Las cinco jornadas «conciliares» del Papa
Con seis intervenciones sobre el Vaticano II, a cincuenta años de su inicio. A continuación, una nota de Pietro De Marco sobre el «paradigma externo» que condiciona la interpretación y la recepción de ese acontecimiento
por Sandro Magister
ROMA, 12 de octubre de 2012 – En los cinco días en que han coincidido el comienzo del sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización y la apertura del Año de la Fe, Benedicto XVI se pronunció seis veces sobre la cuestión que es la más controvertida y acuciante de todas: el Concilio Vaticano II.
Con acentos cada vez diferentes. Y con rasgos sorprendentes.
1. LA HOMILÍA DEL DOMINGO 7 DE OCTUBRE
En la Misa de comienzo del sínodo, durante la cual san Juan de Ávila y santa Hildegarda de Bingen fueron incluidos entre los doctores de la Iglesia, el Papa ha remarcado que «una de las ideas clave del renovado impulso que el Concilio Vaticano II ha dado a la evangelización es la de la llamada universal a la santidad».
Son los santos «los verdaderos protagonistas de la evangelización». Y continuó diciendo:
«La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad – es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva».
2. LA «LECTIO DIVINA» DEL LUNES 8 DE OCTUBRE
En la reflexión que pronunció ante los padres sinodales, luego del rezo de la Hora Tercia en la primera mañana de los trabajos, Benedicto XVI insistió en el primado de Dios en el «hacer» la Iglesia:
«Nosotros no podemos hacer la Iglesia, podemos sólo dar a conocer lo que ha hecho Él. La Iglesia no empieza con el ‘hacer’ nuestro, sino con el ‘hacer’ y el ‘hablar’ de Dios. Así, los Apóstoles no dijeron, después de algunas asambleas: ahora queremos crear una Iglesia, y con la forma de una constituyente habrían elaborado una constitución. No, ellos oraron y en oración esperaron, porque sabían que sólo Dios mismo puede crear su Iglesia. […] Como en aquel entonces sólo con la iniciativa de Dios podía nacer la Iglesia, […] también hoy sólo Dios puede comenzar, nosotros sólo podemos cooperar, pero el principio debe venir de Dios».
Se trasluce aquí, en la alusión polémica del Papa a una «constituyente», su crítica a la identificación hecha por algunos entre el Concilio Vaticano II y una asamblea orientada a dar una «constitución» a la Iglesia, en forma análoga a la de los Estados.
El investigador que más ha sostenido esta tesis, aunque también con todas las cautelas del caso, es Peter Hünermann, miembro de la Facultad de Teología de Tubinga, a cargo de un imponente comentario teológico al Vaticano II, editado en cinco volúmenes por Herder.
3. LA AUDIENCIA GENERAL DEL MIÉRCOLES 10 DE OCTUBRE
En la audiencia a los fieles celebrada el 10 de octubre, el papa Joseph Ratzinger recordó que la convocatoria del Vaticano II no fue motivada, como por el contrario aconteció en otros Concilios, por errores de fe que fuera necesario corregir o condenar, sino por el propósito de «presentar a este mundo nuestro, que tiende a alejarse de Dios, la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y en toda su pureza».
En otras palabras:
«Lo importante hoy, justamente como lo era en el deseo de los padres conciliares, es que se vea – de nuevo, con claridad – que Dios está presente, nos protege, nos responde. Y que, por el contrario, cuando falta la fe en Dios, se derrumba lo que es esencia, porque el hombre pierde su dignidad profunda y lo que engrandece a su humanidad».
Como brújula para esta navegación, el Papa señala los documentos del Concilio, «al que es necesario retornar, liberándolo de una cantidad enorme de publicaciones que muchas veces, en vez de hacerlo conocer, lo tienen escondido».
4. EL PRÓLOGO A SUS ESCRITOS SOBRE EL CONCILIO
«Fue un día espléndido»: Así recuerda Benedicto XVI el 11 de octubre de 1962, en el prólogo a los dos volúmenes de su «opera omnia» con los escritos referidos al Concilio Vaticano II, de inminente aparición en Alemania.
Este prólogo fue anticipado por «L’Osservatore Romano» en la tarde del miércoles 10 de octubre. En él, el Papa entra más que nunca en lo vivo de la controversia.
Dado que “Juan XXIII había convocado el concilio sin indicarle problemas o programas concretos” y que ésta fue “su grandeza y al mismo tiempo la dificultad”, el Papa escribe que había sin embargo «una expectativa general».
Y la retoma así, reconociendo de nuevo sus límites:
«La Iglesia, que todavía en época barroca había plasmado el mundo, en un sentido lato, a partir del siglo XIX había entrado de manera cada vez más visible en una relación negativa con la edad moderna, sólo entonces plenamente iniciada. ¿Debían permanecer así las cosas? ¿Podía dar la Iglesia un paso positivo en la nueva era? Detrás de la vaga expresión “mundo de hoy” está la cuestión de la relación con la edad moderna. Para clarificarla era necesario definir con mayor precisión lo que era esencial y constitutivo de la era moderna. El ‘Esquema XIII’ no lo consiguió. Aunque esta Constitución pastoral afirma muchas cosas importantes para comprender el ‘mundo’ y da contribuciones notables a la cuestión de la ética cristiana, en este punto no logró ofrecer una aclaración sustancial”.
Pero inmediatamente después de esta nota crítica a la «Gaudium et spes», el Papa prosigue de este modo:
“Contrariamente a lo que cabría esperar, el encuentro con los grandes temas de la época moderna no se produjo en la gran Constitución pastoral, sino en dos documentos menores cuya importancia sólo se puso de relieve poco a poco con la recepción del concilio”.
Esos dos documentos son la Declaración “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa y la Declaración “Nostra aetate” sobre la relación con las religiones no-cristianas.
Respecto a la «Dignitatis humane», Benedicto XVI pone de manifiesto lo que ha sostenido muchas veces, también contra las objeciones de los lefebvristas y los tradicionalistas. Esto es, que el Concilio contradijo efectivamente el magisterio de los Papas de los últimos siglos, revelándose «insuficiente», pero para retornar a la tradición originaria, al principio de la libertad religiosa promovido por los primeros cristianos en el mundo pagano de la época.
Según Benedicto XVI, fue «ciertamente providencial» que, luego del Concilio, haya habido un Papa como Juan Pablo II, procedente de la Polonia comunista, es decir, «de una situación parecida a la de la Iglesia antigua, de modo que resultó nuevamente visible el íntimo ordenamiento de la fe al tema de la libertad».
En cuanto a «Nostra aetate», Benedicto XVI escribe que “inauguró un tema cuya importancia todavía no era previsible en aquel momento”. Pero pone de manifiesto también el límite:
“La tarea que ello implica, el esfuerzo que es necesario hacer aún para distinguir, clarificar y comprender, resulta cada vez más patente. En el proceso de recepción activa poco a poco se fue viendo también una debilidad de este texto de por sí extraordinario: habla de las religiones sólo de un modo positivo, ignorando las formas enfermizas y distorsionadas de religión, que desde el punto de vista histórico y teológico tienen un gran alcance; por eso la fe cristiana ha sido muy crítica desde el principio respecto a la religión, tanto hacia el interior como hacia el exterior”.
5. LA HOMILÍA DEL JUEVES 11 DE OCTUBRE
En la Misa de inicio del Año de la Fe, el Papa ha confirmado que la voluntad de los padres conciliares era «presentar la fe de modo eficaz; y si se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban».
Pero después sucedió que, «en cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del ‘depositum fidei’, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad».
Si entonces hoy la Iglesia propone un Año de la Fe – continuó diciendo – «no es para honrar una reiteración, sino porque hay necesidad, más todavía que hace cincuenta años».
En estas décadas ha avanzado una «desertificación» espiritual. «Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza».
En cuanto a las contraposiciones, en la interpretación del Concilio, entre el espíritu y la letra, entre la continuidad y la ruptura, el Papa se expresó de este modo:
«He insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la ‘letra’ del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad».
6. LA BENDICIÓN EN LA TARDE DEL 11 DE OCTUBRE
Por último, la tarde del jueves 11 de octubre, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio, en una plaza San Pedro llena de gente, con miles de luces pequeñas, como la tarde del 11 de octubre de 1962, día de comienzo del Concilio.
Habló improvisando, y lo hizo de este modo:
«Cincuenta años atrás, en esta misma fecha, también estuve aquí en la plaza con la mirada dirigida hacia esta ventana donde se asomó el buen Papa, el beato papa Juan, y nos habló con palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, con palabras que le brotaban del corazón. Estábamos felices, diría que llenos de entusiasmo.
«Se inauguraba el gran Concilio Ecuménico. Estábamos seguros que debía acontecer una nueva primavera de la Iglesia, un nuevo Pentecostés, una nueva presencia fuerte de la gracia liberadora del Evangelio.
«También hoy estamos felices, llevamos alegría en nuestro corazón, pero diría que una alegría quizás más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce siempre de nuevo en pecados personales que pueden también convertirse en estructuras de pecado. Hemos visto que en el campo del Señor está siempre también la cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro se encuentran también los peces malos. Hemos visto que la fragilidad humana está presente también en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando también con el viento en contra, con tempestades que amenazan la nave. Y algunas veces hemos pensado: ¿dónde está el Señor? ¡Nos ha olvidado! Esta es una parte de las experiencias hechas en estos cincuenta años.
«Pero hemos tenido también la nueva experiencia de la presencia del Señor, de su bondad y de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo, no es fuego devorador o destructivo. Es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad, de bondad y de verdad que transforma, que da luz y calor.
«Hemos visto que el Señor no nos olvida. También hoy, con su modo humilde, el Señor está presente y da calor a los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan el mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios.
«Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy y podemos ser felices también hoy, porque su bondad no se apaga, es fuerte también hoy. Por último me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa Juan. Vayan a casa, den un beso a los niños y díganles que es del Papa. Con esto imparto de todo corazón mi bendición».
*
Hasta aquí las intervenciones de Benedicto XVI sobre el Concilio, en los días pasados.
Pero seguramente intervendrá todavía muchas veces. En una discusión que se ha hecho de nuevo muy acuciante.
La discusión es aguda también sobre lo que fue realmente el Concilio Vaticano II, hace ya medio siglo.
Del acontecimiento conciliar se ha impuesto en gran medida una lectura en la que han jugado un rol determinante los observadores externos, comenzando por los medios de comunicación.
En la nota que presentamos a continuación, el profesor Pietro De Marco somete a crítica justamente este «paradigma externo» que ha influenciado tan profundamente la interpretación y la recepción del Concilio más mediático de la historia.
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EL CONCILIO Y SU PARADIGMA EXTERNO
por Pietro De Marco
Bernard Dumont, director de la revista francesa «Catholica», lo ha confirmado. Todos los Concilios han experimentado el juego de las presiones externas por parte de fuerzas políticas, de grupos disidentes, etc. Sin embargo, el Vaticano II, también en este terreno, aparece como un Concilio especial y único.
Fue llevado a cabo en el momento en que los medios de comunicación de masas cruzaban un nuevo umbral, en el que el arte de la propaganda se dotaba de nuevos instrumentos técnicos. Lejos de distanciarse, los actores de este Concilio – la curia romana, los obispos, los teólogos y ante todo Juan XXIII – entraron en este juego. En esos sectores de punta de la cultura laica dominante, tanto «liberal» como marxista, se unieron a corrientes internas a la Iglesia de tipo modernista.
Ya durante el Concilio, el centro de información del episcopado holandés se transformó en un grupo de presión, con el nombre de «I-Doc», dirigido por Gary McEoin y Leo Alting von Geusau. Posteriormente, la revista internacional de teología «Concilium» funcionó como base de una red, cuya influencia se extendió a toda la Iglesia. La universidad de Lovaina hizo de centro motor de la que se convertiría en teología de la liberación. En síntesis, una red de «casas» ideológicas y de centros de irradiación eclesial aprisionó a la Iglesia también luego del Concilio, al menos durante quince años.
Ese encarcelamiento – como una jaula dorada y para muchos un hechizo irresistible – se debilitó posteriormente. Pero sólo con el pontificado de Benedicto XVI, rota esta jaula, se ha reabierto «el debate sobre lo esencial del Concilio, sobre textos y acontecimientos finalmente considerados en sí mismos y no a través de su construcción mediática”.
EL CONCILIO CONCEBIDO DESDE EL EXTERIOR
En efecto, lo que pensaron los medios de comunicación y la opinión pública sobre el Concilio Vaticano II en todo el período de su funcionamiento, incluidos los meses de espera, no es sólo un dato que ninguna reconstrucción histórica puede desvalorizar, tal como lo prueba el recientísimo volumen de Federico Ruozzi, «Il concilio in diretta. Il Vaticano II y la televisione», editado por la editorial Il Mulino. Es también un componente insoslayable de su interpretación.
Fue así inmediatamente. El «Concilio más allá del Concilio», fuera del aula y de los palacios vaticanos y romanos donde vivían y actuaban los padres conciliares, fue exaltado por la opinión progresista como la prueba de su inmediata conformidad con el mundo. Este juicio se solidificó en la historiografía. También la reconstrucción hecha por Alberto Melloni, en un libro del año 2000, del interés despertado en embajadas y cancillerías de todo el mundo por los acontecimientos romanos de la época, insiste sobre esta pertenencia y feliz subordinación del Concilio a la historia.
Nada nuevo, si en la celebración de esta conformidad con la historia no estuviese implícita una paradoja reveladora. La importancia de la relación entre el Concilio y la historia residiría efectivamente, por muchos juicios de ese entonces y de hoy, en la influencia en sí positiva de la historia y del mundo sobre el Concilio, no a la inversa.
No olvidemos que, por una serie de equívocos teóricos escondidos en afortunadas fórmulas del tipo «la autonomía de las realidades terrenales», el mundo, más precisamente el «mundo histórico», fue considerado en los años 70′ portador, en sí y por sí, de valores y de verdad.
Se sostenía que el mundo penetraba y cooperaba en un Concilio «abierto», a pesar de las resistencias de sectores de la Iglesia y de los partidos de la curia. Se veía actuar al mundo a partir del Espíritu.
Esta ósmosis con el mundo se convirtió en criterio de la interpretación del Concilio, divulgada con autoridad, también en forma anticipada e independientemente respecto a las resoluciones adoptadas en las sesiones de los obispos.
En los cuatro años del Concilio, entre 1962 y 1965, se creó entonces un desnivel, quizás un hiato, entre las intenciones y los contenidos de los diferentes documentos conciliares, por un lado, y su anticipación, descripción y recepción pública por el otro lado.
En la lectura pública del Concilio obran conjuntamente:
a) la ordinaria selección periodística de los hechos, es decir, de lo que «constituye noticia»,
b) la constelación de los «vaticanistas» católicos, muchas veces prestigiosos,
c) el trabajo capilar de los centros de difusión, ante todo intra-eclesiales y, de común acuerdo, extra-eclesiales.
A través de la acción del periodismo religioso, toda noticia del Concilio gira y califica. Este periodismo especializado termina dictando a todos los observadores las reglas de individuación y construcción de lo que cuenta en y del Concilio.
Se construye así un paradigma conciliar externo que arraiga en el mundo de los medios de comunicación y se consolida a un nivel tanto más elevado de reflexión: en el artículo, en la conferencia, en el ensayo de una revista especializada y en el libro.
Este paradigma, producido por el mundo y por efecto del mundo, se convierte en un verdadero y propio canon reconstructivo e interpretativo del Concilio. Y cada una de las «casas» internacionales, muchas veces compitiendo entre ellas, tenderá a ofrecer una versión propia, pero siempre dentro de un frente común.
Se ha sugerido, por la relación entre el Concilio y el marco histórico, la analogía de las ondas concéntricas que – como en un espejo de agua – desde el Concilio como única fuente, se extienden hacia el mundo y desde el mundo no sólo católico, vuelven al Concilio como reflejos o ecos del mundo.
Pero las fuentes que producen el movimiento son dos fuentes opuestas; hay también una fuente externa que intenta penetrar con sus propios impulsos hasta los padres conciliares. Y no todo se agota en los márgenes perturbados del Concilio.
Esto comporta, más allá de la metáfora, la existencia de una historia exógena del Concilio, junto a su historia interna y, de modo particular, la existencia de causas exógenas en la definición de su imagen y de su «espíritu».
EL ESPÍRITU CONTRA LA LETRA
Aún cuando en el post-concilio muchas de esas «casas» se extinguen o se transforman, el paradigma externo perdura con vida propia y se afirma tanto en la literatura teológica como en la divulgación, tanto en la pastoral como en las tesis de doctorado de las facultades teológicas.
Eso converge sustancialmente con lo que se invoca, en los ambientes militantes, como “espíritu del Concilio”.
Novedad, discontinuidad y futuro son los significados prevalecientes del «espíritu del Concilio». La coincidencia con el paradigma externo es revelador. Como la noción de espíritu evoca la distinción-oposición con la «letra», de la misma manera el paradigma externo elige lo que le sirve dentro de la «letra» de los documentos conciliares. Es canon en sí mismo. Se perpetúa como una narración funcional a la «revolución» conciliar.
Resulta fundamental, para reconocer esta praxis, la categoría de «gnosis política», elaborada por Eric Voegelin a partir del uso selectivo de las Sagradas Escrituras en el movimiento puritano, pero común tanto a toda cultura revolucionaria como a todo fundamentalismo en su relación con los textos fundantes.
Reveladora es también la terminología que en ensayos, congresos y grandes obras caracteriza el paradigma generado por los medios de comunicación externos al Concilio. Es la terminología del discernir, del separar del resto las «partes impulsadoras» o «portadoras» del Concilio, tanto las individualizadas en documentos, oportunamente examinadas y purificadas de «compromisos», como las postuladas como la intención «verdadera» de los padres conciliares.
El papado, algunos episcopados y algunos círculos teológicos y eclesiásticos se han mantenido siempre afuera de esta jaula. Roma la ha contrastado, no sin dificultad. Pero el paradigma externo – aunque sea en una versión debilitada o, para decirlo con Zygmunt Bauman, en estado líquido – condiciona todavía, luego de cincuenta años, la recepción difundida del Vaticano II.
Una de las construcciones del paradigma externo más sistemático y longevo, quizás porque está más organizada en términos de autopromoción, es la de Hans Küng.
UN CASO EMBLEMÁTICO: LA «ESCUELA DE BOLOÑA»
Entre los centros que actúan en torno al Concilio, antes, durante y después de su desarrollo, uno de los más activos e influyentes es el Instituto para las Ciencias Religiosas de Boloña, inicialmente denominado Centro de Documentación.
El éxito de este Instituto fue causado por el hecho del haber ofrecido una forma docta al paradigma externo descrito líneas arriba, intentando mostrar, con plena convicción y conformidad de otras inteligencias, que ese paradigma está en realidad fundado en la historia interna y en los textos del Concilio mismo.
La coronación de tal esfuerzo han sido los cinco volúmenes de la «Storia del Concilio Vaticano II», publicada en primera edición entre 1995 y el 2001, traducida en varios idiomas y devenida en obra de base en todo el mundo.
Es interesante releer cómo el Instituto boloñés llegó a ese resultado.
En los años ’60, sus estudios hacían eje en el Concilio de Trento, la reforma protestante y la reforma católica. El numen tutelar era el alemán Hubert Jedin, pero también un gran historiador laico italiano, Delio Cantimori. El monasterio de Monteveglio, en torno a don Giuseppe Dossetti, contribuyó a la reflexión del Instituto, y había ósmosis entre las investigaciones históricas y los estudios patrísticos e histórico-litúrgicos. La constelación italiana y europea de amigos y colegas estaba constituida por historiadores de la teología y de la Iglesia, por exégetas y por patrólogos. El conductor del Instituto, Giuseppe Alberigo, tenía la ambición de producir investigaciones de nivel inmediatamente internacional, según las exigencias que él consideraba que se planteaban a las ciencias religiosas de la Iglesia universal.
El designio era oponer la fórmula del Instituto a la de las facultades eclesiásticas, ante todo a las teológicamente romanas, competente en programas de formación, en dotaciones de libros, en temas y en métodos de investigación. La convicción era no ser inferiores a ninguno de los prestigiosos lugares franceses, belgas, holandeses y alemanes donde se hacía teología. En Boloña la teología era concebida como «saber histórico», practicando el cual se sentía más delante de las facultades teológicas, con sus enseñanzas de manual y doctrinales.
El cemento ideal del grupo era ciertamente la reforma de la Iglesia, pero separada respecto a las formas militantes del disenso católico de los años ’60 y ’70. La «Iglesia de los pobres» propugnada en el Concilio por el cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Boloña, debía nacer de su reforma «in capite et membris», no por la agitación social e ideológica de los grupos.
El prestigio del Instituto derivaba, en consecuencia, de un trabajo conducido en un surco «ortodoxo» y destinado a un extendido movimiento y sentimiento conciliar presente también en las jerarquías de la Iglesia.
¿Por qué entonces esta expresión docta, entre las más aguerridas pero también cauta (al menos hasta fines de los años ’90), del «espíritu del Concilio», aparece hoy tan excéntrica respecto a la investigación del paradigma conciliar originario abierta en la Iglesia por Benedicto XVI?
Ofrece quizás una respuesta a esta pregunta el decaimiento, de década en década, de programas de investigación del Instituto, desde los «tridentinos» de los años ’60 a los actuales, luego de haber bloqueado durante largo tiempo el trabajo sobre la «Storia del Concilio Vaticano II», preciosa pero totalmente predefinida en los resultados. Esta «Storia» es efectivamente el monumento científico al paradigma conciliar externo, ya construido desde hace tiempo.
Pero hoy ese paradigma está en plena involución. Es obvia su banalización y licuación, entre clases «teológicas» improvisadas. Y los miembros hodiernos del Instituto boloñés, más polémicos y anti-romanos, más anti-dogmáticos y espiritualistas de cuanto lo fuera la generación de los maestros, parece que no se supieran oponer a esta decadencia objetiva.
Hoy, el trabajo historiográfico del Instituto resulta útil como todo trabajo académico, pero no es más orgánico y para nada sólido. Involuntariamente, sirve para la animación a distancia de un clero y de un laicado que no leen y que no sabrían cómo usar el trabajo producido por el Instituto. Similar suerte parece tocarle también a otros centros europeos.
MÁS ALLA DEL PARADIGMA EXTERNO
La vía de salida me parece obligada. La hermenéutica del Concilio debe mostrarse capaz de un avance metódico, de una rigurosa puesta entre paréntesis del paradigma externo, típico producto de un frente de intelectuales teólogos veteado de utopía revolucionaria y permeable al modernismo latente en la cultura religiosa europea. Una mezcla que ha generado una crisis tremenda en la Iglesia de los años ’60 y posteriores.
El verdadero equilibrio conciliar, el «interno», obedeció siempre, en última instancia, a una lógica de composición entre los fundamentos, es decir, la Tradición, y las reglas de su transcripción comunicativa para «el hombre de hoy». Los resultados fueron de distinto alcance, pero queridos conscientemente por los obispos del mundo.
Esta adaptación de los fundamentos a las esperas de una recepción produjo textos muchas veces duramente negociados, pero esos textos y la intención de todo el cuerpo conciliar, junto con la del Papa, constituyen el terreno y el objeto de la hermenéutica del Vaticano II. No lo que una intelligentsia ambiciosa arrancó de las manos de los obispos para exhibir los jirones en la vitrina de la modernidad.
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Pietro De Marco enseña en la universidad de Florencia y en la facultad de Italia central. Formó parte del cenáculo de eruditos del Instituto para las Ciencias Religiosas de Boloña, en los años de inicio.
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Los textos íntegros de las seis intervenciones de Benedicto XVI:
> La homilía del 7 de octubre
> La «lectio divina» del 8 de octubre
> La audiencia general del 10 de octubre
> El prólogo a sus escritos sobre el Concilio Vaticano II
> La homilía del 11 de octubre
> La bendición en la tarde del 11 de octubre
Y el discurso de Benedicto XVI, pronunciado el 22 de diciembre de 2005, sobre la hermenéutica del Concilio Vaticano II:
> «Señores cardenales…»
Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.
http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350343?fr=y
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