ganar más que ellos. Y obviamente, que afirman que los hombres no pueden llorar. A través de conversaciones y de preguntas (un interrogante clave es: «¿si su hija se casa con un hombre como usted, cree que ella va a ser feliz?»), él y los miembros del colectivo van descubriendo aspectos en los individuos. Por ejemplo: que no son felices; que su comportamiento les roba, les coarta, un pedazo de vida. Entonces les ayudan a trazar una ruta, una lista de cosas por cambiar: colaborar en la cocina, ayudar a barrer, ser más tiernos con sus hijos, etc., haciéndoles ver que aquello no los va a hacer menos hombres. Y los cambios se ven. Ruiz dice: «Buscamos que comprendan que esos comportamientos de tradición masculina no solo los afectan a ellos mismos, sino también a sus familias y a su sociedad, y que cuando los cambian, la transformación es inmensa. Entonces, durante el proceso, cuando se dan cuenta del error en el que llevan años metidos, muchas veces revientan en llanto, un llanto inmensamente triste, de quién sabe cuántas tristezas guardadas, que es curativo y sanador».

Ya alguna vez alguien lo dijo: llorar es más bien cosa de machos. Que lo diga Antanas Mockus si no.

Los alcaldes también lloran

Un día después de los ataques terroristas que trastornaron la primera posesión presidencial de Uribe, Mockus visitó en el hospital San José a Carmen Mireya Ochoa, una niña de tres años que resultó herida en las piernas y el abdomen después de que uno de los explosivos lanzados contra el Palacio de Nariño cayera sobre su casa. Allí, ante los periodistas, el por entonces Alcalde de Bogotá dijo dirigiéndose a los terroristas: «Les imploro e invoco, si aún les queda algo de conciencia, que no le hagan más daño a la gente inocente», y reventó a llorar. Algo parecido sucedió en 1993, cuando el presidente Gaviria le pidió la renuncia a la rectoría de la Universidad Nacional, después del escándalo aquel de la bajada de pantalones. Cuando un periodista le preguntó qué había sentido ante la exigencia del mandatario, Mockus sólo atinó a dejar salir las lágrimas. Y el año pasado, horas antes de las elecciones que lo iban a enfrentar a Santos por la Presidencia de la República en la segunda vuelta electoral, dijo en la televisión: «Quiero una educación más homogénea, que todos los colombianos tengamos las mismas oportunidades», al tiempo que las lágrimas rodaban por sus mejillas.

¿Se podría decir que Mockus es menos hombre por haber llorado en público? ¿O que aquello le ha hecho daño político? No. En estos tiempos, tal vez todo lo contrario. Encuestas e investigaciones hechas en diferentes países del mundo dejan ver que la ternura y la emotividad masculina son cada vez mejor vistas. Lo que, por cierto, no deja de tener algo de paradójico. El mexicano David Barrios Martínez, autor del libro Resignificar lo masculino, comenta que los hombres actuales, después de haber sido entrenados para ser rudos, calculadores y no dejar ver sus emociones, empiezan a encontrarse con mujeres que les piden que expresen su sensibilidad, cariño y ternura. Este confuso esquema ―explica Barrios― genera grandes confusiones. Es como si los hombres terminaran preguntándose: ¿al fin qué?; ¿qué es en últimas lo correcto?; ¿cómo debo actuar? Algo típico ―dicen los que saben― de los procesos de transformación, de los puntos de quiebre. Al parecer, estamos en el momento exacto en el que toda una lógica de lo que significa ser hombre está dando paso a una nueva y, por lo tanto, desconocida etapa. De ahí la ambigüedad.

¿Y mientras tanto qué? Lo dicho: hay que recordar que no se trata de cambiar de libreto, sino de que los hombres expresen lo que sienten y hagan lo que desean, verdaderamente movidos por su voluntad personal y no por el histórico discurso de género.

No llores por mí…

Hace unos años, en la Universidad de Luton (Gran Bretaña), la doctora Moira Maguire realizó un estudio llamado Género y la experiencia de llorar, que dio como resultado que unas de las razones más importantes que tienen las mujeres para dejar salir las lágrimas son un ‘conflicto interno’ o ‘un malestar consigo mismas’, motivos que ―revela el estudio― los hombres jamás tienen. O bueno, jamás aceptan tener. Porque, como lo anota Ruiz, al género masculino se le exige siempre un por qué claro; no puede llorar ‘por cualquier bobada’. «Es más ―sigue Ruiz―, aunque hemos descubierto que hay mucha tristeza en los hombres, no pueden expresarla tranquilamente. A los hombres se les permite llorar cuando se emborrachan, porque uno borracho puede hacer lo que quiera, o pueden llorar de empute, porque es una expresión masculina; pero no deben ―o bueno, no debían― hacerlo por la simple razón de que tenían una tristeza guardada no muy fácil de definir, o porque simplemente querían hacerlo».

El doctor Pedro Cruz Camarena dice: «En nuestro machismo, el llanto es igual a mostrar sensibilidad, mostrar sensibilidad es igual a ser sensible, ser sensible es igual a separase de lo masculino, separarse de lo masculino es igual a acercarse a lo femenino, acercarse a lo femenino es igual a no ser masculino».

Así las cosas, dejar salir las lágrimas delante de la gente aún puede ser visto por muchos hombres como un riesgo. Pero se están dando cambios. Que lo diga Pérez-Reverte si no. ¿Cuándo pudo alguien imaginar que todo un país se le iba a venir encima a un respetado escritor por burlarse un poquito de un político que lloraba en pantalla?

«Me importa un pito que me vean llorando»
HAROLD TROMPETERO, DIRECTOR DE CINE

¿Llora con facilidad?
-Soy un ‘berrietas’. Me conmuevo con regularidad, más en privado que en público.

¿Y qué lo hace llorar?
-Lloro porque sí, es mi naturaleza. Me educaron para no reprimir mis sentimientos. Me hacen llorar muchas cosas, buenas y malas. He llorado ‘de piedra’, de amor, de felicidad, de nostalgia, de amargura, viendo un cuadro, un atardecer, dando un abrazo o un beso… Llorar es una forma de sentirse vivo.

¿Cuándo fue la última vez que lloró?
-El día de mi cumpleaños estaba con mi mamá, unos amigos y con María del Mar, la mujer que amo, y les dije, uno a uno, lo que ellos significaban para mí. Fue todo un río de lágrimas bonitas.

¿Es de los que llora tranquilamente en público?
-En privado me siento más cómodo, pero me importa un pito que me vean llorando. Lo importante es que, si uno siente la necesidad, no hay que negarse a hacerlo, porque si no, uno queda con eso atravesado y ese sí es un problema para el alma.

¿Cuando estaba chiquito le dijeron: «Los hombres no lloran»?
-Esa frase la debió decir una mamá, un papá, una tía o alguien desesperado por un niño que daba alaridos. Es una frase que le ha hecho mucho daño a nuestra formación como seres sensibles. Yo creo que si a uno más bien le dicen «Mijo, tranquilo que los machos lloran», se forman mejores seres humanos, más honestos con sus sentimientos, al menos.

«Ahora conmueve menos ver a un hombre llorando»
JORGE FRANCO, ESCRITOR


¿Llora con facilidad?
-No soy llorón pero tampoco de piedra. Con frecuencia me echo mis lagrimeadas. Tengo épocas con lágrimas a flor de piel y otras en las que me toca bombear un poco más.

¿Y qué lo hace llorar?
-La impotencia, la tristeza, la alegría, la rabia, la indignación, la distancia, las despedidas… Me dan ganas de llorar en los aviones cuando viajo solo; se me encharcaron los ojos frente a La noche estrellada, de Van Gogh; lloré cuando imaginé a mi hija antes de recibirla; lloré cuando la recibí; lloro porque no voy a estar para siempre junto a ella; lloro cuando no entiendo la vida y últimamente lloro por llorar.

¿Es de los que llora tranquilamente en público?
-Prefiero llorar solo para no despertar compasión ni risa, y para poder llorar como Dios manda.

¿Le incomoda ver a un hombre llorando?
-Me incomoda ver a cualquier persona llorando, sea hombre, mujer o niño. Me hace sentir incómodo y culpable, sin serlo. Además, aparte de Ingrid Bergman, en Casablanca, a nadie le luce el llanto.

¿Cree que los tiempos han cambiado?, ¿que antes era peor visto un hombre llorando?
-Ahora, que se llora tanto, conmueve menos ver a un hombre llorando. Antes era una rareza que, supongo, impactaba mucho más.

«Quiero hacer una serie de televisión sobre el derecho a llorar»
ANTONIO MORALES, PERIODISTA

¿Llora con facilidad?
-Todos los días. Por las cebollas rojas de origen ecuatoriano que ahora se encuentran en el mercado, que son potencialmente letales.

¿Qué lo hace llorar?
-Los malos recuerdos de ocho años de uribismo y de seguridad mafiosa, durante los cuales sus amiguitos atracaron al país. Y lloro en público para que Daniel Samper Ospina se apiade y pague bien los artículos de SoHo.

¿Cuándo fue la última vez que lloró?
-Ayer, por los gases lacrimógenos que el Esmad lanza en las Torres del Parque para dispersar estudiantes de la Distrital.

¿Por qué cree que no es bien visto que los hombres lloren?
-Porque de pronto aparece por ahí un ‘facho’ y va y le da en la cara, marica.

¿Le incomoda ver a un hombre llorando?
-Para nada. Las lágrimas son las heces de los sueños. Quiero hacer una serie de televisión sobre el derecho a llorar.

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JAVIER OMAR RUIZ ARROYAVE
cel 311-8537150
Colectivo Hombres y Masculinidades/Bogotá
Red Colombiana de Masculinidades por la Equidad de Género
20 de Agosto: Día de las masculinidades por la equidad de género

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