“La Paternidad de Dios tiene rostro de mujer”
“Andariegas de Dios”, así podríamos llamar a estas dos mujeres excepcionales. Dos mundos, dos realidades, dos épocas; la misma pasión, el mismo Dios, la misma locura, el mismo deseo. Ambas misioneras, escritoras, místicas, fundadoras, pedagogas, mistagogas, trovadoras del amor de Dios, mujeres de luz. Ambas nos dejan el relato de sus vidas traspasadas por la presencia de un Dios que se les ha cruzado en el camino, un Dios que se les antoja, esposo, amigo, amado, compañero de caminos y que las ha hecho mujeres valientes, apasionadas, decididas por las cosas del cielo en medio de un mundo y de una iglesia hostil, marcadamente masculina, machista, en donde todo lo de mujer se tiene por sospechoso.
Vale la pena recordar aquí las palabras de la Madre Teresa, su airada defensa en favor de la mujer, palabras que la llevaron al filo de la Inquisición. Demasiado atrevimiento para una mujer que sólo quiere servir a Dios en sus hermanos. Demasiado atrevimiento para dos mujeres que quisieron hacer quedar bien a Dios, que quisieron contentar a Dios. Cuatro siglos después, estas palabras de la mística abulense suenan como un cantar divino, como un aire fresco en los albores de una Iglesia nueva, en labios de otra mística, la colombiana Laura Montoya:
“Parece atrevimiento pensar yo he de ser alguna parte para alcanzar esto. Confío yo, Señor mío, en estas siervas vuestras que aquí están, que veo y sé no quieren otra cosa ni la pretenden, sino contentaros; por Vos han dejado lo poco que tenían, y quisieran tener más para serviros con ello. Pues no sois Vos, Criador mío, desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre…¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres” [CE 4, 1]
Los ánimos virtuosos y fuertes de estas dos mujeres y de sus hijas han quedado patentes en la historia. Laura estará rodeada, como ella misma lo decía, de “auténticas leonas”; así se consolidaría ese primer grupo admirable que sacó de la nada la primera casa en Dabeiba y que hoy motiva la admiración del mundo. Teresa dirá otro tanto de sus hijas, “no son sino varones fuertes y de los muy barbados”; ellas consolidarán el primer convento en Ávila, también para la admiración del mundo entero. Ávila y Dabeiba, Europa y América, España y Colombia, Teresa y Laura, unidas por la misma pasión y lanzadas, indiscutiblemente, a la aventura del amor. Dos grandes conquistadoras de almas que antes fueron conquistadas por Dios. Cruzando los mares se han dado cita para ser testigos del Dios vivo ante un mundo y una Iglesia incrédula que ha contemplado atónita de lo que podían hacer estas “pobres” mujeres con todo en contra y con sólo Dios de su parte.
¡Cuántos reproches para Laura!¡Cuántos reproches para Teresa! Pudo siempre el amor de Dios, nunca la fuerza de los hombres, porque Dios se sigue manifestando en la debilidad: “en aquellos días, Dios manifestó su poder por medio del sexo débil, en aquellas siervas a las que colmó con espíritu profético”. Son mujeres de deseos infinitos puesto que sus deseos son los de Dios o, al tener los deseos de Dios en su corazón, todo en ellas es divino, tiene sabor a eternidad y Dios, derramando su gracia, realiza en ellas sus deseos; mejor aún, ellas mismas son los deseos de Dios. Dirá Laura: “Todo se desvanece y se vuelve sombra; los conatos de servir a Dios también están sometidos a esta ley. ¿Comprendo por qué? ¡Sí, porque también son humanos! Cuando son divinos, es decir, cuando obra en ellos sólo la gracia, se realizan y glorifican a Dios como deben. Pero como ningún pensamiento bueno podemos concebir sin la ayuda de la gracia, esos conatos aunque no se realicen, tienen delante de Dios algún valor, el que tienen como esfuerzo de la gracia. Algo, pues, te glorificarán, Jesús mío, mis conatos de servirte, salvando los indios, aunque no se llegue a ver la realización de tales deseos” [Apuntes espirituales 94]
Como todo es obra del amor y ellas lo saben, como no pueden nada sin Dios, Teresa responderá a Laura: “En fin, hermana mía, con lo que concluyo es que no hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más…” [7M 4, 15]
Laura y Teresa están empeñadas en hacer la voluntad de Dios y llegan a comprender que sólo el amor salva y que la intención de amar es ya experiencia de salvación pero que Dios ha querido dejar en sus manos de mujeres y madres esta gran empresa. Su fuerza es Dios, Dios, una vez más, encarnado en la debilidad. Ellas harán que el deseo de salvar “indios” o “tantas almas como se pierden” sea también el deseo de Dios. Dios aparece en ellas como Madre, Dios con rostro de mujer, Dios deseando salvar almas a través de Teresa y Laura. Dios en las selvas colombianas, Dios en los caminos polvorientos de España, Dios en el rostro de los indios del Urabá antioqueño, Dios en el corazón de los infieles españoles. Que bello poder decirlo de esta manera: Laura, en la selva, será las manos de Teresa y Teresa, en la clausura, será la oración de Laura; ambas amando y dejándose amar por el mismo Dios: “Otra vez me vi en Dios y como que me arropaba con su paternidad haciéndome madre del modo más intenso de los infieles. Desde aquello los tuve como si se formaran en mí hijos que no conocía, me daba ya algo como sublime, que sin producirme dolor muy sensible todavía, me dolían como verdaderos hijos. Desde entonces los llamé “mi llaga”, con mayor razón…” [Santa Laura, Autobiografía]
El dolor de ambas mujeres es intenso y compartido. Estos “indios” son su llaga, sus hijos, su dolor y su oración. Dolor tanto en cuanto conocen su impotencia, los muchos inconvenientes que tendrán en su empresa, el mucho dolor y la mucha incomprensión que llegaran a sus vidas. Es cuando deberán tener en su corazón la convicción paulina: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”, porque Dios es siempre la fuerza de los débiles y los “indios” serán su “debilidad” y ellas deberán ser “la fortaleza” de sus indios: “A los cuatro años, [me parece era algo más], acertó a venirme a ver un fraile franciscano, llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo, y podíalos poner por obra, que le tuve yo harta envidia. Este venía de las Indias poco había. Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina…Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que yo no era para más” [F 1, 7].
Ambas claman al Señor, como la pobre y pequeña Ester. Ambas saben que Él es su única seguridad. Para Teresa, sus “indios” serán su oración y para Laura, sus “indios” serán su dolor: “No hay duda que esta gracia [de la Paternidad] me trajo la misión de saturarme de dolor casi inmenso, pero muy luminoso, por las desdichas de la infidelidad. Me siento más capaz de dejarme despedazar y reducir a lo último, que dejar de pensar en trabajar por los pobres infieles. Hasta el cielo me parece que debe aguardarme a que bautice a todos los infieles antes que inundarme en todas sus delicias” [Madre Laura, Autobiografía]
Es grande el dolor de las dos mujeres. Es tal su “pasión” por Dios que no les importaría dejarse destrozar con tal de ganar un alma para Dios. Su martirio será constante, tanto cuanto su dolor lo sea. Sus corazones permanecerán “destrozados” mientras exista alguien sobre la faz de la tierra que no conozca la misericordia de Dios. Ambas, dolorosamente heridas por Dios, tendrán la misión de “padecer mil muertes” con tal de salvar un alma. Ambas saben que el cielo puede esperar puesto que no puede haber cielo si no es para todos gozar. Para ambas, sus indios fueron su cielo, su dolor, su gozo, su paz: “Había gran envidia a los que podían por amor de nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que cuando en las vidas de los santos leemos que convierten almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen, por ser esta la inclinación que nuestro Señor me ha dado, pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer” [F 1, 7]
¡Salvar almas! Frente a ello, cualquier soledad, cualquier dolor, cualquier sufrimiento, cualquier contrariedad no tendrá valor. La vocación suprema de estas andariegas de los caminos divinos brota de un corazón herido o de una herida de amor, ya que esta es la condición del místico, es su estado permanente: “Todas estas contrariedades apenas tocaban la superficie de mi alma, porque ya ella estaba, en su parte más íntima, inundada en la más dura amargura de la gloria de Dios ultrajada y no era posible que nada la hiriera. ¡Tenía la suprema herida y nada podía ya turbarla, sino era el montón de pecados del mundo! Desde entonces comencé a sentir por las noches como si viera caer al infierno las almas de los infieles, de tal modo que me era imposible concebir siquiera que se pudiera vivir sin hace algo por ellos” [Santa Laura, Autobiografía]
La angustia real de estas mujeres, cantoras de la misericordia divina, será aquella de no poder salvar tantas almas como quisieran, verlas perderse en el infierno, es decir, en la ausencia de Dios. No les importa que su eternidad no fuera el cielo, si con ello ganaran almas para el Señor. Hasta allí llega su pasión por Dios, por sus cosas. ¿Qué es el infierno, finalmente, sino verse privado de la misericordia de Dios por no conocerlo? Ellas quieren hacer conocer a Dios para que sus “indios-infieles” gocen de su cielo; ellas quieren ser “su misericordia” porque Dios no tiene otra manera de aparecerse ante ellos. Ellas tendrán el desafío de ser “el cielo” para sus indios que los libre del infierno, de no conocer ni saberse amados por Dios. Laura y Teresa tendrán que ser un instante de eternidad para ellos, una promesa de cielo. Tendrán que sacar a sus indios del infierno, de la ignorancia de Dios: “Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he dicho y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno (…) Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho […] “…en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo…quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia […] “Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar…” [V 32 1, 3, 4].
La solidaridad de estas dos mujeres con las “las almas que se pierden” pasa por experimentar en carne propia la “ausencia de Dios” para que no quedara por ellas hacer todo lo que estuviera en sus manos para que ninguno de sus indios dejara de gozar de la misericordia divina, para que ninguno de ellos se viera privado de la gracia del buen Dios: “Un solo dolor y una aspiración había en mi vida: Dios ultrajado, no conocido y mi ansia por darlo a conocer. Eso era cuanto se agitaba en mi alma desolada. No tenía desolación propiamente mía, era la desolación de mi Dios desconocido…” [Santa Laura, Autobiografía]. “¡Oh Padre Eterno!, no son de olvidar tantos azotes e injurias y tan gravísimos tormentos. Pues, Criador mío, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras, que lo que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo y por más contentaros a Vos (que mandasteis nos amase) sea tenido en tan poco como hoy día tienen esos herejes el Santísimo Sacramento, que le quitan las posadas y le deshacen las iglesias? [Santa Teresa, CE 4, 2]. Este es el dolor y el lamento compartido de Teresa y Laura: su Dios olvidado, ultrajado y desconocido. No dejaran de hacer nada que esté en sus manos para “remediar” tan gran mal.
“Deshacerse por Dios”, no es más lo que desean Laura y Teresa. Es lo que agita sus almas: “Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios” [V 33, 15] Y Dios las va llenando de tal manera que no hay nada que dejen de hacer por Él. Nada ni nadie se interpone entre Dios y sus almas. Ambas están decididas a hacer las cosas de Dios y Dios, decidido a hacer los sueños de ambas: “…se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir” [7M 2, 1].
Estas palabras debieron sonar como un bálsamo en el corazón de estas mujeres: Dios tendría cuidado de sus indios-infieles, y ellas deberían tener cuidado de Dios. Dios y ellas cuidándose mutuamente, Dios y ellas cuidando lo de cada uno, porque finalmente, Dios y sus indios eran su pertenencia y ellas, Laura y Teresa eran propiedad de Dios. Dios tendría cuidado de ellas en sus indios y ellas tendrían cuidado de Dios en sus indios. Sus intereses serán los mismos: salvar almas, almas para Dios: “Mi actitud delante de Dios es como una fusión y mis intereses son como los suyos y unos mismos” [Santa Laura Montoya]. “…de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía…” [Santa Teresa, Relación 33, cfr. 7M 3, 2]
Conquistadoras y Quijotesas a lo divino
Cuando Colombia se desangraba por la guerra civil, y en la amazonía se instalaban las grandes compañías explotadoras del caucho y miles de indígenas eran víctimas del genocidio de su raza, irrumpe como un huracán y como una dulce brisa, Laura Montoya, impulsada por un Dios que le había arrebatado su corazón, que la había sacado de los claustros del Carmelo que se habían instalado en su interior para lanzarla al espesor de la selva. La selva agreste y virgen del Urabá antioqueño sería su Carmelo, ese sería su claustro, esos indios serían sus hermanos, su llaga y su oración. Tendría que ser mística en las selvas colombianas y no en la soledad del claustro carmelita. Pero, finalmente, sólo se puede ser místico amando al hermano y entregando la vida gota a gota para ganar almas para Dios. La siguiente experiencia mística da razón de ello:
“Con mucho recelo voy a escribir lo que me pasó en la meditación de la Flagelación. Esto lo tuve muy impreso en el alma; pero no puedo decir el modo. Y como además me parece tan poético y patético, le tengo desconfianza; pero lo que dejó en mi alma, me deja pensar que quizás sería algo sobrenatural que sólo hería la imaginación, como algunas de las cosas de Santa Teresa que sólo he leído después.
Contemplaba a Nuestro Señor cuando después de la flagelación salió del charco de su propia sangre a buscar su túnica, pero sólo contemplaba esto de un modo ordinario, con amor sí muy vivo. De pronto me pareció que en medio de la sangre brillaba como un rubí muy precioso y que a la vez exhalaba un perfume exquisito. Me estuve viéndolo mucho rato y llorando interiormente de devoción y reverencia mezclada con cierta ternura, que no era de blandura de corazón, que me fastidiaba. Así estaba cuando vi que muchos ángeles a los cuales no veía materialmente sino como intelectualmente, rodeaban aquella sangre para guardarla. Oí, pero no sé decir cómo oí, que de entre los ángeles salía una voz que me decía a mí, que contemplaba esa sangre con mucho amor: -¡Con una sola gota de ella puedes comprar lo que desea! Entendí que ese lo que deseas, era la conversión delos indios o el don de convertirlos.
Entonces cogí en la mano una gota de esa sangre y en la mano se me volvió un rubí muy brillante. Luego, teniéndolo en alto, con un fervor indecible, dije: Padre santo, tómala y en cambio de su precio dame el don de convertir los indios. Es sangre de Aquel de quien has dicho que es el objeto de tus complacencias.
Terminado esto, todo desapareció y quedé con una paz grandísima como quien acaba de cumplir un designio de Dios. No tenía ya delante de mi imaginación nada absolutamente. Sentía interiormente mucha paz, un amor reposado y una seguridad grande en la conversión de los indios…” [Santa Laura Montoya, Autobiografía, 683-684]
Poco a poco, la experiencia del trato con los indígenas le enseñaría a Laura que llegar hasta el alma del indio suponía entregarles mucho más que telas de colores, suponía entregarles a Dios, un Dios que habitaba en las selvas, junto con ellos, en el furor de la lluvia, en la sosegada paz de las noches estrelladas, en las agrestes montañas, en las bravías aguas…Laura tendría que enseñarles a llamar a ese Dios “Padre” y a que ellos se sintieran verdaderamente, hijos. Ella junto con sus hijas tendría que descubrirles su dignidad, su potencial divino, la belleza de sus almas.
Cuando España se debate entre la incredulidad de las gentes, las guerras, la pobreza, la división de la iglesia, la relajación del clero y de las órdenes religiosas, irrumpe otra mujer, Teresa de Jesús, aguerrida y valiente que no se deja amedrentar por nada cuando se trata de defender las cosas de Dios. TantoTeresa como Laura están empeñadas en hacer quedar bien a Dios. Entre tanto, le llegan noticias de las Indias, recién descubiertas y de las muchas almas que allí se perdían. Su dolor no puede ser más grande y como Laura, se pregunta qué puede hacer ella, mujer y ruin, para remediar tantos males:
“En este tiempo vinieron a mí noticas de los daños de Francia y el estrago que habían hecho estos luteranos y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta. Dime gran fatiga, y como si yo pudiera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían. Y como me vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor, ,y toda mi ansia era, y aún es, que pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, determiné hacer eso poquito que era en mí…y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de ayudar a quien por él se determina a dejarlo todo… ¡Oh hermanas mías en Cristo! ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento, éstos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones…” [Santa Teresa, CV 1, 2.4]
Teresa tiene su corazón en las Indias, recién descubiertas, Laura tiene su corazón en los indios que habitan las selvas. Ambas se encuentran en un mismo sentir, sus corazones laten por lo mismo, su dolor es compartido: las almas que se pierden. Teresa anhela la selva, Laura anhela el claustro, Teresa será el claustro para Laura y Laura será la selva para Teresa. Las dos místicas tendrán que hacer suyas estas palabras: No me desampares, Señor, porque en ti espero, no sea confundida mi esperanza; sírvate yo siempre y haz de mí lo que quisieres. Porque Dios siempre quiere más. Dios lo quiere todo.
Ante almas enamoradas locamente de Dios, sólo resta escuchar sus secretos divinos. Estas mujeres tienen la capacidad de revelarnos secretos de lo alto; son mujeres del cielo, ancladas en la tierra para hacer de esta tierra un cielo.
“Pero Dios mío, cómo hablar de mi ser? De cuál ser? Si Tú sólo eres? Si mi ser no es! Cómo expresar esta idea? Si no tengo existencia fuera de Ti? Si esto que llamo YO no es ni un punto, puesto que ese punto es un instante que se va? Cómo puede decir el aire iluminado que es luz, si la que tiene está en el foco? Si mi vida está en Ti? Cómo puedo hablar de mi vida, si no tengo vida? Si Tú sólo eres vida? Si lo que tengo en mi es una muerte continuada en un medio que se va? Si es un agonizar la vida humana? Dios mío, vida viva, vida única! Ser único, cómo puedo decir mi vida si ni es vida, ni es mía! Cómo diré YO si no soy? Si tú sólo eres!” [Santa Laura Montoya]
“¡Oh deleite mío, Señor de todo lo criado y dios mío! ¿Hasta cuándo esperaré ver vuestra presencia? ¿Qué remedio dais a quien tan poco tiene en la tierra para tener algún descanso fuera de Vos? ¡Oh vida larga!, ¡Oh vida penosa!, ¡Oh vida que no se vie!, ¡Oh que sola soledad!, ¡qué sin remedio! Pues, ¿cuándo señor, cuándo?, ¿hasta cuándo? ¿qué haré, Bien mío, qué haré? ¿Por ventura desearé no desearos? ¡Oh mi Dios y mi Criador, que llagáis y no ponéis la medicina; herís y no se ve la llaga; matáis, dejando con más vida! En fin, Señor mío, hacéis lo que queréis como poderoso. Pues un gusano tan despreciado, mi Dios, ¿queréis sufra estas contrariedades? Sea así, mi Dios, pues Vos lo queréis, que yo no quiero sino quereros” [Santa Teresa, Exclamación VI, 1].
Descubrir que han nacido para Dios. Ese será el secreto de Teresa y Laura y toda su vida será un empeño por vivir sólo para Dios, ser sólo de Dios y sólo lo serán a través de sus indios-infieles. Sólo diciendo sí ante la adversidad, el sufrimiento, el gozo o la dicha, serán de Dios, su propiedad privada, su voz, sus manos, su canto y su dolor.
El sí del alma
“Es la paz del alma
Decirte siempre Sí;
Presagio de vida eterna
Que prende la luz en mí!
Sí, te dice mi amor,
Sí, el arranque de dolor
Que en horas amargas
Brota mi pobre corazón.
Sí, te grito en mis sueños,
Sí, mis vigilias repiten;
Sí, el hervir de mi sangre
Sí, el suspirar por mi dueño.
Decirte sí, es mi delirio;
Es el alborear del cielo,
Es el asentir a mi dicha,
Es de mi amor raudo vuelo.
Sí…está bueno…lo quiero…
Que guardes silencio en el cielo,
Que rujas en la tormenta,
Que en mi alma estés quedo.
Que el aire me traiga besos,
Que el sol hable de tus incendios;
Que retumbando el trueno,
Traspase de terror mis huesos.
Quiero decirte sí, en cada hora
Sí, en el correr de los tiempos;
Sí, en el dolor de mi carne,
Sí, en el deshacerse mis huesos.
Sí, te diré en mi agonía,
Si, al extinguirse el aliento,
Sí, al terminarse mi vida,
Sí, en el traspasar el tiempo.
Sí, gritaré llegando al cielo,
Sí, al mirarte tan bello,
Sí, al repetir el “Santo, Santo”
De los ángeles que anhelo!
Y el tornasol de los ojos,
Que brillan en el rostro bello,
De mi Madre, la adorada,
Un sí me arrancará dulce y ledo.
“Desde que aprendí, Dios mío,
A decirte siempre sí,
No hay luchas en mi alma
Se acabaron las penas para mí”
[Santa Laura Montoya, Destellos 79]
Vuestra soy, para Vos nací
“Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
Bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
La gran vileza mirad
Que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
Vuestra, pues me redimistes,
Vuestra, pues que me sufristes,
Vuestra, pues que me llamastes,
Vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
Que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
A este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
Yo le pongo en vuestra palma,
Mi cuerpo, mi vida y alma,
Mis entrañas y afición;
Dulce Esposo y redención,
Pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
Dad salud o enfermedad,
Honra o deshonra me dad,
Dadme guerra o paz crecida,
Flaqueza o fuerza cumplida,
Que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
Dad consuelo o desconsuelo,
Dadme alegría o tristeza,
Dadme infierno o dadme cielo,
Vida dulce, sol sin velo,
Pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
Si no dadme sequedad,
Si abundancia y devoción,
Y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
Sólo hallo paz:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
O por amor, ignorancia;
Dadme años de abundancia,
O de hambre y carestía;
Dad tiniebla o claro día,
Revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
Quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
Morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
Desierto o tierra abundosa;
Sea Job en el dolor,
O Juan que al pecho reposa;
Sea viña fructuosa
O estéril si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadena,
O de Egipto adelantado,
O David sufriendo penas,
O ya David encumbrado;
Sea Jonás anegado,
O libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
Haga fruto o no le haga,
Muéstreme la ley su llaga,
Goce de Evangelio blando;
Esté penando o gozando,
Sólo Vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Laura y Teresa están locas, las tildan de locas, las llaman locas. Pero es que por Dios sólo se pueden hacer locuras. La cordura del evangelio es la locura de Dios. Subversivas, andariegas, rebeldes, místicas y visionarias…sólo así pudieron cumplir los sueños de Dios.
SANTAS LAURA Y TERESA ROGAD POR NOSOTROS
- Fr. Luis Hernando Alzate Ramírez, OCD
Remitido al e-mail
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